En junio de 2012 Julian Assange se recluye en la embajada de Ecuador en Londres y solicita asilo político. La policía rodea la casa como si fuera un terrorista y hacen guardia esperando a que salga. No lo hará. Esos 50 metros cuadrados se convertirán en su casa y refugio durante los cinco años siguientes. Assange era buscado para ser interrogado por unos presuntos delitos sexuales, pero su temor era ser extraditado a EEUU, donde tras la filtración de información de WikiLeaks es considerado un espía por las autoridades y un traidor para una gran parte de la población.
Unos meses antes, en febrero, el juez Baltasar Garzón era condenado a once años de inhabilitación. Tras destapara la trama Gürtel, la justicia se volvía en su contra por intervenir sin permiso las comunicaciones entre los corruptos que estaban ya en prisión y sus abogados. La sentencia fue unánime y acusaban de “totalitario”, y de ordenar prácticas “propias de sistemas políticos ya superados”. Garzón, estrella jurídica que había estado en los procesos más duros contra la banda terrorista ETA, y que había ordenado la detención de Augusto Pinochet y defendido la justicia universal, rechazaba la sentencia, pero veía su fulgurante carrera en el barro.
Dos antiguos héroes condenados al ostracismo y cuestionados por la justicia. ¿Son héroes incomprendidos o traidores? Es la pregunta que muchos se hacían y que divide a la gente. La vida de estos dos personajes parecía destinada a cruzarse, y de hecho lo hizo cuando Assange elige a Garzón como uno de sus abogados para la defensa de su caso. Lo hace porque ve en él a “un rebelde”, alguien que hackeó a la justicia por el bien común, aunque fuera inhabilitado por ello. El equipo del periodista necesita que Ecuador acepte su asilo político, hacer ruido internacional y coordinar una operación que afecta a diferentes jurisdicciones e idiomas.
Ese es el punto de inicio de Garzón/Assange, el juez y el rebelde, el documental dirigido por Clara López Rubio y Juan Pancorbo que estrenará el Canal Historia el próximo 29 de mayo y que documenta esta extraña unión y sigue el caso judicial. Al comienzo del filme, Garzón habla a cámara y explica que con su sentencia sintió que “me patearon”. “Me pisaron el cuello”, dice el abogado que acepta el caso sin cobrar nada a cambio porque cree que Assange está siendo un chivo expiatorio y un peón en una lucha de los estados poderosos en contra de la libertad de expresión.
El creador de WikiLeaks saltó a la palestra cuando se filtraron pruebas de que el ejército de EEUU había cometido atrocidades en la Guerra de Irak sin justificación. A pesar de que defendía los derechos humanos, desde EEUU fue considerado un traidor y se empezó a gestar una causa secreta para acusarle de espionaje. Esto coincide con las denuncias por abuso sexual puestas en Suecia. Un caso del que nunca se presentaron cargos, pero por el que tenía que declarar. Las sospechas de que todo fuera un treta para extraditarle hace que se recluya. En este contexto la defensa de Garzón se hace difícil, y tiene que luchar porque, como ocurre en otros casos, se le tome declaración dentro de la embajada de Ecuador sin salir.
La justicia sueca lo niega una y otra vez, aunque es la práctica habitual, pero no da motivos para no hacerlo. Ante esta situación y con Assange encerrado, el equipo jurídico decide acudir a una instancia mayor: las naciones unidas. Ecuador ya le ha concedido el asilo, pero desde Reino Unido no dan el salvoconducto para poder salir del país con seguridad, por lo que la situación sigue estancada. Por ello se acude al Grupo de Trabajo de Detenciones Arbitrarias, una instancia dependiente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU que decide si una persona está detenida ilegalmente conforme a la normativa internacional.
El documental llega hasta la resolución de este organismo, a favor de Assange, pero que no es tomada en serio por Reino Unido (que la califica de “ridícula”), ni por Suecia, que suele tomar las decisiones de la ONU muy en serio, pero que en esta ocasión no se vio afectada por ella. Lo único que cambia es que le toman declaración dentro de la embajada por unos delitos que en su mayoría ya han prescrito.
¿Hagiografía o visión de la justicia?
Al acabar el documental en ese momento, tienen que incluir al final y con letras sobreimpresas la última filtración de WikiLeaks, los correos de Hillary Clinton que muchos consideraron que le había costado la campaña y dado la victoria a Donald Trump. Julian Assange pasa de ser el adalid de la libertad de los demócratas y un demonio para los republicanos a todo lo contrario. La propia Sarah Palin le da las gracias y reconoce su error con él. También cambian su modo de verle los periodistas de Fox News que en su momento dijeron que había que “pegarle un tiro”.
“El personaje volvía a ser antipático, y nosotros también incluso nos enfadamos con él por ello”, explicaron los directores del filme en un encuentro con la prensa en el que se les preguntó si no consideraban que habían caído en la hagiografía de los personajes. No es ningún secreto que Assange es una persona difícil, pero en el documental sólo se intuye en una declaración de la abogada Renata Ávila.
Es una conversación que tuvimos muchas veces, y la conclusión a la que llegamos es que es una película sobre un abogado y un cliente difícil. La película no toma posición sobre Assange
Los creadores subrayan que el periodista nunca “ha estado acusado de nada ni hay cargos en su contra”, y explican que su idea fue siempre hablar de la justicia universal y no juzgar a ninguno de los dos. “Es una conversación que tuvimos muchas veces, y la conclusión a la que llegamos es que es una película sobre un abogado y un cliente difícil. La película no toma posición sobre Assange. Es sobre su caso, y él lleva siete años detenido y eso no puede ser. Una condena por esos cargos nunca sería tan larga como el tiempo que lleva recluido”, añaden.
El productor de Garzón/Assange justifica esta decisión al considerar que el documental siempre “está de una parte”. “Se hace desde una trinchera. El miedo era que nos tacharan de propaganda, pero era la visión desde un lado”, añade. Todos coinciden en una cosa: del resultado de este caso dependía la libertad de información en el mundo, y aunque la ONU les dio la razón, se demostró que el poder de los Gobiernos está por encima de nuestras libertades.