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En Cantando bajo la lluvia aún eran los años veinte y Debbie Reynolds -ahí, Kathy Selden- era una mujer hermosa con cara de botón, boca purísima y ojos translúcidos que se aferraba al enorme volante de su coche. Pionera en conducción y en verborrea. Gene Kelly -Don Lockwood- le cayó del firmamento, como quien dice, y ella, lejos de hacerle la fiesta, puso el grito en el cielo, avisó a un gendarme y le vaciló como si no hubiera un mañana al irresistible actor de cine mudo.

Se le adivinaba el gesto cínico cuando el galán le colocaba el brazo sobre los hombros y le confesaba sentirse "terriblemente solo". La sonrisa a media asta. Los brazos impertérritos en el manillar. No se dejaba amilanar por la belleza del hombre. Ni por el éxito. Le explicó que creía haber visto sólo una de sus películas -"ya sabes, vista una, vistas todas"-, porque el cine era un dulce únicamente para "las masas". Un espectáculo de tontos.

Salió Gene Kelly del coche, entre el cabreo y la fascinación, y se le quedó pillada la chaqueta en la puerta. Debbie Reynolds reía a carcajada limpia, burlona y descarada. Tenía ese toquecito subversivo, rompedor sin desdeñar en elegancia, que tan bien buceó en los genes de su hija Carrie Fisher. Dos princesas fuera de onda. Leia y Kathy. Todo el mundo a sus puestos. Un sólo día después de que se fuera la cría, ha querido irse la madre. Arrastrar la revolución a otro lado. Reconstruirse icónicas en una galaxia nueva.

Era lógico que Gene Kelly protagonizase una de las escenas más míticas del cine pensando en una mujer como Reynolds. Era comprensible que la besase en la puerta, ella le ajustase los cuellos de la chaqueta y él saliese a la tormenta a sacudirse la alegría. Todos entendimos que renunciase al decoro y al paraguas, que saltase en los charcos, se enganchase a las farolas e ignorase la mirada de desaprobación del policía. Es normal que su amor y su música reconcilien a cualquiera con la vida. Aunque el agua de la grabación estuviese mezclada con leche para hacerse más visible a la cámara. Cositas de la ficción. Reynolds mezclaba en Kathy Selden -adorable secundaria en la metapelícula- la dulzura y la desobediencia. La delicadeza y el orgullo.

Sangre en los pies

Cuando grabó Cantando bajo la lluvia, aún tenía 19 años y vivía con sus padres. Tenía que levantarse a las cuatro de la mañana y cogerse tres autobuses diferentes para llegar al estudio. Como trabajaban 17 horas diarias, a veces dormía allí. Muchos años después, diría que hacer esta película y sobrevivir al parto fueron los dos momentos más complicados de su vida: aguantar a Gene Kelly tenía lo suyo. La hacía llorar todos los días. Se desesperaba porque ella no supiese bailar. La obligó a repetir la escena de Buenos días hasta que a la chica le sangraron los pies. Es de recibo recordar la escala salarial: Kelly ganaba 2.500 dólares a la semana, mientras que Debby Reynolds no superaba los 300.

Es imposible olvidar la expresión de Debbie Reynolds en la escena de la declaración de amor en mitad del escenario, del decorado vacío. "Puesta de sol, bruma de las lejanas montañas, luz multicolor y la dama en el balcón, rodeada de flores", dice él. Ella le contempla, subida a una escalera. "Encuentro toda la dulzura del mundo resumida en ti", canta. "Para mí eres como una melancólica canción... que nunca me abandona. Pero me siento dichoso: te mandaron los ángeles".

Y qué hay de la escena final en la que se descubre el pastel: que Lina Lamont -Jean Hagen- no era la que cantaba. Aunque en realidad, Hagen tenía muy buena voz: era ella misma la que entonaba en las escenas supuestamente dobladas. A Gene Kelly le chirriaba tanto Reynolds que incluso le doblaba él mismo alguno de sus taconeos.

La mayoría de los trajes de Cantando bajo la lluvia fueron después comprados por Debbie Reynolds e incluidos en su masiva colección de ropa y atrezzo cinematográfico. Fue nominada al Oscar a Mejor Actriz por The Unsinkable Molly Brown (1964). Tuvo tres maridos y mala suerte en el amor. Aún no había terminado de preparar el funeral de su hija Carrie cuando llegó el derrame cerebral.

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