En 1988 ETA secuestra a Emiliano Revilla. A los 249 días es liberado. Ningún miembro de la banda terrorista fue detenido, pero cuatro chilenos: René Valenzuela, Ramiro Silva, Gonzalo Boye y Alexis Corbalán, fueron condenados a más de 14 años de cárcel como “autores criminalmente responsables de un delito de detención ilegal”, tal y como recoge la sentencia de la Audiencia Nacional, la misma que les absolvía de la causa por pertenencia a banda armada. Integrantes o simpatizantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, tres de ellos (Ramiro Silva escapó a Chile) entraron en prisión de forma directa y clamando por un juicio que ellos entendían decidido antes de celebrarse.
12 de marzo de 2004. Un día después de los atentados de Madrid, un abogado chileno se presenta como acusación particular contra quien quiera que fuera el culpable de la barbarie. Su nombre no escapa a la prensa que pronto ata cabos. Se trata de Gonzalo Boye, el que fuera condenado por colaborar con ETA que, tras aprender Derecho en la cárcel se ponía al frente de uno de los casos de terrorismo más importantes de la historia de nuestro país.
Boye volvía a la palestra, que ya nunca abandonaría, ya que en los años posteriores se convertiría en abogado de Edward Snowden, en acusación particular contra Luis Bárcenas y en editor de la Revista Mongolia. Para rizar el rizo se ha puesto frente a las cámaras en Boye (estreno el 29 de julio y disponible en el Atlántida Film Fest hasta el 27 del mismo mes), el documental de Sebastián Arabia en el que cuenta en primera persona su historia. Para el abogado su caso fue el de un chivo expiatorio. La lucha antiterrorista tenía que demostrar firmeza fuera contra quien fuera y le tocó a él.
Habla en su contra la sentencia de la Audiencia Nacional, que recoge que él prestó el coche que se usó para trasladar a Revilla al zulo, que conocía el piso donde se encontraba, que cobró dinero que según los jueces pertenecía a ETA y que uno de los acusados le incriminó como conocedor de todo ello. Boye responde en el documental a todas estas acusaciones una por una, igual que lo hace en su entrevista con EL ESPAÑOL, en la que recuerda que “hasta el 11M vivía muy tranquilo porque nadie le reconocía”.
Yo admito que recibí esa cantidad de dinero, pero no es un blanqueo de capitales ni una colaboración con una organización terrorista. Esa es la interpretación errónea que se hace de mi palabra
“Fue un juicio en el que estaba muy claro lo que iba a ocurrir. En el momento en el que Ramiro Silva (el acusado que les incriminó) no aparece en el juicio deberíamos haber sabido que se iba a tomar por buena su declaración”, argumenta desde el despacho de su bufete de abogados. Boye vuelve a enfrentarse a fragmentos de la sentencia reiterando siempre su inocencia: “Yo admito que recibí esa cantidad de dinero, pero no es un blanqueo de capitales ni una colaboración con una organización terrorista. Esa es la interpretación errónea que se hace de mi palabra. Yo no niego que se aportara esa cantidad de dinero, pero estaba consignado en escritura notarial. Era una época en la que todos los pagos se hacían en efectivo”, argumenta y recuerda que entregó la contabilidad de su empresa a la policía sin que esta se presentara luego como prueba exculpatoria.
En la sentencia también se le acusa de prestar el coche con el que se secuestró a Revilla, a lo que él responde diciendo que ese automóvil fue "prestado a Ramiro Silva" para una mudanza y que ni siquiera lo hizo él en persona, sino que fue su madre la que le dio las llaves. "Yo dejo mi coche a un amigo, pero de ahí a terminar condenado como autor de un secuestro hay un trecho muy largo que sólo mucha imaginación puede ayudar a cruzarlo", dice el abogado. Reconoce conocer el piso de la calle Belisana, pero también niega que sus visitas tuvieran funciones de vigilancia: "A mí en su momento René Valenzuela me pregunta ante el boom inmobiliario si en una propiedad concreta se podía hacer un negocio, me da la dirección, voy a urbanismo, veo las posibilidades de terreno y ahí no se podía hacer nada porque no había permiso para edificar en dos pisos y la casa queda tal cual. Vi al casa, dónde estaba, caminé alrededor para ver si se podía hacer algo e incluso fui con un amigo arquitecto y eso lo vinculan con que es la casa donde secuestraron a Emiliano Revilla", argumenta.
No se atreve a poner la mano en el fuego por el resto de sus compañeros, a los que conocía de antes, pero a pesar de todo cree que nunca fue “un proceso con todas las garantías”. “Fui una víctima, sí. La justicia por definición tiene que equivocarse, lo que pasa es que también por definición debería prever mecanismos para rectificar esas equivocaciones”, zanja. Él sabía que René y compañía eran miembros del MIR; pero nunca le dio miedo que pudieran entrar en actividades delictivas. Cuando se juntó a ellos vivían una dictadura en Chile, “y en una dictadura todas las formas de lucha son válidas”. “Nadie se ha cuestionado la legitimidad de la resistencia francesa para la ocupación nazi”, recuerda.
Sabe que haga lo que haga se recordará esta sentencia y se le pondrá la etiqueta de 'colaborador de ETA'. “Cada vez que hago algo se pone en el foco todo. Ayer decían que la revista Mongolia nuevamente se dedica a ofender a los cristianos, y ya en el segundo párrafo dicen que fui condenado a 14 años por el secuestro de Emiliano Revilla, da lo mismo lo que haga, siempre va a estar ahí. Es recurrente ese tema. En España es imposible escapar de esa etiqueta. Mira, yo llevé la representación de víctimas del atentado de la T4 y siguen recordándome como colaborador de ETA, no como defensor de las víctimas del atentado”, asegura con resignación.
De Snowden a Mongolia
En sus años en prisión decidió estudiar Derecho. Quería entender lo que había fallado en su juicio. Revisando todas las pruebas aportadas y la sentencia, él cree que actualmente “habría una condena absolutoria”. “La única prueba no es válida porque no se puede reproducir en el juicio esas declaraciones. Con un agravante más, era un coacusado, por lo que sus declaraciones necesitaban corroboración periférica que no existía. Con los criterios jurisprudiccionales esa sentencia no se hubiera dictado”, dice con seguridad.
En el caso de Mongolia jode el que ridiculicemos determinadas situaciones para llamar la atención sobre las mismas
Después de actuar como acusación en el 11M llegan otros tantos casos de relumbrón, aunque para Boye “son los menos los que tienen repercusión mediática”. Pero ahí está la defensa a Snowden - “un caso que ningún abogado hubiera rechazado” - y la acusación contra Bárcenas. Admite que defendería a un terrorista de ETA, ya que “todo el mundo tiene derecho a la mejor defensa que pueda contratar”, de hecho aclara que han defendido a dos terroristas que han salido absueltos. “Ojo, también les hemos acusado”, subraya para que no queden dudas al respecto.
Habiendo tratado la corrupción, se hace obligado preguntar a Boye por el resultado de las elecciones, en las que cree que “ha podido el miedo a los rojos a la corrupción” y en las que se alegra de la entrada de partidos como Podemos o Ciudadanos, aunque “los dos pretenden ser una cosa que no son”.
La cara de Gonzalo Boye se relaja cuando hablamos de Mongolia, su proyecto editorial nacido “ante el fracaso de los medios impresos” y en el que satirizan y sacuden a todo el mundo con un humor que muchas veces busca los límites. “Claro que estamos testeando los límites, pero también lo hacen otros, y pongo como ejemplo a tu propio director. Tú puedes estar más o menos de acuerdo con él, pero es uno de los grandes referentes de este país. En el caso de Mongolia jode el que ridiculicemos determinadas situaciones para llamar la atención sobre las mismas”, apunta el abogado y editor.
Zapata pasó los límites del buen gusto, sin duda. Me parecieron chistes vulgares y malos, pero de ahí a criminalizar eso hay un trecho muy largo
Entonces, ¿existen límites en el humor para Gonzalo Boye? “Sí, el buen gusto y el código penal”. Una de las dos cosas que cree que no cumplieron los tuits de Zapata por los que dimitió de su cargo en el Ayuntamiento de Madrid. “Zapata pasó los límites del buen gusto, sin duda. Me parecieron chistes vulgares y malos, pero de ahí a criminalizar eso hay un trecho muy largo. Nunca hubiéramos hecho en Mongolia chistes tan malos y de mal gusto. Yo no hubiese dimitido, el problema es que los nuevos políticos tienen poco aguante”, opina sobre la sonada polémica.
Tiene clara cuál es la portada en la que han ido más lejos, aquella en la que una figura de Jesucristo aparecía rodeado de explosivos con un titular incendiario, 'Empieza la yihad': Cuando tengamos problemas va a ser por un tema religioso, los políticos ya se han acostumbrado a que Mongolia puede decir cosas de ellos”.
En su proceso de reinvención, a Gonzalo Boye le queda poco por hacer, aunque hay un caso que le encantaría que llegara a sus manos:
-Me hubiera gustado defender a alguien como a mí en mi situación.
-¿Cree que ganaría?
- Sí.