Antes de la verborrea clásica de una pieza de opinión en la que el que escribe busca el protagonismo que no tiene en otras áreas de su vida, la idea del nombre de este artículo es de mi compañero Javier Corbacho. Una mente prodigiosa que fusionó la obsesión de Lydia Tár por el compositor Gustav Mahler con la clara predilección del personaje por la maldad incontestable e injustificada.
Tras esa aclaración, la que está obsesionada con Lydia Tár soy yo. Necesito saber qué come, cuándo, si detesta las freidoras de aire, si usa cilantro con el aguacate, si también detesta el aguacate y lo considera el equivalente chic de las patatas bravas -es decir, presente en todos los menús habidos y por haber-, si prefiere el café Lavazza o el Kimbo, si es intolerante a la lactosa, si, además de beber agua Voss -noruega y al módico precio de cuatro euros la botella-, también es connaisseur del H2O embotellado, si colecciona cuadros de Jackson Pollock, o de Mark Rothko, si acude a las subastas de Christie's, si su rutina facial consiste en tónicos y cremas de La Mer, si acude a terapia, si se considera una persona empática, si su maldad tiene un punto de partida y un punto final, si se ha leído El arte de la guerra y emplea las tácticas de Sun Tzu para hacer caer a sus víctimas, si cuando acaba la jornada es capaz de mostrar un ápice de emoción, si ha llorado alguna vez en su vida...
Necesito saberlo todo porque después de haber visto Tár es imprescindible que su director, Todd Field, expanda el universo del personaje que ha creado junto a Cate Blanchett como si de un superhéroe de Marvel se tratase. Un Funko Pop, cuatro películas y una serie sobre su infancia. Un documental de sus orígenes. Otro en el que participen sus detractores, es decir, casi todo el mundo. Resulta inexplicable pensar que la historia que Field plasma en la pantalla es ficción, porque nunca algo falso, creado, pareció tan real.
Blanchett está excelsa dando vida a una mentirosa con un trench coat de lana Manteco italiana. Ganó la Copa Volpi en el pasado Festival de Venecia y se aproxima a su tercer Óscar. "Escribí el guion pensando en una sola actriz, en Cate Blanchett. Si hubiera rechazado el papel, la película no se habría realizado", explicó en su momento el director, que llevaba 15 años sin hacer un largometraje.
Todd Field no sólo presenta a un personaje completísimo, sino que, además, te humilla al inicio de la película. No estamos para grandilocuencias porque éstas sólo habitan en Lydia Tár. Nada más entrar a la sala número seis de los Cines Renoir Princesa en Madrid pensé que me había equivocado. Me encontré con nombres y apellidos que se sucedían con rapidez en la pantalla, que lucía un color negro carbón. Miré con cierto desencanto el teléfono para comprobar que estaba donde debía. La intensa luz del móvil molestó a un asistente, que no tardó en increparme y reclamar mi silencio mientras circulaba en una ola de confusión autogenerada. ¿Ha terminado la película?, pensé. ¿Me he equivocado de sala, acaso? ¿Es este el final de la sesión previa y he entrado antes de lo que debía?
Después de cinco minutos de créditos colocados de forma estratégica al inicio del filme -gracias, supongo-, arranca la apoteosis Táresca. Una escena inicial que resume lo que es el personaje de Blanchett: una mujer capaz de hablar durante más de media hora sobre la quinta sinfonía de Mahler, pero que nunca comentaría la meteorología con su compañero de ascensor. Una directora de orquesta incapaz de apreciar el poder de una amplia gama cromática, pero que quedará ensimismada con un bolso Hermès rojo si su portadora es atractiva. Una personalidad obsesiva, grotesca y exagerada que consigue captar tu atención incluso al hablar de temas que no controlas.
Cuando digo que estoy obsesionada no quiero blanquear la actitud de Tár durante la película, sobre todo porque, si algo la convierte en auténtica, es que ese tipo de leviatanes existen en la vida real. Tampoco es necesario que explique que no estoy a favor del acoso que perpetúa durante toda su carrera tanto a sus alumnos como a su propia familia y a sus compañeros de trabajo.
Este no es un artículo en defensa de Lydia Tár, sino uno que intenta explicar por qué no puedo dejar de pensar en lo bien moldeado que está el personaje. En lo interesante que resulta el perfil creado por Field. Una mujer estilosa, fría, déspota, ególatra y calculadora que se convierte en una villana contemporánea. Una directora de orquesta que no ve más allá de su batuta y cuya caída es casi tan grandiosa como su encumbramiento. Si disfrutamos viendo a los ricos llorar y sufrir, Sucession parece una comedia a su lado. Tár es, sin acciones o actitudes extremas, una persona mala que vive por y para sí misma. Su personaje resulta fascinante, en gran medida, porque como espectador no podemos dejar de prestar atención al accidente emocional que se sucede en la pantalla con cada una de sus decisiones.
¿Acaso no resulta gratificante ver cómo, aunque sea en la ficción, los monstruos sociales coyunturales hacen trizas su propia existencia por no tener suficiente con lo propio? ¿Por qué hundir a tu asistenta, secretaria, ¿amante?, cuando puedes acabar emocionalmente con todas las personas que forman parte de tu vida? Si Michael Bay es el rey de las explosiones tangibles e innecesarias, Lydia Tár se corona en las emocionales. Hace estallar todo y a todos. No por los aires, por el suelo, donde pertenecen aquellos que no están a su altura.
No hay nada más nocivo para la autoestima de una persona con altas dosis de esnobismo que terminar siendo la persona menos importante en una sala en la que se respira mundanidad. Para Tár, que incluso reinventa su nombre para alejarse de lo común, acabar trabajando en una convención de otakus y gamers es, sin duda, la peor de sus composiciones. Es como si comprara ropa en Lefties cuando ella solía pasear por la calle Serrano.
Pasar de Berlín, su arquitectura y su orquestrada simplicidad a una isla exótica empapada de sudor y en la que se venden camisetas al más puro estilo 'I love Benidorm' es su castigo. Aunque insuficiente. Después de ser expulsada de la capital germana por motivos que no destriparemos, Tár sigue encontrando trabajo. Todd Field plasma lo que muchos pensamos: la cultura de la cancelación no existe porque los abusadores siempre terminan encontrando su espacio. Encima, sin necesidad de subir su currículum a InfoJobs o de responder a los bots de LinkedIn con ofertas de empresas que tienen toboganes en sus oficinas y café gratis.
Hay muchas Lydia Tár entre nosotros. Personalidades en posiciones de poder que aprovechan su estatus para expandir un terror psicológico con secuelas para sus víctimas y que, pese a todo, consiguen renacer, aunque sea en escenarios inhóspitos y nunca contemplados. Ahí reside la fuerza de la cinta de Field: lo malvado nos rodea y no siempre tiene una imagen esotérica.