"Cuando estéis perdidos en la oscuridad, buscad la luz". Un cartel gigante con un fondo negro y letras blancas acapara estos días las miradas en la Plaza del Callao en Madrid. Está ahí, al igual que otra promoción similar en Barcelona, para anunciar la llegada de la adaptación a serie de The Last of Us, una saga de videojuegos que ya ha vendido 37 millones de copias.
Ese despliegue sirve para dos cosas. Primero, evidenciar la importancia que HBO otorga a esta obra, con un presupuesto cercano a los 100 millones de dólares, pese a que en su base tenga un planteamiento más personal que comercial. Y, segundo, con un disfraz de frase genérica, dar una pista acerca de qué va esta historia que encandiló a tantos jugadores.
Pese a parecer una cita que podría estar sacada de Star Wars o de un centenar de películas más, ese eslogan extraído directamente de la trama muestra contrastes y complejidad dentro de la sencillez. Nada es blanco y negro cuando se habla del ser humano, que es lo que hace esta serie.
En los nueve capítulos que abarcan el viaje de Joel (Pedro Pascal) y Ellie (Bella Ramsey) hay tiempo para explorar ese laberinto antropológico. Son ellos, los protagonistas y los actores que los interpretan, quienes cargan sobre sus hombros la presión de que la serie funcione.
En pocos dramas de este calibre un solo dúo debe responsabilizarse, de manera casi exclusiva y con un reparto poco coral en líneas generales, de que la trama fluya. Ramsey, concretamente, saca matrícula de honor en uno de los exámenes más complicados que va a tener en su vida.
Si bien los dos son personajes con muchas facetas, esa dulzura de Ellie era más difícil de plasmar en una serie con un encuadre más crudo y visceral, resultado de hacer de la experiencia algo más realista en su adaptación.
El punto fuerte no es tanto lo que les sucede, ni el mundo que les rodea, devastado por una pandemia global tras la expansión de un hongo de origen real. Ese trasfondo, si bien está presente, es poco relevante en comparación con los individuos en los que se centran los hechos. Son los encargados de conmover prácticamente en cada episodio.
Cambio de perspectiva
La aparición de otros personajes más allá de Joel y Ellie es trascendente pero esporádica. Casi nunca están ahí para quedarse. Y aun así, algunos de ellos aprovechan su momento para cautivar y añadir su aportación a la melodía conjunta. El ofrecer su punto de vista, cambiando la perspectiva, es uno de los cambios que agregan una importante y agradecida novedad respecto al juego.
Gracias a esta modificación la trama se ve beneficiada. Por ejemplo, se humaniza a los cazadores de Kansas City, un grupo de personas que originalmente era expuesto como villanos sin mucha justificación, lo que no casaba con esa idea que vende el título creado por Naughty Dog de que no hay buenos ni malos.
Los secundarios cuentan con la oportunidad de tocar sus particulares solos de guitarra en esa canción coral, siempre que vayan en armonía con la tesis central y la pareja formada por el contrabandista y la joven a la que escolta.
Los contrastes que nos definen
The Last of Us es una serie ambiciosa que propone muchos temas con estilos variados. Y casi todo lo que plantea lo ejecuta con excelencia y sin recrearse más de la cuenta. Su relato se basa en las disonancias, en exhibir los extremos para entender el término medio.
Los episodios son muy diferentes entre sí y resultan, por momentos, algo eclécticos. A ello contribuye que haya un elenco de hasta siete directores. Peter Hoar, Jeremy Webb, Jasmila Zbanic, Liza Johnson y Ali Abbasi se unen a los creadores de la serie, Craig Mazin y Neil Druckmann, que también se ponen tras las cámaras. Este último es, además, creador del juego en el que se basa esta adaptación.
Cada uno de esos capítulos tiene una duración variable. El primero ronda la hora y media de visionado, mientras que hay otros que se aproximan a los 45 minutos y unos pocos se quedan en una hora casi exacta. Por lo general, se extienden lo necesario para contar lo que quieren. Ni más ni menos. Y, gracias a ello, les da tiempo para todo y para bailar en esa dicotomía que define al videojuego y que aquí se ve bien reflejada.
Hay hueco para el drama, para la acción, y para los cambios de ritmo que hay entre esos dos costados. Los momentos que van uniendo a Joel y Ellie durante su travesía, más calmados, no impiden que los infectados añadan tensión donde ese camino les lleve. Incluso aunque su aparición en pantalla sea escasa, su amenaza siempre está presente. Es un error comparar esta serie con The Walking Dead, pese a que desde fuera puedan parecer semejantes. Los humanos son los que están en el foco, no los zombis.
Se permite ser fiel a la obra original y, paralelamente, desviarse para expandir historias, siempre que sirvan para resolver dudas, aportar credibilidad y hablar de los temas principales que caracterizan a The Last of Us, que buscan hacer reflexionar.
Esa disparidad va de la mano de ese mundo postapocalíptico, pero precioso, en el que la naturaleza y su belleza han vuelto a reclamar las ciudades ahora abandonadas por los seres humanos tras ser destruidas durante lo que fue un auténtico apocalipsis.
Las propias facciones en las que los supervivientes se han agrupado muestran de manera meridianamente clara diferentes enfoques políticos y sociales. Unos más autoritarios y otros otorgando más libertad a sus miembros.
Realismo y cercanía
Son diferentes enfoques, como los que tienen Joel, un superviviente curtido, y Ellie, una joven dura pero con cierta inocencia, que no ha conocido el mundo antes de que el hongo llamado Cordyceps supusiera un punto de inflexión.
En cualquier caso, hay algo imperturbable y que no admite visiones diferentes: la sensación de realismo (una palabra con un significado especial para cualquiera que haya experimentado el videojuego en su dificultad más alta) y de cercanía que hace que todo impacte más y que ha implicado algunos de los cambios en la adaptación.
Como muestras, el hecho de justificar y concretar el salto del Cordyceps a los seres humanos poniendo el cambio climático de por medio y la forma de presentar la pandemia siendo conscientes de lo que conllevó el coronavirus para el mundo.
Las influencias cinematográficas que ayudaron a dar forma al videojuego se dejan notar en la serie, por el tono y por el tipo de drama por el que apuesta. La carretera, No es país para viejos e Hijos de los hombres son las más mencionadas por Druckmann a lo largo de los años. Y tiene sello de autor con la presencia de Mazin, responsable de Chernobyl. El galardonado productor deja su firma al ofrecer pequeñas historias de personas totalmente ordinarias que viven circunstancias extraordinarias.
A nivel visual y auditivo no se queda atrás. Al fin y al cabo el presupuesto está ahí y se nota. Destaca a la hora de la recreación de los entornos, del vestuario o de añadir ese elemento realista pero con un toque imaginario que supone la expansión del Cordyceps. De la banda sonora se encarga Gustavo Santaolalla, ganador de dos premios Óscar. Repite temas de su trabajo en el juego de 2013 e incluye algunos de la secuela, The Last of Us: Parte II. Y, además, aporta novedades que siguen ese estilo minimalista del que siempre hace gala.
La nueva serie estrella de HBO toma un camino distinto al del juego para llegar a las mismas conclusiones. Ha sabido trasladar los personajes, la historia, las emociones y, de una manera más escueta, la tensión de la jugabilidad. El cómputo de todo ello es uno de los mejores elogios que podría recibir. Y en el núcleo esta adaptación deja una conclusión que destaca sobre el resto: la resiliencia humana no conoce límites. Cómo diría Ellie usando una frase de su cómic favorito: "Resistir y sobrevivir".