Iba a empezar este blog diciendo algo estéticamente bonito, de esas cosas que quedan muy bien escritas: que me he visto el docu-reality Dulceida al desnudo, protagonizado por la influencer Aída Domènech (33 años), debido al clamor popular. Porque no paraban de recomendármelo, extasiados y fascinados todos; porque me hablaban maravillas de él. Pero no, no quiero mentir: me lo puse en Amazon Prime Video porque no tuve más remedio. El trabajo manda.
Este pasado miércoles, festivo en Madrid, estaba en casa y decidí que era el momento. Además, todo hay que decirlo, me dije que tampoco era para tanto: son sólo cuatro episodios de una media hora cada uno. Y le di al play, iluso de mí pensando que igual, oye, vete a saber, hasta me entretenía. A los cinco minutos, reflexioné mientras frenaba un bostezo: Dulceida, cariño mío, qué necesidad tienes. La mujer se desnuda sin darse cuenta de que nadie se lo ha pedido. Yo no, al menos.
Con el mundo influencer confieso que tengo mis más y mis menos, pero por mero desconocimiento. Luego también me ocurre que sostengo que en esta era de los docu-realitys todos los famosos se piensan que se merecen uno. Peor aún: todos creen que sus vidas son lo suficientemente interesantes como para merecer algo así. Y lo siento, pero no. En realidad: existen muy pocas vidas de famosos que sean tan, tan interesantes como para plasmarlas en un proyecto audiovisual.
Dulceida no está incluida en esa selecta lista. Este trabajo suyo no hay por dónde cogerlo, así en general. Sólo se salvan, a mi modo de ver, dos momentos especiales y se diría que hasta emotivos: cuando Dulceida habla de la crisis económica que asoló a su familia -reconozco que me emocionó cuando le pide perdón a su madre por no haber estado a la altura como hija al ver escasear los alimentos en casa-, y en el momento en que aborda la muerte de su abuela, en plena pandemia.
Quitando esos dos momentos, el resto se hace bastante espeso y empalagoso. Una chica que se lo ha currado mucho, no lo niego. Que a sus 33 años ha triunfado como influencer, tocado el cielo; que tiene una familia estupenda, unos amigos maravillosos, un equipo trabajando para ella, con su propia agencia de representación. Que la vida le sonríe, a veces hasta el paroxismo. Puede decirse que la existencia de Dulceida se resume en "shootings", fiestas, eventos, vestidos y ropa varia de estreno, flashes, prisas y muchos agobios por no llegar tarde.
Eso sí, Dulceida no es feliz. Al menos, no del todo. ¿El motivo? Su ruptura sentimental con Alba Paul, su expareja. El amor no le sonríe, algo por lo que sufre y no lo pasa bien. "Mi vida está patas arriba y soy un cuadro", es una de las primeras frases que entona en la serie. Si no te parece lo bastante profunda, espera que vienen otras, como estas: "Sólo me importante mi chocho", "No es normal que se me ponga el clítoris como una farola". Se conoce que tiene un problema de salud a ese respecto, y ella lo comparte.
No sólo lo comparte, también le muestra esa parte de su cuerpo a sus amigas en el salón de su casa, para que valoren. Todo muy normal. Reconozco, y perdón si peco de insensible, que esas escenas me parecen de una falta de pudor bestial. A medio camino entre su asistencia a la Fashion Week de Milán y París, Dulceida también se queja, exhausta, agotada, por el volumen de trabajo: "Es que falta que me pregunten por la iluminación", "Eso me pasa por no saber delegar", "Necesitaría 24 horas del día más".
Sostiene la influencer que uno de sus mayores problemas es "estar mal y hacer que estoy bien". Me gusta mucho -y aquí no cabe la ironía- que visibilice Dulceida que hay que visitar al psicólogo. Dejarse ayudar. Eso sí me gusta mucho de la docuserie: las charlas de ella con su psicóloga. En un momento dado, también aborda la ruptura con Alba. No sabría calificar el momento en que reúne a sus amigos en casa para redactar y mandar el mensaje oficial de la ruptura en sus redes sociales.
Su hermano me cae muy bien; también su padre, Salvador. Encuentro que es un señor con un gran sentido del humor. Su madre trabaja con ella en la agencia de representación, y creo que es esa figura clave que hace aterrizar a Aída Doménech. Ese anclaje con la realidad tan necesario.
Ese sentimiento de familia, de unión y piña, también es de admirar. Ojo que en este proyecto también hay espacio para hablar de cosas serias, como el acoso y las amenazas que recibe Dulceida en las redes sociales. Esa labor de concienciación es muy buena, y aplaudo que quiera llegar hasta el final para que esas personas malvadas que se esconden en la red sean capturadas y paguen.
Termina Dulceida al desnudo con el gran acontecimiento de la gala Ídolo, organizada y creada por la propia Dulceida, en la que se premia a los influencers. Concluyo diciendo que, más allá de mi opinión general, Dulceida es una chica que cae bien, simpática y curranta. Amiga de sus amigos -expresión que detesto-, buena amiga, buena hija y buena hermana. Y más expresiones vacuas y bonitas.
Le auguro un gran futuro en este mundo suyo. Eso sí, que para la segunda temporada se espere unos añitos. Si es que ese momento llega.