No es la primera vez que Javier Bardem (Las Palmas de Gran Canaria, 1969) hace de sus cuerdas vocales un elemento extra en su interpretación. Cantó Por el amor de una mujer de Julio Iglesias en Huevos de Oro (1993), de Bigas Luna, y se animó a hacer lo propio en Boca a Boca (1995). Sí es, sin embargo, la primera ocasión en la que entona su voz al lado de un cocodrilo tiktokero y bonachón que enloquece a la generación Z.
En Lilo, mi amigo el cocodrilo, adaptación cinematográfica de los cuentos infantiles a cargo de Will Speck y Josh Gordon, Bardem baila, canta y hace magia 'Borrás'. Aunque no para una actuación en 'Got Talent'. Con camisas estampadas que sólo se observan una vez al año en los festivales musicales y con un prominente bigote, el actor español perfila su versión particular de Juan Tamariz o David Copperfield.
"Se han producido tres cosas seguidas, una es La Sirenita, luego Being the Ricardo's, en la que tengo tres canciones y después ésta", afirma el actor en su entrevista con EL ESPAÑOL. Sus hijos han tenido un "peso importante" a la hora de haber dicho sí a ser el padre adoptivo de un reptil con la voz de Shawn Mendes, pues "todavía no me han visto en la pantalla y para No es país para viejos tienen que esperar un poquito más", ríe pletórico. "Será la primera vez que vean una película mía y eso me hace mucha ilusión", apostilla.
Subirse a una silla, bajar, girarla, mirar a cámara, sonreír, dar vida a una milimetrada coreografía y cantar. Para Bardem no fue nada sencillo grabar los números musicales de la cinta. "El cocodrilo no existía, estaba solo y parecía que me había fumado algo", explica cómico. "A veces pensamos que lo intenso es lo más difícil, pero no". Bardem deslumbra en pantalla. Cada aparición suya recuerda que el mejor cine no tiene que ir ligado a la oscuridad o seriedad.
"No siempre se tiene la suerte de poder hacer una película de Aaron Sorkin y una de un cocodrilo, ¿qué lujo no?", se plantea el intérprete a la vez que rechaza la noción de que los actores consagrados por el circuito académico son aquellos que únicamente hacen papeles de Oscar. "Hay muchos actores de thriller que son capaces de hacer muchas cosas y lo quieren es tener un lugar para poder expresarlas", afirma. "Tengo una película con un personaje y un texto maravilloso, y otra con los compositores musicales de El Gran Showman". Si tuviera que elegir entre una u otra, "hostia, las dos, ¿no?".
"Será la primera vez que mis hijos vean una película mía en pantalla y eso me hace mucha ilusión"
Bardem considera que hay tiempo para todo, y por ende, todo tiene su momento. "Cuando dije que no a Minority Report de Steven Spielberg fue por Los lunes al sol" y porque, afirma, no se veía hablando en inglés. "Si me la dan ahora me lo pasaría muy bien saltando por los tejados". Por la misma razón, "si hace diez años me ofrecen Lilo, mi amigo el cocodrilo te digo, '¡ey, ¿dónde vas?'". Para el actor, no hay nada más serio que "ponerse delante de un equipo y hacer un número musical".
No me pises, que tengo prisa
Ver una película y contestar un WhatsApp se ha convertido en mundano. Resulta arcaico llegar a un sala de cine y no sentirse cegado por la luminosidad de alguna pantalla que se enciende para ver la hora, chequear las notificaciones o abrir Twitter por si algún político de turno la ha vuelto a liar entre 280 caracteres.
En una sociedad consumida por el FOMO (Fear of Missing Out), siglas en inglés que hacen referencia al miedo a perderse algo, el pavor a quedarnos fuera de una conversación nos inunda. No cuentes el último capítulo de aquella serie porque todavía no lo he visto, o mejor, no digas qué te ha parecido para que mi opinión no se vea empantanada por tu juicio personal.
"¿Yo cuándo no tengo FOMO?", se pregunta irónico Bardem. "Intento no tenerlo, tengo 53 años", pero recuerda una adolescencia en la que la vida no iba a 180 por hora. "Podía leer un libro, ver una película, poner un disco… Ahora vamos muy disparados y esa es la parte que me da miedo, lo veo en mis hijos y en los adultos también". El cerebro se ha acostumbrado a recibir una cantidad ingente de información y todo ello repercute en la concentración, en poner el foco en una cosa concreta sin tener la sensación de estar evitando otra.
"Vamos muy disparados, hay estudiantes de interpretación a los que les cuesta leer una obra de teatro"
"Sé por gente con la que trabajo que hay muchos estudiantes de interpretación a los que les cuesta coger una obra de teatro, leérsela y hacer una escena", indica Bardem. "La emoción hay que cocinarla", explica en relación a la impaciencia que nutre nuestra realidad. "Hay que poner el agua a hervir, echar los ingredientes, ponerle sal, subirle el fuego y surge si tiene que surgir… Esto no es Instagram, no es el TikTok", reflexiona. Es precisamente ahí donde el intérprete encuentra un fallo en el sistema, relacionado con "cómo consumimos las cosas y con cómo nos consumen a nosotros".
En lo anterior radica, además, un problema para la supervivencia de las salas y la experiencia comunal del cine. "El exceso de películas o de contenido es lo que puede conducir a un punto de cansancio, de estar una hora buscando algo y al final no ver nada", apunta Bardem. "Ese es el peor de los enemigos", la indecisión, el arriesgarnos a ver un título "sin el miedo a tener que perderme otra cosa", una situación que no ha existido previamente porque la cartelera era más escueta.
"Antes tenías cinco películas, ahora hay que decidir entre 50 y dentro de un mes hay otras 50", indica. "Es horrible". No culpa a las plataformas, "que dan trabajo a mucha gente y hacen cosas cojonudas", más bien al modelo social actual en el que nada es suficiente y todo abruma. Para Bardem, la falta de pomposidad en las promociones de las películas es lo que podría estar conduciéndolas a su propia tumba. "Cuando una película es un evento la atención va dirigida ahí", sugiere.
Lilo, mi amigo el cocodrilo presenta un relato que "no se puede vivir desde el sofá de casa" y que, presumiblemente, hará que todos los niños pidan un reptil cantarín por Navidad.