Varias líneas forman un cuadrado y sus cuatro paredes pueden convertirse en refugio. Salir de los márgenes del confort requiere valentía y poco vértigo, dos sentimientos en los que se mueve Elena Anaya (Palencia, 1975) en Jaula: un largometraje de terror que oscila entre el pavor y la claustrofobia.
El primer proyecto de Ignacio Tatay -producido por Pokeepsie Films, de Álex de la Iglesia-, se construye como animadversión hacia la mirada prejuiciosa. De los otros, de lo establecido. Además, advierte de que en ocasiones el peligro está más cerca de que lo creemos o desearíamos.
La actriz española regresa sin tapujos y con cada vez una noción más clara de quién es dentro y fuera de la gran pantalla.
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Pregunta.- ¿Qué elementos la convierten en una cinta de terror diferente?
Respuesta.- La sensación de asfixia. La mirada del director. Ignacio sigue muy de cerca al personaje de Paula (Anaya) y hace al público partícipe de sus emociones, pesadillas y deseos.
P.- ¿Qué situaciones dan vida a tu propia Jaula, ese espacio donde nada malo ocurre?
R.- Lo que me hace sentir un enorme deseo de no salir a la calle es la falta de educación de las personas. Me parece monstruoso que la gente haya dejado de sentir empatía por sus vecinos, por la gente que es mayor, que no puede cruzar tan rápido como quieren un paso de peatones... La falta de educación y respeto hacia los demás hace que muchas veces no quiera salir.
P.- El personaje que interpretas no cuenta con la credibilidad suficiente en su círculo cercano, pero tampoco ante las autoridades. ¿Se parece a la situación que padecen las mujeres en su día a día?
R.- Paula ha pasado por una situación personal muy dolorosa intentando conseguir un sueño, que es el de la maternidad, y ante los ojos de los demás, que son su red de apoyo, el juicio que recibe es bastante desagradable. Eso también nos pasa en la sociedad, se sacan consecuencias del estado anímico de cada uno sin entrar a mirar a los ojos de esa persona. A veces la gente se aventura a hacer juicios y comentarios, pero quizá es mejor callarse, aprender a escuchar y acompañar desde el silencio.
P.- ¿Hay demasiada violencia gratuita, no justificada, en el cine?
R.- En 30 años de oficio he tenido muchos accidentes rodando, por eso me he vuelto muy maniática, preguntona y exigente. Hasta que las medidas de seguridad no cumplen los requisitos que creo que son necesarios no ruedo. Aún así, siguen pasando cientos de cosas. Respecto a la violencia, da igual en hombre, mujer, anciano o niños. En una persona vulnerable la violencia para mi es intolerable, no la soporto. La violencia gratuita es un motivo suficiente para que no haga una película, de hecho, me ha pasado varias veces. El público es tremendamente inteligente y no hace falta sobrecargar la información y decir las cosas siete veces con más sangre.
P.- 30 años de carrera, ¿eres cada vez más exigente con los proyectos que eliges?
R.- Lo primero que miro es el guion, que es por lo que vas a pedirle al público que vaya al cine. Tiene que estar muy bien escrito. Es horrible cuando los actores nos tenemos que poner a resolver guiones que no están bien dialogados. Y, luego, que a mi personaje le toque hacer algo interesante. A veces es mejor que no haya un personaje femenino si no tiene ningún giro.
P.- ¿Cómo exprimes tus emociones en un plano corto, en secuencias sin apenas guion?
R.- Es importante no ver al actor sacar un alien de dentro. Las herramientas que tenemos para actuar son invisibles, no las puedes entrenar, por lo tanto, se trata de vivir cada circunstancia, cada paso del personaje, sin que se nos note el esfuerzo, que sea sutil. Es maravilloso poder transmitir todo eso con una mirada o gesto.