En marzo de 2018 una pequeña comedia de Fox se convertía en noticia por romper el techo de cristal. Con amor, Simon, la historia de un adolescente en pleno proceso de aceptación de su identidad sexual, era la primera película de un gran estudio en estar protagonizada por un adolescente homosexual. No importaba que Glee hubiera normalizado la diversidad sexual y de género ante millones de espectadores durante seis temporadas: nadie se había atrevido a poner a una persona LGTB en el centro de una película adolescente de vocación comercial por temor a que los espectadores se quedaran en casa. No fue el caso: 66 millones de dólares de recaudación mundial, seis veces su presupuesto, fueron suficientes para derribar una creencia falsa, tal y como había pasado cuando se decía que las historias protagonizadas por mujeres o minorías no interesaban al gran público. La existencia de Simon allanó el camino para una película destinada a hacer historia hasta que, también ella, cayó víctima de la COVID-19.
La comedia romántica dirigida y coescrita por Clea DuVall, una actriz vista en Inocencia interrumpida, Argo y la serie Veep, tenía un diferencial claro: La estación de la felicidad sería la primera película navideña con protagonistas LGTB. Ni siquiera Love Actually, con más de diez microrrelatos en su estructura coral, había incluido un romance protagonizado por dos personas del mismo sexo. En una primera versión del guion había una historia de amor entre dos mujeres. Finalmente, se quedó por el camino, y ni siquiera fue rodado. En los 17 años que han pasado desde el estreno del clásico de Richard Curtis, nadie recogió el guante: todas las historias navideñas -Walmart y Netflix han construido todo un subgénero alrededor de esta temática- seguían siendo un nido de heteronormatividad.
Y entonces llegó la película protagonizada por Kristen Stewart, una de las pocas estrellas de Hollywood en ser queer abiertamente, y Mackenzie Davis, que había protagonizado un clásico lésbico reciente en el episodio San Junípero de la antología Black Mirror. La estación de la felicidad planteaba una situación reconocible, hasta cierto punto, por el gran público. ¿Quién no lo ha pasado mal por conocer a la familia de tu pareja por primera vez, especialmente en un momento tan concurrido y potencialmente tenso como las navidades? A partir de experiencias personales, DuVall proponía un nuevo giro cuando se descubre que Harper, la anfitriona, no ha salido del armario con su familia. ¿Qué dice eso de ella? ¿Y de la relación con Abby? El enredo estaba hecho.
La comida estaba lista cuando, de repente, DuVall se quedó sin comedor en el que servirla. El cierre de los cines en casi todo Estados Unidos obligó a reajustar la agenda. El 20 de octubre Hulu, una plataforma de Disney dirigida a un público más adulto que el de Disney+, se hacía con los derechos de exhibición de la película. La gran incógnita era qué pasaría internacionalmente: Hulu no estaba presente en casi ningún mercado internacional (y, de hecho, finalmente no lo estará: Star ocupará su lugar en casi todo el mundo). En España Sony tenía agendada una fecha de estreno que nunca se cumpliría: el 11 de diciembre. Dos semanas después, la película llegó, casi de tapadillo, a las plataformas digitales con opciones de alquiler y compra, concretamente iTunes, Rakuten TV, Google Play y Microsoft Store.
Lo que iba a ser una película revolucionaria con un estreno multitudinario se acabó quedando en un lanzamiento minúsculo y sin apenas publicidad. Los hambrientos de buen cine navideño -para los que volver a ponerse por enésima vez Love Actually, The Holiday o Solo en casa empieza a ser una experiencia digna de Bill Murray en Atrapado en el tiempo- tenían una oportunidad perfecta para disfrutar de una vuelta de tuerca en un subgénero en el que la innovación no es precisamente uno de sus fuertes.
Los ingredientes de siempre siguen estando ahí (los covers musicales navideños, las reuniones familiares, los escenarios nevados, los reencuentros inesperados). La estación de la felicidad también explotaba su condición de mirlo blanco. El enredo que amenaza con separar a Abby y Harper no es un secreto, una infidelidad o una falta de compromiso por parte de un miembro de una pareja: salir del armario es un paso ritual íntimamente vinculado a la experiencia homosexual, tal y como explica un personaje en uno de los momentos más emocionantes de la película.
DuVal, una actriz y directora que vive fuera del armario desde hace años, se mueve con habilidad al retratar las dudas y los miedos de sus protagonistas. Aunque la audiencia está del lado de Kristen Stewart durante toda la película, el personaje de Mackenzie Davis, que por momentos roza lo antipático, está escrito desde la empatía y el conocimiento de los conflictos que atraviesa su personaje. También se nota la mano de las guionistas (la compañera de escritura de Duvall, Mary Holland, se reserva un hilarante personaje como la ignorada hermana media de la familia protagonista) en el dibujo de John, el mejor amigo gay de la protagonista. Durante años ese tropo legitimó y perpetuó el lugar común de que los hombres homosexuales existían únicamente como complemento a sus amigas heterosexuales, tal y como pasaba en Sexo en Nueva York, El diario de Bridget Jones o La boda de mi mejor amigo. Dan Levy (Schitt's Creek) cumple ese objetivo, pero que sea el mejor amigo homosexual de una persona que también lo es cambia las reglas del juego.
La estación de la felicidad corre el riesgo de ser analizada y disfrutada en función del retrato que hace de la homosexualidad, la relación con una familia conservadora y la experiencia del salir del armario. Sin embargo, la comedia de Clea DuVall es mucho más que eso, consiguiendo ser un encantador recordatorio de lo importante que es verse representado en una pantala y, al mismo tiempo, funcionando a la perfección como película navideña de las de toda la vida en la que, simplemente, las protagonistas son dos mujeres. Se puede ver desde ambas perspectivas. Lo que está claro es que hay que verla.
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