Hay algo en los relatos generacionales que siempre nos llevan directamente a la época en que los vimos por primera vez. Cada espectador tiene una historia diferente con ellas. Es el caso de quien escribe esto también. La primera vez que me encontré con los protagonistas de Física o Química acababa de terminar, al mismo tiempo, mi Erasmus en Holanda y los estudios universitarios. Ese verano de dudas volví al lugar en el que había hecho mis primeras prácticas como periodista: la sección de televisión de un periódico nacional. Semanas después, recibí mi primer encargo para un reportaje de doble página: una visita en exclusiva al rodaje de la segunda temporada de la última serie de moda en España. Pero yo entonces no conocía su existencia más que de oídas.
Tenía tres días para ponerme al día con la serie. Me sobraron dos. La incertidumbre del salto a la vida adulta, el calor del verano en Madrid o, directamente, la adictiva fórmula de Carlos Montero hicieron que las nueve horas de su primera temporada entraran por mis ojos en tiempo récord. Estaba enganchado, una relación con la serie que se extendería a lo largo de sus siete irregulares temporadas y cambios de reparto. Cuando acabó FoQ mi edad estaba más cerca de los profesores que de los alumnos del Zurbarán. ¿Y qué? El corazón quiere lo que el corazón quiere.
Salto a 2020. Acabo de cumplir 35 años (otro momento en el que uno empieza a hacerse preguntas sobre la vida) y de empezar un nuevo proyecto sobre series y televisión cuando reaparece en mi vida Física o Química con un reencuentro, la primera de las apuestas de Atresmedia por explotar la fiebre de nostalgia que ha invadido la cultura pop en los últimos años y que ahora por fin llega a España. Diez años después del final de sus tramas, los alumnos del Zurbarán vuelven a encontrarse por la boda de uno de ellos: Yoli, la zorra poligonera, el corazón de la serie original en la sombra y eje sobre el que se arma esta reunión.
Volver a ver a Cova, Gorka, Cabano, Paula Yoli, Fer, David, Alma, Olimpia, Irene y Jan es como encontrarte otra vez con esos amigos a los que no ves hace más tiempo del que te gustaría reconocer: quieres saber qué ha sido de ellos, te das cuenta de lo guapísimos que están y lamentas no haber tenido más contacto en todo este tiempo.
Física o Química: el reencuentro es la vida. Mejor aún, es la vida pasada por el filtro de la televisión de hace diez años. El guionista Carlos García Miranda y el director Juanma R. Pachón aciertan de lleno al enfrentarse a los dos episodios como lo hubieran hecho en 2011, año en el que la serie se despidió de sus espectadores. En el mejor sentido posible, este reencuentro parece un episodio de Física o Química sacado directamente de otra época: la publicidad encubierta que, de descarada que es, acaba resultando entrañable; los caleidoscopios que hacen un repaso a lo que están haciendo todos los personajes en los momentos finales del episodio mientras suena una canción pop; la aparición totalmente aleatoria de música sintética en mitad de una escena sin venir a cuento; los avances del siguiente episodio plagados de spoilers… Como si la audiencia a estas alturas no fuera un rehén con un síndrome de Estocolmo galopante. Hemos llegado hasta aquí. Puedes estar seguro de que volveremos la semana que viene.
Este doble episodio especial no pretende intelectualizar Física o Química. Ni falta que hace. Hubiera sido una traición al espíritu del Zurbarán y un ataque frontal a la estabilidad emocional de una generación de espectadores que se está enfrentando a la segunda crisis política, social y económica de carácter global en poco más de diez años. Solo faltaría que el regreso de FoQ hubiera intentado ser más que un glorioso fan fiction que se beneficia del paso del tiempo de los actores y de la evolución del lugar de la serie en la cultura pop española.
Los epílogos de Merlí y Harry Potter fracasaban miserablemente al disfrazar a sus actores e intentar hacernos creer que podían pasar por personas mayores con problemas de personas mayores. Aquí no hace falta. El paso del tiempo (repitamos, ¡qué guapos están todos!) de los actores hace ese trabajo y el guión se puede ocupar de lo que es verdaderamente importante.
El reencuentro es una absoluta fiesta de referencias a todo lo que pasó dentro y fuera de las tramas de la serie. Las fiestas petting, las orgías en las casas rurales, el “me quedaría por dentro” de la ausente Úrsula Corberó (No te lo perdonaremos jamás, Ruth, jamás),.. Todos los salseos se mueven con garbo en la frontera que separa lo real y lo imaginado. La divertida vuelta de tuerca de Ciencias o letras, la novela de la profesora de literatura que explota de forma muy meta todos los líos de faldas de la serie, nos permite revivir directamente lo que pasó dentro de las paredes del instituto más cañero de la televisión española. Lo hace desde un punto de vista nostálgico y con las observaciones de una Ana Milán arrolladora que sigue ejerciendo de voz de la conciencia con sus ya no tan jóvenes (ex)alumnos. Su Olimpia era una profesora con alma de tuitera antes de que existiera Twitter. Diez años después, sigue dando caña.
Durante sus cuatro años de emisión en televisión Física o Química recibió críticas y denuncias constantemente por, según decían los que se quejaban, sus tramas gráficas y demasiado adultas. Ahora todo eso es ruido y solo quedan los recuerdos, los personajes y las emociones. Por eso el reencuentro es tan agradecido. ¿Cuánto decís que falta para el segundo episodio? Es para una amiga.