Tengo la impresión de que a Rodrigo Sorogoyen la prensa le ha tratado como al típico alumno al que se le exige más que a los demás porque los profesores intuyen que es un genio. Siempre se le pide más, como si la excelencia fuera lo único que vale. Daba igual que entregara thrillers a los que el 90% de los directores españoles les encantaría poder firmar, faltaba esa chispa de genialidad, con la que demostrara que es algo más que un buen director.
El riesgo con todo esto es que nunca llegue a unas expectativas que podían jugar en su contra. Pero Sorogoyen es un tío ambicioso, que siempre busca ir un paso más lejos. Seguramente a él le daban igual las críticas que siempre le pedían un poco más, pero lo que está claro es que ahora, en su salto a la televisión, ha creado su obra maestra. Vayamos al grano. Su primera serie, Antidisturbios -que se estrena el 16 de octubre en Movistar+-, es la mejor del año hasta el momento. No estoy hablando de series españolas. Es la mejor serie que se ha estrenado hasta esta fecha en 2020. Iré más allá, creo que es una de las mejores y más importantes que se han rodado en la televisión española.
Seis capítulos vibrantes, eléctricos, con un ritmo frenético donde el director demuestra que es un virtuoso de la cámara, pero en los que además, ahora sí, se luce el espléndido guion que ha hecho junto a su colaboradora habitual Isabel Peña. Siempre se les ha reprochado tibieza, o que el género acabara estando por encima de la historia. Aquí no ocurre. Su retrato de los antidisturbios está en el punto exacto. No les juzga en ningún momento, pero quien piense que esto iba a ser un blanqueo a los policías se va a llevar un chasco.
El retrato es desolador, y lo es sin subrayados, sin maniqueísmos. Violentos, incapaces de controlar su ira, algunos con tintes homófobos, y otros con un lado más humano. Importa mucho el retrato de clase de estos policías. No son comisarios de despacho, son curritos. Funcionarios que cobran cuatro duros y que tienen claro que van a cumplir cualquier orden que se les dé.
No hace falta más. No hace falta discursos. Sólo cuatro pinceladas para entenderlo. Eso y verles en acción. Cómo sueltan la porra. Cómo se les ha deshumanizado. No tienen las herramientas necesarias para gestionar esas situaciones, y el estado lo sabe y lo busca. La trama de Antidisturbios coloca a seis de ellos bajo una investigación por una muerte en un desahucio en Lavapiés. Algo que destapará asuntos mucho más turbios. Corría el riesgo la serie de utilizar la excusa: “el culpable es el estado”, pero aquí se afina el tiro. No se exime de su responsabilidad a los policías, pero se muestra cómo son una herramienta del poder. Una trama de thriller con las cloacas del estado como protagonista y un Villarejo que hasta viste gafas y boina.
No hay más que ver el primer episodio para ver el nivel de la serie. Tras una escena brillante en el que con una partida de trivial presentan a la perfección al personaje de Laia (una Vicky Luengo a la que le van a llover los papeles a partir de ahora), todo el capítulo se centra en el desahucio de Lavapiés. Y ahí empieza la dinamita. Sorogoyen fragmenta la acción en cientos de planos frenéticos que dan una sensación de que cualquier cosa puede pasar… Y pasa. La muerte de un inmigrante desata todo y a partir de ahí cada episodio se centrará en cada uno de los protagonistas.
Un equipo de actores que rayan a un nivel altísimo completa la función Hovic Keuchkerian, Raúl Arévalo y Patrick Criado están sobresalientes. Y componen unos personajes desde cada gesto. La forma de expresarse, de moverse, de relacionarse entre ellos van construyendo a cada uno de estos antidisturbios. Toda la serie va creciendo hasta llegar a dos secuencias antológicas. La primera, una carga policial en los aledaños del Bernabéu rodada en plano secuencia que es puro nervio; y la otra, una conversación en un restaurante, cuando cuelgan sus trajes. Una escena en un solo plano, sin cortes, en las que se muestran todas las relaciones de poder entre los personajes y la violencia contenida de todos ellos. Volcanes a punto de explotar.
La lista de momentos épicos podría ampliarse. Qué sutil ese momento en el que el personaje de Laia no sabe ni escribir el nombre del inmigrante al que ha dedicado las 24 horas del día, por no hablar de esa imagen final, cuando veamos el destino de los policías en forma de imagen emblemática que hace que la serie entronque con la realidad. Antidisturbios es una serie enorme, que muestra el gran estado de nuestra ficción y la calidad de nuestros creadores. También es la obra redonda de Sorogoyen, esa con la que no hay discusión y los profesores le ponen la matrícula de honor y dejan de pedirle más.