Empiezo a estar harto de Marvel. Sus superhéroes buenrollistas han colonizado todo. Las salas de cine están monopolizadas por la enésima aventura de Capitán América, la novena de Spider-Man y la cuarta de la reunión de Los vengadores. Si sobra alguna sala será para la competencia de DC y si no para un remake en acción real de un clásico de Disney que -oh, sorpresa- es la dueña de la Casa Marvel.
Como diría mi padre “lo poco agrada y lo mucho cansa”. Todavía recuerdo la emoción con las primeras entregas de Spider-Man dirigido por Sam Raimi, o incluso el primer Iron Man, y la novedad de ver a todos juntos en el primer Vengadores, pero lo de ahora ya es la repetición hasta la extenuación. Los superhéroes se han convertido en una droga para el cine y también para la televisión: Daredevil, Jessica Jones, Arrow… todos con sus series. Y todo antes de que llegue la plataforma Disney+ para retorcer el universo de la casa de cómics hasta que salga su último dólar.
Lo que más me cabrea del Universo Marvel es que se han acomodado. La fórmula es siempre la misma y el riesgo -excepto en contadas ocasiones- es nulo. Lo más parecido a la irreverencia es la ironía de Tony Stark, y no me lo creo. ¿No hay ningún superhéroe que sea un gilipollas?, ¿nadie se va de borrachera un miércoles y llega tarde a la reunión de Los vengadores?, ¿nunca han usado sus poderes para hacer el mal o para vengarse de alguien? Es imposible, sólo Deadpool apostó por la irreverencia, y lo hizo desde Fox, alejado de la marca MCU.
Luego está el tema del blanqueo. Aquí lo que importa es sacar dólares, así que por supuesto la violencia es escasa y siempre hecha ‘cartoon’. Si Hulk existiera en el mundo real y le metiera un puñetazo a una persona le arrancaría la cabeza de cuajo. O habría algo de sangre, algo que nos recordara que sus historias se ambientan en el mundo real. Hay escenas de destrucción masiva pero nunca hay consecuencias, o se habla de ellas de refilón.
En el mundo real, alguien que tuviera ese poder, esa repercusión y a todo el mundo a sus pies sería inaguantable. Serían las nuevas estrellas. Y esa es la premisa de The boys, la nueva serie de Amazon Prime que adapta el cómic de Garth Ennis y Darick Robertson y que producen dos cómicos sin pelos en la lengua: Seth Rogen y Evan Golberg. Ambos iban incluso a dirigir algún capítulo, pero por conflictos de agenda se han quedado como productores ejecutivos de la serie de la que todo el mundo habla por su irreverencia.
The boys no deja títere con cabeza, y su primera víctima es, cómo no, Disney. Su propio planteamiento es un zasca con la mano abierta a la empresa que ya controla casi toda la industria del entretenimiento. Los superhéroes existen y son contratados por una gran empresa que les vende como seguridad privada a las ciudades. Dependiendo de si los ciudadanos son más o menos conservadores asignan a un héroe determinado. Pero no sólo eso, los propios superhéroes se interpretan a sí mismos en taquillazos de Hollywood, venden juguetes con sus nombres, crean parques temáticos sobre ellos y hacen los anuncios de todas las marcas comerciales: ¿les suena? Parece Marvel, pero créanme, no lo es.
El punto de partida ya es tan sangriento que nadie en Disney le hubiera dado el ok. Un chico está con su novia, dados de las manos, cuando algo pasa por encima de ella. Él se queda, literalmente, con sus manos agarradas y la cara salpicada de sangre. Su cuerpo desmembrado flota por el aire. ¿El culpable? Un superhéroe con velocidad extrema que no ha tenido cuidado. A partir de ahí vemos todas las interioridades de estos supuestos héroes. El club donde quedan para dar rienda suelta a sus perversiones, donde el hombre elástico recibe una felación mientras le come la boca a dos efebos, su corrupción y el abuso de poder que ejercen.
Desde el primer episodio The boys se empeña en crear imágenes provocadoras que cumplen su cometido. Ver a un héroe masturbarse (sin que la escena sea explícita) y ejerciendo un abuso de poder sobre una nueva compañera es algo que el cine no cuenta. Tampoco escenas tan violentas. Los creadores han contado que sólo han cortado una escena de todas las burradas que rodaron. En ella se veía al protagonista a Patriota, el más popular de todos, desde lo alto de un edificio vigilando la ciudad, una imagen que se repite en casi todas las películas de superhéroes. ¿La diferencia? Que él se masturbaba y hasta eyaculaba sobre esa ciudad que se había convertido en su objeto de deseo.
Puede que la broma se agote pronto, pero de momento The boys es la prueba de que si los superhéroes existieran serían unos cabrones que realmente pasarían de la gente de la calle. Una élite que va a sueldo y que es la peor versión de nosotros. Una serie ágil, divertida, irónica, con mucha mala leche y una irreverencia que se agradece, sobre todo en verano. Un soplo de aire fresco que la convierten en la serie que hay que ver.