Javier García de Enterría (Madrid, 1961) es espigado como un cigarillo. Mide 1,83 y pesa 70 kilos. Algo más cuando no hay una maratón cerca. "Es pura física: cuanto menos peso tienes que desplazar, más rápido vas", dice. Es catedrático de Derecho mercantil y ejerce como abogado en Clifford Chance. Por las mañanas lleva traje de corbata, pero por las noches lo cambia por unas mallas, una sudadera y unas deportivas. Trabaja 12 horas al día y entrena tres meses al año: los previos a la carrera. Cuenta que su padre, Eduardo García de Enterría, un famoso abogado y jurista que falleció hace tres años, celebraba que Javier descubriera tarde su pasión por correr. De no ser así, quizá habría preferido hacer del asfalto su profesión y dejar el Código Penal a un lado.
Si el mundo fuese una distopía tecnológica como las de Black Mirror y las personas solo fuesen números, a García de Enterría lo describiríamos como aquel que corrió su primera maratón en 2009, la de Nueva York, en 3 horas y 5 minutos. Tenía 48 años y se había entrenado durante tres meses. Raúl, el exfutbolista del Real Madrid, a sus 39 años, corrió este año (2016) por primera vez la carrera neoyorquina en 3 horas y 26 minutos. De García de Enterría diríamos también que su velocidad media es de 4 minutos y 14 segundos, que en la maratón de Chicago de 2015 logró bajar su marca a 2:50 —poco más de lo que dura el metraje de La cinta blanca de Haneke—, que después de correr conmigo 1 kilómetro y 200 metros su corazón bombeaba 74 veces por minuto, y que en la maratón de Nueva York perdió 2.852 calorías (lo que consumiría un adulto en un día). Es el Benjamin Button versión maratoniana: parece rejuvenecer con cada carrera.
El reto
Hasta ahora mi único acercamiento a esta actividad había sido la canción de Beyoncé. "Running, running, running, running; ain't running from myself no more". El reto es entrenarme durante una hora con uno de los mejores aficionados a las carreras en España. Quedó séptimo en su categoría —por edad— en Nueva York y también séptimo de los españoles que corrieron la maratón —cerca de 2.000—. "Es un orgullo para mí, aunque en mi casa me ven como una especie de friki". Fue el primero del grupo de ejecutivos que cada año acude a la carrera neoyorquina: José María Álvarez-Pallete, presidente ejecutivo de Telefónica, Jesús Ansede, directo del BBVA, o Juan Riva de Aldama, consejero de Telepizza.
Quedamos a las 9 de la noche, cuando él sale de trabajar, en el polideportivo de Vallehermoso (Madrid). "Después de la maratón estoy 4 semanas sin hacer deporte, el cuerpo se agota, así que iré a tu ritmo", me dice. Mi ritmo es el de alguien que no corre desde los test de Cooper del instituto y que solo se plantearía hacer una maratón si en la meta le esperase una camada de gatitos a la que tiene que salvar o una bandeja de donuts que resulta ser la última del mundo. Pienso en la comida como recompensa y le pregunto: "Después de entrenar, cenarás fuerte parar recuperar, ¿no?". "Bueno, fruta o un bol de muesli". Sigo estirando mis gemelos, tal y como él hace, mientras pienso en cuántos ingredientes le echaré a la pizza que me comeré al llegar a casa. Cualquier otro final para mi primer día de running me parecería un fracaso.
Comenzamos a correr por la pista del polideportivo. Una vuelta completa supone 1 kilómetro y 200 metros. La velocidad inicial es de 5 minutos por kilómetro. "No vamos mal", me dice. Enseguida mira su reloj, que le marca la velocidad, las pulsaciones, las calorías que quema, el desnivel acumulado... Por poco no te indica el día en que vas a morir. "Ya vamos por los 6 minutos". Qué bajón. "6 minutos y 20". Pizza, pizza, pizza. "6 minutos y medio". Bueno, como la frecuencia del metro de Madrid. "Esto para ti es lentísimo, ¿verdad?", le pregunto. "Sí, pero bueno, no pasa nada". Lo importante es participar, si ya lo sé. Me explica que puedes volcar en internet los datos recogidos en el reloj y ver en qué posición has quedado respecto al resto de runners de tu zona que llevan un reloj igual que el tuyo. "¿Lo sueles consultar?", le digo. "No, solo lo hice una vez y creo que había quedado quinto".
De repente escucho: "Uh, uh, uh, uh". El sonido, una respiración profunda, se acerca por mi espalda y me adelanta por la izquierda como un coche impaciente. Me siento un caracol entre gacelas. García de Enterría se gira hacia mí: "Lo ideal es correr a una velocidad que te permita hablar. ¿Puedes hablar?". "No. Pero puedo asentir y sonreír mientras hablas tú". Hablar mientras mis pulmones me dicen: "Qué 28 años tan mal llevados, tía". Más adversidades, no, por favor.
Acabamos la vuelta a la pista en 7 minutos y 19 segundos. Sus pulsaciones son de 74 por minuto; las mías, casi el doble. Y, por supuesto, no puedo correr más. Descanso y le propongo intentarlo a su velocidad: a 4 minutos por kilómetro. "No sé si serás capaz". Comenzamos y bajamos un poquito de los 4 minutos, pero solo aguanto 300 metros. "Bueno, de velocidad vas muy bien", me dice. Le confieso que me entreno cada mañana cuando veo que se me escapa el metro. "Pues imagínate así pero durante 42 kilómetros", responde.
"Lo que más me gusta es el ciclismo"
García de Enterría dice que se pasa el día, literalmente, en el despacho. Entra sobre las 8:30 y raro es el día que sale antes de las 9 de la noche. "Estoy casado y tengo tres hijos. La ventaja es que ya son mayores, no tengo que bañarlos ni meterlos en la cama". Ninguno de ellos ha heredado su afición al deporte en general y al running en particular. "Van al gimnasio, juegan al fútbol... pero no tienen esa inclinación por los deportes aeróbicos y agónicos que tengo yo. No soy especialmente obsesivo pero sí que desde que eran pequeños les he intentado inculcar los beneficios del deporte. He tratado de reconducirles, pero con escaso éxito".
Nunca había practicado running hasta 2009, año en el que participó por primera vez en una carrera, la de Nueva York. Lo suyo era el ciclismo. "Esa fue la desgracia, entre comillas, porque mi idea inicial era correr una maratón y seguir haciendo ciclismo, pero como me quedé al límite de las 3 horas, dije: 'Tengo que volver para bajar de las 3 horas'. Ya en el segundo maratón logré hacer 2:57". Esa fue su marca hasta que el año pasado, en Chicago, bajó hasta 2:50. Este año, sin embargo, subió a 2:54: "La explicación, al margen de que tengo un año más y ya se va notando, es que el de Chicago es muy llano y el de Nueva York tiene muchos cambios de ritmo, subidas, bajadas... Quería bajar de 2:50, pero fue imposible. Casi me alegro de no haberlo logrado porque así tengo un objetivo de cara al año que viene", cuenta.
A sus 55 años, dice, se aplica una máxima conformista: "Que me quede como estoy". "Mi capacidad de mejora es muy limitada por no decir inexistente", añade. Su discurso suena a cuando Guardiola pedía cautela —y humildad— por si Ceuta o L'Hospitalet le remontaban eliminatorias de Copa prácticamente cerradas. En realidad, el ritual de prepararse para una competición contra uno mismo es lo que le confiere sentido a la carrera. Es el éxtasis tras el sufrimiento, como en los amores tóxicos.
Un deporte "democrático"
"Correr solo lo hago tres meses al año. Y el resto del tiempo no es que esté tumbado en un sofá bebiendo cerveza y fumando, sino que hago mucha bicicleta". Estática entre semana, en un pequeño gimnasio que ha instalado en su casa, y por la montaña o carretera los fines de semana. "Cuando entreno, los meses de verano previos a la maratón, lo hago a horas intempestivas. A las 9:30 o 10 de la noche. Algunas veces, para sorpresa de mi familia, a las 11 y pico. Sobre todo lo hago cuando se aproxima la carrera: me entra la obsesión y no me quiero perder ningún entrenamiento".
Durante este proceso, en el que suele correr entre 50 y 80 kilómetros a la semana, cuida mucho su peso. "No sigo una dieta muy rigurosa. Suelo desayunar muesli o cereales, y ceno arroz con atún, fruta o queso. Intento conseguir ese aspecto de etíope que dicen que es bueno para este deporte", apunta. Reconoce que no bebe "ningún tipo de licor" y cerveza y vino "muy de vez en cuando".
García de Enterría es de los que intelectualizan el deporte. Su discurso, sin ser pedante, está lleno de referencias a lecturas y ensayos. Dice que el ser humano está hecho para correr —quizá por su instinto de huir o su necesidad de cazar— y que este ejercicio está lleno de espiritualidad y ascetismo: "El día de la maratón no es duro porque es la culminación de toda la preparación. Tu capacidad de raciocinio disminuye, no es como con un ejercicio de baja intensidad, que sí que puedes ir pensando o reflexionando. Pero toda esa exigencia supone un reto mental, una especie de lucha contra uno mismo".
—Luis de la Cruz es autor de un ensayo contra el running. Opina que encarna el capitalismo y la ideología individualista: es la competencia llevada al extremo, como en los mercados, pero con uno mismo. ¿Qué te parece?
—No estoy de acuerdo para nada. Es verdad que siempre he pensado que el tipo de deporte que le gusta a una persona dice mucho de su carácter. Una cosa son los deportes individuales, como montar en bici o correr, en los que estás reconcentrado en ti mismo. En cambio hay quienes tienen más inclinación por los deportes de equipo. Probablemente sean personas con una mayor predisposición a socializar. Pero evidentemente, el running es el deporte más democrático que existe por definición: lo puede practicar todo el mundo, económicamente no te exige más que tener unas zapatillas, a diferencia del polo o del golf.
Cuando nos despedimos en el polideportivo, me pregunta: "¿Qué? ¿Te animarás a correr algún día más? Puede ser el principio de una gran afición". Pienso en darle una oportunidad, en cómo podría poner en práctica algunas de sus enseñanzas de runner sin dejar de ser yo. ¿Se le podrá echar muesli a la pizza?
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