Emilia vive en La Rinconada, un pueblo de la periferia de Sevilla, pero desde hace justo un año su mente no se separa de su localidad natal, Monesterio (Badajoz). Este próximo miércoles, 5 de julio, se cumplirán 365 días de la desaparición de su hermana, Manuela Chavero. Ese mismo día pero de 2016 Manuela, de 42 años, salió de madrugada de su casa, situada a las afueras de la población pacense. Era martes. Estaba sola. Sus dos hijos estaban con su ex. Manuela iba en pijama, dejó la luz de la cocina encendida y la televisión en marcha. Tampoco se llevó el móvil, que apareció encima de una mesa. La silla sobre la que se sentaba estaba echada hacia detrás, como si alguien hubiera tocado a la puerta y ella se hubiera levantado a abrirle. La cerradura tampoco fue forzada.
Desde aquella enigmática noche no se sabe nada de lo que le ha pasado a Manuela Chavero. “No descansaré hasta encontrarla. Apenas tengo esperanzas de hallarla con vida, pero he de saber qué le pasó porque le prometí a mi sobrino que encontraría una explicación a la marcha de su madre”, dice su hermana Emilia a EL ESPAÑOL mientras da sorbos a un zumo y fuma un pitillo tras otro en la terraza de una cafetería de La Rinconada.
Un mes más tarde, en agosto del año pasado, desapareció en Galicia Diana Quer. Desde entonces, el caso de Manuel Chavero quedó opacado por el perfil de la joven madrileña a la que se le perdió el rastro mientras veraneaba junto a su madre y su hermana: mujer, joven, de familia adinerada, enfrentada con su hermana, con padres separados... Sucede que determinados delitos, si no hay presión en los medios de comunicación social, no consiguen mayor resonancia y al poco tiempo entran en vía muerta. En cambio, si saltan a la popularidad, toda la maquinaria policial tensa los resortes. Eso sucedió con Diana Quer y, en mucha menor medida, con Manuela Chavero.
Influyen en ello diversos factores, aunque el principal es la capacidad de la familia para movilizar a los medios de comunicación. Elevada posición social, buenos contactos –a poder ser a nivel político– y habilidad o recursos para moverse en ciertos ambientes hace que tengan gran repercusión y se le busque por todas partes y con todos los medios posibles.
"Se vuelcan más, se ponen más medios porque lo ordenan 'los de arriba'. Está bien, pero tiene que haber proporcionalidad en todos los casos", se queja Joaquín Amills, presidente de la asociación SOS Desaparecidos y padre de un joven de 23 años que nunca regresó al hogar.
Al año se producen en España 14.000 desapariciones (el 40% son menores de edad) y la Guardia Civil abre diariamente 14 investigaciones nuevas. Entre 12 y 13 se solucionan en las primeras 24 o 48 horas. Generalmente, son voluntarias y a los pocos días vuelven a casa.
MADRE DE DOS HIJA Y DIVORCIADA
Manuela Chavero es la mediana de cinco hermanos. Delgada, atlética, rubia, aparenta ser más joven de esos 42 años que tiene. Sus padres, ya ancianos, siguen viviendo en Monesterio, de donde procede la familia.
Manuela se divorció en 2015 de su marido, con el que tuvo dos hijos que aún son menores de edad. Una niña de 7 años, Sofía, y uno de 15, Adrián. Ambos estaban con su padre el día que se perdió el rastro de la mujer.
“Desde que desapareció mi hermana –cuenta Emilia- mi madre es una monja en clausura. Le tienen que llevar hasta la compra a casa. Sólo sale para ir a los médicos. Mi padre está fatal. Se le ha complicado la salud. Ya no puede abrocharse los zapatos ni vestirse solo. Se pasa el día diciendo: ‘algún día me muero y me voy sin saber lo que le ha pasado a mi hija’. Mi sobrino lo está pasando mal porque tiene una edad en la que ya es consciente de todo. A la hermana no se le ha contado aún la verdad. La losa que ha caído sobre la familia es muy pesada”.
LA GUARDIA CIVIL PONE LA LUPA EN DOS SOSPECHOSOS
Manuela había pasado la tarde anterior a su desaparición con una amiga de 28 años. Estuvieron en el parque haciendo ejercicio y luego fueron a tomar algo al bar de la piscina de Monesterio. Manuela pidió una Coca Cola Light, su bebida preferida.
Sobre las 11 de la noche, la amiga le dijo que se estaba haciendo tarde y le recordó que a la mañana siguiente tenía cita en Zafra con el abogado de oficio que le iba a llevar los últimos flecos de su divorcio (bienes gananciales, dinero, empresas de su marido…). Poco después Manuela volvió a su hogar.
Manuela vivía en una casa grande a las afueras de Monesterio. Todas las ventanas tienen reja. El hecho de que nadie forzara la puerta y de que ella se dejara la luz y la televisión encendidas hace pensar a los investigadores de la Guardia Civil que fue secuestrada y que ella conocía a su secuestrador.
Doce meses después, las pesquisas siguen centradas en su entorno más próximo. Tras acceder a los datos del teléfono móvil de Manuela, los investigadores averiguaron que la noche de su desaparición la mujer estuvo chateando con Abraham, un chico del pueblo, de 21 años, con el que salía desde hacía un tiempo. Desde entonces, el chico, que está en libertad, es el principal investigado.
“¿Dónde andas, ya no te acuerdas de mí?”, le preguntó Manuela al chico. “Trabajando, cansado”, le respondió él. De los mensajes se deduce que Manuela quería verse con Abraham aquella noche. Pero su novio le contestó: “Me voy para casa porque me duele mucho la rodilla”.
El teléfono de Manuela dejó de tener conexión a las dos menos cinco de la madrugada. Tras su desaparición, un testigo declaró que sobre esa hora había visto a Abraham vestido con una camiseta naranja cerca de la casa de la desaparecida. Más tarde, se desdijo.
En febrero de este año la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil requisó tres coches de la casa de Abraham. El suyo y los de sus padres. Durante semanas buscaron restos biológicos de Manuela o cualquier indicio que pudiera arrojar luz sobre lo que le ocurrió. No hallaron nada. “Creo que ese chico no le hizo nada a mi hermana. Es un buen chaval, algo alocaíllo pero sin maldad”, dice Emilia. “Su madre dice que ya se le ha manchado la cara de por vida. Y lleva razón”.
"ESTÁ MUY RARO ÚLTIMAMENTE"
La Guardia Civil también investiga a otro vecino que vive muy cerca de Manuela y ha prestado declaración como testigo. Emilia cuenta que se trata de un hombre joven cuya antigua novia, extranjera, falleció en un accidente doméstico.
“Ha estado muy implicado en buscar a Manoli desde el primer día”, asegura la hermana. En Monesterio todo el mundo lo señala a él, pero nadie levanta la voz para decir su nombre, aunque sepan que el foco está sobre su cabeza. “Ese chico está muy raro últimamente. Ha cambiado de profesión, ha empezado una nueva vida. Hace cosa de un mes vendió sus tierras y sus animales, se deshizo de todo. Ahora es camionero”.
Entonces, ¿qué falta? “No hay pruebas. A mí la Guardia Civil me dice que siguen avanzando en la investigación. Pero haya sido este chico u otro, faltan las pruebas que lo incriminen. Creo que la UCO ya sabe quién fue”.
¿Piensa que su hermana sigue viva?, pregunta el reportero. “Depende –responde Emilia-. Si alguien pagó a un secuestrador para mandarla lejos, creo que puede estar viva. Si fue algo accidental de aquella noche pienso que ya estará muerta”. ¿Su hermana tenía enemigos o alguien que quisiera hacerle daño? “No, mi hermana le caía bien a todo el mundo”. ¿Y del exmarido? ¿Sospecha usted de él? “No, aunque al principio se le interrogó varias veces. Esa noche, cuando desaparece Manoli, él estaba pegándose en un bar con otro hombre. Tiene coartada”.
Como a Francisca Cadenas, la mujer desaparecida en mayo de este año en Hornachos, a 65 kilómetros de Monesterio, a Manuela también la han buscado por varios montes y en un pantano. Siempre sin éxito. Cada cierto tiempo los vecinos organizan batidas para recorrer el terreno próximo a Monesterio por si se les hubiera pasado por alto cualquier detalle.
En la actualidad, la Guardia Civil analiza un conjunto de huesos que un grupo de senderistas encontró el 7 de mayo en un pinar de Calera de León (Badajoz), a diez kilómetros de la casa de Manuela. Los restos, que aparecieron quemados y machacados, estaban junto a una hoguera “pero fueron trasladados hasta allí desde otro sitio, como por ejemplo un horno”, comentan fuentes conocedoras del caso.
La mayoría era de animales, pero la UCO los ha trasladado hasta el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Badajoz para realizarles un estudio más concienzudo.
“HACE FALTA UN GRUPO ESPECIALIZADO EN DESAPARECIDOS”
Desde la desaparición de su hermana, Emilia participa con la Fundación Paco Lobatón, dedicada a la búsqueda de personas a las que un día se les perdió la pista. La mujer, aunque está agradecida de las laboras de la UCO, cuenta que este grupo de la Benemérita no se puso a investigar el caso de Manuela hasta pasados tres meses.
“Tuve que escribirle una carta al director de la Guardia Civil para pedirle que ellos se hicieran cargo del caso. A la semana siguiente me respondió favorablemente y se pusieron a trabajar. Menos mal”.
Emilia piensa que en España “hace falta un grupo especializado en desaparecidos” porque, dice, “cada vez hay más y muy pocos aparecen, ya sean vivos o muertos”.
Antes de despedirse, la mujer recuerda la conversación que tuvo con su sobrino, el hijo mayor de Manuela, a los pocos días de que desapareciera su madre.
- Tita, yo sé que mi madre no se ha ido, que se la han llevado-, le dijo el chaval.
- Yo te voy a dar una explicación a lo que le ha pasado. Voy a presionar todo lo que pueda. Hasta que no la encuentre no voy a parar.
“Y en esas estoy”, cuenta Emilia. “No sé cómo la voy a encontrar, pero mi sobrino va a saber qué le pasó a mi hermana”. Mientras tanto, la casa de Manuela Chavero en Monesterio sigue precintada. Su enigma, dentro.