Como los hijos de muchos otros comunistas, Julián Caballero Aperador conoció a su padre en la cárcel. Vino al mundo el 28 de septiembre de 1970. En diciembre de ese año, el régimen detuvo a Ernesto, su progenitor, y lo mandó a la prisión de Granada, donde estuvo encerrado 24 meses. Era la segunda vez que estaba entre rejas. Fue su madre la que le llevó allí para que Ernesto conociera a su nuevo retoño. Ahora tiene 47 años y forma parte de una familia en la que el comunismo ha estado presente en las últimas cuatro generaciones. Este domingo están de celebración. Se cumplen 40 años de la legalización del Partido Comunista de España, algo que para él, según cuenta a EL ESPAÑOL, resulta un acontecimiento clave en la historia reciente del país. “¿La legalización del partido? El logro conseguido por miles y miles de personas que se dejaron la vida. Ahora tenemos una sociedad muy distinta de la que conocieron mis antepasados”.
Ahora Julián educa a sus hijos en el comunismo, la ideología que ha mamado desde la cuna. Todo lo que le ocurrió en su casa, aunque no lo recuerda porque era muy pequeño, le marcó profundamente. “El conocer la historia de mi padre a través de los relatos familiares me influyó sin duda en mi condición ideológica”, explica.
En el aniversario de aquel sábado santo, 9 de abril de 1977, EL ESPAÑOL retrata a dos familias completamente comunistas, algo casi genético, hijos de fundadores y represaliados de la dictadura que han perpetuado los valores y la ideología del partido durante décadas. Como un ‘Goobye Lenin’ a la española, la familia de Julián y la de Anabel transmiten a sus retoños unos valores que recibieron de sus padres y entienden como válidos muchos años después de la caída del Muro de Berlín. Unos ideales, dicen, que están más vivos candentes que nunca. Esta es la historia de dos árboles genealógicos comunistas cuyas ramas siguen dando frutos cuatro generaciones después.
El nieto de un fusilado que era fundador del partido
-¿Que qué es para mí el comunismo? Una sociedad que estamos lejos de conseguir y en la que todos podamos acceder a las mismas oportunidades y tengamos los mismos derechos.
La familia vive y ha vivido siempre en el barrio del Naranjo (Córdoba), en la casita del número trece de la calle Santa Flora. Un lugar humilde, de apenas 60 metros cuadrados, servía para acoger a los patriarcas de la familia y a los cinco hijos. El del Naranjo es un barrio tradicionalmente obrero, un terreno abonado en el que siempre han surgido un gran número de miembros del Partido Comunista. Allí fue donde sus padres emigraron desde Villanueva, un pequeño municipio cien kilómetros al norte de Córdoba. Recuerda cómo en la familia siempre fue el ejemplo de la abuela el que hizo a todos tomar conciencia de las cosas. Por ejemplo, a su padre. “Fue la abuela la que nos educó a todos. A mi padre le contaba lo que estaba pasando en España y fue así como tomó conciencia de las cosas”, afirma.
El germen de esos ideales le llegó a Julián en casa, a través de las charlas, de las discusiones, de los encendidos debates familiares. Así empezó a descubrir quién era su padre. Y su familia. Su abuelo Julián, sin ir más lejos, había sido alcalde del Partido Comunista en la localidad de Villanueva de Córdoba. Durante la guerra luchó como guerrillero en la 3ª Agrupación Guerrillera de La ciudad.
“No éramos conscientes de las vivencias y de la vida tan difícil que, de alguna manera, había tenido esta generación que había ofrecido su vida a una lucha por la democracia”. Ahí comenzó a forjar sus ideales. “Al escuchar lo que había pasado con el abuelo empecé a preguntarme muchas cosas”.
Pasó el tiempo y la normalidad llegó a las calles españolas. Pese a las presiones de algunos sectores del ejército más cercanos a los postulados de Franco, Suárez logró que el PCE entrase en el juego democrático.
En 1977 Julián tenía 7 años, y por tanto sus recuerdos de entonces resultan vagos. Con el tiempo preguntó para saber dónde estaba su familia en aquellos días tan importantes. “Ya de chiquitito, mis padres me llevaban a las manifestaciones y a los actos del partido. Recuerdo perfectamente cuando fue el golpe de Estado, el 23-F. Aquel día estaba en casa de mis tías, viendo dibujos animados en la televisión. Me acuerdo de mi padre, reunido aquella noche con la gente del partido; no se sabía exactamente lo que iba a suceder. Más tarde me enteré de que había una lista negra en la que aparecía su nombre”, explica a EL ESPAÑOL. Es uno de esos momentos que guarda intactos en su memoria.
Los Caballero son una familia completamente comunista, de la cabeza a los pies. “De los cinco hermanos de mi padre, tres son del partido, también la tía Dolores y el tío Miguel”. El hermano de Julián no es miembro del PCE, pero como si lo fuera. Y Julián forma parte de la dirección regional en Córdoba. Tiene, además, dos niños, Elena y Julián, de nueve y 12 años, que ya van asimilando el ideario y el estilo de vida de sus precedesores.
Julián y su mujer hacen mucho hincapié en los pequeños, en que sean conscientes de las desigualdades sociales, de los problemas a su alrededor, de cuando falta pan en casa, de las desgracias sociales. Y, por supuesto, les cuentan también las historias de los abuelos y de los bisabuelos, quienes dedicaron sus respectivas vidas al desarrollo del partido y a su resistencia durante los años lentos de la dictadura. “Nosotros les hablamos de la familia, les hacemos ver un poco esas injusticias. Ellos ya van sabiendo por qué pasan las cosas que pasan”.
La huida en bicicleta de Ernesto
Ernesto, el padre de Julián, posee una barba poblada, ojos azules y una templanza inusitada para alguien que ha vivido tantas cosas. Durante toda su vida, además de los cargos en el partido, fue un albañil más, un hombre tan dedicado a la construcción de edificios como a la de su familia y a las estructuras del partido.
El número de carné de Ernesto es uno de los más bajos que existen hoy en día en el PCE. El bisabuelo Julián, el patriarca de los Caballero, fue uno de los fundadores en los lejanos años 20. Todavía fuerte y lúcido, Ernesto, a sus 82 años, cuenta su historia a EL ESPAÑOL. Un relato de idas y venidas, de huidas de la justicia, de reuniones clandestinas, de torturas en la cárcel pero también de alegrías como la que se llevó el 9 de abril de 1977. Aquel día su partido dejó de estar en la clandestinidad.
En cuanto se supo la noticia, Santiago Carrillo no tardó en celebrarlo. Meses antes se había reunido con Adolfo Suárez, quien se comprometió a legalizar el partido a cambio de que el PCE renunciase a reivindicar la República. El día de la legalización, a Suárez le estallaron los problemas. La dimisión del Ministro de Marina, el almirante Gabriel Pita da Veiga, fue solo el ejemplo de las reticencias que había en los sectores políticos y militares de arraigada tradición franquista a esta decisión. Mientras, Carrillo recibía la noticia con buenos ojos: “La noticia me produce la misma satisfacción que van a sentir millones de trabajadores y demócratas en España. Es un acto que da credibilidad y fortaleza al proceso de marcha hacia la democracia. Ahora lo indispensable es que los demás partidos sean también legalizados y que se llegue a una auténtica libertad sindical. La clase obrera y los trabajadores de la cultura van a poder hablar, por fin, en nuestro país, con su auténtica voz”, declaró el líder de los comunistas, ya fallecido.
Ese día, Ernesto estaba en "La Primera del Naranjo", el bar en el que todos los ‘camaradas’ se reunían para organizar el partido en Córdoba, un rinconcito siempre vigilado por la policía secreta de paisano. En los años anteriores siempre habían actuado allí con extrema cautela. Como en muchas otras ocasiones, se encontraba en aquel lugar con otros compañeros del partido. Lo llamaron “el sábado de gloria”. “Nos pilló ahí celebrándolo”, relata a EL ESPAÑOL. Era el mismo sitio en el que le había sorprendido la muerte de Franco un año y medio antes, el 20 de noviembre de 1975. Sonaron los vivas, cantaron canciones prohibidas desde hacía décadas y descorcharon botellas de cava y sidra. Algunos, en aquellas horas, salieron a la calle enarbolando banderas republicanas y del PCE.
En aquel entonces, 40 años después de nacer, toda su vida le pasó por delante. Recordó los peores momentos y tuvo la certeza de que ya no iban a volver. Fue una sensación similar a la que experimentó con la muerte de Franco: una suerte de liberación. Como si volviera a estar en aquel bar, recordando tantas cosas, nos cuenta su historia. Un proceso, dice, refleja lo mucho que costó alcanzar ese momento de liberación.
La gran familia comunista cordobesa
Ernesto relata algunos de los pasajes más tristes de su vida. Era el año 1960 cuando volvió a Córdoba desde el pueblo de Villanueva. El Gobierno comenzó a perseguirle y no tuvo más remedio que huir, dejando por un tiempo atrás a su mujer, a su barrio y a su familia. Allí ya no estaba seguro. Se había convertido en un personaje demasiado conocido. Emprendió una descabellada huida rumbo al exilio, por Francia. Sin embargo, antes tenía que pasar por Madrid. Y para llegar tomó una decisión insólita. Hizo el viaje desde Córdoba en bicicleta.
“Esos cuatrocientos kilómetros los hice en tres etapas. Primero, llegué hasta Andújar. Al día siguiente, hasta Tembleque, hasta el pozo del tío Raimundo. Allí vivían unos miembros de la familia que me atendieron muy bien. El tercero ya estaba en Madrid”.
A partir de ahí todo resultó un poco más sencillo. La dirección del partido le sacó a Francia con un pasaporte falso. Ya en el país vecino, entró en contacto con los principales personajes del partido en el exilio: se vio con Carrillo, con Semprún… Todos ellos ponían sobre la mesa la necesidad de reorganizar el partido en distintas regiones de España. Entre ellas, Córdoba. Y para eso pensaron en él. A los tres meses de su salida, Ernesto volvía a entrar en España por la frontera pirenaica. “Volví para montar de nuevo el partido. Tenía miedo, eso es así. Pero luego lo piensas en frío, y lo que tienes que hacer, lo haces".
La vida de Ernesto cambió cuando le detuvieron en el año 66. Tras un lustro perseguido por las autoridades, le cazaron en Barcelona. “Hice un viaje a París para reunirme con la dirección del partido, y al regreso, tuve que conectar con un camarada. Nos detuvieron a los dos”. Le metieron en La Modelo. Después en Carabanchel, compartiendo celda con Marcelino Camacho, el histórico fundador de Comisiones Obreras. “Íbamos los dos esposados en el mismo camión”, recuerda. “La comida era horrorosa. Teníamos la suerte de contar con los del partido que estaban fuera de la cárcel y nos pasaban dinero y comida”.
En los cinco años vividos de celda en celda, pasó por todo. “Me torturaron, no como hacían veinte años atrás, pero me torturaron. Te tenían 75 horas en la comisaría y en ese tiempo trataban de que revelaras lo que hacías, a qué te dedicabas en el partido; querían que delataras a tus compañeros. A mí me pusieron de rodillas sobre chinitas pequeñas. Me quitaban los zapatos y luego me pegaban con la regla en las plantas de los pies; me apretaban las esposas, me pegaron puñetazos hasta romperme la barba”.
Pese a todo, dice, siempre vale la pena: “Los dolores se te pasan, pero si tu entregas y delatas a tus camaradas, esa vergüenza y esa deshonra es para siempre, para toda la vida. Me siento orgulloso porque por mí nadie ha ido a la cárcel”.
Años después, en la misma casa ocupada por la familia desde hace décadas, los pequeños Elena y Julián escuchan atentamente las charlas y las anécdotas de la vida del abuelo. El ejemplo cunde y permanece en su memoria.
Anabel no va a misa desde los 13
Anabel Sesgado, su hijo y sus antecesores son los otros protagonistas de esta historia. Cuando cumplió 13 años, Anabel le dijo a su madre que nunca más iría a misa. Es de los primeros recuerdos que tiene de adquirir una conciencia parecida a la que se respiraba en su familia materna, natural de Fuenteovejuna (Córdoba). “Más o menos, fue lo que hizo mi abuelo. Él a los ocho años le dijo a su padre que era ateo, que ya no creía en dios”, explica a EL ESPAÑOL.
Ahora Anabel tiene 44 años, es madre soltera, abogada, lleva la defensa del caso de la Corrala Utopía, vive en Getafe y tiene un hijo que acaba de cumplir los cinco años y al que le educa en los valores de su madre, de sus abuelos y de sus tíos. Lo lleva con ella a manifestaciones y a los actos del partido. “Le educo en estos valores, porque no tengo otros. Le voy a educar en los míos, y me he dado cuenta de una cosa. Hay una crítica de la sociedad, lo notas, cuando le llevas a una reunión, a una manifestación. Pero nadie dice nada si llevas a tu hijo a misa. Los valores del sistema están benditos. El sistema, además, está educando desde el minuto cero. Se bautiza a los críos desde el minuto cero. Que tu le lleves a tus cosas, que transmitamos nuestros valores se pone en cuestión. Pero le educo en esos porque no tengo otros. Son los que a mí me enseñaron”.
Anabel recibió las ideas del comunismo desde su familia materna. Su abuelo, su abuela, su madre y su tía, todos ellos procedían de Córdoba y todos ellos formaban parte del partido. Ella pasó su infancia entre Galdakao (Vizvaya) y Haro (La Rioja), que era donde a su padre, albañil destinaban en el sector de la construcción. El único que no tenía esas ideas era su padre; era, según cuenta, más bien de derechas, pero el amor no entiende de ideologías. “Aun y todo, encantada de tenerle como referencia en la vida”.
En su familia hay un largo historial de represaliados durante la dictadura por militar en el PCE o por sostener sus principios. A su bisabuelo se lo llevaron en un camión durante la guerra y ya nunca volvieron a saber de él. Su abuela, cuando volvió al pueblo al terminar la guerra, fue al ayuntamiento a preguntar por la desaparición de su padre durante la contienda, a quien ya daba por muerto. Siempre cuenta que “solo” la castigaron rapándole la cabeza, rociándola con aceite de ricino y encerrándola seis meses en la cárcel. El tío Gerónimo estuvo preso en el penal de Burgos en la época de Marcos Ana, dice que durante 25 años. Su primo José María, pese a tener un hijo con poliomielitis, salía a la calle a pegar carteles y le tocaba correr delante de los grises. “Pero le alcanzaban pronto y el pobre sufrió muchas palizas. Yo le recuerdo contándolo”.
Después, ya en la democracia, tanto ella como su hermana May continuaron la tradición de la familia al entrar en las Juventudes Comunistas de España. Este sábado, ella y su hijo pasarán el día con el partido. Lo cerrarán con una manifestación. El domingo, cuando se conmemora el aniversario, reposarán junto a la familia y los amigos.
-¿Qué significa la palabra comunismo?
-La solidaridad de los pueblos.
-Su historia tienen también páginas muy negras, buena parte de ellas durante la URSS ¿Qué le parece eso?
-Que la historia ha demostrado que tenemos mucho que agradecerle y que aún no somos conscientes del sufrimiento que ha provocado en el mundo su pérdida. Los errores en los grandes proyectos colectivos tienen también grandes consecuencias. Aprendamos, no olvidemos y sintámonos orgullosas solo ya por intentarlo.
En el siglo XXI, el comunismo todavía vive. Y siempre, siempre que puede, Anabel cita al Che: "La lucha sigue".