Una tarde de mayo Juan Fernando Ramón, de 46 años, fue a recoger a su hija Paula al psicólogo para llevarla a casa. El especialista, al verle, le pidió que subiera a la consulta. Quería explicarle por qué la mediana de sus tres hijas estaba rara desde hacía unos meses:
- A Paula no le pasa nada. Simplemente Paula no es Paula, se llama Pau, y no es tu hija, es tu hijo.
Al guardia civil, responsable de la oficina de atención ciudadana de Montijo (Extremadura), se le cayó el mundo encima.
- Pau es transexual, pero no se atreve a decírtelo porque teme que en casa no le aceptéis.
“Me puse a llorar y pensé por qué me está pasando esto a mí… Le pregunté a mi hijo que porqué no me lo había dicho antes, me dijo que le daba miedo. No pude articular más palabra, se me hizo un nudo en la garganta y mis recursos se bloquearon”, cuenta Juan Fernando a EL ESPAÑOL aún con emoción. Hace dos años que ocurrió esta escena. Desde entonces la vida de este guardia civil con 25 años de profesión a sus espaldas ha cambiado por completo.
“Pau y yo nos abrazamos y lloramos juntos... Recordé que dos días más tarde era la comunión de mi hija pequeña, ¿cómo iba a decirlo en casa si yo no me lo podía creer? Le dije a Pau que a mamá no le diríamos nada de momento”.
El día que el psicólogo le explicó a Juan Fernando quién era su hija de verdad, empezó a comprenderlo todo: Paula nunca quiso jugar con muñecas, prefería los balones, las escopetas. Llevarla a comprar ropa era una pelea -su padre no la recuerda más que con chándal- hasta tal punto que el día de su comunión tal y como salía de la Iglesia se iba quitando el vestido. “Me disfrazáis, decía, pero nosotros no entendíamos nada. Usaba el masculino para referirse a sí mismo y de pequeño decía que tenía pito, le corregíamos, ahora lo pienso y me duele en el alma, porque intentábamos reconducirla para que se portara como una chica”.
Ahora, “miro para atrás y me doy cuenta de que él iba dando señales, pero ni su madre ni yo las veíamos”.
“Al primer transexual que conocí era mi hijo”
Juan Fernando y su mujer nacieron y viven en Torremayor, un pueblo rural de la provincia de Badajoz con apenas 1.000 habitantes. Él decidió comenzar la carrera militar para huir del campo de la vida “penosa y poco gratificante” que su familia había tenido durante generaciones. Su familia y él vivieron un tiempo en Madrid, estuvo destinado en la cárcel de Navalcarnero en Madrid, pero su mujer, auxiliar de enfermería, estaba en Atocha el 11 de marzo de 2004. Ese día todo volvió a empezar, agarraron las maletas y a sus hijas de dos y cuatro años y volvieron al pueblo.
Hasta aquella tarde de mayo Juan Fernando no había tenido ningún amigo homosexual y mucho menos había conocido a un trans. “Cuando salí de la academia en 1993 nos enteramos que un compañero de promoción manifestó más tarde que era transexual y lo expulsaron del Cuerpo porque por aquel entonces era un trastorno de la identidad sexual. Fíjate, después salió hasta en Interviú, pero yo entonces no sabía nada”.
Le conté a un artesano del pueblo que Pau era un chico y que yo no sabía qué hacer. Me dijo que sólo tenía una opción: apoyarle
Por las mañana Juan Fernando se pone el uniforme, la corbata y el tricornio y se va al Cuartel de Montijo. Por las tardes lee, toca el saxofón y se dedica al activismo, escribe artículos, va a la televisión pública extremeña, habla por la radio, se reúne con otros padres que están pasando por el mismo proceso que él, habla con chavales que están en pleno tránsito y da charlas en los colegios de la zona, todo sin quitarse su uniforme.
“Cuando nos enteramos de que Paula era Pau, él y yo tuvimos un encuentro con el responsable de la Fundación Triángulo, una organización sin ánimo de lucro que lucha por la integración de gays, lesbianas, bisexuales y trans, con tiene sede en Extremadura. Venía como asustado porque yo era guardia civil y yo había ido al psicólogo a cuestionar el diagnóstico que había hecho. Después se dio cuenta de que yo era una persona tolerante, pero necesitaba comprender qué estaba pasando. Me ayudaron mucho, me recomendaron ver un documental y me explicaron que había mucha gente como él, que no era nada extraño… Pero para mí hubo un momento crucial. Un día le conté a un artesano del pueblo, que es muy bruto, que Pau era un chico y que yo no sabía muy bien qué hacer. Se quedó callado, me miró fijamente y me dijo que yo sólo tenía una opción: apoyarle, que para eso era mi hijo”.
De Paula a Pau
Un año antes de que Juan Fernando sintiera que el mundo se le venía encima, Paula, que ahora tiene 15 años, comenzó a hacerse preguntas: “Al principio pensé que era homosexual por la ropa que me gustaba vestir, pero enseguida descubrí que no era eso… Pasé por un proceso psicológico muy duro donde tenía que pensar mucho… ¿Era transexual o era un capricho?”, recuerda Pau a EL ESPAÑOL. Un día se encontró con un vídeo en Youtube donde un chico contaba cómo se había dado cuenta de que era trans y cómo había transformado su cuerpo hasta que correspondiera con quien realmente era. Entonces Paula “se sintió identificado” y supo “ponerle nombre” a lo que le pasaba. Era transexual. Por fin pudo respirar tranquilo.
Desde que tiene conciencia sabía que “algo no encajaba”. Define su infancia como “feliz” porque “hasta cierta edad no tengo recuerdo, pero desde los siete años se metían conmigo, sufría bullying en el colegio. Me llamaban marimacho. Aunque aquellos insultos me ayudaron a ser más fuerte”.
Yo tenía muchas dudas, pero él lo tenía muy claro, me habló de la diferencia entre el sexo y el género. Yo alucinaba
“Ahora sé quién soy”, explica Pau. Agradece que sus padres hayan sido “tan abiertos” y que no le hayan hecho sentir “sensación de pueblo cerrado”. Esta felicidad ha costado dos años y muchas lágrimas. “Ha merecido la pena, a partir de que me lo dijo comenzamos a conocernos de verdad”, cuenta Juan Fernando. Desde aquella tarde de mayo padre e hijo comenzaron a pasear juntos todos los días. ”Mi mujer me decía que vaya manía nos ha había dado a los dos con los paseos, pero es que yo necesitaba saber si estaba equivocado, si sólo eran dudas, si era un error… Pero él lo tenía clarísimo, me habló de la diferencia entre el sexo y el género, me explicó que había mucha gente así y que conocía testimonios de personas que ya habían hecho el tránsito. Yo alucinaba”, recuerda Juan Fernando.
Un día Pau llegó a casa y su media melena había desaparecido, se había cortado el pelo como un chico y su madre puso el grito en el cielo con el cambio. Entonces se lo contaron. “A mí mujer le costó mucho, mucho. Hay que tener en cuenta que uno ya se ha hecho cargo de la identidad de su hijo desde el momento en que en el embarazo le dicen el sexo, vas creando unas expectativas, pero si un día de repente eso cambia, tus ideas se desploman, es un choque”, reflexiona Juan Fernando. Sin embargo, señala, que el cambio para las hermanas fue muy natural. “Pensaba que habría rechazo, pero fue increíble, ellos siempre han estado muy unidos y de alguna manera sabían que él sido siempre así, de hecho a ellas les costó menos que a nosotros comenzar a tratarlo en masculino”.
Un activista con tricornio
Ver a un guardia civil dando una charla sobre LGTB fobia no debería resultar extraño, señala Juan Fernando, porque hay que luchar contra este acoso como contra cualquier otro tipo, aunque con la diferencia de que primero hay que luchar contra el desconocimiento, afirma. “La gente conoce la homosexualidad pero la transexualidad no la comprenden bien, y uno acaba por temer a lo que desconoce”, reflexiona.
Su lucha por los derechos de los menores transexuales comenzó fruto de su propia experiencia pero pensando en el futuro: “Mi hijo ahora es feliz pero hay muchos otros que no. Comienzo a hacer activismo porque me doy cuenta de que esta realidad genera muchísimo sufrimiento y digo: ¿Qué hago Dios mío? ¿Voy a consentir que ninguna persona sufra por su orientación sexual o por su identidad de género? Estamos en el siglo XXI, joder. Así que me armo de valor y me pongo a dar testimonio, con el convencimiento de que no es la maldad de los malos la que no cambia las cosas, sino la indiferencia de los buenos”.
La historia de Pau y Juan Fernando ha llegado incluso a la Asamblea de Extremadura, donde han intervenido ambos para contar las dificultades e injusticias con las que se han ido encontrando. Después de mucho pelear han conseguido que Pau tenga su verdadero nombre en el DNI -hasta hace unos meses le daba vergüenza enseñarlo- pero “porque nos ha tocado una jueza muy comprensiva y hemos tenido mucha suerte, hay otros que no quieren”, afirma Juan Fernando.
Pau empezó el proceso de hormonación con 14 años por decisión propia y con el consentimiento de sus médicos y sus padres. Lo primero que le cambió fue la voz y la distribución de la masa corporal. “Me gustaría quitarme el pecho mañana mismo, pero mis padres me han pedido que me espere a que sea mayor de edad y les voy a hacer caso”, cuenta Pau. Los cambios físicos han conseguido que por primera vez en sus 15 años se reconozca, ya que hasta que no comenzó con el tratamiento hormonal no se había sentido agusto con su cuerpo: “Desde que empecé a desarrollarme nunca me desvestí delante de un espejo”. Para él la llegada de la regla fue algo “traumático”. “Cuando la vi no sabía qué hacer, me puse muy nervioso”. Los álbumes familiares están llenos de fotografías con Pau de espaldas, no quería verse.
La mayoría de la población se ha posicionado en contra del autobús de Hazte Oír, lo que nos enseña que somos más tolerantes de lo que creemos
Este proceso le ha permitido a Pau ser más extrovertido, presumido y feliz, aunque en Extremadura hay desabastecimiento de este tipo de tratamientos en la sanidad pública desde diciembre de 2016. “Nosotros tenemos la suerte de que podemos permitirnos pagar de nuestro bolsillo la hormonación, pero ¿y los que no pueden qué hacen? Como sociedad nos tenemos que hacer cargo de la realidad de los transexuales, las instituciones no pueden legislar y olvidarse, que es lo que están haciendo ahora”, explica Juan Fernando. “Es importante que se hable, ya no sólo pensando en Pau, hay mucha gente sufre esto a diario”.
¿Aunque se hable mal como con Hazte Oír?
“Pues sí, porque aunque un sector, muy pequeño, de la sociedad lance una campaña que incite a la discriminación, la inmensa mayoría de la población se ha posicionado absolutamente en contra y eso nos hace ver que en realidad somos mucho más tolerantes de lo que creemos, aunque nos falte aún por comprender que el género no se encuentra entre las piernas, sino entre las orejas.
Quizás yo no sea un modelo de católico tal como proclama la asociación, pero como padre de un menor transexual me siento muy orgulloso de él, de su integridad y de su tolerancia y de haberme enseñado que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio y que prefiero al Jesús que preguntó a la mujer adúltera que dónde estaban los que te condenan, que al Dios rogando y con el mazo dando que predican, si bien más que un mazo, ahora sea un Yunque”.
Pau dice mientras sonríe que esto le ha cambiado la vida. “No sólo ha sido una liberación, ha sido un modo de hacerme mejor persona, más humano. Mi relación con mis padres también ha mejorado, pero es cierto que yo he tenido mucha suerte con ellos y no todos la tienen”, dice el guardia civil.
¿Y ahora, qué vas a hacer?
“Estoy grabando un corto sobre una niña que descubre que es un niño. Me gustaría que la gente viese a los trans como algo normal, que no los viese como algo malo. Quiero ayudar a los demás niños que se han sentido como yo, quiero ayudar, como ayuda mi padre”.
Ciudadanos de segunda
Juan Fernando y Pau forman parte de Chrysallis, la Asociación de Familias de Menores Transexuales, que surgió en un momento donde "la sociedad no contemplaba la posibilidad de que la infancia trans existiera", explica Natalia Aventin la presidenta de la organización. Hoy gracias al trabajo de las familias España es consciente de esta realidad, aunque Aventin avisa que el pasado en el que estos menores no existían es "muy reciente, hablamos del año 2013".
Queda mucho por hacer y alerta la presidenta de que todavía "no hay suficiente información porque prevalece esta idea de que hay que seguir un proceso de etapas creando a veces sensación de incomprensión entre las familias y sus hijos o hijas". Sin embargo, desde Chrysallis señalan que no hay que presupone que hay "homogeneidad" entre los casos cuando hay que concebirlos de manera individual.
La lucha de los padres y madres porque sus hijos no sean "ciudadanos de segunda" es continua e incluye un "abanico amplio de actuación, apoyar a las familias, trabajar por conseguir una legislación, apoyada en derechos fundamentales, que proteja y garantice los servicios públicos en igualdad de condiciones con las personas cisexuales, teniendo como premisa la autodeterminación de la identidad sexual y la despatologización de la transexualidad. También tenemos por objetivo el visibilizar esta realidad, informar a la sociedad y defender los intereses de nuestras hijas e hijos, incluso por vía judicial", señala Aventin.
Respecto a la polémica de Hazte Oír la presidenta señala que "nuestra labor muchas veces consiste en sortear barreras y esta ha sido otra más". "Con las campañas de sensibilización que habíamos realizado desde fin de año, junto al impulso mediático recibido hemos crecido mucho, unas cincuenta nuevas familias asociadas, atender las necesidades de las nuevas familias y continuar con la actividad cotidiana nos preocupa más que la opinión de un sector extremista de la sociedad", concluye.