Hajar Koudar tiene 18 años pero ya piensa en el día en que muera. Le gustaría que su cuerpo fuese repatriado a Jerada, un pueblecito de Marruecos en el que vivió hasta los siete años. Piensa en cerrar el círculo donde comenzó todo: el hospital en el que nació está enfrente de un cementerio en el que querría ser enterrada. "Me parece una metáfora perfecta de lo que es la vida", dice. Del útero a la tierra.
No es solo una cuestión de regresar a la patria. Hajar lleva más de la mitad de su vida en Murcia, pero desea seguir el rito funerario islámico paso a paso y sabe que en España no es fácil. "Lo ideal es ser enterrado en tu país de origen, por eso la mayoría de musulmanes vuelven a donde nacieron". Es habitual que al llegar la vejez, los musulmanes retornen para morir. "La mayoría de musulmanes que conozco han vuelto a Marruecos para ser enterrados allí. También sé de cuerpos que han sido repatriados. A un funeral islámico en España nunca he ido", apunta Hajar.
En España hay casi dos millones de musulmanes, según un estudio demográfico elaborado por la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE) y el Observatorio Andalusí (diciembre de 2015). De esos dos millones, 23.000 son personas que han abrazado la religión en la edad adulta: españoles que se han convertido al islam.
Para todos ellos hay en total 27 cementerios: o bien lugares completamente disponibles para el culto islámico o, en su mayoría, camposantos que tienen un pequeño espacio reservado para ellos. Algunos están situados en comunidades como Baleares, Asturias, Cataluña, Extremadura, Cantabria o Comunidad Valenciana. Según el acuerdo de cooperación entre España y la Comisión Islámica (ley 27/1992), se debe reservar espacios en los cementerios para entierros islámicos: "Se reconoce el derecho a la concesión de parcelas reservadas para los enterramientos musulmanes en los cementerios municipales, así como el derecho a poseer cementerios islámicos propios". La muerte como último paso de integración de la comunidad extranjera.
Sin embargo, los únicos en los que se puede seguir el rito funerario según dicta el Corán están en Andalucía (ocho en total), y se permite mientras no suponga un riesgo para la salud pública, como sería en el caso de cadáveres con cólera. El rito dice que los cuerpos deben ser enterrados directamente en contacto con la tierra, costumbre incompatible con la ley mortuoria del resto de comunidades autónomas, que exigen el uso de féretro. "De ella os hemos creado, a ella os devolveremos y de ella os haremos surgir de nuevo", dice el Corán.
"Entiendo que en España se hagan las cosas de una manera diferente, que no es por no respetar nuestra cultura, sino que las leyes aquí son así", explica Hajar Koudar. Y añade: "Solo que eso nos obliga muchas veces a repatriar los cuerpos a nuestros países de origen, y los que nos quedamos aquí [en España] no podemos visitar sus tumbas".
Algunos de los cementerios islámicos que existen fueron creados durante la Guerra Civil, según un informe del Ayuntamiento de Madrid sobre las necesidades mortuorias de los musulmanes. En el de Griñón fueron enterrados los miembros de la Guardia Mora de Franco durante la dictadura, pero muchos otros no fueron usados hasta los años 80, cuando los musulmanes comenzaron a reivindicar el derecho a enterrar a sus difuntos según la tradición islámica. Así ocurrió en el camposanto de Griñón, cuyo terreno pertenece a Defensa pero está gestionado por el consulado marroquí: "Cada fallecimiento de un ciudadano marroquí de confesión musulmana tiene que registrarse por el consulado. Todo este proceso encarece el coste del enterramiento. Para estos casos, existen dos cámaras en donde se guardan los cuerpos gratuitamente en la mezquita de la M30", apunta el informe del Consistorio madrileño.
Este camposanto funcionó al margen de la ley hasta que en 2014 el ayuntamiento de Griñón, siguiendo las normas sanitarias, ordenó el uso de bolsas estancas o ataúdes de cinc dentro de fosas revestidas de hormigón.
Según el ayuntamiento de Madrid, la legislación española prohíbe que un finado repose en contacto directo con la tierra, sin féretro. "Aunque no esté claramente escrito en este Reglamento de Sanidad Mortuoria, se da por hecho que es obligatorio que el cuerpo se introduzca en un ataúd. Además, el Apartado 2 del Artículo 13 de este Decreto precisa que los féretros deberán estar autorizados u homologados por el Ministerio de Sanidad y Consumo o por la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales".
El rito islámico
Mohamed Riani tiene 56 años y las uñas llenas de tierra. Sus manos son las encargadas de enterrar a los musulmanes que llegan a Griñón desde lugares como Alicante, Zaragoza, Salamanca o Madrid. Es uno de los únicos cementerios en España cuyo espacio está íntegramente reservado para quienes profesan el islam. "Ahora mismo hay unos mil cuerpos enterrados, y calculo que hay sitio para los próximos cinco años", asegura.
Mohamed nació en Marruecos y se licenció en Derecho. Llegó a España en 1991, cuando el ministerio de Asuntos Exteriores de su país le ofreció trabajo como notario en el consulado marroquí en Madrid. "En 1998 me dijeron que por qué no me encargaba de la mezquita que hay aquí en Griñón [situada en el propio cementerio]. Era imán y hacía trabajos de mantenimiento. En 2011 falleció el enterrador que había aquí y me encargué yo de esa labor también". Dice que nunca se habría imaginado lavando muertos, pero que acabó por acostumbrarse. Tanto fue así que llegó a enterrar a su propia hija, un bebé de ocho meses que falleció de muerte súbita. "Yo lavé su pequeño cuerpo, preparé la fosa y la metí ahí dentro. Creo que me sirvió para quitarme un poco el dolor", explica.
No es el único bebé que ha enterrado. De hecho, Mohamed asegura que la mayoría de tumbas del cementerio de Griñón son de recién nacidos. "Para los musulmanes es muy importante que sus seres queridos vuelvan a la tierra, aunque sea un feto. Aquí hay muchos bebés, pero también porque han nacido aquí y se les entierra aquí. Las personas mayores son repatriadas o cuando son ancianos se van a pasar sus últimos años de vida a su país de origen".
Mohamed dice que desde que trabaja en el cementerio reflexiona menos sobre la muerte: "Es posible que algún día tenga que enterrar a mi mujer, pero no puedo tener ese tipo de pensamientos tan presentes, si no no podría hacer lo que hago. No debes perder la humanidad, pero al final debes acostumbrarte a tratar a un muerto como un médico se acostumbra a tratar enfermos".
"Enterrar a alguien es acercarte a Dios"
Sentado en una mesita de su despacho, en el interior de la mezquita, Mohamed explica cómo es el rito del funeral islámico. Sus palabras suenan a religiosidad primitiva. Habla de lavar los cuerpos para expiar pecados, del entierro como una forma de retornar a la naturaleza y emprender el camino a una nueva vida. "Primero se lava el cuerpo, el agua no debe estar ni muy fría ni muy caliente, templada. Debes tratarle con mucho cuidado. Para nosotros el muerto sabe cómo le estás tratando, solo que no habla". Para él, enterrar a alguien es un ejercicio religioso: "Te acercas a Dios".
"Lo lavas con jabón y luego lo perfumas con una piedra de misk [almizcle]. Si es hombre lo lava un hombre, y si es mujer, lo hace una mujer. Cuando el cuerpo está limpio, se envuelve en tres telas; cinco telas en el caso de la mujer", prosigue Mohamed. "¿Por qué más telas para ellas?", pregunto. "El cuerpo de la mujer es más sagrado", responde.
Lo ideal es enterrar el cuerpo envuelto en telas directamente en la tierra, recostado sobre el lado derecho y con la cabeza en dirección a la Meca. La inhumación consiste en la excavación de una tumba rectangular, denominada sahq, con una fosa en el lateral derecho. Este espacio se llama lahd, y en él se deposita el cuerpo. Una tumba musulmana es reconocible desde el exterior por detalles como el del cuenco con agua. Las familias los colocan junto a las lápidas de sus seres queridos para que los pájaros se acerquen a beber.
Un estudio sobre cementerios musulmanes realizado por María Chávet y Rubén Sánchez apunta que esto podría ser una imitación de uno de los dichos del profeta: "Situadas junto a algunas tumbas hemos localizado oquedades excavadas en el suelo delimitadas con piedras. Estas concavidades posiblemente estén representando el hadiz de los pájaros verdes, el cual narra que las almas de los mártires, niños y algunos personajes destacados permanecen en el buche de unos pájaros verdes que viven en el paraíso a la espera de la resurrección y que regresan a sus tumbas todos los viernes al despuntar el día y se marchan al amanecer del sábado. Estas oquedades se disponen para contener agua o alimentos para alimentarlos ese día".
"No sabía que era por eso", reconoce Hajar Koudar. "El Corán está lleno de mensajes de paz, de amor por los animales y de respeto por la naturaleza. Para nosotros, poner un cuenco con agua que los familiares van cambiando cada cierto tiempo es una forma de dejar que la naturaleza se acerque a un ser querido que has perdido".
"No hay espacio para nosotros"
En el cementerio de Griñón se mezclan las oraciones de la mezquita con las campanadas de la iglesia católica que hay justo al lado. Solo un muro de piedra frágil como un hueso sin calcio separa el cementerio musulmán del cristiano. Las tumbas de uno y otro lado son completamente diferentes. Unas son lujosas, llenas de coronas de flores y con lápidas de mármol brillante; otras se tuercen hacia los lados como si cayese sobre ellas el paso del tiempo, tienen grietas y algunas lápidas apenas son un trozo de piedra con inscripciones a mano: "Salma Sierra te queremos" o "tus amigos no te olvidan".
Esther Akhrif, marroquí afincada en Madrid, no supo hasta días más tarde que a su padre, Abdelkrim Akhrif, lo habían enterrado en una especie de fosa común del cementerio de Griñón, junto a otros dos cuerpos. "Nosotros queríamos que estuviese en España para poder visitar su tumba, aunque, visto lo visto, quizá deberíamos haberlo llevado a Marruecos como nos pedían algunos familiares allí", explica Esther por teléfono.
El propio ayuntamiento de la localidad reconoce los hechos, tal y como explica este reportaje de El Mundo: "No se hizo nada mal, ya se había dicho que esto tenía que ser así, que los entierros debían celebrarse de cuatro en cuatro porque no hay espacio para enterrar, pero claro, es cierto que fue un error no informar a la familia", explicaba la concejal de Personal, Mujer, Mayor y Sanidad del municipio, Inés Bermejo.
El Corán prohíbe la exhumación de cuerpos, la incineración y los entierros comunales. Esther Akhrif apenas quiere hablar del tema, ha pasado un año desde entonces y está a la espera de que la justicia decida qué hacer: "Nos morimos igual que el resto de españoles nacidos aquí, pero no hay espacio para nosotros".