Daniel Ramírez García-Mina (Pamplona, 1992) es periodista y escritor, por este orden, además de compañero y redactor jefe en la sección de Política Nacional en EL ESPAÑOL. A sus 31 años ha publicado ya seis libros, así que al ritmo actual se convertirá a los 40 en el pamplonés vivo con la bibliografía más extensa y a los 50 en el principal rival de Corín Tellado por el título de español más prolífico de la historia.
Tus canciones y las mías es su último libro: un poemario breve, plácido y casi contemplativo, pero no amanerado, en el que Daniel habla de su infancia, su familia, su hijo Lucas, su mujer Teresa y otros asuntos generacionales, pero también muy personales, que él afronta con un optimismo vital y moral de línea tan clara como el Tintín en el Tíbet de Hergé.
También habla indirectamente de los Beatles, cuyas letras encabezan cada uno de los poemas del libro, uniendo con un hilo invisible la Pamplona, el San Sebastián y el Madrid de los años 90 y 2000 con el Liverpool de los 60. Un maridaje no tan bizarro como podría parecer a primera vista y con el que Dani demuestra que uno puede sobrevivir con el ventrículo derecho del corazón en el siglo XXI y el izquierdo en el XX.
A lomos de Luis Alberto de Cuenca y Karmelo Iribarren, pero también de Wislawa Szymborska, Daniel escribe cosas como "por fin tengo la edad suficiente / para ver cómo cambia una ciudad: / soy insultantemente joven / pero crecí en sitios que ya no existen" donde pasa de viejoven súbito a millennial nostálgico en menos tiempo del que tarda en escribir los dos puntos que separan ambos versos.
P.– Todos los poemas del libro empiezan con un fragmento de una letra de los Beatles. ¿Por qué?
R.– Primero escribí el libro sin pensar en los Beatles. Pero cuando lo terminé, releí los poemas y me di cuenta de que todos tenían luz. Incluso los que hablan de pérdida o de nostalgia son luminosos y tienen como motor el optimismo. Y entonces dije: "Quiero buscar un hilo invisible que los conecte y que sea algo también muy luminoso".
Así que, ¿cuáles son las cosas más luminosas que me han pasado en la vida? Una de ellas son las canciones de los Beatles. Porque con los Beatles pasa eso, incluso las canciones que hablan de una relación que se acaba están en acorde mayor; son canciones muy alegres. Y quise buscar ese hilo conductor. Fue un proceso muy bonito porque yo iba reviviendo mis poemas, cerrando los ojos y pensando en las sensaciones que tenía cuando los escribí.
P.– No sé si es muy valiente o muy presuntuoso eso de poner a competir tus poemas con las canciones de los Beatles.
R.– Más que presuntuoso es una estrategia de supervivencia, porque acompañar tus poemas de las canciones de los Beatles es un escudo formidable. Te abren puertas a lectores que quizá no hubieran caído en tu poesía.
No he escogido a los Beatles por presuntuosidad, sino al revés, por el síndrome del impostor. Cuando veo las entrevistas con "el poeta Daniel Ramírez" y tal, yo no me veo. Yo me veo como un periodista que escribe poesía. Así que los Beatles eran un escudo interesante.
P.– El libro empieza con una cita de Gabriel García Márquez que dice que lo único que tienen los padres en común con sus hijos son los Beatles. ¿Tú los tenías en común con tu padre? ¿Y crees que los tendrás en común con tu hijo?
R.– De hecho, el capítulo con el que se inicia el libro, que es Motivos en prosa, porque me parece bonito empezar con una declaración de intenciones en prosa para contar algunas cosas al lector, cuento que los Beatles son para casi todo el mundo que los escuche uno de los grandes descubrimientos de la vida. Y, generalmente, salvo que se pertenezca a una generación que los vio en directo, nos han llegado a través de nuestros padres, de hermanos o amigos mayores, etcétera.
P.– ¿Cómo te llegan a ti?
R.– A mí me llegan a través de mi padre. Somos cuatro hermanos, así que supongo que él estaba desesperado por entretenernos de alguna manera. En el salón había una mesa de cristal, cosa que hoy estaría penado con cárcel, y él nos ponía el recopilatorio azul de los Beatles y los cuatro hermanos corríamos alrededor de ella.
Acabábamos reventados, sudando. Por eso, cuando leí esa frase de García Márquez que dice que la única nostalgia que un hombre tiene en común con sus hijos son las canciones de los Beatles... sentí el reflejo.
P.– La capacidad de atención de los jóvenes es cada vez menor y los estímulos más breves. ¿Tú crees que cuando tu hijo tenga tu edad será capaz de leer un poema tuyo entero del principio al final, o le parecerá demasiado largo?
R.– Yo no hago poemas muy largos, así que tengo la esperanza de que Lucas sea capaz de leerlos enteros. Ahora por ejemplo se dice que hay que ponerles a los niños ruido blanco para que se duerman. Yo a Lucas le pongo el disco blanco de los Beatles. Creo que sí que va a funcionar el conjuro de García Márquez y que él también va a heredar los Beatles.
P.– ¿Tú escuchas a los Beatles por canciones o por discos?
R.– Las generaciones anteriores a la mía eran el paradigma de escuchar los grupos a través de discos, ¿no? De hecho, cuando presenté el libro con David Summers en el Café Varela, él hablaba continuamente de discos. Mencionó un recopilatorio muy desconocido, Oldies but Goldies, y habló del disco y luego de las canciones que estaban incluidas en ese disco.
Yo creo que su generación habla de discos y la mía es la primera que habla de canciones. De hecho, tengo el recuerdo, muy de niño, del recopilatorio azul de los Beatles. Pero luego ya, cuando tengo uso de razón y soy yo el que elige la música y voy corriendo en busca de los Beatles, ya son canciones sueltas. Empiezan a salir los mp3 y entonces tú ahí ya metías canciones en el reproductor. Era raro que alguien cogiera un disco entero en mp3 y se metiera todas las canciones.
"Yo no tengo las herramientas de los grandes poetas. Conozco las reglas de la métrica, pero me conformo con que mis poemas tengan música"
P.– Empiezas el libro con la canción más odiada de los Beatles, que es Ob-la-di Ob-la-da. ¿Es una provocación o qué?
R.– Injustamente odiada. Efectivamente, es el primer poema, que se titula Empezar a empezar, y tiene que ver con esas carreras alrededor de la mesa de las que te hablaba antes. Como dice mi maestro Luis Alberto de Cuenca en uno de los poemas de su último libro, que es un poema precioso, "al final sólo importan las cosas del principio". Y esto funciona no cuando tienes la edad que tiene Luis Alberto, o cuando tienes 90 años. Esto funciona desde que empiezas a tener cierta madurez. Desde que tienes 20 años.
P.– A los niños les encanta Ob-la-di Ob-la-da, pero los adultos la odian.
Fíjate que el poema de Luis Alberto conecta con los versos que llevaba Machado en el bolsillo cuando muere, "estos días azules y este sol de la infancia". Quise poner al principio del libro ese poema que es Empezar a empezar, que son las cosas de mi principio. Las monedas de 25 pesetas, la peonza, la merienda de los abuelos, las carreras con mis hermanos alrededor de la mesa, los cómics del Jabato y del Capitán Trueno que me dejaba mi padre para empezar a leer...
Así que elijo muy intencionadamente esa canción tan denostada. Porque si tú tienes que mostrarle a un niño lo que son los Beatles, una de las mejores maneras de engancharlos es a través de esa canción, porque es una canción muy pegadiza y muy fácil de cantar, el estribillo se puede aprender en un minuto.
P.– Te voy a hacer una crítica ya que has mencionado a Luis Alberto de Cuenca. A mí tus poemas me recuerdan a él y también a Karmelo Iribarren. Es ese tipo de poesía que se entiende, que no te obliga a coger el diccionario para comprenderla. Pero yo tengo un amigo que también es poeta y él critica ese estilo diciendo que la poesía moderna consiste
en escribir frases
normales
y darle
a la tecla del
enter
aleatoriamente.
¿Qué opinas de eso?
R.– Bueno, le recomendaría como "poesía moderna" a Rubén Darío. Y luego podríamos hacer un debate. Porque en España, como somos así de pesados, podríamos acabar haciendo de esto una guerra civil. No, no, no. Yo recurro a lo que Luis Alberto precisamente llama "poesía de línea clara" por una razón muy sencilla.
Cuando leo poesía, claro que me encanta leer a Fray Luis de León o las rimas de Bécquer. Pero yo no tengo las herramientas de los grandes poetas. Conozco las reglas de la métrica y lo que busco es que mis poemas tengan música. Para mí son fundamentales el ritmo y la musicalidad. No escribo un poema en prosa y lo parto con cinco o seis enters. Yo quiero que mis poemas conecten el camino de la cabeza con el del corazón. Y el camino que mejor conozco para conseguirlo es ese, la línea clara.
P.– Aunque tú dices que tus poemas tienen un punto luminoso, y es verdad, también tienen un punto nostálgico. En el libro hablas de la muerte. De la tuya y de la de tus abuelos, por ejemplo. Hablas de la pérdida. Hablas de la nostalgia por la infancia perdida. Pero tienes 31 años. Incluso hay un poema en el que hablas de que te da miedo que tu corazón se pare. Y eso con 31 años…
R.– Bueno, hablo con miedo de esos temas, pero con esperanza. Creo que la nostalgia está entendida desde un punto de vista revolucionario en el sentido de que en mis poemas la nostalgia no es una cárcel en la que uno se refugia para pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y ante las nubes del presente poder viajar allí para refugiarse.
Yo entiendo la nostalgia, y eso pretenden transmitir mis poemas, como un lugar al que vuelves a recoger una luz. Y luego esa misma luz la proyectas sobre el presente. Por eso niego aquello que cantaba Sabina de que a los sitios donde has sido feliz no debes volver. No, yo creo que a los sitios donde se ha sido feliz hay que volver, siempre y cuando se sepa regresar de ellos, ¿no?
P.– Uno de mis poemas preferidos del libro es el que encabezas con Yesterday y donde hablas de los rasgos de la juventud. Y hay uno que es comer helado en invierno, que es algo que hacen los jóvenes y preocupa a los padres. ¿Tú crees que a tus 31 años has empezado ya a tener preocupaciones de padre?
R.– Es que las preocupaciones de padre son súbitas. Para este tema es fundamental la columna de Gistau, la del meconio, que creo que se ha convertido casi en un clásico de lo que es la paternidad. La columna narra muy bien ese carácter súbito de la paternidad. Cuando eres padre y te ponen a tu hijo en brazos, no piensas de repente "ya soy padre" y tal. No, entras en un estado de shock y se empieza a activar algo en tu cabeza que comienzas a discernir a través de pequeños detalles como este.
P.– ¿Cuál fue el primero de esos detalles con tu hijo Lucas?
R.– El primer detalle de esa preocupación súbita fue totalmente inconsciente, porque iba todo bien, llegamos del paritorio a la habitación y nos fuimos a dormir. Teresa estaba en su cama. Yo estaba en un sillón y Lucas estaba en medio, en una cuna de estas de cristal o plástico duro. Y nos quedamos dormidos rápidamente, no me costó ni conciliar el sueño, yo estaba tranquilo.
Pero al día siguiente, cuando me desperté, Teresa me contó que en medio de la noche me había levantado del sillón y empezado a gritar "¿se lo han llevado, se lo han llevado?". O sea, que yo estaba medio sonámbulo y tenía el agobio de que alguien había cogido a Lucas y se lo había llevado.
P.– Es un topicazo, pero defíneme tu libro con una sola palabra. Yo diría "nostalgia", pero ¿cuál dices tú?
R.– Creo que escogería la palabra "luz". Hay un poema que está relacionado con la canción Across the Universe. Lo escribí en Santander en verano. Había ido precisamente a escribir algo para el periódico y estaba alojado en las caballerizas del Palacio de la Magdalena.
Recuerdo que leí un artículo ese día que hablaba sobre la luz y las cosas que se saben de ella. Me llamó mucho la atención comprobar lo poco que saben los científicos de la luz. Así que en el poema empiezo diciendo que los científicos saben muy poco de la luz. ¿Quién la impulsa, quién la sostiene? Y entonces digo que los científicos son como los poetas, que se quedan fascinados ante el misterio irresoluble.
Pero la diferencia entre los científicos y los poetas es que los poetas se conforman ante el misterio y los científicos no. Los científicos quieren saberlo todo y nosotros no. Nosotros pensamos que la belleza es bella, que no se puede explicar el amor, que es verdadero aunque carezca de ADN, y que la vida es bella porque quizá no haya nada detrás. Y acabo diciendo: "Sólo en este punto, y sin que sirva de precedente, podemos concluir... la vida es luz".
P.– Oye Dani, tú sabes que en el diario tienes una cierta fama de ser el especialista en temas vetustos. Los libros que tú lees tienen encima más de tres dedos de polvo, y si hay que entrevistar a alguien que tiene también más de tres dedos de polvo encima, se te envía a ti. ¿No te da miedo encasillarte en temas viejunos, como esos actores que hacen siempre de villano y a los que ya no les ofrecen comedias?
R.– No, porque estoy muy bien controlado, estoy muy bien sujetado. Es decir, se me deja hacer esto, pero con moderación. Hago estas historias de vez en cuando. Y es verdad que llaman la atención porque siempre son personajes que estaban olvidados, que incluso la gente piensa que estaban muertos. Y de repente los rescatamos y tienen un impacto, porque como es gente que no tiene ningún tipo de pudor ni de corrección, puede decir ya lo que quiera. Por eso me gustan mucho esas entrevistas.
P.– Los políticos en activo son muy aburridos, eso es cierto.
Si dependiera de mí, no entrevistaría a políticos en activo. Porque lo que te dicen lo has leído por la mañana en el argumentario que te han filtrado PP y PSOE. Entrevistamos a políticos y vemos que lo que nos están diciendo es lo que tenemos en el PDF que les han mandado a ellos y hemos leído filtrado nosotros.
No hay ningún tipo de razonamiento, no hay ningún descubrimiento. Son gente incapaz de liberarse de esas cadenas. De hecho, los políticos que mínimamente se escapan a ese argumentario tienen un gran prestigio entre los periodistas y nos encanta charlar con ellos porque son los únicos con los que puedes ver un poco más allá.
P.– Y un tipo que roza los cien años ya no se calla nada, además.
Un presidente del gobierno o de una comunidad, también un ministro, es distinto porque tienen experiencia de gestión y tienen la obligación de responder por acciones concretas y tal. Pero políticos de partido, es decir, cargos de partido de aparato y tal, el vicesecretario, el secretario general, el diputado de tal, el responsable de no sé qué del partido… Yo, vamos, salvo que dejaran firmado por escrito antes de la entrevista que no van a contestar con el argumentario, no los entrevistaría jamás. Y un señor de cien años va a responder de una manera mucho más libre, incluso teniendo la tentación de dejar un testimonio o de liberarse de algo que le atormenta, ¿no?
P.– Si roza los cien años, en el diario te llamamos a ti. En otros diarios se llama al periodista que tiene setenta años y que lo conoció en su época.
De hecho, me contaron una vez que un día se murió un ministro de la UCD y que Pedro J. gritó "¡joder, llamad a Dani Ramírez, coño!". Eso cuando yo tenía 25 años. Pero es que es verdad que tengo muy buen trato con los ministros de la UCD. De hecho, tengo más fuentes en los gobiernos de la UCD que en el gobierno actual.
"Cuando eres más joven te suele gustar Lennon por esa estética más revolucionaria. Y luego, cuando te vas haciendo mayor, vas mirando hacia McCartney. Pero yo escojo el centro, que es George Harrison"
P.– Me gusta mucho también el poema que encabezas con Helter Skelter y en el que hablas de la capacidad de los jóvenes para disfrutar de lo efímero. Pero ¿no te preocupa lo contrario? ¿Su incapacidad para disfrutar de las cosas que requieren tiempo y paciencia y atención?
R.– Me viene bien egoístamente que saques ahora este poema justo después de la pregunta anterior porque es un poema muy generacional, ¿no? Un poema que demuestra que soy joven, por lo menos biológicamente. Y es un poema que tiene que ver con una sensación que tengo, y es que aunque haya generaciones más antiguas que la nuestra que sí que han recuperado su nivel de vida anterior a la crisis de 2008, creo que los jóvenes vivimos mucho peor esta crisis. Hablo de las generaciones que están entre los que se incorporan hoy al mercado de trabajo y los que tienen 35 años.
P.– Sí, es cierto que tenéis famas de privilegiados lloricas, una combinación muy antipática.
Yo me considero muy afortunado por poder hacer lo que me gusta, pero lo cierto es que el paro juvenil y las condiciones laborales son muy precarias hoy entre la gente de mi generación. Entonces ese poema tiene que ver con la idea de que muchas veces se nos trata de una manera un poco despectiva, como diciendo "bueno, es que nosotros pensamos a largo plazo, nos metimos en una hipoteca, buscamos un trabajo donde pudiéramos encontrar estabilidad, llevamos una vida ordenada y tal".
Y yo digo que esa generación, la de los que tenían veinte años en la Transición, encontró oportunidades y formó muy pronto una familia, y encontró pronto muy buenos trabajos. Y yo digo "bueno, vale, es verdad, nosotros no hemos tenido la oportunidad de hacer eso". Pero ante una situación de crisis y tal, hemos sido muy mediterráneos y hemos sido muy hedonistas y hemos hecho sobremesas, grandes sobremesas que ellos quizá no hacían porque tenían vidas más ordenadas y con más responsabilidades desde el principio.
P.– Hay un poema en el que hablas de Teresa y dices que cuando os conocisteis, ella bajó de un 9 a un 7. ¿Te estás comparando con un novio anterior que era un pibón o lo he interpretado mal?
R.– [Risas] No, no, lo has interpretado mal. Estoy hablando de una cuestión más literal. O sea, línea clara. Teresa era una gran estudiante y cuando empezó a salir conmigo, en la universidad, bajó de calificaciones de 9 a calificaciones de 7.
Empezó a pisar bares de suelo pegajoso. Incluso insultó a un árbitro. Nos íbamos de clase, cogíamos el coche y nos "fugábamos" a San Sebastián. Y eso que yo tampoco soy el paradigma de lo desordenado. Pero es verdad que ella, más responsable que yo, empezó a hacer concesiones.
P.– Pues que sepas que es un poema que se presta a la ambigüedad, aunque también me sorprendía que le pusieras un 9 a su exnovio, claro. Pero en cualquier caso, una última pregunta. ¿Tú eres de Lennon o de McCartney?
R.– Es verdad que cuando eres más joven te suele gustar Lennon por esa estética más revolucionaria, más de libertador que tiene. Y luego, cuando te vas haciendo mayor, vas mirando hacia McCartney. Pero yo no, escojo el centro liberal, que es George Harrison. A mí no me sacan de ahí.
P.– George Harrison es el Ciudadanos de los Beatles, es verdad. Ringo no sé qué sería…
R.– Oye, pues Ringo, fíjate en el documental este de Peter Jackson, Get Back, que es sensacional. Es la grabación en bruto de cómo los Beatles crearon su último disco. Ahí te das cuenta de que el gran mérito de McCartney fue el de saber gestionar los egos.
Bueno, él tenía mucho ego, pero por lo menos supo gestionar la incapacidad de trabajo que tenían los Beatles. Estos tíos eran de verdad unos genios, porque eran un puto desastre. O sea, quedaban para grabar, para ensayar, para componer, y uno no aparecía, otro aparecía dos horas tarde, y John Lennon aparecía con Yoko Ono, que se metía en todas las conversaciones, y no había manera de ponerse a cantar.
George Harrison estaba totalmente grillado y de repente cogía y se iba a su casa y desaparecía. Y entonces Ringo tenía que ir a por él para mediar con los otros dos. Y Harrison se enfadaba, yo creo que con razón, porque estos dos cabrones no le dejaban componer. De hecho, en solitario demostró su gran calidad como compositor. Y las pocas canciones que tiene con los Beatles, para mí son las mejores del grupo.
P.– Pero el gran genio de los Beatles es McCartney.
Yo le reconozco a McCartney que cuando se generaba ese ambiente de caos, que yo no sé si fue así desde el principio, pero que se ve ahí en el documental, es verdad que él se convierte en el gran trabajador. Es el que llega ahí, el que dice "oye, venga, joder, vamos a dejar esto y tal, vamos a sentarnos y vamos a ensayar esta, vamos a repetirla, vamos a ser un poco profesionales".
P.– Lennon era un zumbado, en cambio. Y un poco posturitas. Elvis Costello cantaba en referencia a él "¿no fue un multimillonario el que dijo 'imagina que no existe la propiedad'?".
George Harrison era también un zumbado que tuvo la mala suerte de estar opacado por tener quizá una personalidad más retraída de cara al público. No le dejaban componer. Por eso hago esa reivindicación de Harrison. Ringo era un gran batería y en solitario tiene algunas canciones bonitas. Hay una que me descubrió el otro día Summers, que es Stop and Take Time to Smell the Roses ("tómate tiempo para oler las rosas"). Me parece una muy buena idea para leer poesía y pararse un poco a pensar.