Los 44 pakistaníes muertos en un cayuco estaban en aguas en disputa por España, Marruecos y Mauritania: "Era evitable"
Los migrantes partieron de Mauritania rumbo a Canarias dos semanas antes de ser encontrados finalmente por un barco de Salvamento de Marruecos.
Más información: Al menos 50 personas mueren en el naufragio de un cayuco que se dirigía a Canarias.
El 15 de enero el Océano Atlántico amaneció con un silencio pesado, roto sólo por el golpeteo inclemente de las olas contra una embarcación perdida. La organización Caminando Fronteras alertó sobre el naufragio de un cayuco con 86 personas a bordo cerca del sur de las costas de las Islas Canarias. 50 fallecerían antes de ser atendidos finalmente por los servicios de rescate de Marruecos. "Llegaron tarde, podría haberse evitado", afirman a EL ESPAÑOL fuentes cercanas al caso.
Nadie vio el momento exacto en que el frágil bote cedió ante las corrientes, pero la tragedia se desplegó como una sombra que envuelve esta ruta letal. La historia de sus 50 fallecidos, 44 de ellos pakistaníes, es un relato de desarraigo, de esperanza quebrada, de un destino sellado por las decisiones de otros. Es en las playas de Mauritania, donde las aguas parecen infinitas y las costas esconden secretos, donde comienzan historias como la de este cayuco, que partió desde el noroeste de África el pasado 2 de enero.
Según varias fuentes consultadas, el cayuco zarpó desde Nuadibú o Nuakchot, en Mauritania. Si bien este medio no ha podido confirmar el punto exacto de partida, sí que ha contrastado a través de varias investigaciones previas que estas ciudades son cúpulas donde convergen las redes transnacionales de tráfico de migrantes. En los callejones y muelles, las promesas de un futuro mejor se venden al precio de una vida: miles de euros que terminan financiando una travesía plagada de incertidumbre.
Aguas disputadas
En la oscuridad de la noche, el cayuco se deslizó mar adentro, mecido por la promesa de un horizonte donde las fronteras parecen menos hostiles. Pero lo cierto es que la ruta atlántica hacia las Islas Canarias es la más peligrosa del mundo. El 71 % de las tragedias documentadas en 2024 tuvieron como origen a Mauritania, según ha podido comprobar EL ESPAÑOL de datos facilitados por Caminando Fronteras.
La embarcación probablemente enfrentó las mismas amenazas que tantas otras: sobrecarga, combustible insuficiente, provisiones mínimas y corrientes traicioneras. Las horas se volvieron días y, según los patrones observados, el cayuco pudo haber derivado fuera del área cubierta por Salvamento Marítimo; perdiéndose en la inmensidad del océano. A bordo, el miedo y la esperanza peleaban por ocupar el último rincón en los corazones de los ocupantes.
Las posibilidades de supervivencia disminuyen rápidamente conformen pasan las primeras horas de un naufragio. Los informes previos de varias ONG sugieren que esta tragedia pudo haberse evitado con una coordinación más eficiente entre los países involucrados. "Pero la responsabilidad de los rescates se convierte en un juego de ping-pong diplomático entre aguas disputadas por Mauritania, Marruecos y España", afirman las mismas fuentes.
Mientras que los sistemas de "búsquedas pasivas", en los que las alertas dependen de buques comerciales o terceros, fallan sistemáticamente en emergencias como esta. La falta de acción inmediata deja a los migrantes a merced de las olas, mientras los familiares esperan noticias que nunca llegan. "Este naufragio es una más de las muchas tragedias que ilustran la indiferencia política hacia las vidas perdidas en el mar", sostiene Caminando Fronteras.
De Asia a Canarias
Los migrantes asiáticos que deciden a embarcarse en la ruta canaria atraviesan continentes antes de llegar a Mauritania, empujados por la desesperación. Muchos recorren cientos de kilómetros de desierto, sobreviviendo a extorsiones, violencia y un calor abrasador, para luego enfrentarse al frío y la humedad del Atlántico. Cuando suben al cayuco, saben que el riesgo de morir es alto, pero también saben que quedarse no es una opción.
Desde Pakistán hasta Mauritania, el viaje de estas 44 personas pakistaníes —se desconoce la nacionalidad de los otros seis fallecidos— está plagado de peligros que pocos pueden imaginar. Cada paso hacia la costa implica una decisión desgarradora: dejar atrás a sus familias, endeudarse con prestamistas o exponerse a la violencia de las mafias. Desde Mauritania, estas redes criminales encuentran un mercado fértil en la vulnerabilidad de los migrantes, prometiendo un camino hacia Europa a cambio de todo lo que tienen.
En el cayuco, todas esas historias se entrelazan. Está el joven que sueña con enviar dinero a su familia, el padre que espera reunir a sus hijos en un futuro incierto, la mujer que busca escapar de una vida marcada por la pobreza. Ninguno imagina que, horas después, el mar reclamará a muchos de ellos.
La organización insiste en la importancia de documentar estas tragedias, no sólo para honrar la memoria de las víctimas, sino para exigir cambios estructurales en las políticas migratorias. Y en que la falta de alternativas seguras y legales obliga a miles de personas a tomar rutas peligrosas, perpetuando un ciclo de muerte que podría evitarse. El Atlántico, silencioso testigo de tantas muertes, se convierte en un cementerio sin tumbas, donde los nombres se pierden y las historias quedan en el olvido.