"Uy, el padre Anthony. Lo voy a llamar, que los está esperando. Es que tiene una historia... que es el triunfo de la fe. Yo no he conocido a nadie más feliz en mi vida. Siempre está con una sonrisa, con lo que ha pasado". La portera del seminario de Cádiz, justo al lado de la Catedral, derrocha cariño cuando habla de Anthony Enitame. Desde el pasado sábado es ya el padre Anthony: ha sido ordenado sacerdote y el domingo ofició su primera misa en la Iglesia de San José, "donde empezó todo", comenta con ojos emocionados.
No tendría esto nada de particular si no fuera porque el padre Anthony (32 años) llegó a España desde Nigeria en patera. Salió de su país hace 14, con 16 años, y tardó dos en llegar a Motril (Granada). Tras aquel infierno en la tierra dejó la religión protestante, se convirtió al catolicismo, estudió, se hizo electricista... y lo abandonó todo para ser sacerdote.
Aquel niño se hizo hombre caminando. Originario de la zona del Delta, sur de Nigeria, atravesó Mali y el desierto de Libia. Recibe a El ESPAÑOL en el lugar en el que reside desde hace 7 años, y lo hace con una enorme sonrisa, exultante, y confesando los nervios que pasó el domingo en esa primera misa. "Yo pensaba que no se me iba a entender hablando", dice con un estupendo castellano, enriquecido tanto con su acento nativo como con el andaluz de Cádiz.
"Estoy muy contento. No sabes lo agradecido que estoy a todos los gaditanos, al obispo de la Diócesis... que Dios los bendiga... ¿Tú sabes de dónde vengo yo?".
Nacido en la zona del delta, al sur de Nigeria, su padre era electricista, y su madre, pescadera y madre de 11 hijos. ¿Su religión? Protestante. Él siempre fue muy religioso, aunque entonces ignoraba "que alguien pudiera hablar con Dios directamente". Porque "hay gente que se queda con ir a misa y ya está. Pero lo mío no era así. Yo tenía una inquietud dentro desde niño y no sabía lo que era. Y ten en cuenta que en mi país hay de todo. Hasta brujería". Con los años, acabó por darse cuenta de que aquello "era que Dios me estaba llamando".
La vida en Nigeria
"Éramos de clase media baja. Mi madre trabajó hasta que empezaron a llegar los hijos. En África, la cultura es distinta. Una mujer debe tener muchos. Si no, está mal vista. No es como aquí. Y allí, aun estudiando, no significa en absoluto que te vaya bien la vida".
La muerte de su padre deja a la familia en una situación de precariedad absoluta. "Mi madre se derrumbó. En todas las familias, Dios siempre pone luz en la cabeza de uno o dos", explica. "Y yo, no sé por qué, pues sentía que tenía una responsabilidad. Lo único que puede cambiar una situación es el amor. Y el amor supone responsabilidad y sacrificio. Por eso yo decidí salir de mi país".
Fue así como conoció el infierno: lo atravesó andando. "Yo era el más chico de todos, el más delgadito. Murieron dos amigos míos, que eran más fuertes y grandes. En el desierto de Libia no había agua. Yo bebía mi propia orina". Cuenta que seguía adelante porque "sabía que yo tengo un Dios que nunca falla. Es el mismo que el de los protestantes. Dice Dios en la Biblia que quienes hablan en su nombre, y el que no habla mal de él, habla en su nombre'".
De Libia a Argelia, y de ahí, a Ochda, ya en Marruecos. "Las mafias nos metieron en una furgoneta y viajamos toda la noche. Cuando llegamos no sabíamos dónde estábamos. Nos bajamos en una playa, y nos pusimos a esperar debajo de unas rocas. Éramos 40. Nos dejaron 24 horas sin comer para que bajáramos de peso y no volcara la patera. Recuerdo que había una mujer, a quien, después de todo por lo que había pasado, no le permitieron subir en la embarcación porque estaba con la regla. Para ellos, menstruación y agua, no".
Salieron de noche. "Temblábamos, estábamos muertos de frio. En la patera escuché en mi interior que siguiera adelante, que iba a llegar bien a mi destino". Desembarcó en Motril. "Las mafias nos habían dicho que cuando en España nos preguntaran la edad, dijéramos que éramos menores. En Motril nos dijeron, pues vale. Y nos hicieron poner la mano en una máquina. No paraba de pitar. Nos pusieron 18 años a todos, menos a uno".
En España
A los tres días fue trasladado al CETI de Tarifa. "La Policía se portó muy bien conmigo. Me traían su comida y me llevaron al médico, porque tenía muy mal la rodilla". Tenía una lesión grave tras dos años andando "y corriendo y gateando. En el desierto, para evitar que nos vieran, las mafias nos hacían andar a gatas". En el médico, al ver la aguja que sacó, "me puse a llorar. Se creían que era mentira que me diera miedo, hasta que me vieron las lágrimas. Me abrazaron tres policías. Me dije que la policía blanca era muy buena gente. Cuando se fueron y supe que ya no los vería más, lloré de pena".
Uno de esos agentes "tenía contacto con el padre Gabriel". Gabriel Delgado, el sacerdote diocesano, fundador y director de la Fundación Tierra de Todos, cura obrero, medalla de Andalucía... y director del Secretariado Diocesano de Migraciones. Ya fallecido, por él recaló en Algeciras, bajo la tutela de otro sacerdote, el padre Andrés. Allí permaneció varios meses. No sabía nada de español, tan solo inglés.
La lesión de su rodilla necesitó de un TAC y lo llevaron a Cádiz capital a que le hicieran una resonancia en el Hospital Puerta del Mar. "Uy, qué bonito Cádiz. Uy, qué bonito el hospital, me dije. Le pedí al cura que me dejara allí. Y me dijo que vale. Así que me llevó a la Parroquia de San José, donde estaba el padre Óscar, que era el vicario general de la Diócesis. "Yo entré en la iglesia para darle gracias a Dios. Era el único negro y llevaba 8 meses sin confesarme. El cura no sabía inglés, pero yo aun así me confesé".
El padre Óscar preguntó que quién era él, y así se enteró que vivía en una casa de acogida. "Me dijo que me pasara al día siguiente por la parroquia, para que no estuviera solo, y que habría más jóvenes".
"Luego se enteró de que no estudiaba, y me preguntó que cuál era mi preocupación actual. Yo le dije que ayudar a mi madre. Entonces me dijo que él me daría algo, pero que tenía que estudiar, y me llevó de la mano al colegio de Salesianos. Eso me lo puso también por delante el Señor", dice sonriendo. Allí estuvo tres años, hasta 2012. "Pero tenía que estudiar... y aprobar. Me daba 150 euros al mes: yo trabajaba limpiando la parroquia, los jardines... y así yo le mandaba a mi madre 100 euros y me quedaba con 50".
No sabía nada de español... y se convirtió en el mejor estudiante del colegio. Todo ochos y nueves. El padre Óscar le volvió a preguntar tiempo después:
-¿Qué quieres ser en la vida?
-Mi padre era electricista.
Así que, con la Secundaria aprobada, se sacó el grado de Electricidad. Ya trabajaba, cobraba un sueldo, y por las tardes se sacaba el Bachillerato. Aprobó también Selectividad y logró el B2 de castellano.
La llamada
Tenía una vida aparentemente plena. Tuvo hasta novias. "Pero volvió la preocupación. Notaba que me faltaba algo. Lloraba por las noches, no era feliz, aun teniendo mis necesidades cubiertas". Otro sacerdote, "el padre Salvador, me dijo que veía algo en mí. Claro, no me lo decía, pero lo que él veía, y lo que yo sentía desde que era pequeño, y no sabía qué era... es que él había sentido lo mismo que yo: esa preocupación interior era vocación, y yo no lo sabía".
Ese sacerdote "me hizo prometerle, estando muy malito en el hospital, que fuera a hablar con el obispo. Se lo prometí y a los pocos días falleció. Parece que solo esperaba a que yo me comprometiese para quedarse tranquilo". Fue al obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zormoza, a quien se dirigió diciéndole que quería ser sacerdote. "Bueno, pues a estudiar, me respondió".
-¿Qué le dijo su familia?
-No me ha apoyado. Lo primero que me dijo mi madre es que nosotros no éramos católicos y que los blancos me habían lavado el cerebro. Luego me dijo que yo era el más guapo de sus hijos y que no iba a tener nietos. Pero si ni yo entendía qué me estaba pasando, imagínate ellos.
Han sido 7 años en el seminario. "Cuando entré, esa inquietud mía desapareció", explica. Se ha licenciado en Teología. ¿Sus notas? Un 7 de media. "El primer año lo pasé fatal. Al cuarto, pensé hasta en salir. Yo rezaba, y rezaba. Dios mío, ¿por qué me has llamado a mí? Señor, ¿no te habrás equivocado de persona? Pero el señor dice que cojas su cruz y lo sigas". También, dice riendo, no ha tenido en 7 años un despertador para madrugar. "Y me despertaba a la hora. Tengo mil experiencias de que Dios me ha dado muchas señales".
En este tiempo, parte de su labor también ha sido la de atender a los migrantes que, como él, llegan a las costas andaluzas. "Me dicen que yo soy un buen ejemplo". Ya tiene asignada la iglesia en la que oficiará misa: la de San Antonio. Y por toda su extraordinaria historia, el padre Anthony siente un enorme agradecimiento y felicidad. También siente que, por fin, ha llegado. "A casa", ultima con una enorme sonrisa.