Pepa Romero sale radiante del plató de Yas verano, que está en la simbólica calle Farmacia de guardia, dentro de Atresmedia. Es feliz presentando el formato durante este verano, en sustitución –como Lorena García de Susanna Griso– de Sonsoles Ónega, y se siente a gusto cambiando de registro a demanda de las diferentes secciones. Abren con actualidad y cierran con corazón: "He descubierto que me encanta el corazón, a lo mejor por la manera de hacerlo aquí. Pero yo soy de actualidad, me gusta la denuncia social".
Ha trabajado 15 años como reportera; cinco de ellos, en el programa Equipo de Investigación, su particular mili: "Fue el lugar en el que me hice mayor. Es la mayoría de edad del periodismo". Le gustaba ya de pequeña entrevistar y comunicar y, por eso, su madre –también periodista– le animó a estudiar la carrera. De ella ha sacado Pepa el carácter que reconoce que tiene, y también el amor desbordado por la música, su otra pasión: "Las veces que mejor he cantado y mejor he compuesto alguna canción ha sido por desamor. ¡Ahora estoy tan aburrida que no tengo ni un desamor!".
De su padre tiene Pepa los ojos zarcos y el pelo rubio, y el amor por enamorarse, aunque ahora, ya ven, dice que le está costando que le llegue: "Es muy difícil que encuentre a una persona que me haga sentir mucho. Y como no soy de las que se conforman con algo a medias, hasta que no venga algo que me deslumbre, nada".
Lleva siempre al cuello una medalla de La Milagrosa, porque siente que, de algún modo, la Virgen la unió a su actual destino profesional, al lado de su admirada Sonsoles Ónega. Y es creyente, sin ambages: "En el programa cuando alguien dice una blasfemia le paro los pies, ¡por ahí no! Me he criado en la fe y sin fe andaría bastante más perdida en mi vida".
Echa de menos con ferocidad esta ferrolana su terriña, a la que va menos de lo que quisiera porque siente que "Galicia está abandonada por la red ferroviaria": "Hay que tirarle de las orejas al ministro de Transporte por esto y por más cosas. En cuanto el sur se convierta en África y el norte sea la única vía de escape, ya nos podrán millones de trenes".
Mientras presenta, piensa Pepa en la gente que está en casa sola, y trata de volver el plató un salón amigable: "Cuando te dicen que les acompañas mucho en su soledad, es un piropo muy grande". Tiene 40 años y se siente en uno de sus mejores momentos vitales. Para hacer esta entrevista se descalza de los tacones y se concentra mucho: "Yo lo pregunto todo cuando entrevisto, pero ¡menudo pudor eso de que te entrevisten a ti!".
PREGUNTA.– Ya había presentado este año alguna vez, pero ahora lleva unas semanas siendo la conductora de Yas verano. ¿Cómo se siente?
RESPUESTA.– Feliz, completamente feliz, es increíble el equipo que hay detrás. Los primeros días te sientes abrumada con toda esa grandeza y la responsabilidad de llevar el programa de la estrella de esta casa, que es Sonsoles Ónega. Ahora me siento muy arropada por todo el equipo, como si fueran una red. Cada vez me siento más cómoda, como si estuviera en la calle, que es mi medio natural. Y muy afortunada de que se me haya dado esta oportunidad.
P.– En el programa la vemos en todo tipo de registros: seria con la actualidad, dicharachera en la parte de corazón… ¿Cuál disfruta más?
R.– Yo, que pensaba que nunca iba a hacer corazón y no me interesaba –siempre he sido reportera de actualidad, de sucesos, o de política en su día–, he descubierto que me encanta: a lo mejor por la manera de hacerlo aquí, un corazón muy bonito y tradicional. Pero yo soy de actualidad, me gusta la denuncia social. Concibo el periodismo como una forma de ayudar a alguien, y por eso dejé de hacer política, porque ahí no puedes ayudar a nadie. En el periodismo social podemos poner nuestro granito de arena para visibilizar un problema, y es lo que más me ha gustado siempre. En el programa se le da mucha voz a los problemas de la gente.
P.– La hemos visto hace poquito emocionarse con la historia de un padre y un hijo que se han conocido después de 23 años. ¿Por qué le tocó tanto?
R.– Ufff. Una abuela nos pidió ayuda porque estaba muy arrepentida de haberle negado a su nieto conocer a su padre. Nos propusimos encontrar a ese padre y lo hicimos en 24 horas. Fue un aplauso en la redacción tremendo porque no nos lo podíamos creer… Lo trajimos de Alemania al padre, y al hijo le daba mucha vergüenza venir a la tele, pero lo convencimos. Me enterneció tanto… El padre estaba con lágrimas en los ojos, el hijo temblando, pero muy serio, y yo ese día estaba especialmente sensible. Le decía a Javi Silvestre, el director: "No puedo, no puedo seguir". Tuve que poner la mente en blanco para dejar de llorar, porque cuando me pongo a llorar… ¡Yo no paro!
P.– Decía que estaba especialmente sensible. Yo hablaba hace poco con Joaquín Reyes de que a veces hay que salir al escenario, o en su caso a presentar, aunque no estés de buen humor o estés muy triste. ¿Le ha pasado?
R.– Me ha pasado. Echo de menos a mi familia, están lejos y este verano no estoy pudiendo verles, y eso me pesa un poco. Pero en el momento en que te sientas, sabes que tienes que darlo todo y estar a tope de divertida con los temas de corazón, a tope de concentrada cuando estás escuchando un testimonio y tienes que saber qué pregunta hacer… No puedes estar despistada. Pero sí que es verdad que a lo mejor minutos antes estás un poco bajita. Yo logro abstraerme bastante, pero cuando tocamos un tema de abuelos me toca bastante, porque tengo a mi abuela ahora mismo un poco floja, y eso me remueve.
P.– Y antes del programa siempre canta y arma jaleo, en el buen sentido, para animar al público. Y yo sé que a Pepa Romero le gusta mucho cantar…
R.– Yo canto, a ver si me dejan aquí algún día. (Ríe). Canto antes, o cuando ponen alguna canción la entono, pero siempre estoy diciendo que me dejen cantar con mi guitarra, ¡no sé si terminará la temporada de verano y me habrán dejado!
P.– Nos hemos llegado a encontrar en el Toni2. ¿Sigue yendo?
R.– Por el Toni2 me encantaría ir, pero ya no se puede. Está lleno de gente de fuera, lo han absorbido los mexicanos y los venezolanos, y ya cuando llego está siempre lleno. Siempre cantaba yo las mismas canciones con el pianista del pelo blanco, que era vecino mío de Juan Bravo, y cantaba con él Let it be y Hey Jude. Y triunfaba, la verdad (ríe).
P.– He visto antes en su Instagram un vídeo suyo cantando El último beso, de Vicente Fernández, y me he emocionado, que yo he vivido una despedida hace poco. ¿Cómo lleva estos asuntos del corazón, le ayuda cantar para exorcizar penas?
R.– Bueno, el corazón fatal. Peor no puede ir. Pero las veces que mejor he cantado y mejor he compuesto alguna canción ha sido por desamor, que son las canciones que más me gustan. Y esas las cantas bien cuando tienes un desamor. ¡Ahora estoy tan aburrida que no tengo ni un desamor!
P.– Qué envidia, esa tranquilidad.
R.– Pues yo te digo que prefiero tener alguna emoción, o buena o mala.
P.– Como Faulkner: entre la pena y la nada, elige la pena.
R.– Sí, sí, porque por lo menos dices canto, lloro, cojo la guitarra y me desahogo… No me apetece mucho cantar últimamente tampoco, porque estoy tan aburrida sentimentalmente…
P.– ¿Qué hacemos, un llamamiento para que venga un amor?
R.– ¡Si los hago todos los días en Sónsoles y nada! (Risas). No, ¿sabes qué pasa? Soy muy enamoradiza, pero es muy difícil que me enamore. Cuando me enamoro, me enamoro mucho, pero es difícil que encuentre a una persona que me haga sentir mucho. Y como no soy de las que se conforman con algo a medias, hasta que no venga algo que me deslumbre, nada.
P.– ¿Y hace mucho de la última vez?
R.– Sí, mucho, mucho. Bueno, tengo ahí mis historias… Mi última historia arrebatadora fue una historia imposible.
P.– Un novio imposible, como decía una amiga en común que hemos perdido: Itxaso.
R.– Maravillosa ella. Y sí, cuando es imposible además, se hace todo más romántico, y eso se queda ahí, en un amor que siempre será imposible. Me da miedo que siempre me quede algo ahí con esa persona, y que venga otra y no haberme quitado del todo ese sentimiento.
P.– Dos personas que sí se quieren mucho son sus padres. Su padre fue marino de guerra y abogado y su madre, abogada de formación y ejerce como periodista. ¿Qué tiene de cada uno?
R.– De mi madre, el amor por el periodismo, porque aunque nunca lo estudió, siempre lo ha ejercido. Y fue ella quien me animó a ser periodista porque veía que desde pequeña me ponía a entrevistar a todo el mundo, y mi pasión era comunicar. Ella tiene un programa de televisión en Ferrol, ha escrito libros también... Y de ella también saqué la guitarra y cantar, que toca y canta muy bien. Y el carácter es suyo: las dos tenemos mucho carácter. Y de mi padre: los ojos, el pelo… Y yo creo, fíjate, que mi madre es más racional que mi padre. Mi padre es un artista, porque además de marino de guerra es acuarelista, y le da menos importancia a las cosas. Yo mis amores se los cuento a mi padre, con él hablo mucho de los hombres que me gustan.
P.– Eso sí que es más raro.
R.– Con mi madre también, pero con mi padre mucho.
P.– ¿Y la entiende?
R.– Sí, ¡me entiende! Él se casó con 32 años. Rubio, ojos azules, marino, tenista, un tipazo… Hasta que se casó con mi madre era muy ligón.
P.– Le hizo cortarse la coleta.
R.– Efectivamente. Pero era muy enamoradizo, y yo soy igual. Mi madre no, mi madre es más seria para eso. Nosotros somos más cabras locas.
P.– Siempre lleva esta medalla al cuello. ¿Puede contarse qué es?
R.– Es la Milagrosa. Es por una historia muy bonita, desde que la conocí me quedé para siempre vinculada a ella. Hace dos años buscaba trabajo para el verano y llamé a un montón de sitios y no me daban respuesta. Entonces hice un viaje a Lisboa con mis amigas y allí, en casa de un buen amigo que tiene en su jardín un montón de estatuas que se trajo de Italia, vi la Virgen de la Milagrosa. Entonces le agarré de la mano y le pedí un trabajito, lo que fuera. Y a los dos días me llamaron de Telecinco, del programa de Sonsoles. La Milagrosa me llevó a conocer a Sonsoles, e hicimos un match profesional muy fuerte, como presentadora y reportera. Ella luego se vino aquí, y yo me quedé con Joaquín Prat un año. Volví a llevarle flores a la Virgen a Lisboa, y a los tres días recibí un mensaje para venir a trabajar con ella a esta casa. Por eso no me quito la medalla.
P.– Y, además de creer en la Milagrosa, ¿es creyente?
R.– Sí. Yo voy a misa, creo en Dios.
P.– ¿Esto se puede contar hoy en día? Que parece que hay bastante reticencia.
R.– Yo nunca he renegado, quien tenga problema me da exactamente igual. En el programa cuando alguien dice una blasfemia le paro los pies, ¡por ahí no! (Ríe). Sí que creo mucho, la fe es un pilar básico para mí. Me he criado en la fe y sin la fe andaría bastante más perdida en mi vida.
P.– ¿Y Ferrol? ¿Qué supone?
R.– Lo es todo. Donde nací, donde está la gente que quiero y adonde siempre quiero volver. Siento mucho la nostalgia de los gallegos, la morriña. La gente que somos de Galicia tenemos un fuerte arraigo a la tierra, tierra. Y lo pasamos mal cuando estamos lejos. Me encantaría poder teletransportarme porque están fatal los transportes, ya lo dejo dicho.
P.– Tenía pendiente preguntarle por los trenes, porque es muy combativa con los transportes en general en sus redes sociales.
R.– Bueno, bueno, bueno. Hay que tirarle de las orejas al ministro de Transporte por esto y por más cosas. Están fatal las comunicaciones. Yo me paso la vida metida en un tren, por mi trabajo de reportera, y me da tanto envidia la gente de Valencia, de Alicante, de Málaga, de Córdoba... con sus AVES desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Pueden ir a ver a sus familias cuando quieran. Yo sólo tengo dos, y no son AVES, tardan cinco horas y siempre están agotadas las plazas. Galicia está abandonada por parte de la red ferroviaria porque debe de ser que de momento no les compensa por el turismo. En cuanto el sur se convierta en África y el norte sea la única vía de escape, ya nos podrán millones de trenes.
P.– Viene del reporterismo, donde se ha curtido durante 15 años. ¿Hace falta ser reportero para ser presentador, cocinero antes de fraile?
R.– Yo pienso que el reporterismo te da toda esa base para poder desarrollar una carrera de presentadora. Sonsoles se nota que ha estado en la calle muchísimo tiempo, por ejemplo. Es rapidez, es conocimiento, saber tratar al reportero que está allí y empatizar con él y con las historias. El reporterismo te da una visión global de las cosas que sólo como presentadora no tienes. Hace muchos años hice castings para presentar, y me alegro de que no me cogieran. No estaba preparada. Todo tiene su tiempo y la vida te va poniendo las cosas cuando ya estás preparada. Para mí esto es un sueño y una oportunidad fantástica, pero esta profesión tiene muchas subidas y bajadas.
P.– En Equipo de Investigación pasó cinco años, ¿no? ¿Qué le enseñó el formato? Un formato peculiar, como sabemos.
R.– Fue el lugar en el que me hice mayor. Mi consagración como reportera me la dio Equipo. Yo había pasado por mucha calle, muchos problemas, muchos conflictos e incluso me habían sacado una pistola como reportera en Telemadrid, pero en Equipo me hice mayor. Es el programa que me ha convertido en una periodista no todoterreno, porque creo que ya lo éramos al llegar allí, pero ahí te conviertes en mayor. Es la mayoría de edad del periodismo.
P.– Lo que yo aprendí ahí es a hacer de fiscal, a buscar la parte que no te están contando. Eso no se hace tanto en un reporterismo de calle más amable.
R.– Ah, claro, porque la base de Equipo era repreguntar. Llevábamos los cuestionarios larguísimos y eso era sólo la base. Lo que salía en el programa al final eran las repreguntas, lo que no te contaban de entrada. Y no es fácil repreguntar bien.
P.– Ahora tiene de competencia la Tarde AR. ¿Siente presión con eso?
R.– Muchísima. Pero creo que la competencia es sana porque te hace intentar ser cada vez mejor. En la calle la competencia entre compañeros es dura porque a veces son amigos tuyos a los que les tienes que quitar el testimonio, o te lo quitan a ti. Y dices: ‘Perdóname, te lo he tenido que quitar’. Hay noticias en las que sólo hay un testimonio. ¿Quién se lo va a llevar? Quien tenga más suerte o más capacidad de convicción.
P.– ¿Has perdido algún amigo por algo así? ¿O es como los jugadores de fútbol que son amigos y se ven obligados a competir en equipos distintos?
R.– No, si son amigos de verdad no te pierdes por eso. Es muy difícil porque también sientes la presión del programa y te autocastigas también a veces con ese ‘pf, no lo he conseguido’.
P.– El otro día en Yas verano hubo un directo en Chiva sobre la cancelación de su fiesta taurina por un fallo administrativo. Y ha dicho que tiene como objetivo del programa que se celebren. También la hemos visto echando algún capotazo en Tamariz. ¿Le gustan los toros?
R.– Bueno, no. A mí me gustaban los toros como fiesta, me encantan los toreros, pero tuve una experiencia hace años, que me invitaron a Las Ventas y lo pasé fatal. El toro se rompió una pata, y desde ese momento le cogí mucha aprensión al toreo, y me da mucha pena. No me gusta que se mate a los toros. Me gusta la fiesta popular y el arte del toreo, pero… No soy antitaurina, pero no me gusta que los maten. No sé si eso tiene una definición.
P.– Es un programa con muchísima audiencia el que hace. ¿Ya la conocen por la calle? ¿Cómo lo lleva?
R.– Algunas personas sí. Lo llevo bien porque la gente es muy agradable y tienen siempre buenas palabras. No estoy en el punto de que me conozca todo el mundo, como a Sonsoles, pero la gente que se acerca es muy agradable, es algo muy bonito. Al final hacemos un programa de tarde para gente que tenga que estar en casa, gente mayor, gente que está sola… Yo hago tele pensando en eso, ofreciendo esa cercanía que me gusta también como espectadora, y que parezca un poco el salón de tu casa. Cuando te dicen que les acompañas mucho en su soledad es un piropo muy grande.