Antonio, superviviente de una de las minas españolas más peligrosa: "Una piedra cortó el brazo a un amigo"
Nació en un pueblo de Granada y siendo un adolescente, lo dejó todo para buscar sustento en las minas de Cartagena-La Unión.
1 julio, 2024 02:45Son los años 60. Un joven de apenas 17 años se desplaza por las estrechas galerías subterráneas de las minas de La Unión (Murcia). El muchacho no tiene miedo, hasta que por accidente se le cae de las manos el carburo con el que alumbra las cuevas. De repente, la luz desaparece para dar paso a una oscuridad total, opaca y silenciosa. El mozalbete acaba de darse cuenta de que está encerrado en una prisión subterránea a varios cientos de metros de profundidad. Y además está solo. Si no consigue encontrar el carburo, solo le queda confiar en que otro minero escuche sus gritos y vaya a su rescate.
Aquel joven era Antonio Salcedo Manzano (Granada, 1949): uno de los últimos 80 mineros que quedan con vida y que se jugaron el pellejo, a diario, en la Sierra Minera de Cartagena-La Unión, uno de los puntos más florecientes de recursos mineros que tuvo España durante el siglo pasado.
A sus 75 años, Salcedo forma parte de una estirpe de trabajadores que arriesgaron su vida por llevar el pan a casa. De hecho, el cronista oficial de La Unión, Gonzalo Wandosell, estima que "más de mil mineros perdieron la vida en el municipio, el 80% de ellos, por derrumbamientos de las galerías". Salcedo corrobora ese peligro, mientras lleva a EL ESPAÑOL a visitar la entrada de las minas donde se dejó nueve años de su vida.
La Unión es un municipio del sureste de la Región de Murcia con más de 20.000 habitantes que nació gracias a la minería. Bajo sus suelos, se extraían minerales con los que se fabricaba plata, plomo, hierro, zinc y cobre, entre otros. Esta abundancia supuso la creación de miles de puestos de trabajo. A principios del siglo XX, la población "llegó a acercarse a los 40.000 habitantes, gracias a la llegada de personas desde múltiples zonas del país", según explica el director del Archivo Municipal, Gonzalo Vicente.
Así fue como el propio Antonio Salcedo llegó a La Unión en el lejano año 1966, procedente de Güéjar Sierra: el pueblo con el término municipal más extenso de la Vega de Granada -al noroeste de Sierra Nevada-.
Pregunta.-¿Era peligroso el trabajo bajo las minas?
Antonio Salcedo.- Viví varios accidentes bajo tierra. En el primero, una piedra se desprendió del techo y cayó sobre la espalda de un minero. Debió romperle la columna porque vi cómo las piernas le quedaron retorcidas de una forma escalofriante. Luego, un amigo perdió el brazo al suceder algo parecido: otra piedra se desprendió del techo y le seccionó esa extremidad. Fue sobrecogedor cuando fui a verlo al hospital y vi el muñón. A mí, lo más grave que me ocurrió fue que una roca me destrozó un dedo al caer.
Salcedo es un hombre tranquilo. Tiene los ojos vivos, entornados, pero atentos a todo cuanto ocurre a su alrededor. La edad no es para él un ancla que limite sus movimientos, sino una mochila de la que extrae una valiosa experiencia que le ayuda a desenvolverse cada día. Este minero retirado no exagera cuando ironiza que su vida "da para escribir tres libros".
Este septuagenario, seguro de sí mismo, avanza por los pedregosos caminos de montaña que recorrió mil veces en su juventud. En varias ocasiones, se detiene para alertar al periodista sobre la presencia de pozos abiertos donde un visitante despistado puede caer y quedar atrapado. La Sierra Minera es un lugar de particular belleza, "pero hay que andar con pies de plomo".
"Empecé a trabajar con seis años en mi pueblo, recogiendo animales en un cortijo", cuenta Antonio en su ascenso hacia el Cabezo Rajao, uno de los montes más icónicos de la Sierra Minera, y uno de los lugares en los que él mismo agachó el lomo durante mucho tiempo. "Desde entonces, he estado toda la vida trabajando hasta que me jubilé. A las minas les dediqué unos nueve años del 66 al 82".
Pregunta.-¿Por qué decidió dejarlo todo en su pueblo para trabajar en las minas de La Unión?
Antonio Salcedo.- Pasé mi juventud en Güéjar Sierra, un pueblo de Granada, trabajando con animales. Pero llegó un punto en que allí no había nada que hacer. Estábamos completamente parados. Entonces, un amigo y yo nos fuimos a Murcia para buscar trabajo, y allí fue donde supimos que había mucho empleo en las minas de La Unión. Llegué aquí, y al poco tiempo empecé a trabajar en una mina. Tenía 17 años.
Las minas unionenses llevaban explotándose desde tiempos inmemoriales. El director del Archivo Municipal, Gonzalo Vicente, explica que "hay constancia de explotaciones desde los cartagineses, en el siglo III a.C. Pero con los romanos, estas minas se convirtieron en las principales exportadoras de plata y plomo a toda la República Romana".
La actividad minera cesó en La Unión en 1991. Este punto y final vino impulsado por las protestas de vecinos y ecologistas contra la contaminación de la Bahía de Portmán, por culpa de los vertidos de estériles mineros sobre la única playa del municipio y que décadas después sigue esperando a ser restaurada. De modo que las personas que pisaron aquellas galerías subterráneas se cuentan por miles y de todas ellas, el cronista oficial de La Unión, Gonzalo Wandosell, estima que "solo quedan menos de 80".
Antonio Salcedo es uno de esos ochenta mineros y corrobora que cuando llegó a La Unión: "La mayor parte de los ciudadanos se dedicaban directamente a la minería". La cantidad de explotaciones mineras que había en el municipio era tan inmensa que todavía hoy, decenas de castilletes y chimeneas de las fundiciones se reparten a lo largo y ancho de la Sierra Minera, todas están abandonadas, pero recuerdan la pujanza de un sector cuyos vestigios marcan el paisaje unionense.
El documento que mejor acredita esa abundancia se encuentra en el Museo Minero de La Unión. Es el plano de concesiones mineras elaborado en 1907 por el ingeniero Carlos Lanzarote. En esta joya de incalculable valor histórico para la Sierra Minera, se contabilizan "1.151 minas" repartidas desde Cartagena hasta La Manga con un epicentro: La Unión.
P.-¿Cómo era el trabajo de un minero?
A. S.- Había distintas labores. Por ejemplo, yo empecé ayudando a un viero que son los que estaban en las vías llevando las vagonetas que se usaban para sacar el mineral de las minas hasta la superficie. Después pasé a ser peón, y en ese trabajo me dedicaba a llenar las vagonetas con el mineral que extraían todos mis compañeros con picos y martillos. Más tarde, me pusieron de ayudante de martillo, que eran los que perforaban directamente la piedra bajo tierra, y con el tiempo conseguí la plaza de maestro perforista.
Como maestro perforista, sobre los hombros de este minero recaía una de las labores más peligrosas de la profesión sin lugar a duda: el trabajo con los explosivos. La legislación de aquella época, según recuerda Antonio, establecía que los explosivos debían ser manipulados en la mayor parte del proceso por un artillero cualificado. Sin embargo, en la práctica, eran los perforistas sin cualificación los que se encargaban de todo y se jugaban la vida a diario: "Así la empresa se ahorraba un sueldo".
"Nosotros mismos manipulábamos los 'barrenos': los cartuchos de dinamita. Nosotros los cargábamos, los colocábamos en las galerías e iniciábamos la descarga que arrancaba el mineral de las paredes o donde estuviera". Este era unos de los puestos que contaba con mejor salario en las minas de la Sierra Minera porque el riesgo era muy alto. A los maestros perforistas, se les pagaba según el material que extrajeran cada semana.
"En la mejor mina que estuve se llamada Brunita y había descargas en las que podíamos sacar de 140 a 150 toneladas de material en un solo día". Antonio recuerda a la perfección la semana que cobró 8.175 pesetas, gracias a la gran cantidad de 'género' que sacó con sus compañeros. "No era mucho dinero, pero podías comprar un montón de cosas. Por ejemplo, una moto que costaba unas 13.000 pesetas".
Los meses en los que cobraba esa nómina eran escasos porque solo los consiguía en la Mina Brunita, por ser de unas las más ricas en cuanto a recursos. "En otras, el sueldo normal rondaba las 3.000 pesetas, a veces 4.000 pesetas".
P.-¿Qué fue lo más impresionante que vio trabajando bajo tierra?
A. S.- En una ocasión, siendo novato, estaba en una galería y se me cayó el carburo, dejándome a oscuras. Todo se volvió tan negro como si cerrases los ojos. Aquelllo me impactó, menos mal que volví a encontrar el carburo. Otro episodio que recuerdo es cuando descubrí una galería de unos 500 o 600 metros cuadrados que estaba repleta de estalactitas y estalagmitas.
Era de lo más hermoso que he visto en mi vida, figuras de todas las formas y colores que puedas imaginar: azules, cremas, blancas... Solo otro compañero se atrevió a venir conmigo para verla porque había que pasar arrastrándose por un hueco muy estrecho.
En esencia, Antonio Salcedo no es un simple minero. Es uno de los últimos de una estirpe de valientes mineros que con su sangre y sudor contribuyeron a desarrollar la historia de una población pequeña en tamaño, pero inmensa en historia gracias a su Sierra Minera que durante años contribuyó a generar riqueza tanto en la Región de Murcia como en España.
En la persona de Antonio no están solo sus vivencias, sino que se ven reflejadas, a su vez, las vidas de los miles de mineros -y trabajadores de todo el país- que como él, arriesgaron el pellejo para alimentar a sus familias de forma honrada. Por eso, Antonio, como buena parte de los ancianos de toda España, es uno de los patrimonios más importantes que el país puede tener como las minas de La Unión.