Arturo Valls: "Ser excesivamente bueno a veces no conviene porque te pasan por encima"
El actor protagoniza 'Mala persona', una comedia en la su personaje finge ser la peor persona para que no lo echen de menos cuando muera.
28 abril, 2024 02:49Cada vez que Arturo Valls (49) se asoma a una ventana -llámese televisión, cine o doblaje- se transforma, pero nunca pierde su esencia. Lo que ves es lo que hay. Si se le hiciera la prueba del algodón no engañaría, ¿o sí?. Bueno, de eso se trata, es actor. Pero también presentador, humorista, actor y en los últimos tiempos también productor. Ojos vivarachos, amplia sonrisa y un discurso muy medido sin profundizar en el amplio espectro de la semántica quizás por temor a meter la pata, a decir algo inconveniente o, simplemente, porque quiere vivir y dejar vivir.
Valenciano de nacimiento y madrileño de adopción, nuestro entrevistado se hizo ya tremendamente popular con su primer programa de televisión, Caiga quien caiga (1998-2007). Luego llegó su participación en Cámera Café (2005-2009) y algunos de los concursos más populares de la última década como ¡Ahora caigo! (2011-2021), Me resbala (2013-2021), Pasapalabra (2020-2023) y en la actualidad está al frente de Mask Singer: adivina quién canta y acaba de estrenar El 1%. También ha hecho cine -Torrente 2: Misión en Marbella (2001) o Camera Café: la película (2022), series -Pelotas (2009-2010), Museo Coconut (2011-2013)- y doblaje.
A pesar de todo el trajín que conlleva combinar todos estos palos, el humorista ha logrado formar una bonita familia estable junto a su esposa, Patricia María Santiveri, con quien se casó en 2009 y con quien tiene un hijo, Martín (14).
El encuentro que tiene EL ESPAÑOL con Arturo es en una de las habitaciones del hotel Casa Fuster cinco estrellas de Barcelona ya que presentaba oficialmente la comedia Mala persona en el BCN Film Fest, que se estrenará en cines el próximo 5 de julio. Le acompañan su esposa en la ficción Malena Alterio (Sagrario), su mejor amigo Julián Villagrán (Juanjo) y José Corbacho (padre Héctor), entre otros.
Nada más entrar, la consigna: "Vamos mal de tiempo, nos hemos retrasado y Arturo no ha comido". Normal, son las dos y cuarto de la tarde. ¡Ojo!, que quien escribe estas líneas y el compañero fotógrafo tampoco han ingerido nada. La invisibilidad de los profesionales de los medios son como los alcornoques y los olivos, sus hojas son tan perennes como la falta de tacto.
La cama de matrimonio y otros enseres se han evaporado para montar un set para realizar principalmente entrevistas de televisión y radio, hay varios micrófonos esparcidos, varias cámaras, metros y metros de cables, tomas de sonido, el plafón publicitario, focos y como no podía ser de otra manera un gran reloj digital para que el periodista sea consciente en cualquier momento del tiempo que le queda. La presión es otra señal inequívoca de estos encuentros tête-à-tête. Arturo está concentrado en su móvil, envía varios whatsapps y entramos al tajo.
-¿Promocionar es sufrir?
En algunos casos sí. A veces, lo que acabas de hacer no te acaba de molar y se sufre porque son jornadas largas donde estás hablando de algo de lo que no estás muy contento. Se hace duro. Pero si el proyecto te gusta se hace más llevadero. Y este sí es el caso.
-El público se puede llevar una gran sorpresa con su personaje…
Esa es la clave. El punto de partida es muy ingenioso y brillante porque alguien que es un ángel quiere convertirse en odioso para que sus seres queridos no le echen de menos ya que le acaban de diagnosticar una enfermedad terminal. Luego está el tono, casi de cómic, políticamente incorrecto, tan transgresor sin haber sido a priori el objetivo. El argumento es una novedad porque venimos de comedias muy convencionales, basadas en estereotipos, clichés y costumbrismos, que están muy bien, pero el espectador también pude acoger algo como lo que hemos hecho
-¿Dónde cree que están los límites entre la maldad y la bondad?
Esta una de las cosas que plantea la película. Límites para ser buenos no hay, pero sí nos damos cuenta que ser excesivamente bueno a veces no conviene porque te pasan por encima y te toman el pelo. Hay que tener un equilibrio, en mi balanza prefiero que gane lo positivo. Sin embargo, habría que ser un poquito malo o no ser tan estrictamente bueno.
"Cada vez más egoísta"
-Durante la pandemia nos cuestionábamos si íbamos a ser mejores.
Sí, y también decíamos 'nos hemos dado cuenta de lo que es importante en la vida'. Pues nada de eso. Hemos visto que el ser humano tiene ese punto lamentablemente cada vez más egoísta, no se intenta entender al otro, en ser más tolerante… lo que abunda es el sentimiento de la propiedad, que no me toquen lo mío y, sobre todo, ese individualismo tan bestia se ha agudizado.
-¿Estos sentimientos se potencian más por el ego de ser un personaje público o ya lo tiene dominado?
Creo que sí. Estamos viendo gente que en ese egoísmo hacen cosas que no, que no… es que iba a hablar de un caso concreto y como os conozco no me quiero meter en líos (risas). El ego hace que parezca que lo tuyo solo es lo importante y hay que mirar a los demás porque los equipos y las producciones son muy importantes. No puedes pensar que tu trabajo como actor es el único que merece la pena. Estoy hay que cambiarlo.
-Desde hace décadas se habla de la invisibilidad de la mujer a partir de los 40 o 45 años para conseguir papeles. Tu compañera Malena Alterio no ha parado de trabajar, hace poco ganó el Goya a la mejor actriz, supera ya esa barrera de edad, ¿cree que está habiendo un cambio en la industria?
Sí, y mucho tiene que ver con las cuotas, que a veces son injustas pero necesarias para que esto ocurra por una cuestión de estadísticas. Si no incentivamos para que haya más personajes femeninos o más directoras no sucederá que haya premios como el de Malena o que existan personajes interesantes. Todos tenemos que ser conscientes sobre ese tema. Insisto, hay invisibilidad en personajes como el de Malena y en muchos sectores del cine. El actor debería empezar a darse menos importancia, parece que sea lo único relevante y a veces un técnico de sonido, un pertiguista, un guionista, lo que sufre un productor para levantar un proyecto… Y parece que la única cara visible es la del intérprete. A veces no se tiene en cuenta la cantidad de gente que forma un equipo.
-Al fin y al cabo vosotros sois los que atraéis a la gente.
Sí, pero sin todo lo demás… Es que todo lo que hay detrás no se ve, la importancia de un director de arte o un maquillador parece que es menor. Yo quiero darle importancia a todo esto
-¿Hay que cogérsela, ahora más que nunca, con papel de fumar desde el punto de vista del humor? Porque con tantas coacciones y en cuestión de libertades hemos ido tan para atrás que uno se lo ha de pensar trescientas veces para decir qué, cómo, cuándo y dónde.
No creo que en cuestión de libertades hayamos ido para atrás. En los ochenta había cosas que eran muchísimo más impensables de hacer que ahora y, sobre todo, la importancia es el contexto. Hay que tener en cuenta dónde se dicen las cosas, dónde estás haciendo ese chiste, con qué interlocutor o si en ese entorno está permitido. Este es el caso de la película que con esa premisa y contexto justifica el comportamiento, las cosas que se dicen y lo políticamente incorrecto. El último objetivo de la ficción, el humorista y el chiste es ofender. Hay que atender al sentido común. El mismo chiste en según qué programa es ofensivo, pero si lo hace el humorista Juan Dávila en un teatro donde de repente hay gente con cualquier discapacidad, una persona ciega que va a que se hagan chistes sobre ciegos o un negro que acude también para que se hagan chistes sobre negros, y esto lo explica Juan, resulta que van ahí para que se visibilice su condición. Pero es ese contexto y ahí se aplaude y se disfruta. Sin embargo, si dice en El Hormiguero todo mal. Hay que atender siempre al contexto y al sentido común.
-Con respecto a la otra pregunta también me refería a los chistes de gangosos de Arévalo o a decir piropos.
Hace falta pasarse para que las cosas cambien. A veces dices que ya no me puedo reír de nada, pero qué necesidad hay de reírse de los homosexuales o por qué seguir haciendo chistes de gangosos. También conviene dejar de hacer según qué tipo de chistes.
-Hablando de homosexuales, cada vez más los actores y cantantes confiesan en sus redes sociales su orientación sexual. Parece que han perdido el miedo a que se les vete en los proyectos, ¿crees que realmente existe ese camino libre para poder decir soy gay o no binario y aquí no pasa nada?
(Pensativo). No estoy seguro de si se les siguen cerrando las puertas, pero lo que sí sé es que no debería ocurrir. Cada uno puede tener la situación sexual que quiera y no debería ser un impedimento para que te cojan en un proyecto. Pero yo creo que cada vez pasa menos, no creo que haya un productor que piense que porque cierto actor o actriz sea gay o lesbiana no vaya a contratarlo. Abogo porque cada uno haga lo quiera a la hora de tomar la decisión sobre si salir o no del armario. Es una opción muy personal.
-¿El hecho de que te hayas decantado también por la producción tiene que ver por un control de la creatividad, por ganar más dinero, por arriesgar?
Ja, ja. ¡Qué va! ¡Qué va!. Arriesgar y ganar dinero no van unidos. Tiene más que ver con arriesgar y levantar proyectos que de otra manera no te habrían llegado o ni tan siquiera los habrías visto o realizado. Por ejemplo, la última película de José Luis Cuerda, si no hay alguien con empeño y que de una manera romántica insiste en levantar ese filme no hubiera sucedido. O el caso de Los del túnel -protagoniza por Arturo Valls, Natalia de Molina y Neus Asensi-, que es se tipo de comedia y de personaje más agrio, más ácido o con esas sombras no me habría llegado. La mayoría de los productores te ven en un sitio, te encasillan y tienen esos prejuicios. Por eso, la manera de poder interpretar personajes como ese es intentar crearlos tú y levantar proyectos. Tengo en cuenta ese gusto por lo diferente, por buscar proyectos con directores con miradas propias, con una personalidad que lamentablemente cada vez cuesta más de levantar. Se está haciendo cada vez más caso al algoritmo, a lo comercial, a cuanto más público llegue mucho mejor, a lo ya testado en cuanto a remakes. Cada vez hay menos riesgo. En ese empeño me muevo.
-¿Cómo luchar contra ese algoritmo que no prima la calidad?
Por suerte hay algo de esperanza en películas como Pobres criaturas, que ha tenido buena taquilla, por lo que cuando nos salimos del algoritmo se celebra. La gente quiere cosas con personalidad siempre y cuando no dejen al público de lado. La película contemplativa, sesuda y excesivamente autoral entiendo que tenga menos repercusión. Pero hay cosas no tan convencionales, con una mirada particular, que personalmente me interesan más y que el público va a apreciar.
-Veinticinco años de trayectoria siendo tan joven no lo puede decir cualquiera, ¿qué queda de esa esencia del principio?
Te diría que la misma inconsciencia y casi la misma inquietud por cambiar. No tengo esos prejuicios de pasar del entretenimiento puro de un concurso como el que acabo de estrenar en Antena 3 -se refiere a El 1%- a de repente, hacer una película o lo que estoy haciendo ahora, desarrollando un guion con Carlo Patial. No puede ser más loco y diferente. Desde que era joven siempre me ha motivado lo nuevo. En clase estaba con los malotes y también con los empollones porque quería nutrirme de todo y no perderme nada. Me gusta el cine de autor, el entretenimiento y también ponerme una peluca e imitar a Shakira. Me lo paso bien, ¿por qué no? Lo que no quiero hacer es solo lo que la gente espera de mí. Hay un punto de rebelde a la hora de meterme en otros líos.
-Recientemente Valencia estuvo en el centro de las noticias por el dramático incendio de un edificio. ¿Siendo valenciano, cómo lo vivió y lo sintió?
Pues con enorme tristeza y mucho dolor. Ha sido una tragedia tremenda.
-Como uno de los rostros más populares de nuestro país, ¿cómo ha logrado que la prensa no traspase la línea de su privacidad?
Por suerte me han respetado bastante y no he entrado en ese universo. Nunca he tenido excesivos problemas con los paparazzi. Lo que sí entiendo es que ahora la prensa del corazón somos casi nosotros mismos con el Instagram, mostrando tu casa, la gente contando todas sus intimidades, ahora lloro, mira mi familia, ahora ha nacido mi hijo… Mola mantener un poco de misterio y se está perdiendo. Habría que mantener la magia.