Jeff Kinney es uno de los escritores más prolíficos y reputados del mundo. Ha escrito 18 tomos de la saga de libros infantiles Diario de Greg, que se han traducido en más de 275 millones de ejemplares vendidos, cuatro millones y medio sólo en España. El autor, originario de Fort Washington, Maryland, se ha ganado por méritos propios figurar entre las 100 personas más influyentes del planeta según la revista Time, en parte porque sus textos ya están a medio camino de alcanzar los 500 millones vendidos por la saga literaria de J. K. Rowling, Harry Potter, y en parte porque ha sido capaz de despertar el gusanillo literario de cientos de miles de niños digitalmente sobrestimulados en un presente marcado por el asalto de las tecnologías y la ausencia cada vez mayor de las artes y las letras en los hogares.
Pero a pesar de navegar a contracorriente, Kinney no da abasto. Acaba de estrenar en España Diario de Greg 18: Descerebrados (Ed. Molino). Mientras produce, de forma anual, cada nueva entrega de las divertidas peripecias del rebelde estudiante Greg Heffley, su personaje estrella, también adapta para Disney las historietas de sus libros. En diciembre de 2023 estrenará en Disney+ El diario de Greg: Cabin Fever, título que se suma a las otras seis adaptaciones al cine –tres de ellas animaciones escritas de su puño y letra y producidas por la casa del ratón– con las que sus diarios han conquistado también las televisiones del público infantil.
Además, en el pequeño pueblo de Plainville, donde vive recogido junto a su esposa y sus dos hijos, de 18 y 21 años, el superventas dirige una librería llamada An Unlikely Story (lit. Una historia poco probable), un local muy transitado por celebridades. Entre sus estanterías y sofás es habitual encontrarse a personajes ilustres como la excandidata a la presidencia de Estados Unidos Hillary Clinton, a la actriz Elizabeth Olsen, al actor Matthew McConaughey o a cualquier otra estrella que estrene libro. Él los llama para entrevistarlos y promocionar su contenido. Porque, tal y como confiesa, por sus venas, aparte de la del avezado dibujante y la del entregado escritor, late la sangre del periodista que jamás fue.
Antes de volverse una estrella literaria traducida a 69 lenguas, Jeff Kinney soñó mucho. Quizás demasiado. Primero, en ser ingeniero informático. Después, en convertirse en agente del FBI. Finalmente, descubrió que su sueño era el de contar historias de humor a través de sus dibujos. Pero todas las puertas se le cerraban en la cara. Una tras otra. Sin piedad. La eterna letanía del genio en potencia que no encuentra su plataforma de despegue. "Nadie quería mis dibujos, ni publicarme. Fue muy frustrante", confiesa a EL ESPAÑOL desde su librería de Massachusetts. "Acabé dedicándome a esto porque no me quedaba otra opción". Ya en su etapa como escritor, le rindió cuentas al destino, y al publicar sus Diario de Greg (el primero lo sacó al mercado en 2007, hace 16 años) llegó a producir, en los tiempos de bonanza, hasta 21 millones de dólares al año.
PREGUNTA.– 21 millones de dólares es mucho dinero. Aún con 18 tomos a sus espaldas, ¿Diario de Greg sigue teniendo buen rendimiento?
RESPUESTA.– Los 21 millones fueron el pico del éxito, justo cuando se acababan de estrenar varias películas y la saga empezaba a coger envergadura. Coincidió con la publicación del sexto tomo del Diario de Greg, Atrapados en la nieve (2011). Aún siguen funcionando muy bien en el mercado, pero he de confesar que no tanto como entonces.
P.– Pero en cualquier momento le hace el sorpasso a J. K. Rowling. ¿Sueña con liderar el podio?
R.– ¡No creo que la alcance nunca! Ahora mismo, en la lista de sagas más vendidas, me encuentro en el número cuatro. A lo máximo que aspiro es al tercer puesto, porque los otros dos son demasiado altos para mí [Harry Potter y One Piece superan la barrera de los 500 millones de ejemplares]. Mi objetivo principal eran los 300 millones, pero ya me estoy acercando. Se puede hacer. Aunque yo ya no tengo más metas numéricas: voy a llegar hasta el libro 20 de Diario de Greg y después veré qué hago con mi vida. Lo que más deseo es extender mi carrera a la literatura de alta calidad.
P.– Usted, en parte, también se refugia en su librería. Tengo entendido que por An Unlikely Story transitan personajes ilustres. ¿Qué los atrae allí?
R.– Bueno, allí lo que hago es llevar a autores de todo el mundo para entrevistarlos. Yo mismo preparo los encuentros. Es muy edificante, porque hablo con personas a las que jamás habría imaginado entrevistar. Es una de las partes más interesantes de mi vida. En los últimos meses han pasado personajes como John Grisham, Neil Patrick Harris, Matthew McConaughey, Hillary Clinton y ahora estamos organizando algo con Reesee Witherspoon. Tenemos un escenario donde realizamos las entrevistas. Leo sus libros y me expongo a sus tipos de escritura, y al final es como más creces: empapándote del trabajo de otras personas.
[Cómo llegó el libro de Harry a la pequeña librería de Rocío Valverde en Madrid cinco días antes]
P.– ¿Cuál es el fuego creativo que lo impulsa a escribir?
R.– Que me publiquen. Siempre quise ser historietista y dibujar para periódicos, pero nunca funcionó. Tenía el deseo ardiente de que alguien publicara mi trabajo, de que mis chistes apareciesen en algún lugar, de ser una 'estrella del rock' en mi área. Pero...
P.– Es la condena del genio, ¿no? O morir pobre o alcanzar el éxito a costa de sudor y lágrimas. ¿Acabó lanzándose a la aventura literaria por necesidad?
R.– Nunca pensé que acabaría siendo un autor literario, así que sí, lo hice por necesidad. Mi sueño era publicar viñetas en periódicos, pero nadie quería. Lo intenté, año tras año, durante tres consecutivos, y no había forma de progresar. En aquel tiempo tenía un pequeño diario con textos e ilustraciones, similar al Diario de Greg, y pensé que si lo trabajaba un poco podría convertirlo en un libro. Estuve 9 o 10 años con ello. Primero lo empecé a publicar online y conseguí muchos seguidores; luego encontré un publicista y, al final, me lancé a la carrera editorial.
P.– ¿Cuánto de usted hay en las historietas de Greg?
R.– En los cinco primeros libros, bastante. Mi infancia real fue la chispa que me impulsó a construirlos. Prácticamente todo lo que contaba era algo que me había pasado en mi vida real. Pero hoy uso más la imaginación. Por eso mi personaje principal, Greg, es tan normal. Si piensas en un comediante que hace stand up comedy, es divertido porque la audiencia se ve reflejado en su propia vida. Eso mismo trato de hacer. Nunca he pensado en crear un personaje aspiracional, como Harry Potter. En el humor... alguien así es aburrido. Yo quería a un Greg imperfecto.
P.– Diario de Greg 18: Descerebrados es quizás el libro más 'serio' de la saga. ¿Lo planteó como entretenimiento o con la intención de trasladar un mensaje?
R.– Siempre doy prioridad al entretenimiento, pero esta vez he tirado hacia la sátira. Quería satirizar el sistema educativo estadounidense, con todos sus fallos. Toco tópicos como el decrecimiento de los presupuestos de los colegios, la estandarización de los exámenes, la censura de libros, todas esas cosas que afectan a nuestros estudiantes y que deterioran nuestro sistema educativo. La sátira es la mejor herramienta para arrojar luz sobre situaciones que son ridículas.
P.– Más allá de las motivaciones políticas, quizás que la educación se resquebraje tiene que ver con la tecnología. ¿Ha pensado en ello?
R.– No me siento lo suficientemente capacitado para responder a eso. Pero es muy interesante. Si lo piensas, vivimos en un mundo en el que tenemos acceso a toda la información que queremos. Sólo hay que sacar el móvil del bolsillo. Antes, cuando era difícil conseguir respuestas, debías trabajar más para hallarla, y eso nos forzaba a aprender. Pero... ayer mismo recibí una alerta de mi teléfono que decía: 'Enhorabuena, tu tiempo de mirar la pantalla ha bajado a las 6 horas y pico'. Soy una persona adulta y paso un cuarto de mi día mirando noticias en mi teléfono. Estamos, claramente, ante un grave problema social: vivimos adictos a los móviles y a la dopamina que nos despierta la validación constante que nos ofrecen las redes sociales.
P.– ¿Le preocupa el auge de la Inteligencia Artificial? Quizás un día nos robe, o le robe, el trabajo.
R.– Me preocupa hasta cierto punto. En mi caso, creo que seré difícil de reemplazar porque lo mío es un trabajo muy creativo y lleva mucho tiempo refinar las bromas para contar una historia de forma apropiada. Hay un elemento humano que, creo, una máquina no tendría fácil recrear. Pero ¿un periodista deportivo, por ejemplo? Ahí sí que me preocuparía. Un algoritmo puede trasladar el resultado de un juego, de un partido, todos los datos, escupirlo como una historia cualquiera. Por eso creo que, dentro de un tiempo, lo más valorado será la autenticidad, el hecho de tener una voz propia.
P.– Hablaba antes del sistema educativo y mencionaba la censura. Uno de los candidatos a las primarias republicanas, Ron DeSantis, gobernador de Florida, ha activado los engranajes legales para permitir el veto de algunos libros 'incómodos' en el estado. ¿Qué opina de la ola reaccionaria?
R.– Que es terrible y aterradora y debemos luchar contra ella. Lo único que consigue la censura es apagar voces que ya de por sí están poco representadas. Cada niño necesita y merece verse a sí mismo representado positivamente en las páginas de un libro. Es importante para su salud mental. Y el motivo de que todo esto esté así es la factura ideológica de la era Trump, que ha invitado a la gente a actuar de forma irracional e irresponsable en todos los niveles, especialmente en el político. Me preocupa que haya personas que vivan fuera de lo mainstream y se sientan infrarrepresentadas.
P.– Pero luego existe otra contraparte, la censura promovida por lo políticamente correcto. Ahí tenemos el caso de las obras de James Bond o Roald Dahl. ¿No le preocupa también?
R.– Lo que necesitamos es un poquito de sentido común. Para mí, personalmente, como humorista, trato de andar siempre sobre la línea roja... pero sin cruzarla. El problema es que la línea cambia, no es inmóvil, y sé que algún día mis libros caerán en el lado 'incorrecto' de esa línea y puede que haya reacciones airadas contra ellos. Al final sólo puedes escribir en el contexto de tu tiempo y en el lugar en el que vives. Es difícil ser un escritor con sentido del humor y salvaguardarte de la censura. No creo que nadie pueda predecir qué vamos a vivir dentro de 20 años, igual que nadie predijo cómo iba a cambiar todo lo relacionado con los asuntos de género o con los educativos. Quién sabe qué estará bien y qué mal dentro de dos décadas.
P.– Hablando de persecuciones... Usted quería ser agente del FBI. ¿Cómo acaba escribiendo libros para niños?
R.– Cuando estaba en la universidad estudiaba ciencia computacional, pero decidí meterme en temas de justicia criminal porque no me iba bien y porque, realmente, me resultaba muy interesante la criminología y todo lo relacionado con los tribunales. Llegué a trabajar como programador y después de acabar la carrera quise convertirme en agente federal, pero acabé tomando un camino muy distinto en la vida porque, en el fondo, deseaba ser diseñador de periódicos e historietista. Hasta flirteé con el desarrollo de videojuegos.
P.– ¿Es más interesante escribir para niños que perseguir asesinos en serie?
R.– (Risas) Nunca viví esa vida, así que jamás lo sabré.
P.– Imagino que con 275 millones de ejemplares vendidos usted es de los pocos que puede decir que vive de su talento. ¿Le da miedo que se acabe el grifo del éxito?
R.– Yo me siento muy afortunado. Acabo de terminar un tour por Estados Unidos y aún se me hace raro llenar salas con 1.500 o 2.000 personas. Y sí, luego llego a casa, me meto de nuevo en mi mundo y me asaltan las dudas y la ansiedad y la preocupación por hallar la próxima idea. Temo que un día se esfume todo. Vivo en esa montaña rusa de emociones todos los años. Así funciona mi vida.