Son los tiempos de Tinder, sí, pero también los del ghosting, cuando desaparece tu amante sin avisarte; los del icing, cuando te congelan tratándote con monosílabos sin apenas interés; los del orbiting, cuando un ex te rodea en las redes sociales sin acabar de irse nunca, o del simmering, cuando eres el plan B de alguien.
Tiempos de los casi algo, esas relaciones indefinibles, y de los incel, aquellos a los que les da pereza conocer a gente nueva y prefieren hundirse en una cómoda pero aburridísima zona de aparente confort.
Ágatha Armstrong tiene apellido de conquistador lunar anglosajón, pero en realidad es francesa, aunque también balear. Lleva casi dos décadas estudiando las relaciones sexoafectivas, incluidos dos postgrados en Psicoterapia Congnitivo-Social y otro en terapia de pareja y sexual con perspectiva de género.
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Antes, una más ambiciosa o tal vez idealista Armstrong quiso descubrir qué era el amor, y por eso se graduó en Filosofía. No logró saber qué era, pero sí pudo comprobar que es tan escurridizo que resulta quimérica la pretensión determinar su verdadera naturaleza.
“Descubrí que no es posible descubrir qué es”, relata con una sonrisa resplandeciente, pero también rendida a la incapacidad para comprender el sentimiento más poderoso y extraño de la condición humana, ese que a veces nos devora y otras nos evita. Quizá eso ya es mucho. En cualquier caso, en su búsqueda de respuestas halló algunas eficaces en otros caminos menos etéreos, esos que la condujeron a profundizar en Psicología.
Su melena pelirroja y sus cejas marrones subrayan el rostro de una mujer que muestra una enorme claridad al respecto de las relaciones entre las personas, en especial en el terreno afectivo y sexual. Aún así, no deja de asombrarse, como ocurre cuando aún llegan a su consulta homosexuales que quieren "curarse" de su orientación sexual. Sus experiencias y su conocimiento brillan en el directo diario que hace sobre sexualidad y en su podcast semanal #unaCitaconmiPsicoSexologa, así como en su cuenta de Instagram, Neuronas del Corazón, que suma unos cien mil seguidores. Acaba de publicar Por qué no sabemos ligar (Kailas Editorial, 2023).
—¿Es cierto lo que dice el título de su libro?
—Sí, actualmente este es un gran problema: no sabemos ligar porque no hay suficiente educación al respecto del sexo afectivo. La educación emocional es terrible, pero la sexual y afectiva, que también bebe de la emocional, es todavía peor.
—¿Esta es una situación reciente o siempre hemos sido malos relacionándonos con los demás en el mundo de los afectos?
—Yo creo que siempre hemos sido muy, muy malos, lo que pasa es que las señales estaban más claras y hace algún tiempo todo el mundo entendía cuando alguien quería ligar y cuando no. Ahora es peor, pero en realidad nunca ha habido una buena gestión emocional.
—¿Usted sabe ligar?
—Bueno, creo que como todos: estoy aprendiendo. (ríe)
—¿Y le va bien en ese aspecto?
—Sí, sí.
—Es posible aprender trigonometría y cualquier tipo de ciencia. Pero ¿se puede aprender a ligar?
—Antes se pensaba que era una habilidad innata, pero yo creo que es epigenética. Es decir, que una parte depende de nuestra genética y otra parte proviene de la influencia social-cultural, algo que nos va a ayudar o nos va a imposibilitar que podamos aprender. De hecho, esta es una de las innovaciones del libro: por primera vez se habla de que la erótica y el deseo dependen de mí, de mi autoconocimiento; y no hay uno bueno o malo, sino una buena o mala gestión del mismo.
—¿Ligan más los más guapos?
—Las estadísticas señalan que sí, y los estudios lo confirman; pero considero que esos estudios están sesgados, y mi hipótesis es que no es así. No ligan más, solo hacen más ruido. Se habla más del guapo que liga que del guapo que no liga que, de hecho, en ocasiones hasta tiene que solicitar ayuda. Además, el chico atractivo que no liga no se atreve a confesarlo.
—Entonces, ¿la belleza física es irrelevante en este contexto?
—Si para ti es irrelevante, se vuelve irrelevante. Se convierte en un factor importante si para ti lo es. La belleza es subjetiva. En el fondo, ¿no somos todos guapos?
—Pues no, supongo que no… Pero ¿no elegimos al otro, al menos inicialmente, por el físico?
—Elegimos por la atracción que sentimos hacia esa persona y tendemos a pensar que es por el físico. Pero ¿cuántas parejas hay donde uno se supone que es muy atractivo y el otro no?
—Es cierto que hay feos que ligan mucho y guapos que ligan muy poco… ¿Qué le sugiere eso?
—Que en realidad la belleza supuestamente establecida no importa aunque se nos quiera transmitir que sí. Otro tema es el carisma, es decir, alguien que pueda parecer guapo por otras cuestiones. Además es un tema social: alguien atractivo en España puede no serlo en Corea o en Brasil. Si llevas a Miss Universo a una tribu de África igual se preguntan: ¿y este ser horrendo quién es? Su canon de belleza es diferente.
—¿Los más atractivos tienden a ligar con personas igualmente favorecidas?
—Sí, pero más por presión social que por naturaleza propia. Ahora cada vez más está apareciendo una pseudo hipótesis que señala que si tú eres guapo tienes que estar con una persona guapa a nivel socialmente establecido. Si me tengo que operar los pechos, me los opero, si tengo que ir al gimnasio, voy, me hago el lifting que haga falta, si me tengo que cambiar de color los ojos, lo hago, lo que haga falta. La idea es irme con una persona de equivalente valor, supuestamente. Y esto se produce cada vez más simplemente porque se nos dice qué es lo que tenemos que hacer. No tanto porque yo conecte con esa persona a nivel de atracción individual, sino más bien porque se nos ha impuesto que esto es así.
—Entonces, si no reside en la belleza, ¿dónde está el atractivo de la gente?
—En la inteligencia erótica. En el conocimiento erótico o lo que yo llamo autoconocimiento del deseo. El potencial no está en el físico. Un profesor de universidad que tiene unos kilitos de más y piensas “este no se come un rosco”, si luego lo ves explicando en un seminario igual consideras que es muy atractivo porque su atracción se basa, en ese momento, en explicar. Su potencial erótico surge cuando está en un aula. Otra persona lo puede tener cocinando, otra jugando a rol, otra haciendo deporte, otra hablando. Cada uno tenemos que encontrar cuáles son nuestras fortalezas físicas y lo mejor de todo es que es individual y nadie me tiene que decir cómo es, sino que yo lo tengo que descubrir; para mí es maravilloso.
—Por tanto, hay futuro erótico para el pagafantas…
—Para mí el pagafantas no es el tonto bueno, sino el tonto egoísta, que es muy diferente. Siempre se dice que el pagafantas es demasiado bueno. Pero en realidad el pagafantas es demasiado egoísta. El pagafantas te regala unas flores o te invita a cenar por egoísmo, para que se fijen en él.
—Si entrenara lo suficiente con usted, ¿podría seducir a mujeres guapísimas?
—No me gusta esa palabra pero si siguiera los criterios, las estrategias, las recomendaciones y descubriera su erotismo, su capacidad erótica.. no es que pudiera ligar con mujeres atractivas o bellas especialmente, sino que podría ligar con personas compatibles.
—¿Qué buscamos en el otro cuando iniciamos una relación, un complemento, un igual o ninguna de esas cosas?
—Buscamos a alguien que sume. Al final somos seres individuales, debemos bastarnos solos, y la otra persona me ha de sumar día a día. Si no, ¿para qué la tengo? Para mí no es óptimo buscar un complemento, que es el mensaje general en la sociedad.
—¿Buscamos lo mismo los hombres y las mujeres?
—Sí, no importa el género ni la orientación sexual, lo que importa es que esa persona sume.
—Ese criterio tan extendido de que los hombres buscan sexo y las mujeres una relación estable, ¿es verdad o no?
—Esa es una hipótesis que se basa en estudios que carecen de validez empírica o científica, y se ha demostrado que es falsa.
—En el libro afirma que el secreto para ligar reside en la empatía erótica. ¿En qué consiste?
La empatía es la capacidad de entender las emociones y sentimientos de la otra persona. Entenderlas no significa que yo sienta lo que está sintiendo, sino que soy capaz de entenderla, ya sea porque tengo una buena intuición, una buena gestión emocional o porque sé de emociones; o porque sé preguntarlo y sé confirmarlo a través de preguntas asertivas y con responsabilidad emocional. La empatía erótica se basa en ponerme en el lugar de la otra persona a nivel de deseo. No se trata de que yo tenga que adivinar el deseo de la otra persona, sino de que en el momento en el que surja una señal ambivalente, ya sea de simpatía o erótica, sea capaz de aclarar esas señales ambiguas.
—A veces hay confusión…
—Existe un mito tremendo sobre si uno es erótico o no lo es, y a veces es cierto que las señales son muy confusas, precisamente porque hay muchas personas que no saben cómo expresar su deseo, ni saben cómo funciona, así que caen en esa falsa simpatía erótica que no arroja claridad sobre qué es. Las personas ligan cuando saben interpretar o aclarar esos mensajes difusos. Hace unos años las señales eran más claras. Guiñabas un ojo, te acercabas de una manera, había un protocolo claro, y esto se ha perdido.
—¿Se puede desarrollar la empatía erótica?
—Sí. A algunas personas que les costará más y a otras menos. Yo he visto un sesgo de género, he notado que a hombres les cuesta más la empatía erótica que a las mujeres. Yo creo que es un factor de nuevo epigenético, sí hay una influencia genética, pero también de educación, porque a las mujeres se nos enseña más a empatizar desde pequeñitas, a entender a la otra persona, a ser más cercanas, mientras que los hombres son más luchadores, conquistadores y, bueno, les cuesta un poquito más.
—En el libro escribe “una de las grandes tragedias actuales es que ya nadie sabe decir piropos, bien porque la ley los ha prohibido, bien porque el romanticismo ha muerto". ¿Tan importantes son los piropos?
Concibo el piropo como la capacidad de expresar lo que me gusta de ti. Yo creo que es importante saber expresarlo. El piropo como tal se ha desvalorizado, porque cuando alguien piensa en un piropo en seguida va a pensar en el típico hombre que dice “guapa, que culo más grande tienes” y va a entrar en esa decadencia.
—¿Cuáles son los grandes frenos a la hora de ligar?
—La inseguridad. En ocasiones porque no vemos ligar como lo que realmente es: averiguar si la otra persona también siente una atracción. Entendemos ligar como éxito o fracaso, y no es eso. Se trata de que yo siento atracción y quiero saber si tú también la sientes. ¿Por qué me tengo que tomar mal que una persona no sienta atracción hacia mí, si no es nada personal? Simplemente se trata de una atracción no correspondida. Igual que yo no siento atracción por todas las personas que sienten atracción por mí y no es nada personal contra ellos. A veces incluso me gustaría sentir atracción, pero no la siento, y punto.
—¿Cuál es la relación entre la capacidad de ligar y el autoestima?
—Hubo, durante años, la idea de que si tú tenías una buena autoestima podías ligar. Yo creo que se ha confundido autoestima con confianza. Y el autoestima no es confianza, sino quererse a sí mismo y querer a los demás. Evidentemente, en ese querer a mí mismo y querer a los demás entra esa confianza, pero también la gestión de la inseguridad que forma parte de la conciencia.
—¿Y cuánto hay de ego en el ejercicio de ligar?
—Yo creo que mucho, porque precisamente el fracaso no sería tan fuerte si mi ego no estuviese en juego. Si yo lo viese como una manera de comunicarme más, no lo viviría tan mal. Hay personas que ligan por ego. Otras seguro que no, pero las que lo viven peor y quienes instrumentalizan mal la relación, es decir, quien se lo toma como cuantas más mujeres mejor o cuantos más hombres mejor, o mira esta qué buena está, o mira ese qué bueno está, quiero conseguir esos trofeos… todo eso viene del ego.
—¿Se folla lo suficiente en España? Permítame que utilice este verbo porque lo hace usted con frecuencia en su libro. (ríe)
—Sí, sí que lo uso… En los últimos años, yo creo que las prácticas sexo-afectivas con penetración de aquí te pillo aquí te mato se volvieron muy frecuentes. Pero las estadísticas demuestran que después de la pandemia se han ido reduciendo los números. Creo que follar a ha disminuido y follar con está aumentando, lo cual está muy bien. Follar a significa estoy instrumentalizando a la persona y follar con es estamos follando mutuamente, la otra persona quiere, yo quiero y queremos disfrutarnos sin otro objetivo, y pasar un buen momento; la relación está clara, no hay subterfugios ni manipulación detrás.
—Utiliza en su libro un lenguaje muy personal. Cuéntenos qué es hacer “el delicioso”. (ríe)
—Esta expresión proviene de las redes sociales, cuando no se podía hablar de mantener prácticas sexuales porque era tabú; todos teníamos claro que hacer el delicioso era mantener prácticas sexuales; se hizo muy común en la cultura y la jerga dentro de Instagram, TikTok o Twitch.
—¿Y qué son los “casi algo”?
—Los “casi algo” se refiere a un concepto que surgió que ante la necesidad de referirse a esas personas que están conociendo a alguien y no saben todavía qué tipo de relación tienen. No están con la otra persona, la están conociendo; no son folla-amigos, no saben si quieren o no algo de ese tipo… Los “casi algo” todavía no saben qué quieren, y existe aún como esa libertad…; cada vez es más así, sobre todo ahora que está creciendo el modelo relacional del poliamor y que, además, se pretende evitar que se etiquete la relación.
—En el libro trata mucho el asunto del poliamor, sí, ¿le parece el mejor esquema?
—No. A ver, no quiero ser hipócrita tampoco. Si tengo que escoger entre monogamia y poliamor, no escojo ninguno. No quiero escoger un modelo relacional. Abogo y defiendo los acuerdos relacionados con la persona con la que estoy al margen de si es pareja o vínculo y eso es lo importante.
—Pero este modelo está creciendo, como usted indica.
—Pues, sí, cada vez más. Las nuevas generaciones se acercan más a este fenómeno. Es curioso, porque en mi generación la mayoría es monógamo, pero las más jóvenes tienen más tendencia a declararse como poliamor. Pero no han entendido muy bien cómo es ese modelo. Normalmente pasa el tiempo, se quedan con una persona y acaban teniendo una relación monógama.
—En el libro enseña a “encoñar un nepe”. (ríe)
—Hay una paradoja porque nunca ha estado tan sexualizada la vida en general, nunca se ha hablado tanto de técnicas y prácticas sexuales de forma así de explícita, pero al mismo tiempo a los profesionales se nos ha cohibido, y no hemos podido normalizar y naturalizar las prácticas sexuales.
Encoñar un nepe básicamente significa follar un pene. Normalmente, cuando hablamos de follar, pensamos que el pene se introduce dentro de la vagina y todo el mundo lo tiene claro, pero nunca valora que una vagina puede ir succionando un pene y es otra manera de mantener prácticas sexuales muy placenteras.
Desde el 2000 a.C. ya existía esta práctica, pero no hablamos de ella. ¿Y por qué cada vez que nos referimos a follar hablamos de penes dentro de vaginas y no vaginas que pueden follar penes? Esto es más placentero para la mujer, que disfruta más; y además, así evitaríamos dolores, porque uno de los temas recurrentes dentro de mi consulta es, precisamente, el dolor a la penetración.
—Habla de una duración media de “el delicioso” de uno a diez minutos. ¿No le parece que a mucha gente le sorprenderá semejante brevedad?
—Sí, esa es la idea. Pero hablamos de penetración pura y dura, no de los besos, las caricias o todo lo que viene antes, que es igual o más importante que la penetración. Nos obsesionamos con la penetración porque se relacionaba con la reproducción humana, pero ahora ya no tiene sentido. Cuando aparecen los anticonceptivos deja de importar y encontramos otras maneras de sentir placer a través de las caricias y los besos. En todo caso, a nivel científico se considera que se tiene eyaculación precoz cuando duras menos de un minuto. ¿Por qué no normalizar que un minuto y un segundo está dentro de la norma si la comunidad científica lo avala?
—¿Cómo de importante es el sexo en las relaciones de pareja?
—Muchísimo. Pero debemos entender que las prácticas sexo-afectivas incluyen no solo la penetración. También forma parte del registro erótico que te digan “te quiero”, o que te miren de un modo determinado, o que te acaricien de una manera particular; todo esto ya es sexo.
—¿Tiene alguna buena idea para que las parejas disfruten más de su sexualidad?
—Dedicar tiempo de calidad a la erótica, es decir, erotizar la cotidianidad. Esto se trabaja dentro de la terapia de pareja. Las parejas deberían erotizar su relación desde el inicio.
—Neuronas del corazón, su cuenta de Instagram, tiene cerca de 100.000 seguidores y muchísima actividad. Y sobre las neuronas, las emociones, el cerebro, el corazón, querría preguntarle: ¿Uno decide amar a alguien o bien lo hace sin poder evitarlo? Y en ese contexto, ¿manda la cabeza o manda el corazón?
—Durante toda mi vida he reflexionado sobre esto, y creo que lo que manda cómo gestionamos las emociones. Si hay una buena gestión emocional, entonces mente y emoción actúan juntas. Si no doy espacio a mis emociones, si no conozco cómo funciona mi deseo, si no sé cómo funciona mi amor, ya sea de manera consciente o inconsciente, el que va a mandar siempre va a ser el corazón, porque se justificará como “no lo pude evitar, no sé qué pasó, estaba todo bien y de repente me enamoré”.
Pero si se investiga sobre estas situaciones de “yo no sé qué ha pasado”, verás que ahí faltó gestión emocional, y por eso la persona ha sido “secuestrada” por la emoción. Por eso se ha enamorado de otra persona y por eso ha dejado a su mujer, porque realmente no le está dando espacio a las emociones.
—Entonces ¿“De repente me enamoré” no constituye una explicación válida?
—Cuanto más falta de conocimiento haya sobre cómo funciona mi deseo, pero no el de “esta tía me pone cachondo”, sino el de “qué es lo que a mí me hace sentir atracción hacia alguien y cómo gestiono esa emoción”, más posible es que me secuestre una emoción. Cuanto más indago y doy espacio a todo esto menos probable es que sea secuestrado por el enamoramiento, porque sé que es lo que me gusta y lo gestionaré para si quiero, acabar de enamorarme y si no, pues no hacerlo. Pero dependerá más de mí, de una decisión consciente, que de esa magia, esa idealización, que hemos heredado de hace muchísimos años y que todavía sigue vigente.
—¿Uno puede evitar enamorarse?
—Uno no puede evitar enamorarse pero sí puede gestionar esa situación, que es diferente. Es decir, yo puedo ver a una persona e intuir que, si no estuviese con mi pareja, él y yo encajaríamos, pero puedo tomar la decisión libre y consciente de decir “yo valoro a mi pareja, estoy muy bien con ella”, y no jugarme la relación.
—¿Se puede curar el miedo al compromiso?
—Más que curar, se puede gestionar. El miedo al compromiso viene de una inseguridad que se puede trabajar. Puede ser que me dé miedo que me hagan daño, o aburrirme; o que hubiera un aprendizaje negativo en una familia desestructurada y lo asocio al compromiso; pero hay que dejar claro que el compromiso no es “me comprometo contigo hasta el final de los días”, sino que “cada día yo hago una elección libre de estar contigo y que, si algo no va bien, pues hablaremos de ello, y decidiremos si hay que ir a la derecha, a la izquierda o si los caminos se tienen que separar porque no estamos bien”.
—¿Qué opinión le merecen las aplicaciones para ligar?
—Un desastre total. Están muy mal hechas. Si detrás de una aplicación hubiera profesionales que realmente se preocuparan por que los usuarios encontraran pareja, como prometen que van a hacer, no estarían mal. El problema es que nos muestran como productos de valor, de mercado; pones una foto bonita, unos criterios muy chulos y véndete y ya te comprará alguien. E igual el algoritmo te sitúa en el top ten de los guapos y si la valoración es mala pues vas a bajar en el listón; pero ¿quién es el algoritmo, quién es la gente, para decirme si soy atractivo o no?
—¿Hay alguna solución?
—Algunos compañeros y yo hemos intentado hablar con Tinder, con Meetic, con Bumble, para mejorar las aplicaciones y ayudar a que generen relaciones afectivas sanas. Pero nos dijeron que solo les interesa invertir en márquetin y que no necesitan profesionales porque “la aplicación ya funciona bien así”. Es decir, que ya ellos mismos admiten que sirven para eso. Luego, en el Metro de Barcelona te topas con una pancarta gigante de Tinder que te propone encontrar a tu media naranja. Pero… ¡si me acaban de decir que solo soy un producto…!, que no me digan ahora que van a ofrecerme a mi media naranja, no seamos así. Pero bueno, se trata de la esencia de la sociedad de mercado, imagino.
—En el libro nombra hasta seis estrategias fundamentales para ligar. ¿Puede subrayar la más decisiva?
—Ser uno mismo. Es la clave. Da igual que seas seguro o inseguro, y que tengas conocimiento erótico o no; pero sé capaz de mostrar tu vulnerabilidad desde tu identidad.
—Hemos hablado de ligar, hemos hablado de follar, pero quería preguntarle ¿qué es para usted el amor?
—Cada vez lo tengo menos claro… Para mí el amor está vinculado a ese momento a partir del cual entra en juego el factor erótico, el deseo. Cuando ya te miro con otra mirada que no es tanto desde el querer altruista, que te quiero como tal, sino que además te deseo y surge el sentimiento de deseo.
—El deseo… ¿es igual de correcto, o de sano, tener ese interés sexual, digamos, mensualmente, que tenerlo diario?
—Lo importante es la intencionalidad. Es decir, si quiero sexo cada día porque me apetece y me gusta pasar un buen rato de ese modo, todo bien. Pero no es así si mi manera de gestionar que me he enfadado con mi jefe, o que me ha despedido, se basa en la satisfacción sexual. La gestión de las emociones ha de realizarse en el ámbito emocional, y no en base a una práctica sexual.
—¿Cómo considera que es posible mantener vivo el amor, y su práctica, durante décadas?
—Erotizando la cotidianidad, como sugerí antes. Cuando los dos sabemos cómo funciona nuestro deseo y le dedicamos tiempo de calidad, y lo implemento adecuadamente en mi rutina, se suele mantener.
En las parejas puede haber peleas, ansiedad, depresión, problemas económicos, algún tipo de enfermedad y otras dificultades, pero si conozco cómo funciona mi deseo porque de manera natural, inconsciente o consciente, le he dedicado tiempo, será mucho más fácil será sortear estos problemas que pueden afectar a mi deseo; puede que caiga en algunos momentos, pero podré volver a conectar con él y hacer que vuelva a subir.
—Mi psicóloga —porque consulto a una psicóloga habitualmente—, dice que todo el mundo tiene celos. Con frecuencia observa a parejas que se separan porque se odian pero, cuando uno de ellos averigua que el otro tiene un amante, entonces se vuelven locos de celos. ¿Por qué?
—Yo creo que sí, que todos tenemos celos y que la falta de gestión emocional hace que se vivan peor. Cuanto yo más se racionalizan los sentimientos más fácil es que aparezcan celos patológicos.
—¿Los hombres son más infieles que las mujeres?
—Se han hecho estudios que a mí no me han gustado nada porque estaban sesgados en contra del hombre para demostrar que es infiel por naturaleza. Y yo creo que sí que hay un sesgo de géneros, epigenético otra vez.
En realidad, la mujer es más discreta, tal vez porque domina más el tema emocional, y lo oculta mejor; o también, por la carga moral que tenemos las mujeres en nuestra propia cultura. Me refiero a mi generación, “ten cuidado, no provoques, la falda más larga, no sonrías demasiado, no hagas esto…”. Y al final todo esto tiene un peso para ti.
Mientras que para el hombre el mensaje es distinto: “Tú tira para adelante, conquístala, haz esto, haz lo otro”. Las herramientas y los recursos para unos y otras ya desde el inicio son diferentes.
—Entonces, ¿el nivel de infidelidad es en realidad similar?
—A nivel numérico o porcentual, los hombres son más infieles porque se lo permiten más. A nivel social hay más permisividad. Pero mi hipótesis es que si estuviésemos en igualdad de condiciones, si hubiera una abolición del género y no importara si eres hombre o mujer, si fuéramos solo individuos y la genética estuviera excluida, el índice de infidelidad sería idéntico.
—¿Sigue vigente la doble moral de que el chico que conquista es un campeón por eso y la chica que lo hace es algo muy distinto?
—Me gustaría decir que no, pero yo creo que sí, porque es algo que se sigue viendo de forma constante. Si un hombre intenta seducir y luego cambia de opinión no pasa nada; si lo hace una mujer se la tacha de provocativa y demás. Existe esa ambivalencia todavía.
—¿Qué recomendaría a los lectores del libro o de esta entrevista para que el próximo fin de semana tengan suerte y liguen?
—Ligar no es cuestión de suerte, sino de tener una buena gestión emocional. Se trata de salir y conocer gente y disfrutar el encuentro. Y si realmente alguien te atrae, díselo. Y no intentes imitar una conducta segura: atrévete cuando veas a alguien que te interese, pero desde quien eres tú; si estás nervioso, admítelo con un “mira, estoy intranquilo porque me atraes y no sabía cómo decírtelo, pero me he animado”.
Y aunque te diga que no, te sentirás bien porque has tenido el arrojo de decírselo, y verás que su respuesta no es tan terrible como parecía. Antes hemos hablado de esa paradoja de éxito o fracaso, y no se trata de eso. Además, si te animas a decírselo te sentirás motivado y podrás lanzarte la próxima vez que veas a otra persona que te interese.