El 21 de enero de 2021, a las 22.49 horas, el 112 recibió una llamada de urgencia por un caso de extrema gravedad. Los servicios de emergencia sólo pudieron certificar la muerte de la paciente. Se llamaba Laia y sólo tenía dos años. Dos años y nueve meses después, un jurado popular ha considerado a su madre, Vanesa Muñoz Pujol (30 años), y a su padrastro, Cristian Lastanao Vallenilla (35), culpables de un delito de asesinato con alevosía y ensañamiento. Tanto la Fiscalía como la acusación particular de la abuela, del padre biológico de la niña y de la Generalitat de Cataluña piden para ambos prisión permanente revisable, la pena más alta establecida en el Código Penal. Será el magistrado Alfonso Ballestín quien dicte sentencia.
"Le pegaban los dos, no sé por qué. Laia no se portaba mal nunca", declaró su hermana mayor, que en aquel momento tenía 9 años.
"Nos habíamos metido ya en la cama cuando llamaron a la puerta. Era este señor –por el acusado– pidiendo ayuda. Decía que su niña no respiraba. Cuando entré al salón vi a la cría al fondo, tumbada en el suelo sobre una manta. Estaba toda blanquita, con la frente amoratada. Les pregunté si habían llamado al 112, pero yo vi que esa niña estaba ya muerta y llamé a la Policía. [...] Lo que ninguno me contó es qué había pasado", señaló el vecino del piso de abajo, a quien los acusados pidieron auxilio en primer lugar. Aunque, según el jurado, no fue exactamente así como ocurrió.
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A los dos días de la muerte de la pequeña Laia, la autopsia encontró no menos de 100 lesiones en un cadáver de poco más de 15 kilogramos. 73 eran heridas recientes. Las otras 28, antiguas.
"La molieron a palos", abundó el jurado popular integrado por cinco hombres y cuatro mujeres, explicando que tenía lesiones en cráneo, cara, tórax, abdomen, extremidades...
Los especialistas del Instituto de Medicina Legal de Aragón (IMLA) precisaron aún más: la causa de la muerte se produjo en realidad un día antes de su fallecimiento, cuando un fuerte golpe en el abdomen le causó la rotura del duodeno -una situación típica en los casos de maltrato infantil-. Los forenses explicaron que se trata de una lesión especialmente dolorosa que la pequeña soportó con poco más que paracetamol hasta que su madre y su padrastro llamaron al 112 la noche del día después, cuando ya no había cura posible para la peritonitis infecciosa que sufría.
La autopsia también realizó diferentes pruebas toxicológicas al cadáver de la pequeña analizando un cabello de seis centímetros y lo que encontraron fue más terrible todavía. Al menos durante los seis meses previos a su muerte, la pequeña Laia presentaba un consumo continuado de cocaína y en su organismo se hallaron trazas de cannabis, del antidepresivo Venlafaxina y del hipnótico Zolpidem.
Pero no sólo había maltratos físicos, pues la investigación policial ha revelado castigos desmedidos para enderezar una posible mala conducta de la pequeña como, por ejemplo, hacerle comer guindilla o salsa picante u obligarla a ducharse con agua fría en pleno invierno.
Tras un juicio que apenas ha durado una semana -comenzó el pasado 16 de octubre-, el jurado ha considerado que los testimonios han sido suficientes para concluir que la madre y el padrastro de Laia la maltrataban "de forma persistente y habitual". Es más, los miembros del jurado popular consideran que existió un claro ensañamiento de ambos con la niña al no recurrir al 112 ni a ningún otro tipo de asistencia médica tras producirse la rotura del duodeno: "Propiciaron un aumento deliberado e innecesario del dolor de Laia durante esos dos días".
Conversaciones de WhatsApp
Los informes médicos estuvieron apoyados por la declaración del jefe de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía Nacional en Aragón para dar cuenta de la investigación policial.
"Laia comenzó aquel día a las siete de la mañana comiendo pimienta y con una ducha fría por no obedecer. Y lo terminó pasadas las diez de la noche, como todos sabemos. Aunque por las fotos que extrajimos de los móviles (de los acusados) pensamos que su fallecimiento se tuvo que producir bastante antes. [...] La autopsia era brutal. Laia presentaba lesiones traumáticas por todo el cuerpo que sólo le podían haber causado sus padres, que eran quienes se encargaban de su cuidado", explicó.
En su declaración, el responsable del atestado refirió una conversación de WhatsApp de noviembre de 2020 entre ambos acusados, en la que llamó especialmente la atención la dureza de sus palabras y la imagen que las acompañaba: "Nunca habíamos visto algo así". Según narró, en la fotografía, Laia aparecía colgada a más de dos metros de altura de un gancho de pared. "La expresión de pánico y horror de su cara es terrible", insistió antes de relatar la conversación entre los acusados.
- jijijiji, por llorar - dice el padrastro.
- jajajaja - responde la madre.
La madre acusa al padrastro
Pese a que el jurado popular cree acreditado que ambos acusados trataron de causar la muerte de Laia, lo cierto es que durante el juicio se han vivido dos fases bien diferenciadas por las declaraciones de ambos. Si en un primer momento Cristian Lastanao afirmó que habían acordado entre ambos que "si pasaba algo" él asumiría la responsabilidad, durante varias jornadas uno y otro se han culpado directamente del fallecimiento de la pequeña.
"Yo no impuse nunca a ninguno de mis hijos un castigo cruel. Nunca le di guindilla, ni ajo, ni tabasco, ni nada picante a Laia. Tampoco la encerraba en el armario. Jamás le froté con caca la cara", dijo la madre durante su declaración y se exculpó a sí misma de no ver las lesiones que sufría su hija.
"Si yo no estoy en casa, no los baño y no los visto, no puedo ver esas lesiones", se justificó explicando que era la única persona que trabajaba. Y se mostró sorprendida por la forma de comportarse de su entonces pareja, a la que "nunca" vio golpear a la niña y de la que dijo que "delante de mí no era capaz de tocarles un pelo".
"Tuve que haber avisado a las autoridades, lo sé. Pero tenía miedo de que me quitaran otra vez los niños, porque mi anterior abogada me advirtió de que si dejaba de tener a un hombre a mi lado podría suceder", declaró en referencia a su situación personal, pues ella, junto a Laia y otros dos hijos procedían de Girona, donde las autoridades le habían retirado la custodia durante un tiempo por el peligro para la integridad de los pequeños.
En cualquier caso, consiguió recuperar la custodia y se mudó a Zaragoza, donde convivía con el otro acusado, con quien había tenido un cuarto hijo. "Si yo no estaba capacitada para ejercer de madre de mis hijos, el juez no debería habérmelos devuelto", agregó en su declaración.
"Cuando llegué del trabajo sobre las 18.30, la vi toda amoratada. (Cristian) Me dijo que al ir a buscarla al colegio se le había caído de los brazos por la escalera y que al subirla al coche se le había caído también. Cuando entré en casa, la tenía tumbada. La niña tenía la tripita mal, pero no la vi en un estado que me hiciera pensar que podría fallecer. Lo achaqué a la gastroenteritis que tenía desde hacía unos días", señaló sobre el día de la muerte de Laia.
"Yo después intenté reanimarla mediante el boca a boca. Hice todo lo que pude. Finalmente llamé al 112. [...] Lo que supe después, porque me lo contó mi hija mayor, fue que el mismo día de la muerte Cristian le dio a Laia una patada en el abdomen. Y de eso murió", narró.
El padrastro acusa a la madre
"Vanesa los maltrataba. Les pegaba por cualquier cosa: por decir palabrotas, por quitarse los juguetes... La he visto hasta empujarlos contra el marco de una puerta o meterles en la boca su propio vómito". "Cuando Laia no quería comer, le daba una guindilla. Y una vez que se cagó en la bañera, le metió la caca en la boca". "Yo vivía amenazado por ella, me decía que me iba a denunciar por malos tratos".
Estos son algunos de los extractos de la declaración del padrastro de Laia, quien si bien reconoció que en alguna ocasión había golpeado a la niña, ofreció una explicación para tal comportamiento. "Yo les pegaba flojo para que ella no les diera más fuerte. Era una como una advertencia para evitar un castigo mayor", declaró con la intención de hacer un dibujo de la personalidad de su ahora expareja, aunque los psicólogos que la examinaron fueron más allá en su descripción.
Cristina Andreu, la psicóloga que se entrevistó con la madre, explicó en su declaración que ésta presenta "una inteligencia límite, lo que no conlleva una discapacidad" y sí la consideró "sobradamente capaz" para valorar los hechos. "Tiene una personalidad muy inestable emocionalmente. Es muy impulsiva y tiende a mostrarse desafiante. Es muy difícil que cambie de forma de opinar. Es muy egocéntrica y suele mostrar agresividad en situaciones de desacuerdo", explicó sobre la acusada.