Desde que su padre la abandonase siendo una niña, Ana Parra siempre supo que tenía un hermano perdido que no conocía. Lo que nunca se imaginaría es que ese hermano terminaría siendo su pareja sentimental y el padre de sus dos hijos. Eso sí, tiene prohibido casarse con él. “Mi madre me contó que mi padre nos había dejado para formar otra familia y que había tenido otro hijo", cuenta Ana en una entrevista con EL ESPAÑOL. Ella, por entonces, no sabía ni su nombre, ni su edad, lo único que sospechaba es que su consanguíneo vivía en Granollers (Barcelona), su localidad natal. “Siempre tuve la curiosidad de conocerlo, sobre todo por si me lo encontraba algún día por la calle o en algún sitio".
Así que, cuando cumplió 20 años, y decidida a despejar la incógnita que la llevase a descubrir la identidad de su hermano, decidió hacer un rastreo por Facebook. En primer lugar, dio con el perfil de su padre (sólo había que buscar los apellidos que figuraban en el libro de familia) y a raíz de él apareció el nombre de Daniel Parra, el hijo de su padre. "Agregué a Daniel desde otro perfil anónimo que no era el mío para que así no viese apellidos ni nada. Simplemente quería curiosear y resolver la duda. Me daba miedo que al contarle toda la historia le pudiera destruir todo su mundo. Aún así, no pude evitar contarle quién era yo”, relata.
En ese momento, Daniel, cuyos padres se separaron cuando él tenía ocho años, vivía con su progenitor. "Alguna vez me habían dicho que quizá tenía una hermana por ahí, pero mi padre nunca me lo contó, era algo que quiso ocultar", cuenta Daniel a este periódico en compañía de la que es ahora su pareja sentimental, y a su vez hermana. "Nunca quise buscarla, quizá si hubiera sido hijo único sí que hubiese tenido esa necesidad de buscar a mi hermana perdida", revela este joven, quien por parte de padre y madre tiene otros tres hermanos más.
Una vez que sus caminos se cruzaron, comenzaron a entablar conversación a través de las redes sociales. "Descubrimos que estábamos tan cerca que era casi un milagro que no hubiésemos coincidido, y es que vivíamos los dos, por esas fechas, fuera de Granollers, en un pequeño pueblo llamado Santa Eulalia de Ronsana", cuenta Ana. "Ni siquiera nos conocíamos de vista", añade Daniel.
Así que, sin pensarlo demasiado, a los dos días de comenzar a hablar, decidieron verse en persona y poner fin a tantos años de distanciamiento. "Nos dimos un abrazo y nos dio por reírnos. Fue una situación muy rara", revela Ana. "Fue un poco incómodo ya que no sabíamos muy bien qué decir", apunta Daniel, que por entonces tenía 17 años, tres menos que su "nueva hermana".
No obstante, enseguida congeniaron, por lo que comenzaron a verse con cierta asiduidad. "Intentamos mantener una relación de hermanos, pero nos costó. Teníamos una relación de amigos que quedaban para verse y contarse las cosas", dice Dani. Así fue durante un tiempo, hasta que Ana se fue a vivir sola a un piso y él, que trabajaba cerca de allí, comenzó a visitarla. "Al final Dani pasaba más tiempo en mi piso que en su casa", cuentan entre risas, “hasta que comenzamos a vivir juntos”.
La rutina de la convivencia los acercó hasta tal punto que comenzaron a salir de fiesta juntos, a acudir a conciertos de sus grupos favoritos, a compartir gustos y aficiones, e incluso se incluyeron cada uno en el grupo de amigos del otro. “Intentamos mantener esa relación de hermanos, que es lo que marcan los cánones, pero nosotros no lo sentíamos así... No existía ese sentimiento fraternal. Yo conocí a una chica que me decían que era mi hermana y que tenía los mismos gustos que yo y que me lo pasaba muy bien con ella, pero no la podría catalogar como a una hermana", explica Daniel.
Ana conoció a la familia de Dani, “al igual que si hubiese conocido a un chico normal y corriente de la calle”, dice. En el caso de su padre, a quien llevaba toda la vida sin ver, decidió conocerlo también, “aunque sólo fuera por Dani”, expresa. “Mi padre decía que quería conocerme y a Dani lo presionaba para que nos presentaran”, revela Ana. “Yo ya no necesitaba un padre, aún así lo conocí por darle una oportunidad y por quitarle a Dani un peso de encima. La verdad es que ese señor no me ha demostrado nada nunca", aclara.
La gente del entorno de Ana y Daniel empezó a notar que la llama del amor —y no precisamente fraternal— comenzó a avivarse en ellos. Sin embargo, ellos mismos no querían verlo. "Nosotros no queríamos darnos cuenta, nos enfadábamos con nosotros mismos porque nos costaba admitirlo y romper con ese tabú: somos hermanos aunque no lo sintiéramos así", dice Ana, quien nunca podrá olvidar el día en el que finalmente pasó lo inevitable: "Estábamos de fiesta, nos acercamos lentamente y nos dimos nuestro primer beso”. “Fue espontáneo, nada premeditado…”, añade Daniel.
Sin embargo, la sensación de culpa cayó sobre ellos como un jarro de agua helada —las consecuencias lógicas de romper el hielo—, así que, justo después de ese primer beso, sus cuerpos se rechazaron y se alejaron diametralmente. “Nos fuimos cada uno por nuestro lado, nos daba cierta vergüenza lo que acababa de suceder", cuenta Ana. Sin embargo, “ese beso rompió todas las barreras, marcó un antes y un después, fue como un golpe de realidad", explica Daniel.
A partir de ese instante, decidieron no contárselo a nadie. Sólo lo sabían los amigos que esa noche estaban presentes. "Nosotros no teníamos en mente mantener esa relación, era como que había pasado y ya está. Había que olvidarlo. Es imposible tener una relación con un hermano. Habíamos tenido un momento de debilidad y ya está. No entraba en nuestras cabezas tener algo más", expresa Ana.
Relación prohibida
Un punto de inflexión que los llevó a intentar cortar ese vínculo que iba abocado a llevarles a una “relación prohibida”. Una decisión dolorosa a la que tuvieron que enfrentarse. "Nos gustábamos, estábamos bien juntos, pero es que somos hermanos, no podíamos hacer nada...", relata Ana. Pero como el corazón tira más que la razón, ese distanciamiento emocional, que duró no más de tres días, supuso una tortura para ellos. "Estuvimos llorando, nos abrazábamos... date cuenta de que vivíamos juntos", dice Daniel. "Imagínate que te gusta una chica y, por una cuestión moral, te prohíben estar con ella… pues lo pasas muy mal".
Al verlos compartir tantos momentos juntos, algunos vecinos comenzaron a hablar de los hermanos Parra: “No se nos conocía ninguna pareja, siempre estábamos juntos. Empezaron a sospechar", dice Ana. Mientras que, su círculo social más cercano, los apoyó. "Nuestros amigos han vivido todo el proceso y lo han normalizado. Al final nosotros teníamos una barrera mental, impuesta por la sociedad, pero la realidad es que somos dos jóvenes que un día se conocen y se enamoran", expresa. “La sociedad se rige por unas normas morales y nuestra moral, en el fondo, nos impedía dar ese paso. Y es una tontería ya que, si lo piensas, nuestra relación es como cualquier otra excepto por un libro de familia que dice que somos hermanos de sangre", comenta Dani.
Esa idea fue germinando en sus cabezas hasta el día que tomaron la decisión de romper la barrera moral que los sostenía. Se fueron de viaje a Londres. Allí, lejos de las miradas inquisidoras que los perseguían, pasaron unos días sin necesidad de esconderse. "Esa fue la primera vez que podemos decir que nos comportamos, de cara al público, como una pareja de verdad. Nos íbamos a cenar, paseábamos... Fue como una explosión de libertad", relata Ana. Así que, a la vuelta a Barcelona, tomaron la decisión de no volver a ocultar más sus sentimientos.
Proclamaron la noticia. Y lo hicieron por todo lo alto: acudieron a un programa de televisión para contar el bombazo. "¿Vamos a vivir escondidos por algo por lo que no hacemos daño a nadie?", dice Ana. Por lo que, para evitar que la gente hablase a sus espaldas, contaron su idilio con la mayor dignidad y orgullo posible ante cientos de personas al otro lado de la pantalla. "No nos apetecía ir uno por uno contando a la gente nuestra historia, así que por eso decidimos contarla de esta manera", explica.
“Vais a arder en el infierno”
A raíz de ahí, las críticas llegaron en masa a través de mensajes por redes sociales. "Es curioso que la gente que te critica es la que no te conoce. Nadie nos ha venido a nosotros directamente a insultarnos. Pero hay personas que nos han escrito por redes diciéndonos que vamos a arder en el infierno", cuenta Ana. Pero ellos han intentado tomárselo con humor. "Cuando hemos ido a alguna comunión o algo a la iglesia siempre bromeamos con que vamos a salir ardiendo", comenta Daniel entre risas.
Sin embargo, Daniel y Ana quieren dejar claro que contando su historia no reivindican las relaciones amorosas entre hermanos. "Nosotros no hemos dicho nunca que la relación de amor entre dos hermanos sea algo natural, simplemente contamos nuestra historia personal, no reivindicamos nada. Nos ha pasado esto, es algo inusual y ya está, pero mucha gente piensa que estamos locos por defender este tipo de relaciones y que atentamos contra la moral, y no es así, solamente contamos lo que nos ha pasado", argumenta Dani.
Además, según la pareja, mucha gente no termina de entender esta historia ya que la conocen a través de terceras personas, o redes sociales, o diferentes medios de comunicación, en los que “se muestra únicamente, de forma sectaria, una relación incestuosa, sin de verdad conocer los motivos ni los antecedentes...", cuenta Daniel. "Por ese motivo, casi nunca hemos querido dar entrevistas, por el miedo a que reflejen nuestra historia a su manera, y siempre buscando el sensacionalismo", añade.
A día de hoy, Ana y Daniel tienen dos hijos de cinco y tres años de edad, los cuales acuden a un colegio regido por el estilo Montessori, donde tienen cabida todo tipo de familias. “Allí encuentras a niños de familias monoparentales, con dos madres o dos padres. Es otra filosofía de estudio, otro tipo de mentalidad. Así que, antes de que entrara la niña al colegio, hablé con el director y les conté la historia. Todos la saben", cuenta Ana, quien no ha tenido reparos en contarle a sus hijos la verdad sobre sus padres, “aunque son muy pequeños todavía y no lo entienden”, comenta.
Riesgo genético para sus hijos
Antes de quedarse embarazada y por miedo de que, al existir un lazo consanguíneo entre ambos, sus futuros hijos pudieran nacer con algún tipo de dificultad, Ana quiso informarse sobre el riesgo que asumirían. "El ginecólogo nos dijo que, en nuestro caso, el riesgo de que nacieran con algún tipo de enfermedad recesiva es de un 4% mayor que una pareja que no comparte genes”, explica Ana.
Y es que, las enfermedades recesivas son aquellas que todos genéticamente portamos pero que necesitan de otra mitad para que esa enfermedad se pueda transmitir. “Primero, debe coincidir tu enfermedad recesiva, en el caso de que la tengas, con la de la otra persona, y luego el hijo tendría que portar los dos genes de esa enfermedad”, comenta. “La jefa de genética del hospital Vall d'Hebron de Barcelona nos hizo un estudio genético y ni Dani ni yo compartimos enfermedades recesivas, con lo cual el riesgo de quedarme embarazada de él es menor para el bebé que si lo hiciera con otra persona”, añade.
Aún así, han tenido que hacer frente a comentarios hirientes sobre la salud de sus dos hijos, a quienes muestran sin tapujos a través de sus redes sociales. “Pongo fotos de mis hijos en mis redes porque todavía nos dicen que seguro que tienen algún síndrome, cuando ellos están perfectamente sanos y son preciosos", señala Ana.
No pueden contraer matrimonio
En el registro civil, los nombres de Ana y Daniel constan como progenitores de sus dos hijos, un hecho que hubiera sido imposible antes del año 2012, cuando dos hermanos de Galicia, Daniel y Rosa Moya Peña, consiguieron, tras 35 años “de relación prohibida”, ganar la batalla por legalizar su insólita situación y ser reconocida a todos los efectos como progenitores de sus hijos de 26 y 19 años de edad. Por sentencia judicial, Daniel dejó de ser el tío de sus hijos y Rosa la madre soltera de los mismos. "Ellos marcaron un precedente", apunta Ana.
Sin embargo, actualmente el Código Civil de España prohíbe el matrimonio entre parientes directos —aunque el incesto no está considerado delito desde el año 1978—. Con lo cual, según la legislación vigente, Ana y Daniel no pueden contraer matrimonio. "En Suecia, por ejemplo, sí que nos dejarían casarnos. Hemos hablado con alguna abogada y nos dicen que no sería tan difícil, pero es mucho tiempo y dinero”. Para poder hacerlo en España, Ana tendría que rechazar a su padre y renunciar a él, y que alguien la adoptara, “pero al ser mayor de edad es muy complicado”, dice Dani.
Ese sería el último paso para formalizar la relación de nueve años de esta pareja que se acerca a la treintena. Ellos han roto tabúes y creencias. Su único fin: que les dejen vivir su amor con total libertad, sin prejuicios ni trabas legislativas. “Las sociedades deben avanzar y no anclarse en tradicionalismos. A los homosexuales tampoco les dejaban casarse y ahora sí pueden. Nosotros nos amamos y eso es lo que debería prevalecer. No hacemos daño a nadie. Por eso queremos que la gente conozca nuestra historia de verdad", manifiesta Ana.