Las vemos en todos los barrios, promocionando su género con carteles que prometen buen género y mejor precio. Han adquirido la categoría de fenómeno: podríamos llamarlo el de las fruterías intempestivas, que abren al menos doce horas al día de forma ininterrumpida, más los fines de semana. Suelen estar regentadas por inmigrantes y en ellas encontramos jugosas ofertas de fruta y verdura. Muchos clientes las escogen para aliviar el bolsillo en los tiempos que corren, pero ¿compran buena calidad? ¿Es igual la fruta que exhiben las intempestivas frente a la que venden las tradicionales?
Damos un paseo por el centro de Madrid. En el corazón del barrio de Malasaña, la frutería de Sumon llama nuestra atención por el tránsito constante de clientes en su interior. Goyi, una mujer de unos 60 años, compra a veces aquí por practicidad: "Las cebollas ellos por ejemplo las venden sueltas y en otras partes hay que llevarse los dos kilos", dice guardando en su bolsa media docena de ellas.
Luego le toca el turno a Alfonso, que vive "a 8 ó 10 metros" del local y lleva en el barrio 40 años. Tiene camaradería con Sumon: "Aquí es más barato comprar, yo que llevo comprando mucho tiempo y tengo experiencia, me sale a cuenta. Y el horario me da facilidad, porque puedo comprar en cualquier momento. Hay veces que vengo a mediodía, o en domingo incluso". Marlene, por su parte, es joven y lleva seis años en el barrio. Siempre les compra a ellos. "Creo que es más barato que comprar en otras fruterías, así que me compensa".
Sumon lleva con el negocio "desde después del corona" y, como decía uno de sus clientes, una de las claves de su éxito reside en el horario de apertura: "Abrimos a las 9:30, no cerramos a mediodía y luego estamos hasta las 21:30 o 22, depende del día", cuenta sin dejar de despachar con amabilidad el bangladesí. Pero su jornada no comienza con la subida de la verja, sino mucho antes: "Compramos la fruta en Mercamadrid, entre las 2 y las 3 de la madrugada", explica. Para cubrir una jornada tan larga, se turna con otro compañero.
Nos fijamos en los precios de su género: vende la chirimoya a 1,99 euros el kilo, el tomate cherry a 1,49 euros/kg y el célebre aguacate, tan de moda entre la gente fit, a 3,99 euros/kg. Sobre todo estos dos últimos están sustancialmente por debajo del precio que observamos en fruterías tradicionales. Le preguntamos cómo fija los precios: "Ahora todo está un poco caro, pero yo vendo barato. Cuando compro pienso en mi cliente, mi cliente qué quiere, así que traigo cosas baratas, caras. De los dos tipos. Mira: arriba tengo manzanas caras; las de abajo, más baratas", explica, refiriéndose a que oferta variedades diferentes. "Pero yo todo vendo de calidad, barato pero bueno, bueno", apostilla.
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Además de fruta y verdura, Sumon vende otros productos de alimentación. Muchos son productos que raramente pueden encontrarse en los estantes de un supermercado, pues no son nacionales. Por ejemplo, en su mostrador tiene ahora alfajores: "Hace dos meses que los vendo porque un montón de gente me los pedía". Sumon apunta las sugerencias y lleva los caprichos a su negocio: "Vendo por ejemplo productos latinos, porque este barrio es de mucho turismo", remarca.
Salimos de su frutería y, al doblar la esquina, encontramos otra. En su escaparate se ofrece, además de algo de fruta en dudoso estado, un sinfín de bebidas alcohólicas de distinta procedencia y gradación. Entramos. Su dueño es chino y nos permite hacerle unas preguntas. Apenas habla nuestro idioma, pero sacamos algunos datos en claro: tiene el negocio hace 10 años, paga 1.200 euros de alquiler y lo regenta junto a su mujer. "Abro 9:30. Hasta las 22:30", comunica. Los dos se dividen la jornada.
Si bien la fruta de Sumon no tenía mal aspecto, aquí los plátanos están completamente negros. Se lo decimos y el dueño ríe, y justifica: "Por fuera negro, dentro amarillo". Luego, explica que cada vez menos gente acude a comprarle fruta, y que él solo se abastece una vez a la semana en Mercamadrid. "Compran cerveza mucho", dice señalando a las cámaras frigoríficas. La litrona la tiene a euro y medio. Nos quedamos con la duda de si un establecimiento de estas características puede vender también alcohol (y gel de baño, y productos de limpieza del hogar, y un largo etcétera). Más tarde trataremos de resolverla.
Las tradicionales, en guerra
A pocos metros encontramos el mercado de Barceló y, en su planta baja, el puesto Frutas Barceló. Uno de sus tenderos, José Antonio Martínez, hace un alto en el trabajo para atendernos. "Estos señores están abiertos mucho tiempo y a nosotros ese horario no nos lo dejan cumplir por normativa. Por la mañana abrimos de 9:00 a 14:30, y en el invierno se vuelve a abrir de 17:00 a 20:00. Y ellos están todos los días, además, mientras que si nosotros hemos querido abrir un domingo, hemos tenido que pedir un permiso especial", se queja.
Después, continúa explicando: "De todas maneras, si quisiéramos abrir la cantidad de horas que abren ellos tendríamos que tener dos turnos y no nos iba a merecer la pena. Esta frutería es de un señor y estamos aquí cuatro personas para un turno, ocho personas sería imposible".
Hablando con él nos surge otra duda: ¿es distinta la licencia de las fruterías tradicionales respecto a la que tienen que poseer las fruterías intempestivas? Para solucionarla EL ESPAÑOL contacta a Alejandro González, gerente de Adefrutas, la Asociación de Empresarios Detallistas de Frutas y Hortalizas de Madrid.
Él explica que en la Comunidad de Madrid hay dos tipos de licencia: con la llamada monovalente sólo se puede vender fruta y verdura en cualquiera de sus estados (fresca, deshidratada, congelada, envasada, enlatada o en zumo); con la polivalente, todo tipo de alimentación, salvo carne y pescado frescos. También se puede vender alcohol. Y con cualquiera de las dos licencias se puede abrir "todo lo que quieran, salvo que haya una limitación por el barrio o la comunidad de propietarios en la que se alojen", como sucede con los mercados. No hay restricciones, explica, tampoco en cuanto a festivos.
Sin embargo, y aunque unos y otros puedan por norma abrir cuanto deseen, desde Adefrutas también cargan duramente contra los horarios maratonianos de este tipo de fruterías: "El horario extendido que tienen, y que supone más de ocho horas por persona, hace que sus condiciones de trabajo no sean homologables a las de nuestro país, y eso degrada también las condiciones de la venta y nos hace retroceder a un momento ya superado y a un nivel un poco más tercermundista. Es lamentable, pero es así.".
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Y no es lo único que preocupa al gremio: "En cuanto a la venta, es un tipo de comercio con menores condiciones de higiene; incluso en muchos casos, eso yo lo he visto, ocupan el local con un colchón y duermen allí, y eso tampoco es higiénico. A lo mejor el empleado no tiene donde vivir, le ponen un colchón, y de paso les da seguridad y tienen el local abierto hasta las tantas y vigilado", revela González.
Precio y calidad de la fruta
Le preguntamos a José Antonio, el frutero tradicional del puesto de Barceló, por los precios que hemos visto en las fruterías de horario ininterrumpido. Le contamos, por ejemplo, que el kilo de aguacate en la frutería de Sumon está a 3,99 euros: "¡Eso es muy barato! Nosotros lo tenemos a 6,99 el kilo, porque una caja de aguacates en Mercamadrid está valiendo 19 euros más IVA, y tiene 4 kilos, pero con caja, con lo que en realidad son unos 3 kilos y 750 gramos. Esos aguacates sería imposible venderlos".
¿Cómo puede entonces ofertarlos sin perder dinero con su venta? José Antonio aporta su explicación: "Normalmente la calidad de su fruta no es de primera, suelen llevar productos para dar precio, y si hay precio no hay calidad. En Mercamadrid hay categoría primera, categoría segunda, categoría extra y nosotros todo es de primera o extra". Y añade: "Ellos van buscando la rentabilidad, pero dentro de eso hay que mirar también la calidad".
El gerente de Adefrutas ahonda en la cuestión: "En general la fruta de estos locales es peor por lo siguiente. Los mejores productos llegan al mercado junto con los malos; los premium llegan a primera hora, y también los de menor calidad y los intermedios. Y a primera hora, los fruteros de alta calidad se van llevando lo mejor, por eso lo pagan más caro. Según pasa el tiempo, las partidas de alta y media calidad van desapareciendo, y al final del mercado, sobre las 7 o 7 y media queda lo que nadie se lleva, que va con un precio más barato. A esa hora es cuando veo llegar a estos señores, los comerciantes que van al producto de batalla. Ellos no suelen estar a primera hora comprando los bombones de la fruta. Es algo totalmente legal, pero es un tipo de producto más batallero".
Recordamos, no obstante, que Sumon acude a Mercamadrid a primera hora de la venta. Y González concede que no todos los fruteros de este tipo de comercio obran igual: "Sí creo que tiene que haber alguno a quien las circunstancias del barrio en el que está les haya forzado a mejorar sus condiciones de venta y el género que ofrecen". Sin embargo, otros optan incluso por comprar aquellos productos que van a caducar pronto, y pagan por ellos un precio ínfimo: "En determinados productos el asentador, que tiene una capacidad limitada de almacenaje, tiene que casi regalarlo para dar lugar a otros productos a los que les va a sacar más margen. Empresas de este tipo son las que hacen esas compras".
¿Cuántas fruterías de este estilo puede haber solo en la Comunidad de Madrid? No existe un registro como tal, pero González ha calculado en el ejercicio de su labor que deben de rondar "entre las 800 y las 1.000, un 30% del total". Antes, dice, las regentaban en su inmensa mayoría ciudadanos de origen chino, pero de un tiempo a esta parte, sin que pueda aportar una explicación concienzuda, "las llevan empresarios procedentes de Bangladés". Para él, el resumen por el que ofrecen precios "notablemente más baratos" es este: "O venden productos que están a punto de no ser comercializables, o son de una categoría muy inferior o los costes de esa empresa son muy bajos, no abonando debidamente las cotizaciones sociales. O incluso viven en la misma tienda, como apuntaba".
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