Belén (nombre ficticio) estaba viviendo un embarazo aparentemente normal. La única salvedad de su periodo de gestación — hasta ese momento — era que, durante la realización de la ecografía correspondiente a la semana número 20, los médicos le comunicaron que la placenta estaba un poco baja y que debían repetirle la prueba. “Me dieron cita para la semana 28, me la hice y después la ginecóloga que me atendió me dijo que había unas medidas que no le concordaban y que algo no estaba bien. Nos dio unos papeles para firmarlos y así poder hacerme una amniocentesis”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Mientras las semanas pasaban y los resultados de las pruebas no llegaban, el embarazo de Belén continuaba su curso, aún con aparente normalidad salvo por la posibilidad de que fuera un parto prematuro. Sin embargo, días después de cumplirse la semana 28 de su periodo de gestación le comunicaron la noticia: su bebé sufría displasia esquelética. “Algunos huesos dejaron de crecer e iba a tener unos huesos más grandes que los otros. No se iba a poder valer por sí misma y no sabíamos el daño cerebral que iba a tener. También nos dijeron que iba a tener mucho dolor”, explica. Inmediatamente y junto a su marido, Belén comenzó a plantearse posibles soluciones. La primera de ellas: pasar por un comité clínico que arrojase un diagnóstico favorable para proceder al aborto.
Sin embargo, a pesar de contar con esta opción, en el hospital fueron honestos con la pareja. “Nos dijeron que había casos como los nuestros que los habían denegado. Conocían, concretamente, dos casos en los que había ocurrido eso y decidimos no pasar por el comité clínico. Íbamos a contracorriente. Yo ahí ya estaba a finales de todo”, explica. Por ello, y ante las ocasiones en las que los comités clínicos no arrojan resultados favorables para la interrupción del embarazo, Belén decidió tomar la decisión que, cada año, toman más de un centenar de mujeres en España: cruzar la frontera para interrumpir su embarazo fuera de nuestro país.
En España, la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo permite a las mujeres abortar de forma libre antes de la semana 14 de gestación. Entre esta semana y la número 22, el aborto se permite previo diagnóstico médico que lo justifique, como una malformación en el feto o una enfermedad grave de la embarazada. Sin embargo, pasada la semana 22, la dificultad para conseguir interrumpir el embarazo aumenta considerablemente. Únicamente se permite en caso de anomalías incompatibles con la vida o una enfermedad fetal extremadamente grave e incurable.
La desesperación se apoderó de la pareja y la solución no llegaba. A pesar de ello, y gracias a la constante búsqueda del marido de Belén a través de Internet, dieron con la Asociación de Derechos Sexuales y Reproductivos de Barcelona, que desde hace alrededor de 40 años ofrece apoyo emocional e informativo a mujeres que atraviesan su misma situación. “Mandé un correo y en un periodo corto de tiempo me contestaron diciéndome que se iban a poner en contacto conmigo. Al día siguiente me llamaron de Bruselas, de hecho me llamó la doctora que luego me atendió. Me explicó todo: cómo iba a suceder todo y en qué momento”, cuenta Belén.
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Desde ese preciso instante, las dudas y la incertidumbre se apoderaron de esta pareja que, tal y como afirman, afrontaban con miedo el proceso. “Cuando fuimos a Bruselas ya estaba de 33 + 5 días. No sabíamos si nos iban a dejar viajar en el avión. No nos defendemos mucho con los idiomas, no estás en tu país y no estás con tu gente. No fue fácil”, explica Belén. Sin embargo, con las mismas, la pareja cogió un vuelo directo a Bruselas. Previamente les habían comunicado que la primera noche la pasarían en el hotel y que, posteriormente, ingresarían en el hospital.
“Nos dijeron que no cogiéramos el avión de vuelta porque no sabían qué día exacto íbamos a volver”, cuenta. En cuanto al importe que debían abonar por la intervención, se redujo a 150 euros. El resto de los gastos, al contar con la Tarjeta Sanitaria Europea, quedaban cubiertos. Sin embargo, en el caso de las mujeres que desean interrumpir su embarazo en Bélgica y no cuentan con dicho certificado deben abonar la cantidad de 5.000 euros.
— ¿Cómo fue la estancia en Bruselas?
— La gente de Bruselas es un espectáculo. Amable, atenta y gente que se esfuerza por atenderte y entenderte, todo lo que hacía falta. La doctora me dijo que era un proceso muy duro y que no querían que yo pasara dolor. Que si tenía dolor me administraban medicamento, pero que ya era lo suficientemente duro como para que encima pasara dolor. Me dijeron que podía estar acompañada por una persona que podía estar en la habitación conmigo todo el tiempo. Tenía una cama, le daban de comer, todo muy bien. Todo con un cariño y un respeto que me dejó asombrada.
Los comités clínicos
En base al Real Decreto 825/2010, de 25 de junio, de desarrollo parcial de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, en España cada comunidad autónoma debe contar con un comité clínico. Cada uno de ellos cuenta con tres médicos. Sin embargo, tal y como explican desde la Asociación de Derechos Sexuales y Reproductivos de Barcelona, lo que muchas mujeres desconocen es la posibilidad de designar ellas mismas a uno de esos tres con el fin de que las represente. “Nosotras tenemos varias profesionales de la organización que en caso de que quieran que acompañemos su caso les ofrecemos que una de ellas formen parte del comité. Es un tema muchas veces simbólico, porque los comités están compuestos por personas de las áreas sanitarias y si la mayoría dicen “no”, es difícil que nuestra votación pueda cambiar la decisión”, cuenta Silvia, coordinadora de la asociación.
— ¿Entran en juego aspectos ideológicos en este tipo de comités?
— Los comités son absolutamente discrecionales dependiendo de quién esté en el comité y dónde se encuentre. No existen unos criterios que sean universales y que marquen unas líneas para todos los comités del Estado. Nos hemos encontrado el mismo caso en diferentes comités de comunidades autónomas y han tenido resultados diferentes. Eso demuestra que cada comité decide en base a sus criterios. Por una parte son criterios sanitarios, evidentemente, pero no se puede negar que hay una parte ideológica en la decisión. Cualquier interrupción del embarazo tiene que estar basada en la voluntad de la mujer y en estos casos los comités no tienen en cuenta la voluntad de la mujer, sino estos criterios sanitarios y estos criterios ideológicos.
Mismo pensamiento que el de Belén, que muestra abiertamente su pensamiento sobre los aspectos ideológicos que entran en juego en las decisiones de los comités. “Si te dicen que no, puede ser porque haya médicos que no estén a favor del aborto. Yo evidentemente quería tener a mi niña, es lo que más quería en el mundo, pero si no viene bien, ¿qué hago? ¿Le dejo una carga y le hago daño? Si yo viera que ahora no puedo valerme por mí misma ni vivir, yo agradecería a mis padres que hicieran eso. Es pensar en ella, en nosotros y en mi otro hijo, en todo el mundo. No entiendo que para ellos eso sea una enfermedad que te permita vivir, porque malvivir no es vivir”, añade.
Un centenar al año
Según datos de la doctora Teresa Cos, jefa del Departamento de Medicina Fetal en el CHU Brugmann de Bruselas, cada año cerca de un centenar de mujeres viajan desde España para interrumpir su embarazo. “En algunos casos ni siquiera pueden ir a Bruselas. Mayoritariamente van a Bruselas, pero hay veces que tienen que ir a Londres o incluso Estados Unidos. Es muy complejo dar datos exactos”, cuenta Silvia, que asegura que desde la asociación atienden alrededor de cinco españolas cada mes.
Entre las principales críticas al sistema sanitario y a la normativa en relación a la interrupción del embarazo en nuestro país, tanto la asociación como Belén exponen la falta de información que se les ofrece a las mujeres que atraviesan estas situaciones. Para Belén, la asociación se convirtió en toda una salvación. “Si no llega a ser por ellos no sé qué hubiéramos hecho. No teníamos otra solución”, cuenta. Asegura que en el hospital no le pusieron trabas, pero también admite que no le ofrecieron ni solución ni ayuda. “Me trataron de maravilla, pero no así la sanidad ni la ley, que no te permite hacerlo aquí”, sentencia.
Durante sus más de 40 años de trayectoria, la asociación ha colaborado en la ayuda informativa y emocional a las mujeres que han deseado interrumpir sus embarazos de forma voluntaria y no se les ha sido permitido en España. Su objetivo, aseguran, es reivindicar y garantizar los derechos sexuales y reproductivos de la población. Comenzaron durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición, lo que definen como “la época de la clandestinidad”. “Ya en aquellos años se acompañaba a las mujeres para que pudieran ir a Londres, cuando estaba totalmente prohibido, y durante todas estas épocas la realidad es que las mujeres necesitamos todas nuestras redes de apoyo”, explica Silvia.
– ¿Qué papel juegan estas asociaciones?
– A mujeres que tienen un embarazo muy deseado, que tienen un diagnóstico fetal muy complejo y en la mayoría de los casos grave, muchas veces no se les autoriza el aborto. En ese momento es cuando desaparece todo el apoyo y el seguimiento a estos casos. Es en ese momento cuando nos damos cuenta desde la asociación de que tenemos que poner en marcha un grupo de trabajo para acompañarlas de forma integral. A parte de que es un momento emocionalmente durísimo, las mujeres necesitan muchísima información que mayoritariamente no se les da o no se les da correctamente. Si te dicen que no puedes ir al comité no saben cuál es el siguiente paso y cuál es el camino y ahí es cuando el sistema ya no sigue con esas mujeres y ya solo les ofrece seguir con ese embarazo y con todas las consecuencias que puede tener, no solo tener una criatura con situaciones graves de malformaciones sino con situaciones de enfermedades que puede ser que esa criatura muera a las horas de nacer porque ya se está viendo que hay un diagnóstico grave.
Pero a pesar de ello, muchas lo consiguen. Como Belén, tienen que hacer la maleta y marcharse a otro país. Ahora, tiempo después, lo ve de otra manera. Mira al pasado y le hubiera gustado haber recibido más consejos. “Lo que más me tranquilizaría es que me dijeran que allí tratan genial a la gente”, explica. No sabe cómo explicar lo que sintió después. No lo define como una liberación, simplemente no sabe ponerle nombre. “Allí se portan muy bien con la gente, en todo el proceso te ayudan lo máximo que pueden, intentan que tengas el menor dolor posible y al final hay salida”, añade.
Ha querido permanecer el anonimato, no mostrar su rostro y modificar su nombre. Pero lo que sí ha recalcado en varias ocasiones durante la entrevista es el motivo por el que la concede: “Si puedo ayudar a alguien a que no sufra lo mismo que yo…”.
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