El teléfono del diputado Alberto Casero ya no suena como antes. Ya no hace pantallazos de las llamadas perdidas que contestaba saturado cuatro días después, cuando hablar con él era hacerlo con el Ala Oeste de Génova. Concejales de pueblos perdidos, diputados provinciales, militantes en busca de un pedazo de poder, abarrotaban de números una agenda siempre guardados bajo la misma fórmula, nombre más territorio, común en el idioma de quien ostenta la Secretaría de Organización de un partido. Pero ya no llaman, el teléfono no suena, las llamadas no se acumulan. En sus momentos más depresivos tras ser defenestrado, Pablo Casado se lamentaba porque parecía que se le había roto el móvil. La metáfora más terrible para un político —la irrelevancia— significa para Casero un motivo de alivio. Su obsesión ahora es otra: demostrar su inocencia ante el Tribunal Supremo.
Es el mediodía del jueves en el patio del Congreso de los Diputados y Casero, afable, enorme, conocido en el bar de la esquina por errar en el voto que sacó adelante la reforma laboral de la vicepresidenta Yolanda Díaz, se estrecha en un abrazo con el socialista Alfonso Rodríguez Gómez de Celis. La ideología no es para ellos un obstáculo: ambos se palmean las espaldas. Todavía faltan algunas horas para que vote a favor de investigar la policía patriótica de Mariano Rajoy. Lo lógico sería votar en contra, como el resto de sus compañeros. Casero la ha vuelto a liar. Se ha vuelto a equivocar y los memes que tanto le afectaron en aquel aciago mes de febrero, como el de Homer Simpson aporreando al teclado con un palo, reaparecen como fantasmas.
No se trata, sin embargo, de algo que le distraiga de su principal preocupación. Lo que, según cuenta su entorno más íntimo a EL ESPAÑOL, le "asusta" hasta quitarle el sueño: la investigación de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo por supuestos delitos de prevaricación y malversación cuando era alcalde de Trujillo (Cáceres). Casero no ha convencido al magistrado Andrés Palomo para que archivase la causa tras declarar voluntariamente. Cinco contratos menores por un total 94.000 euros que le instalan en un cadalso mental donde aparece la cárcel.
"Es complicado ser Alberto Casero", resume uno de sus más fieles compañeros de bancada. Uno de esos para los que Casero sigue siendo uno di noi, de los que su efervescencia en el partido se quebró con la caída de Casado, hermanos todos de Nuevas Generaciones. "Aunque todos sabemos que se va a quedar en nada, porque malversación no hay, se siente muy mal por el daño que puede hacer a su familia: padres, hermanos, sobrinos". Casero admitió en su declaración que pudo haber irregularidades administrativas, pero no delitos. "Pudo haber hecho algo mal, pero nada malo", traducen las fuentes.
De los tres asuntos que han convertido su 2022 en un quinario, la caída de Casado es la que mejor ha superado. "En la política hay que tener siempre las maletas hechas. Duele, los cambios bruscos son difíciles, pero se superan", explican sobre su estado de ánimo sus compañeros, muchos de ellos también ahora en una posición vulnerable, en el filo de la navaja y con la necesidad de demostrar su lealtad y valía al nuevo líder, Alberto Núñez Feijóo.
Pero es Casero el que más ha sufrido el femoralazo político. "Alberto es consciente de que seguir en política es complicado. Por la suma de todo. Yo creo que tiene claro que lleva muchos años dedicado a esto y tiene que encontrar un horizonte", estima un diputado popular. "Está cansado y necesita resetear, manteniendo esa pasión por la política que tiene. No sé exactamente dónde, pero está capacitado para desarrollar cualquier trabajo. Él es licenciado en Derecho, en cualquier lugar relacionado con su formación".
Un verano en plena catarsis
Como si fuera Zihuatanejo, aquella playa del Pacífico mexicano donde todo se olvida, Alberto Casero ha pasado el verano refugiado en Trujillo. Sin arena ni mar ni mojitos, pero en remojo, refrescado en la piscina de una tía suya afincada en Madrid. Ha leído Rusia: Revolución y guerra civil, de Anthony Beevor; releido Los Buddenbrook, la obra maestra de Thomas Mann; y disfrutado con el talento de sus columnistas de cabecera. Es Casero un hombre con gusto por la tradición más carpetovetónica de la columna.
También un lector empedernido que hizo de Génova una parada habitual para el repartidor de La Casa del Libro que cubría la zona, y de su despacho, el heredado del veterano Juan Carlos Vera en la planta cuarta y ocupado ahora por Ángel González, una biblioteca tapiada por novedades editoriales. Las trabajadoras del partido tuvieron que ayudarle a cargar cajas pesadas como rocas, repletas de novelas y crónicas históricas, el día que abandonó su oficina a mediados de marzo.
"Sólo le faltaba dormir allí", bromea uno de los diputados consultados por este periódico. Casero era como la lucecita del Pardo que vigilaba en nombre de todos los militantes la sede del PP. Sin nada en el cuerpo, ni siquiera un café —es hipertenso—, llegaba a Génova a las nueve de la mañana y no se iba hasta las diez de la noche.
El ex alcalde de Trujillo pone siempre el mismo ejemplo para explicar qué es el olfato en política: el de su padre, un pastor que cuidaba 300 vacas negras retintas en la finca de un señorito de Salamanca. El instinto de alguien capaz de detectar la ausencia de alguna de ellas con tan sólo otear el rebaño. Casero lo aplicó con sus compañeros y consiguió que Extremadura apoyara en las primarias de 2018 a Pablo Casado cuando su presidente, José Antonio Monago, rompió una lanza por Cospedal.
Llamadas, viajes, reuniones y la organización personal de la agenda de Casado solapaban los días con las noches. Casero, hasta entonces un alcalde popular cuyo leitmotiv fue poner a su pueblo en el mapa, algo que lo enorgullece, más de calle que de cálculos, afrontó su tarea semiclandestina con ánimo estajanovista. Tres años en los que el "ejecutor" y mando intermedio que más códigos compartía con Teodoro García Egea fue el parroquiano más asiduo a los Vips y Rodilla cercanos a la sede.
Casero intenta ahora no sucumbir en la nostalgia de una tarea que lo entusiasmaba. Nunca ha vuelto a hablar con Casado de lo sucedido, pese a que se han visto dos o tres veces desde que ex líder del PP abandonara su escaño el pasado 23 de febrero, siempre en encuentros fortuitos en planes comunes. Sí con Teodoro García Egea, más ocupado en las criptomonedas que en la política, pero con quien sigue compartiendo bancada. "Los amigos son los amigos", repite Casero.
La XXV Unión Interparlamentaria Popular celebrada en Toledo este fin de semana le es ajena. En privado, reivindica lo aprovechable que considera su legado y a Ángel González, su sustituto orgánico, también como vicepresidente de la Comisión del Estatuto del Diputado, "un tío de partido que da perfectamente el perfil", según ponen en su boca las fuentes. También admira el trabajo de Miguel Tellado, fontanero de cabecera de Feijóo, cuyo trabajo valora positivamente. "En un partido tiene que haber autoridad; sin autoridad no se funciona", sigue defendiendo pese a las acusaciones de cesarismo por su trabajo junto a García Egea.
Uno de sus amigos describe a Casero en plena búsqueda interna, ensimismado en las comisiones de Cultura y Exteriores en las que participa ahora, desposeído de cualquier obligación interna. "Es la persona más inteligente que conozco y tiene un memorión. Se puede saber el nombre de un concejal de un pueblo cualquier de Huesca, pero también el de su mujer y sus hijos", lo alaba un compañero.
Un taxi al Congreso
Casero fue un diputado más, cobijado en el anonimato de un escaño cualquiera, hasta el 3 de febrero de 2022. Un error fatal en una opción 50/50, como Remedios Cervantes y ante aquel montón de billetes, escribió su nombre como protagonista de una de las anécdotas más disparatadas de la historia reciente del Congreso y en la cartera ministerial de Yolanda Díaz, el más profundo de los agradecimientos. El diputado extremeño llegó al Congreso aquel día como el que pierde un avión.
Alberto Casero tenía entradas para el concierto del músico canadiense Brian Adams en el Wizink Center de Madrid dos días antes pero no fue. Comenzó ese día un nuevo episodio de colon irritable, una dolencia recurrente que le provoca vómitos, fiebres y malestar generalizado hasta dar con sus huesos en la cama. Estuvo tres días encerrado en su piso y solicitó el voto telemático, extendido su uso por los diputados desde la explosión de la pandemia.
"Se dio cuenta de que la había cagado al momento", reconocen las fuentes, descartando la rocambolesca cohartada con la que el PP lo protegió: un "error informático" desechado rápidamente por los servicios informáticos del Congreso; a día de hoy motivo de una reveladora risa socarrona, de chiste de barra, por la mayoría de los diputados.
Casero tenía como costumbre generar el PDF de la votación y mandarlo por el chat del grupo parlamentario, ese cuyas intrigas narró Cayetana Álvarez de Toledo en su libro. Votó acostado. Al darse cuenta del error y consciente de lo ajustado de la votación que encaraba el Gobierno, saltó de la cama y llamó al secretario general del grupo, Guillermo Mariscal. El lío adquirió proporciones bíblicas cuando conoció que los dos diputados de Unión del Pueblo Navarro, Carlos García Adanero y Sergio Sayas, driblarían la disciplina de partido y votarían en contra. Casero cogió un taxi y entró como el general Pavía en las Cortes.
El error quedará para muchos como el botón que comenzó a detonar la séptima planta de Génova con Pablo Casado dentro. La tibia victoria en Castilla y León 10 días después, abocado Alfonso Fernández Mañueco a un pacto iniciático con Vox, ahondó en la herida. La noticia de unos posibles espionajes a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, terminó de escribir el epitafio del joven líder del PP el siguiente miércoles.
Cuando El Confidencial publicó la noticia el 16 de febrero a las 21:28, un grupo de diputados del PP, conocidos como los Los Geypers dentro del partido, cenaban juntos frente al Ministerio de Cultura, en la Plaza del Rey. "Fontaneros de Génova contactaron con detectives para investigar al hermano de Ayuso", leyó uno de ellos. "Mala pinta", exclamó Casero. Quienes lo conocen aseguran que fue el primero en asumir que todo había acabado.
Duelo en la Alcaldía de Trujillo
José Antonio Redondo, alcalde socialista de Trujillo, puso su cargo a disposición del partido tras 12 años en la Alcaldía en septiembre de 2009. Aceptó la renuncia tras ser condenado por conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas y por desobediencia a la autoridad. Lo sustituyó la número dos del PSOE en el consistorio, Cristina Blázquez Bermejo, hasta que el joven presidente provincial de NNGG en Cáceres la arrolló en mayo de 2011 con una mayoría absoluta.
Que Casero se empleara con dureza contra Redondo por su episodio al volante generó en él un sentimiento de revancha. El ex alcalde encontró en el vecino pueblo de Ibahernando, su localidad natal, la manera de seguir con una vara de mando. Se desató entonces un Springfield contra Shelbyville en las reuniones de la mancomunidad, donde coincidían. Tras la renuncia de Casero para mudarse a Génova, el PP perdió la Alcaldía y Redondo, que volvió a presentarse bajo las siglas del PSOE, la ganó de nuevo.
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"Alberto se quedó sin secretario en el Ayuntamiento entre abril de 2018 y junio de 2019. Se hacía falta un licenciado en Derecho y no lo había. Los cinco contratos en cuestión se habían quedado sin pagar porque se habían hecho sin disponibilidad presupuestaria. Cuando llegó Redondo, se negó a pagarlos. Eran 94.000 euros. Quería que pasara el mismo escarnio", es el relato del entorno de Casero.
La documentación remitida por el Juzgado de Primera Instacia e Instrucción Número 2 de Trujillo ha hecho inclinarse al magistrado Andrés Palomo por la existencia de "incidios racionales de criminalidad". La condición de aforado exige ahora la autorización previa de la Cámara.
"Es un tema muy menor hecho con muy mala leche con parte del anterior alcalde para destruirle", defienden sus más allegados. "No puede hablar, no puede defenderse, alimentaría todos los rumores. Lo importante es que tiene la conciencia tranquila porque no ha hecho nada mal", cierran filas. ¿Puede tener verdadero recorrido? "No me atrevo a decir cómo acabará, es un tema muy desagradable. Es lo peor de todo con diferencia, el resto es pasajero".