¿Qué tienen en común Bad Bunny, Alex Ubago, John Legend, Rauw Alejandro, Sen Senra, Julieta Venegas y Pol Granch? Que cantan y a Manuel Lara, un productor que entiende la música y aprovecha para explorarla en sus dispares estilos. Pasa por la melodía dulce de intimidad y cuarto a la que se repite en la radio, en la discoteca, en la peluquería, en la red.
Es el hombre que aportó su mano en el hit ‘Tacones Rojos’, de Sebastián Yatra, y el que puso a Tiktok a bailar desde sus casas en plena pandemia con ‘Telepatía’. “A kilómetros estamos conectando/ Y me prendes aunque no me estés tocando”, dice la letra de Kali Uchis, que entonaba lo que muchos se insinuaban; que se querían palpar, que se sentían en la distancia. “Salió en el momento justo”, recuerda enorgullecido sobre un tema que se viralizó con más de 650 millones de escuchas en Spotify.
Lara atiende desde un estudio en el corazón de Madrid. Se le escucha desde la puerta aunque esté al fondo del local. Desliza los dedos sobre las teclas y se ensimisma en un tema de Álvaro Díaz. “Estoy acabando su álbum”, apunta. El día anterior hizo lo mismo con Sebastián Yatra, con quien ya había trabajado para su disco Dharma. “Hay una conexión cool”, describe. “Hacemos las canciones desde cero: empezamos con una idea. En esta última ocasión hemos hecho un balazo para el summertime. Tiene muchísima energía”.
En estos 10 días que lleva en el país también se han sumado a su arte Alex Ubago, Pol Granch o Marc Seguí. Es su primera vez en España y ha aprovechado su estancia en Madrid para visitar Barcelona e Ibiza, para ayudar a David Guetta en un disco con tintes latinos. “Me ha encantado la comida y la arquitectura”, apunta, y reconoce que ese arte está vinculado a las melodías por un detalle: la importancia del espacio en ambas disciplinas.
Las palabras del productor fluyen con un acento Venezolano (nació en un lugar llamado Valencia) y muchas expresiones en inglés. Es el resultado de su vida nómada: vive entre su país, México y Miami. También de sus cuatro años de formación en la prestigiosa universidad Berklee College of Music, donde obtuvo una beca en 2009.
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Lara parece lo que uno se imagina que debe ser un productor que ha sido premiado con dos Latin Grammy –aunque su sueño es ganarlos con un álbum en el que participe al completo o como productor del año–. Lleva una camiseta, una cadena al cuello, tatuajes, se rodea de colegas y busca esa buena vibra. De hecho, menciona a Díaz justo cuando él está en la sala –ha entrado a tomar un café– y parece que son más amigos que compañeros. “Empecé con él en la música urbana. Coincidimos en Puerto Rico por unas vacaciones y nos quedamos un par de años a empaparnos del reguetón”, apunta.
En realidad, ha llevado una vida algo diferente a lo que se puede esperar de alguien de su sector. Llegó a ese estilo con sus 17 años, con la canción de ‘Besos Mojados’ de Wisin & Yandel. Y antes, se empapó de la música afrovenezolana, con la que empezó: “De niño hacía mucho ruido en las mesas y mi maestra llegó a llamar a casa para que me llevaran al psicólogo”. Lo que no se esperaba la profesora era precisamente en el hogar donde le habían encendido el demonio del ritmo; su padre era saxofonista y su madre bailarina.
Darle la vuelta a la industria
El niño que aporreaba el tambor se acabó por enamorar del jazz, donde aún a día de hoy encuentra inspiración para el resto de estilos musicales en los que se ha adentrado. Su inspiración es escucharlo todo, consumirlo, entenderlo, y adaptarlo al otro. Cuando está Yatra, por ejemplo, comienza con el folio en blanco. En cambio, con Bad Bunny es más bien atinar porque llega con las ideas muy claras.
A este músico puertoriqueño lo llama el número uno, avalado por los ránkings de escuchas. “Hace unos años, los artistas querían colaborar con los anglosajones y ahora es al revés: todos buscan a los latinos. Él es uno de los culpables de darle la vuelta a la tortilla”, incide.
El arma de seducción de Bad Bunny para lograr estar en ese podio es, según Lara, su naturalidad. “Hace lo que quiere”, cita, justo como uno de los álbumes del artista, ‘Yo hago lo que me da la gana’ (YHLQMDLG). “Si tiene algo en mente, no piensa en si va a gustar o si suena a tendencia”. Ser tan auténtico es lo que lo ubica entre los predilectos.
Lara puso su granito en el álbum de Bad Bunny ‘El último tour del mundo’. “Él envió varias notas de voz para contar lo que quería. Estábamos en la distancia. Y se logró”, rememora con emoción, aunque reconoce que su conexión a internet en Venezuela iba a duras penas.
La pandemia forzó a seguir la vida a través de las pantallas. Gracias a ellas también vibró junto a Rauw Alejandro para su tema ‘Desenfocado’, junto con otro de los grandes productores del sector, Tainy. “Estábamos en un campamento en Tulum, en México, para hacer otro disco. Empezamos a crear y en 45 minutos ya estaba toda la estructura”, reconoce.
Ese compañero de oficio y otros como Ovy On The Drums han sabido avivar su posición; ser híbridos entre hacer música y cantarla les ha supuesto un nombre más reconocido. Poco a poco, despegan. “El otro día en Colombia un taxista me reconoció y me dijo que era fanático de mi trabajo. También por aquí, por la Gran Vía, me pidieron una foto”, cuenta Lara, para quien ese impulso es mayor gracias a los créditos que les dan plataformas como Spotify.
La atracción de la simplicidad
Las nuevas tendencias musicales provocan discordancias en Manuel Lara. La propagación de los vídeos cortos de Tiktok le desubica; se siente un chaval de la vieja escuela, acostumbrado al Facebook o incluso a Instagram. “Las canciones en los nuevos formatos pegan muy rápido y muy fuerte”, atribuye. Lo que le chirría es que se hagan famosas un par de frases y que se obvie el resto del tema.
–No me gusta que haya gente que quiera crear canciones para Tiktok.
–¿Podrías conseguirlo?
–Claro, solo hay que buscar algo que tengan golpes para los bailes, que sea pegajoso y represente a la juventud. Ahí lo tienes. Pero nunca he aceptado hacerlo.
Hace una metáfora: “Esta nueva generación coge la historia de la música como una servilleta que arruga y parece que lanza a la papelera. Hay quien jamás escuchó a Gustavo Cerati, Led Zeppelin o incluso Hombres G”. Su salvavidas particular fue fundar en 2014, junto a su hermano Félix, su proyecto multidisciplinar: Lara Project. “Juntamos los géneros que están en el olvido; cogemos un sonido de los 70, algún sintetizador, ese sabor”. Su último tema se llama ‘Control’ y una de sus referencias ha sido el reconocido club neoyorquino de aquella década, el Studio 54, que estuvo tres años activo y aún contagia su espíritu.
Las aportaciones que presta Manuel Lara varían según la voz cantante, pero la tinta de los tiempos es la simpleza. Esa que garabatea Bad Bunny en sus letras: “Yo no soy celoso/, pero quién es ese cabrón”. “Probablemente, mucha gente lo haya escrito en un mensaje WhatsApp. Él entiende lo que pasa en la calle”, le reconoce. Lejos de barroquismos, Lara invoca a la realidad de las situaciones: “Están haciendo música para que sea más comestible, tampoco hay que ser poeta”.