Alejandro siempre ha sido un niño, pero nació con nombre de mujer. Su madre le llamaba guapa y él le corregía -”no, mamá, guapo”-, los papeles le trataban como la niña que no era y el uniforme del colegio decía que los pantalones eran sólo para los chicos. Con cinco años llegó a casa y pidió que, oficialmente, le cambiaran el nombre en el Registro Civil de Ourense, y con el nombre cambió su vida fuera del papel. Este lunes, con nueve, ha conseguido que un juez lo reconozca como un varón.
Su histórica victoria ha coincidido en el tiempo con la aprobación de la Ley Trans en el Consejo de Ministros, que permite el cambio de sexo sin informe médico ni psicológico a partir de los 12 años con autorización judicial, a los 14 con asistencia de tutores legales y sin requisitos a partir de los 16. Alejandro tiene 9 y ha sido suficiente, dice el juez, porque no se puede negar a los menores su derecho a la identidad de género y porque este, en concreto, cuenta con “un elevado grado de madurez”.
Ese fue el motivo para rechazarlo en septiembre del año pasado, cuando lo pidieron por primera vez. “Por carecer de la suficiente madurez”, rezaba el denegatorio, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, sin que la jueza llegara a verse con el pequeño. Ahora, en junio, un segundo magistrado, Darío Carpio Estévez Pérez, ha reconocido lo que en casa sabían desde siempre: que el niño siempre ha sido un niño.
Desde que habla
El propio juez admite, en un auto emitido hace dos semanas, que su decisión puede resultar controvertida y que puede generar dudas, pero que cumple todos los requisitos marcados por el Tribunal Supremo y del Constitucional. Niño y hombre se entrevistaron cara a cara el pasado mes de marzo y desde entonces no tuvo dudas.
Hablaron de las cosas que se puede hablar con un niño de ocho años, sus deportes favoritos, las vacaciones, de sus amistades y las actividades que realiza. Fue suficiente para que cambiara de opinión con respecto a su predecesora, la que anuló el cambio en mayo, pero se justifica: “Han de pesar más los datos y las circunstancias concretas en este caso para disipar aquella duda que pudiera existir [...] Nada ganaría la sociedad en el caso de negarle al menor el derecho a la modificación”, recoge en su escrito.
Estévez Pérez tiene en cuenta también el ambiente positivo en el entorno familiar de Alejandro, en su grupo de amigos y entre sus compañeros del colegio. Desde aquel cambio de nombre con cinco años todo el centro cerró filas alrededor del pequeño, le dejaron ponerse pantalón en lugar de falda, le admitieron en los equipos “de chicos” y nunca le cuestionaron.
Dice su madre, María José, que el proceso empezó en cuanto empezó a hablar. Lo hacía en masculino, pedía que le tratasen como a un niño y “pensaba y actuaba” como un varón desde que pudo expresarse como tal. Se puso en contacto con la asociación Euforia Familias Trans Aliadas, que la asesoró y le hizo valorar la importancia de la decisión.
“Es un avance muy importante para la lucha por los derechos del colectivo trans”, reconoce Natalia Aventín, presidenta de la asociación, que destaca dos avances: “Que se ha dictado sin presentar informes médicos de ningún tipo y para un niño de ocho años”. A pesar que desde los registros civiles se suele pedir la presentación de los informes de diagnóstico y tratamiento médico, pero la familia se negó. “La transexualidad no es una enfermedad ni una patología”, decían.
Dado que no aportaron ningún informe el juez podría haber rechazado la petición, pero también se negó. Como no tenía ningún papel, se basó en su entrevista con Alejandro, en la madurez del niño y en su “situación estable de transexualidad”. Han hecho falta cuatro años, un colegio comprensivo, una familia abierta y un niño con las cosas muy claras, pero la victoria es evidente. Ya no queda rastro de la niña que nunca fue.