Diarrassouba Issouf salió de su país, Costa de Marfil, el 25 de septiembre de 2016. Esa fecha está bien marcada en su cabeza, igual que la del día que llegó a España, con apenas 17 años, junto con otros siete menores a la costa de Algeciras, donde fueron rescatados por Cruz Roja. De ahí fueron inmediatamente llevados al centro de menores de Jerez. Diarrassouba cuenta cómo fue el viaje que le cambió la vida con una sonrisa, pero admite que es “una larga historia” que tiene muchas variables y detalles. Una historia que le trajo a España hace ya dos años después de haber atravesado Mali, Argelia y Marruecos.
La de Soube Touré no es una trayectoria muy diferente a la anterior: tenía 16 años cuando salió de su Guinea natal en busca de “un futuro mejor” en otros países. La ruta que comparten los jóvenes migrantes africanos les lleva, en la mayoría de ocasiones, hacia los países del norte de África, con mejor acceso a Europa a través del mar. Toure llegó en patera a la costa andaluza desde Nador (Marruecos) y reconoce que al subir a estas embarcaciones tan precarias “todo el mundo sabe lo que hay”. Admite que se trata de una experiencia muy dura, aunque la gente que sube en ella “intenta ver siempre la parte positiva”.
La parte positiva de estas dos historias paralelas es que tuvieron un punto en común en Madrid justo durante la pandemia. Diarrassouba cumplió 18 años en el centro de menores de Jerez de la Frontera y recuerda perfectamente cómo aquel día le dijeron “has cumplido 18 años, ya puedes salir de aquí”. Aquellas palabras que para él -en un principio- pudieron suponer una sensación de libertad, pronto tuvieron otro significado, y es que después de buscar oportunidades en Andalucía llegó a Madrid, donde tuvo que pasar 40 días en la calle. “Tenía mucho miedo porque no conocía a nadie. Fue muy difícil para mí”, explica el joven marfileño.
Soube Touré salió del centro de menores de Hortaleza, como todos los que se convierten en “exmenas”, a los 18 años. Tuvo la suerte de que cerca de ese centro vive una mujer a quien las más de 100 personas que estaban internas en el centro madrileño solían ver por los alrededores en aquellos momentos que podían salir a la calle. Así, Touré conoció a Emilia Lozano, aunque en un primer momento no sabía que sería ella -junto a la asociación que crearía después, Somos Acogida- los que harían que su vida cambiara completamente una vez salió del centro.
Emilia ahora es la presidenta de la asociación con la que ha acogido a decenas de jóvenes migrantes en su casa desde los últimos años, incluso durante la pandemia. Para ella este apoyo siempre ha sido indispensable, porque la situación que se encuentran los jóvenes (la gran mayoría, varones) al salir de los centros de acogida “es horrible”, apunta. Junto con otras familias del barrio de Hortaleza han dado apoyo y alojamiento a ‘exmenas’ como Touré y Diarrassouba, a quien -confiesa Emilia-, un día, desde el Samur Social, “incluso le recriminaron haber venido a España”.
Quizá esas palabras hicieron que Diarrassouba tuviera más ganas de quedarse aquí, de luchar por su regularización y por los ansiados “papeles” que están en boca de todos los migrantes que llegan a nuestro país de forma irregular, para poder labrarse un futuro digno. La lucha legal y burocrática por conseguir el Permiso de Residencia y de Trabajo en España es constante, además de indeterminada: a la mayoría de migrantes les cuesta, de media, varios años conseguir esos “papeles” que buscan en todo momento para poder regularizar su situación.
Soube Touré, de hecho, todavía sigue esperando sus papeles. “El Estado tiene que facilitar esto. Ahora mismo no puedo trabajar porque no puedes estar currando por ahí sin papeles, porque si te pillan te van a multar”, explica el joven guineano. Aun así, Touré un día decidió venir de vacaciones con Emilia, a la que había conocido justo al salir del centro de menores, a su pueblo; un municipio en mitad de La Mancha que “ya ha bajado de los 5000 habitantes”, tal y como reconoce la propia Emilia, y que es hogar para varios ‘exmenas’ como Toure.
Y fue gracias a él por quien Diarrassouba pudo cambiar por completo su situación: de haber vivido en las calles de Madrid durante algo más de un mes, a poder tener perspectivas de futuro en este pueblo manchego de cuyo nombre ellos siempre se acordarán. Diarrassouba conoció a Emilia gracias a su amigo Toure y para él, aquel fue “el día mas feliz de toda la vida”. Semanas después, Emilia, que le había contado el proyecto que tenía en mente, lo trajo a Puebla de Almoradiel. Diarrassouba llegó así a su nueva vida junto al proyecto que nació, semanas después, de mano de la asociación que Emilia había creado: una casa de acogida en su pueblo natal.
La Casa de Solidaridad y Autonomía de la ONG Somos Acogida abrió sus puertas en abril de 2021 y, desde entonces, ha sido hogar para casi una decena de jóvenes migrantes que tenían en común haber salido de los centros de acogida para menores extranjeros no acompañados y haberse encontrado de bruces con la realidad de la calle. Esta casa les ha servido para que su situación cambie radicalmente y puedan arrancar una nueva vida con otras condiciones, en un ambiente mucho más cercano que el que ofrecen las grandes ciudades.
La vida en este pueblo toledano es tranquila, como todos los pueblos de alrededor. Diarrassouba reconoce con emoción que la acogida del pueblo ha sido para él muy especial. “La gente del pueblo es muy, muy buena”, cuenta con una sonrisa. Para los vecinos de Puebla, el marfileño cuando llegó al pueblo dejó a un lado su nombre real y fue bautizado civilmente como Pepe. Así es como le conocen en su trabajo -que ha conseguido hace apenas unos meses en el campo-, en el fútbol que practica junto a sus compañeros de la Casa y en todo el pueblo.
Pepe también fue el “anfitrión” para los otros dos jóvenes marroquíes que viven en este hogar tan familiar para ellos, Naoufal y Annas. Hasta hace tan solo unos días eran cuatro, pero uno de ellos, también de origen marroquí, decidió marcharse. Todos reconocen que fue algo extraño, porque de un momento a otro, desapareció de la casa. Pero saben que está bien. Ha vuelto a Ciudad Real, donde había estado anteriormente antes de llegar a este municipio toledano.
Con este tema sobre la mesa comienza la asamblea que hacen en la casa junto con Fátima, la coordinadora del hogar. Ella lleva meses como voluntaria en Somos Acogida y es la que se encarga de facilitar la convivencia entre los jóvenes. Cada semana se reúnen todos, también con otros voluntarios y Carmen, que hace las prácticas de Integración Social allí, para comentar cómo ha ido la semana, qué hace falta en la casa, cómo se reparten las tareas o, como en esta ocasión, sí ha habido algún problema reseñable, para ver a qué solución se puede llegar.
La coordinadora de la Casa cuenta que “los chicos que vienen traen una trayectoria difícil y son bastante autónomos”, lo que permite que la convivencia sea mejor entre ellos ya que este modelo nada tiene que ver con el que se comparte en los centros de acogida de menores migrantes en nuestro país. “Ellos vienen de un centro en el que han compartido habitación con más gente, por lo que tener su propia habitación significa que la hacen suya y tienen su intimidad”, sostiene Fátima.
La asamblea sigue y el ‘orden del día’ no es otro que las normas de cumplimiento de la casa y cómo se han seguido durante la semana: quién se ha ocupado de la limpieza, de ir a por el pan, de hacer otras compras, etc. Desde la asociación cuentan que cuando un ‘exmena’ llega a la casa “tiene que firmar las normas que tienen que cumplir, en un contrato, y tienen un mes de prueba”. Ese mes de prueba es el que sirve para que los jóvenes que llegan conozcan el pueblo, un municipio en el que conviven cerca de 400 inmigrantes según el INE (un 8% de la población total), así como sus costumbres y su idiosincrasia.
La Puebla de Almoradiel ha perdido población en los últimos años y, aunque nada tiene que ver con los municipios de la España vaciada que rondan las decenas de habitantes, tanto Emilia como Fátima reivindican la “doble función” de Somos Acogida: “Por un lado ayudamos a los chicos para que no se queden en la calle”, comenta Emilia, y por el otro lado, está la función de regeneración en pueblos como este, en los que “hace falta gente joven que se quede aquí”, insiste Fátima.
La realidad es que cada vez son más los jóvenes que, llegado un punto, abandonan los pueblos en los que han nacido y se han criado, bien para estudiar o bien para buscar trabajo en los grandes núcleos de población en los que suele haber, por ende, más oportunidades laborales. En cambio, los jóvenes migrantes que llegan a la casa, parece que van haciendo planes de vida en este municipio toledano, donde ya han empezado a trabajar algunos de ellos una vez han conseguido regularizar su situación.
Touré, Pepe, Annas y Naoufal han encontrado algo más que un simple techo en esta localidad toledana, de la mano de esta asociación. “Somos una familia”, considera Fátima; una familia que está dispuesta a crecer de forma sostenible para poder acoger a más jovenes migrantes que llegan a nuestro país de forma precaria, con un futuro incierto y que en la mayoría de los casos se ven obligados a tener que recorrer ciudades y pueblos -muchas veces sin conocer a nadie- para buscar oportunidades que les aseguren seguir aquí.