Ramón empezó a escribir por cumplir una promesa. Cuando sus hijos eran pequeños, solía contarles historias, durante sus viajes al campo. Como ellos habían crecido en Madrid, él les hablaba de las viejas costumbres de La Mancha. Fueron los retoños quienes le pidieron que algún día dejara todo aquello por escrito. Así que, hará cerca de un lustro, Ramón empezó a escribir El palomar, el que sería su primer libro de relatos. Tardaría un año en acabarlo. Entonces, empezó a mandarlo a editoriales modestas. No se atrevía con ninguno de los grandes grupos del mercado editorial español. Quizá hacía bien: Tusquets, uno de los sellos más reconocibles de Planeta, recibe unos 80 manuscritos cada mes. Más los cerca de 700 que se presentan al premio que concede anualmente la marca. Así lo calcula la firma, en respuesta a las preguntas de este diario.
Descartadas las grandes, y cuando vio que tampoco las pequeñas casas respondían, Ramón decidió darse la oportunidad él mismo. En plena era de las comunicaciones, su libro no se iba a quedar en el cajón. Por lo que contactó con un sello de autopublicación, llamado Hebras de Tinta. Ellos se encargarían de editar y publicar el manuscrito, con todo lo que conllevaba: corregirlo, ilustrarlo, maquetarlo, imprimirlo, encuadernarlo, registrarlo y distribuirlo. Según comenta esta pequeña empresa, el precio de todo el trabajo se acerca a los 700 euros, si el texto abarca unas cien páginas y la tirada ronda el centenar de ejemplares. El coste baja a casi la mitad cuando el autor renuncia al proceso de corrección, que pasa por tres pares de manos distintas y puede alargarse durante meses.
En nuestro país, solo el 16,4% de los escritores vive únicamente de la literatura, según datos de la Asociación Colegial de Escritores. Ramón, de apellidos Rodil Gavala, es en realidad un empleado de banca prejubilado. Tiene 57 años. En su casa del madrileño barrio de Aluche, custodia ejemplares de los cuatro libros que ha publicado. Solo los dos primeros fueron con Hebras de Tinta. Después, probó con Amazon. Ahí, dio el paso de la autopublicación a la autoedición, ya que una y otra no son lo mismo.
En el primer caso, los autores contratan un equipo profesional que se encarga de todo y convierte el archivo de texto en un libro de papel. En el segundo, es el mismo escritor quien asume parte del trabajo, aunque carezca de experiencia como ilustrador o corrector. Rodil aprendió algo de diseño y maquetación para subir su manuscrito a Amazon, gracias a los tutoriales que le facilitaba la plataforma. Una vez alojado en la red, el llamado gigante de Internet se encarga del resto: ofrecer el libro a los usuarios, imprimirlo bajo demanda y enviarlo. Los escritores no pagan nada. Solo permiten que este intermediario se quede un porcentaje de lo vendido.
David Cañaveral, desde Aranjuez y con 38 años, publicó con Amazon desde el primer momento. También nos recomienda la plataforma Kobo y hasta una española, llamada Lektu. Sus novelas nunca bajan de las 300 páginas, como requieren los mundos distópicos que las ambientan. Entre sus mejores recuerdos están las presentaciones de sus libros, que levantaba él mismo, o los encuentros con los lectores en alguna biblioteca. Pero mirar los contadores le abatía la moral.
“La autoedición es el colmo del neoliberalismo. Estás solo y sin respaldo. Yo puedo escribir, maquetar y editar. Pero no tengo músculo para llegar al público”, cuenta el autor. Un paseo por la portada de Amazon muestra, desde el primer golpe de vista, los mismos volúmenes que veríamos en el escaparate de cualquier gran librería. Y a él le costaba reunir las 40 ventas que llegaban a alcanzar sus novelas. Mientras, veía que escritores con los que se identificaba, y a los que conocía del gremio, despachaban con facilidad diez veces más que él. En enero de este año, anunció en Twitter que lo dejaba. Por salud mental.
Es decir. No sabía cómo acercarse a los 200 ejemplares que acaba de vender el autor Salva Valero. “Porque yo venía del mundo del podcast, jamás me planteé algo que no fuera editarme a mí mismo. Tengo un trato directo con los oyentes, que a veces me escuchan desde Latinoamérica. Eso me salva la parte más difícil”, cuenta este vecino del valenciano Manises y de 36 años.
Una vez más, se refiere a la temida promoción de los libros, en esta ocasión de suspense y misterio, que él ha podido apoyar en sus programas de radio. Valero también eligió Amazon desde el principio. “Escribir era el gran sueño de mi vida y lo estoy cumpliendo”, apunta risueño. Nada de esperar durante meses: según redactaba su último manuscrito, iba pensando ya en la promoción y la portada. Solo pasaron dos semanas desde que tecleó un final hasta que lo sacó a la venta.
“La voz de los poetas cambia mucho y muy rápido, así que presentar mi poemario a las editoriales tradicionales implicaba que quizá, cuando el texto se publicara, ni siquiera reconocía lo que había escrito”, reflexiona Sandra Liebaert. Ella es mallorquina y de 32 años. Al contrario de como es hoy tendencia, esta poeta prefirió la artesanía absoluta. No contactó con ninguna plataforma ni editorial. Trabajó con una diseñadora a la que conocía y pidió ayuda para revisarlo a dos compañeros de su carrera, Filología. Ahora, cuando la pandemia llegó y la imprenta con la que trabajaba cerró, notó en sus hombros el peso de haber levantado aquello sola. Pero todo acabó bien. Otras formas de arder, su primer trabajo, es un pequeño libro de tapa dura, forrado en tela y hasta con el filamento de las hojas pintado de rojo.
De los siete volúmenes que ha publicado Marta Estrada, el primero vio la luz con una editorial tradicional. Se trataba de Un refugio para Clara, publicado en 2013 por el sello Destino: una firma que recibe unas 400 propuestas de ficción al año y, de nuevo, en Planeta. “Para una autora novel, fue una experiencia increíble. Seguí escribiendo, creyendo que contaba con ese respaldo, aunque luego no lo tuve. Supongo que el primer libro no se vendió como esperaba”, recuerda la escritora. Entonces, empezó a dirigir su segundo trabajo a otras casas.
Lo peor, para ella, es que muchas no respondían, ni siquiera al cabo de meses. Si lo hacían, era para rechazar el texto con un correo estándar, copiado y pegado. Así que empezó a probar otras fórmulas. Más allá de las editoriales que venden un paquete de servicios, hay quienes proponen a los autores compartir los gastos y beneficios de la tirada. Por último, una firma pidió a Estrada que comprara algunos de sus propios ejemplares al precio de venta al público: un adelanto que ella recuperaría si luego lograba venderlos por su cuenta.
Pero no fue tan fácil, apunta esta barcelonesa de 55 años. “Jamás podría vivir de las ventas, pero me da igual. Lo importante es que la gente deje de ver la autoedición como la hermana pequeña de la publicación tradicional. Muchas veces, los autores cuidamos nuestro trabajo mejor que un sello de siempre”, reflexiona. Los libros autoeditados ocupan el 15% del mercado editorial en España, según el medio Actualidad Editorial.
Es curioso: en la publicación tradicional, una segunda edición llega cuando la primera se ha agotado. Pero en Amazon, que imprime los libros bajo demanda y uno a uno, este concepto varía mucho. La plataforma puede anunciar que un libro ha alcanzado una cuarta o quinta edición y, sin embargo, esto no tiene nada que ver con el número de ventas, sino de alteraciones que haya hecho el autor sobre la marcha. En la mencionada editorial Hebras de Tinta, así las cosas, no ven con buenos ojos estos procedimientos.
“Aunque nuestros autores nos contraten, nosotros seguimos pasando un filtro al elegir los manuscritos. Somos impecables en el trabajo. Mientras, en alguna web, el lector puede pagar 20 euros por un texto que no esté ni maquetado, ni corregido, ni presentado con un mínimo de calidad”, reflexiona Paco Melero, el director de este sello compuesto por seis personas.
Con el tiempo, y de vuelta en Aluche, todos los libros de Rodil han acabado en Amazon. También los que había contratado a Hebras de Tinta, ya que empresas como esta no se quedan con ningún derecho sobre el texto. Y el escritor, orgulloso de los cerca de 1.400 amigos que acumula en Facebook y sus casi 3.000 seguidores en Instagram, ya ha acabado un quinto trabajo: una novela negra. Apoyado también por las 120.000 visitas que rondan el contador de su blog, esta vez sí promete atreverse con los grandes grupos. Desde Planeta, una vez más en respuesta a nuestras preguntas, le animan a dirigirse a Temas de Hoy. Al conformar uno de sus sellos más jóvenes, este solo recibe unos 40 manuscritos al año. De momento, claro.