Menores de veinticinco años, todos españoles y con ganas de comerse el mundo: así son seis de los jóvenes que han expuesto su experiencia como ex becados de la Fundación Amancio Ortega. No son famosos, ni lo pretenden, y sencillamente reivindican la educación como motor de avance para la juventud. Jorge, Carla, Daniel, Erica, Antonio y Nora comparten su interés por las relaciones internacionales, la vocación por sus carreras y sobre todo el periplo que les permitió disfrutar, en distintas promociones, de diez meses en un país extranjero. “Nos cambió la vida a todos, no seríamos los mismos sin haber apostado por ese viaje”, suscriben sin matices.
Todo comenzó en el año 2010, cuando la Fundación Amancio Ortega puso en marcha un programa de becas que ofrecía 50 puestos para estudiar en Estados Unidos. Por entonces, estaba limitado de forma exclusiva a estudiantes de primero de Bachillerato de centros educativos de Galicia, lugar de origen del dueño de Inditex. Tres años más tarde, y viendo su éxito, el proyecto educativo se extendió al resto de España, incorporando además a Canadá como nuevo destino. Desde entonces, el número de becas se ha ido incrementando progresivamente, llegando a más de 3.500 estudiantes.
El cometido principal es lograr el dominio del inglés, pero también dotar de herramientas a los jóvenes que les ayuden a saber adaptarse a nuevos entornos sociales y culturales. Los becarios conviven con una familia anfitriona y acuden a centros educativos locales. El éxito ha sido rotundo desde que comenzó. En septiembre de 2021, la Fundación Amancio Ortega reanudó la actividad original después de la pandemia con el Programa que ofrecía una convocatoria de 400 nuevas becas para realizar el curso actual presencialmente en Canadá y Estados Unidos: “Seguimos trabajando para dar oportunidades a los jóvenes”.
Erica Marcos
Erica Marcos Yusta fue una de las afortunadas que optó a una plaza en el año 2016. Esta joven madrileña de 22 años vivió casi un año en California, concretamente en Brentwood, un pequeño pueblo cerca de San Francisco, y cuenta que vivíó con una familia tradicional: “Era un molde típico, el padre y la madre con un hijo de 12 años. Tuve muchísima suerte con ellos y seguimos manteniendo el contacto”. Los lazos que se tejen durante la beca son claves, como explican en la propia fundación: “La clave es fomentar una inmersión completa que no se reduzca sólo al aprendizaje del idioma”.
Mejoró la fluidez del inglés, pero considera que el verdadero valor de la beca es la forma en la que tienes que adaptarte a un nuevo modo de vida. La joven reconoce entre risas que la mayoría llega como si aterrizase en una película americana: “Al principio no entiendes nada y te sientes bastante perdida, pero poco a poco adquieres una perspectiva diferente de cómo funcionan en otro país y te vas incorporando al nuevo escenario”.
Erica está terminando educación social y asegura que la beca le influyó mucho a la hora de decidir su carrera: “El mundo es un lugar muy complicado, y considero que, si quiero acompañar a la gente en sus procesos vitales como educadora, es importante conocer otros países, viajar, tener la mente abierta”. La joven destaca que viajó mucho, y recuerda con especial cariño los cinco grandes parques de Yutta: “Fue un road trip de película, cada noche durmiendo en un hotel”.
Sin embargo, avisa que no todo es de color de rosas: “Hay momentos muy duros. En mi caso, la vuelta a España fue lo más duro, porque sentí que había un choque cultural y vital con mi entorno habitual. Se hace complicado porque uno cambia mucho y los caminos de tu familia y amigos han seguido en tu ausencia”.
Daniel Viera
Daniel Viera Santana, originario de Las Palmas, disfrutó la beca en la promoción del 2018. Este joven de 19 años pasó diez meses en Canadá, más concretamente en un pueblo llamado Summerside: “Llegué muy asustado al aeropuerto, me recogió mi madre de allí, Karen, y recuerdo sentirme bloqueado porque no entendía casi nada”. El joven convivió en un núcleo familiar de una mujer viuda con dos niños pequeños, de 5 y 3 años: “El recibimiento fue estupendo, pero también frustrante porque no podía expresarme”.
El idioma, asegura, puede suponer una barrera angustiante, pero merece la pena: “Esta beca va de retarse a uno mismo, y cada uno encuentra dificultades distintas en el camino”. Viera asegura que otra de las complicaciones que tuvo que afrontar fue el shock cultural que le supuso cenar a las 5 de la tarde, o echar de menos a su núcleo más cercano en España: “Por las noches era cuando más perdido me encontraba, la soledad me pesaba, pero me hizo más fuerte”.
El joven cursa actualmente el segundo año de Medicina, y reconoce que su estancia en Canadá le sirvió para decidirse por esa carrera: “Sabía que me interesaba la ciencia, pero no me decantaba. Escogí asignaturas que estaban relacionadas con ello, como Biología”.
Viera explica que en Canadá no hay asignaturas obligatorias, sino que hay opcionales: “La libertad es mucho mayor que en España para decidir, es menos rígido y puedes divertirte sin tanta presión mientras eliges qué camino es el mejor para ti”. Y destaca: “Con la beca me hice adulto, porque al estar en una familia de madre viuda, ejercía de padre o hermano mayor. Me hice cargo de tareas de casa, aprendí a confiar en mí mismo”.
Nora Chaouay
La gaditana Nora Chaouay, de 23 años, recuerda con nostalgia el curso que vivió en 2014 en Winnipeg, una localidad en pleno centro de Canadá: “En mi año solo ofrecían Canadá, era la segunda edición y todo era muy novedoso. Fue la mejor experiencia de mi vida, tuve mucha suerte porque caí en una familia maravillosa de una pareja con una hija que era tres años más peque que yo, la considero mi amiga y mi hermana desde entonces”. Nora destaca que la fundación Amancio Ortega se preocupó de sus intereses, ya que le dieron opción a convivir con una mascota y a especificar qué tipo de núcleo familiar le convendría: “Siempre están muy encima, preocupados por nosotros”.
Actualmente está opositando para ser notaria, después de haber terminado el doble grado en derecho y criminología, un camino que tomó, en gran parte, por lo que descubrió en su año en Canadá: “Allí había clases de judicatura que fomentaron mi vocación, algo impensable en España. Nos permitían elegir asignaturas para descubrir nuestros intereses y edificar nuestro futuro”.
La joven critica la rigidez del sistema educativo español: “En Canadá había cuatro tipos de matemáticas aplicadas a la vida real, desde la gestión de alquileres hasta hacer un proyecto de la casa que te gustaría tener, el pago de hipotecas… En España no combinan la teoría con la práctica”. Nora añade que se apuntó a clases de nutrición y cocina, así como de fotografía: “Hay más recursos, y se nota”. Lo que más le costó fue la cultura tan distinta: “Allí dar dos besos es raro, pero son acogedores a su manera”. Al final, resume, cada beca es un mundo y lo importante es vivirla libremente y sin prejuicios.
Antonio Manuel
Antonio Manuel De Dios, de 21 años y originario de Don Benito (Badajoz), cursó un año en Woodbridge en 2016, en el estado de Virginia, y vivió un proceso diferente al de la mayoría: “Desembarqué en un instituto privado católico, y el proceso de selección fue distinto porque normalmente la familia se ofrece a acoger al estudiante, pero en mi caso era el instituto el que seleccionaba al becario y luego buscaban a la familia en función del perfil y de las necesidades”.
El joven convivió con un matrimonio que tenía un hijo de su edad, una familia que recuerda como acogedora y cariñosa: “Los lazos son importantes, porque es un país tan grande que la vida se hace prácticamente toda en el lugar de estudios. Pasas muchas horas allí y en casa, por lo cual es clave sentirse a gusto”.
Antonio destaca la religión como un pilar de su estancia: “Hay muchos cursos aplicados a ella, íbamos a misa cada semana y rezábamos todos los días. No me supuso un problema, porque era una manera de socializar, te unía al resto de estudiantes fuera del instituto”. Además, asegura que le sirvió para desarrollar más tolerancia cuando volvió a España: “Hay que respetar todas las creencias y culturas, es clave para saber estar en la vida”.
Actualmente, estudia un doble grado de estudios internacionales y ciencias políticas en Madrid, y reconoce que su año en Estados Unidos le alumbró el camino: “Antes de salir de casa ni me había planteado qué quería estudiar, porque con 15 años piensas más en conocerte a ti mismo que en la carrera”. Tiene claro el premio de la beca: “La resiliencia, las ganas y la confianza en uno mismo”.
Carla Martín
Carla Martín Mosquera, madrileña de 23 años, disfrutó la beca en Vernon, un pueblo de la Colombia británica en Canadá, junto a una madre soltera y sus dos hijas adolescentes. Su experiencia, que transcurrió en 2014 con la primera familia, no fue del todo positiva: “Estaban en un momento personal complicado y no compartíamos tiempo juntos, a los cuatros meses me cambié”.
La joven no lamenta ese cambio y cree que le sirvió a gestionar las cosas como adulta: “En la beca lo que importa no es el coche que te toque, sino manejar el que te dan”. Además, concluye que aprendió a ganar en empatía, en gestión emocional y sobre todo en paciencia. La segunda familia era una madre con dos hijos pequeños y otra estudiante internacional brasileña, que estudiaba con ella en el mismo instituto: “No hay mal que por bien no venga, todo suma”.
La joven se graduó en dos carreras: relaciones internacionales y arte dramático, además de cursar un máster en creación teatral: “La estancia en Vernon condicionó mi vida, porque cuando me fui allí estaba aún muy emperrada en estudiar biología y ahora hago dos cosas que no tienen nada que ver con lo que planeaba entonces”. Asegura que sus inquietudes tienen mucho que ver con la experiencia en Estados Unidos: “Me ha abierto un montón de oportunidades, te abre una ventana y de ti depende aprovechar el momento”.
Carla recalca que notó los frutos de la beca especialmente durante la pandemia, en plena cuarentena: “Yo ya había aprendido a gestionar la soledad y otras dificultades, sabía cómo estar sola en un espacio común, a diferencia de gente de mi entorno”.
Jorge Moral
Jorge Moral Vidal, de 22 años, recuerda con devoción su estancia en 2016 en Archer, un pueblo de Texas de apenas 1000 habitantes. Originario de Ourense, el joven asegura que no quería grandes urbes: “Lo pequeño tiene un valor especial, yo viví en un rincón conservador en medio de la nada, y ahí hay un sentimiento de comunidad fuerte”.
Convivió con un matrimonio que tenían un hijo adoptado: “Él era abogado en el condado y ella profesora en el instituto, me nutrí mucho de sus experiencias, era un lujo escucharles”. Jorge destaca que su año coincidió con el que Donald Trump anunció la cancelación de vida, y agradece la mano tendida en todo momento de la fundación: “Estuvieron siempre al pie del cañón en los momentos difíciles”.
El joven gallego habla con gracia del shock cultural que le supuso tanto ir como volver: “Al llegar alucinas con cosas tan novedosas como clases para esquivar serpientes, y al volver te sorprendes soltando palabras en inglés con tu abuela”.
Actualmente estudia sociología y relaciones internacionales, y actualmente cursa un erasmus en los Países Bajos: “Hay que salir de casa para empaparse de experiencias y crecer”. El joven asegura que la beca es una oportunidad para empezar desde cero y elegir quién quieres ser: “A mí me brindó una bomba de oxígeno. Te da una ventaja competitiva impresionante: al margen de lo bonito, te da competencias para poder administrar tu vida y ser más independiente”.