Es sabido que la Historia acostumbra a tener dos caras bien diferenciadas; una, y la contraria. Eso mismo sucede con la protagonista del relato que nos acontece, un rompecabezas plagado de misterios, espías nazis, submarinos nucleares ocultos en cavernas volcánicas, hornos de incineración, mesas de cirugía y muchas, muchas leyendas. Se trata de la Casa Winter, una fabulosa, gigantesca, extraña e incluso terrorífica morada de estilo alemán ubicada en el lugar más inhóspito de Fuerteventura.
Para llegar a esta tétrica edificación solitaria hay que atravesar la montañosa y marciana Dehesa de Jandía, uno de los lugares más secos y bellos de la geografía española. Algo menos de 20 kilómetros en coche por un camino de ripio zigzagueante separan la localidad de Morro Jable del poblado de Cofete. Son 40 minutos de conducción entre cactus, abruptos barrancos y la brava horizontalidad índiga del océano Atlántico.
Tras la última curva aparece un antiguo cementerio abandonado con cruces sin nombre, una desértica cantina llama Restaurante Cofete y cuatro casas de aglomerado. Salpican de humanidad una brutal playa yerma de siete kilómetros de largo por uno de ancho. Bajo etéreas cimas de casi 800 metros de altura con forma de anfiteatro, a unos 500 metros al oeste de Cofete, aparece una incomprensible y gigantesca mansión de estilo alemán con una especie de torre de vigilancia. ¿Será un desértico faro de la Baviera del Sur?
El terrateniente Gustav Winter
Junto a la puerta de la Casa Winter se puede observar a un grupo de personas comandadas por un personaje moreno, de pelo rizado. En un cartel atado a un antiguo Jeep descapotable se lee: “Casa Winter. Bienvenidos al museo de la familia Matos”. El personaje en cuestión es Pedro Fumero, el actual inquilino de la destartalada pero maravillosa mansión. Hasta 2012 vivía en Tenerife y manejaba un taxi arrendado.
Desde que regresó a Cofete se dedica a contar su historia a los turistas que deambulan a la entrada de la casa: “Hace unos años mi madre me llamó un día muy nerviosa porque su hermano estaba muy mal y no sabía lo que tenía. Vine a Fuerteventura y me encontré a mi tío Pepe con un cáncer terminal. Desde entonces vivo aquí. Mucha gente del pueblo ha contraído cáncer debido al agua contaminada con residuos nucleares de los submarinos”. ¿Submarinos nucleares?, ¿eh?
La familia de Fumero lleva décadas ligada a la villa. En la Casa Winter trabajó primero su abuelo Rafael Matos, luego sus tíos Pepe, Agustín y Rosa Matos Viera. Todos faenaban para el ingeniero alemán Gustav Winter, que a finales de 1921 había abandonado su Selva Negra natal para terminar la carrera de Ingeniería Industrial en Madrid. Huía de la Primera Guerra Mundial. A Gustav la vida en España le fue bien, era un hombre trabajador. Comenzó a desarrollar proyectos de electrificación en Tomelloso, Murcia, Zaragoza, Madrid y Valencia, hasta que en 1924 desembarcó en las Islas Canarias.
En la capital grancanaria el alemán oyó hablar de Fuerteventura, visitó la isla y se enamoró. Allí, al pie del Pico de la Zarza, el más alto, en la playa virgen de Cofete, este ingeniero visionario decidió construir una vivienda para su familia. Tenía en mente crear varias industrias, principalmente la explotación del rico banco de peces sahariano, fabricar y exportar conservas de atún, construir unas salinas, extraer minerales ferro-titánicos de los cerros circundantes, fabricar cemento, plantar tomates gracias al agua subterránea, criar cabras, ovejas y la repoblación forestal, entre otros proyectos.
Intentó comprar la península de Jandía, pero no pudo porque la ley española no permitía adquirir grandes terrenos a extranjeros, así que en 1936 firmó un contrato de alquiler con los herederos del Conde de Santa Coloma y Cifuentes (Barcelona), marqueses de Lanzarote, propietarios del terreno donde quería desarrollar sus copiosas ideas comerciales.
Entonces estalló la Segunda Guerra Mundial y los proyectos del visionario ingeniero se quedaron en agua de borrajas. Sin embargo, el éxito le llegó de la mano del turismo. Tomando como ejemplo el sur de Gran Canaria, Winter inició una campaña publicitaria en Alemania para mostrar las virtudes de esta alejada y exótica costa europea situada en África. Estableció su base logística en Morro Jable, la localidad más grande y cercana a la playa de Cofete, y buscó inversores para la construcción de hoteles. Cuando las cosas empezaron a marchar sobre ruedas donó terrenos para construir un ambulatorio, un parque infantil, una central telefónica, un centro cultural y viviendas para los más necesitados.
Gustav Winter murió en Gran Canaria en 1971. Nunca habitó Villa Winter oficialmente. Hoy, el ingeniero alemán es un personaje novelesco que forma parte del imaginario colectivo canario. Su vida y su casa arrastran verdades para unos, mentiras para otros, nidos de nazis para los más intrépidos, tranquilas villas agrícolas para los más conservadores.
El 'ocupa' Pedro Fumero
Para Pedro Fumero, guía oficial de la casa donde vive, “llevamos mucho tiempo haciendo una investigación seria para que el mundo entero se entere de esto. Para mí, el señor Winter era un agente alemán destinado en las Canarias encargado de los puestos de observación, equipado con telefonía sin hilos y encargado del abastecimiento de los submarinos alemanes”.
El actual morador de la Casa Winter cuenta su historia a todo aquel que se atreve a llegar a una de las esquinas más alejadas del Reino de España. A cambio, vive de la voluntad. Mientras enseña el surrealista edificio, que ha decorado a modo de museo con los cachivaches nazis más variopintos que ha ido recopilando con el transcurso de los vientos alisios, explica sus conclusiones: “Esto era un nido de nazis. Esta casa tiene un aeropuerto secreto en la playa de Cofete que se puede ver gracias a Google Maps. Tiene dos prisiones de tortura, cuatro prisiones normales, tiene un laboratorio, hornos crematorios, mesas de autopsia, baterías de submarinos, productos de laboratorio…”.
Se atreve a hilar aún más fino: “Estoy más que seguro que el 90% de los oficiales que salieron de las Canarias hacia Sudamérica partieron de Casa Winter. Lo sé por la documentación que voy manejando… llegaron a Barcelona, allí se dispersaron. Aquí en Fuerteventura había un nido de ratas de oficiales alemanes. Von Marx, Alberto Lehanbacher, Winter… Si tiras de la manta aquí hay media isla involucrada”.
Fumero está cansado de denunciar el tema y que los medios de comunicación españoles no le tomen en serio: “Llamamos a Cuarto Milenio, nos dijeron que habían estado aquí grabando antes de estar yo. Y por lo visto fueron demandados por la familia Winter”. Años antes, en 1983, Interviú sacó el primer reportaje sobre la casa y la familia Winter también emprendió acciones legales contra el autor del reportaje y contra la revista, demostrando que en Alemania no había constancia de que Winter fuera nazi. A principios de 2020, la villa volvió a hacerse viral debido a que varios medios de comunicación españoles se hicieron eco del documental de Discovery Max Villa Winter, que formaba parte de una serie sobre Bases secretas nazis. “Han tenido que venir la BBC, la televisión rusa, la televisión checa, la Toronto Canadá para sacar esto a la luz”, argumenta.
Fumero prosigue con la visita. Está emocionado y, aunque no está permitido bajar al sótano por peligro de derrumbe, enseña a sus acompañantes la parte más morbosa y escalofriante de la casa. Pequeños y grandes descienden por unas estrechas escaleras. Un escalofriante viento helado recorre los siniestros pasillos recubiertos de baldosas blancas. Dan ganas de echar a correr.
Mesas de autopsia y hornos
“Mi abuelo Rafael era una persona muy inteligente, pero también supo ver, oír y mantener la boca cerrada. Él nunca se atrevió a decir nada a la gente del pueblo, y menos a estos políticos que se las saben todas, pero nuestro abuelo nos contaba historias. Y hablaba que lo que decía la gente que era una cocina, en verdad era un laboratorio. Él sabía que era como un lugar de descanso y repostaje, los alemanes se cambiaban la cara y escapaban a Latinoamérica. Bueno, yo me lo he tomado muy en serio, me he ido a Alemania, a Mauthausen, estuve analizando búnkeres y ninguno tenía la cocina en el sótano. Esto que veis son mesas de autopsia”.
No se oye ni una mosca. La humedad del sótano parece corroer el cerebro. Fumero prosigue: “Los hornos que hay aquí alcanzar los 700 grados, para una cocina, con 300 grados es más que suficiente… Por cierto, tanto las mesas de autopsia como los hornos crematorios de Auschwitz son idénticos a las de la Casa de Los Winter. Y los ladrillos del horno tienen el emblema de los submarinos nazis y en ellos se lee Suarritz, una sociedad de productos cerámicos del País Vasco con la que se hacían hornos crematorios”.
El extaxista continúa su relato. Los turistas están al borde del colapso. Una energía extraña paraliza el ambiente, Fumero está convencido de que debajo de la casa aún hay dos submarinos nazis enterrados: “La Universidad de Gran Canaria dice que aquí no hay profundidad para abastecer a los submarinos, pero nosotros hemos hecho un estudio con georradar y os aseguro que están enterrados en cuevas volcánicas. En 1974 tres periodistas, dos españoles y un austriaco, encontraron unos bloques de hormigón y la cueva con los dos submarinos. Cuando iban a regresar a puerto el barco en el que viajaban explotó. Murieron los dos periodistas españoles. El tercero, el austriaco, perdió un ojo”.
En medio de un silencio sepulcral el inquilino de la casa habla de sucesos paranormales. Acompañado de médiums, Fumero asegura que ha visto al que parecía ser su abuelo muerto, la cabeza de un terrorífico niño flotante y ha escuchado voces de personas sufriendo. Una vez, uno de sus perros salió huyendo acongojado de una de las salas subterráneas con forma de prisión.
Es hora de volver a ver la luz del día, ni los turistas ni el propio Fumero aguantan tanta energía paranormal. Los visitantes se dispersan, abonan la voluntad y el improvisado guía se sincera aún más: “En los años ochenta cambiaron todo para que pareciera una casa normal. Estamos esperando que la familia Winter nos meta una demanda porque decimos que su padre era un nazi. Si yo molesto por decir que su padre es un criminal de Guerra y que con el cobijo de Franco hizo lo que le dio la gana yo pienso que lo más fácil es ir a juicio. Tú me demandas, vamos a juicio, ellos que jueguen sus cartas y yo jugaré las mías. Nosotros llevamos en esta casa 55 años y mi familia tiene aquí lo que se llama usucapión, que significa el poder y el dominio de la propiedad, aquí estoy esperando el Juicio”.
Tras la confesión el majorero concluye su tesis: “Si esto sale a la luz y aquí hay dos submarinos, ya no se puede urbanizar. Si en esta casa, por lo que sea, aparecen restos humanos, aquí no se puede urbanizar. Si se reconoce que esta casa era históricamente de los nazis se convertiría en un santuario para el turismo neonazi, algo que no le interesa a la isla. Habría que reescribir la Historia”.
Finalmente, añade: “Esta casa está estratégicamente construida sobre unas cuevas naturales. De aquí te vas a Sudamérica, no hay control, no hay fronteras, es el sitio perfecto para levantar una base nazi. Y además los alemanes en esa época se identificaban con la raza are, procedente de Canarias. Ellos creían que su raza aria procedía de la isla de Fuerteventura porque los majos de Fuerteventura no eran pequeños, eran hombres altos, rubios, de ojos verdes o azules, era el refugio perfecto para los nazis”.
A pocos metros de la Casa Winter, Saro, dueña del restaurante Cofete, pone cara de póker. Cree que todo lo que dice Pedro es una exageración para quedarse con la casa y dar un pelotazo: “Es verdad que esta villa siempre ha sido muy extraña, mi familia ya me contaba que aquí pasaba algo raro. Pero por lo que tengo entendido iba a ser un hospital para los nazis aunque nunca hizo falta algo así”. Ella en verdad quiere que abran un hotel, le iría mejor, aunque sabe que en principio eso es imposible porque la península de Jandía está declarada Reserva de la Biosfera, Zona Especial de Protección para las Aves y Parque Natural.
La otra cara: Gustavo Winter hijo
La propia familia Winter ha desmentido a lo largo de las últimas décadas distintas informaciones aparecidas sobre el supuesto pasado colaboracionista nazi de su antepasado, demandando a todo aquel que han considerado oportuno. EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con el hijo de Gustav Winter, Gustavo, para confirmar el relato de Pedro Fumero. El resultado ha sido una Historia radicalmente opuesta. La otra cara.
“Ningún miembro de la familia Matos vivió en esa casa antes de 1976. Desde su inacabada construcción (1950) la casa estuvo muchos años sin habitar. Nuestra familia jamás vivió ahí… Tratándose de un lugar tan aislado, con cierta frecuencia algunas personas entraban en la casa, pernoctaban y causaban daños. Por ello, el 1/10/1976, cinco años después del fallecimiento de mi padre, mi madre Isabel Althaus firmó un convenio con D. Rafael Matos Viera, tío de D. Pedro Fumero, y se instalaron en una parte de la casa…. Unos meses después del fallecimiento de Pepe (2012), Dª María Matos Viera regresa a Tenerife, quedándose Pedro en la casa con sus tíos Agustín y Rosa, probablemente atraído por el filón económico que suponía las numerosas visitas a la casa”, explica.
Para Gustavo “la teoría de Fumero es falsa (por no decir otros calificativos). El primer y fundamental dato que la desmonta es que esa casa se comenzó a construir el uno de octubre de 1946, con la llegada a Cofete del maestro D. Juan Concepción Villalba… Por otra parte, una simple inspección del lugar permite ver lo absurdo de esa teoría. ¿A principios de los 40 tal obra de ingeniería? No es posible construir varios kilómetros de túnel y penetrar cientos de metros bajo el mar dadas las características arenoso y fuerte oleaje en esa costa de Barlovento”.
Según Winter “no fue hasta 1948 que mis padres lograron el permiso de residencia en España y se trasladaron a Canarias. Cuando mi madre conoció por primera vez la casa en construcción (en una primera visita a Fuerteventura en agosto de 1947 para ver los trabajos) ya le dijo a mi padre que no contara con ella para vivir ahí. Mi padre siguió adelante con su proyecto, pero la casa realmente nunca se acabó”. Gustav estaba enamorado de Cofete. “Y creo que pensó construir algo grande, vivir ahí con su familia, estancias para el servicio en la parte baja y tener almacenes para el grano. La casa de Cofete creo que respondía a una idea romántica, pero su sueño no se cumplió, y económicamente fue una catástrofe”.
“En 1996, mi hermano Juan Miguel, administrador de Estación de Servicio de Morro Jable S. L. vendió la casa a Dehesa de Jandía S.A., que forma parte del grupo Lopesan. Los nuevos propietarios supongo que respetaron en su momento la presencia de la familia Matos, ahí desde 1976. ¿Que si pienso hacer algo? Desde hace 25 años el chalet no pertenece a la familia y, por tanto, no nos incumbe la presencia o no de D. Pedro Fumero en esa propiedad”, añade.
Gustavo piensa que es más sencillo repetir y ampliar una leyenda, morbosa, que interesarse realmente por conocer la verdad. “Me pregunto: mi padre falleció en 1971, ¿por qué en estos cincuenta años, en ninguno de los reportajes y artículos se hace referencia al testimonio de personas que vivían en los años 30 y 40 en Cofete, que vieron llegar a Gustavo Winter por primera vez a Jandía, que vieron levantarse esa casa, o participaron en su construcción? Hasta donde sé, en ningún reportaje se hace referencia a ello. Es posible que alguno se molestara en investigar, pero tal vez esos testimonios desbarataban una “buena historia” y los obviaron”.
Y también tiene palabras para Pedro Fumero: “En cambio, el señor Fumero, a través de inventar y difundir una serie de mentiras y truculencias a quienes visitan la casa y a través de las redes sociales, ha alcanzado una notoriedad (y una fuente de ingresos) inimaginable para él antes, y se dedica en cuerpo y alma a esa actividad que parece darle sentido a su vida”. Gustavo Winter hijo concluye la exposición de su Historia con un dicho: “Es sabido que un árbol que cae hace más ruido que un bosque brotando.”
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