“¿Que si soy catalán? Yo hasta tengo los ocho apellidos catalanes. ¿Que si soy de L’Escala? Mi familia tiene terrenos aquí desde 1674, que no hacía ni 100 años que existía el pueblo. Nosotros somos catalanes, pero no odiamos a nadie. Mucho menos a España. Y el independentismo es eso, odio, superioridad moral y falsear la historia”.
El valor de esta frase estriba en que la dice un historiador, que además fue concejal de Convergència i Unió. Se llama Martí Guillem i Sureda. No hace ni 4 años que aún era edil de la formación nacionalista. Su pareja es Eva M. Trías Terrón, que estuvo vinculada a ERC, partido del que incluso protagonizó una campaña publicitaria. Uno en Esquerra y el otro en CiU; igual que el nuevo presidente Pere Aragonés y su esposa.
Dos personas de la escena independentista que, un buen día, se bajaron del carro. Cada vez son más los catalanes que siguen ese ejemplo, desencantados con el utópico proceso separatista. Es la única explicación para entender que el último sondeo de GAD3 para La Vanguardia daba un 52% de rechazo a la independencia en Cataluña.
Ese 52% simbólico, que es el mismo que consiguió el independentismo en las urnas, parece que se ha revertido. Que muchos indepes han abierto los ojos y han abandonado el redil. En el caso de esta pareja, el rechazo ha sido tan frontal que Eva ahora mismo orbita en torno al Partido Popular en Girona y acabó celebrando la victoria de Ayuso hace unos días en la calle Génova de Madrid.
Cada uno tiene sus motivos para ser “exindepe”. Entre los de Eva y Martí están las amenazas de muerte, el destrozo de su camping, los escraches y el acoso de sus propios vecinos, que llegaron a pedir que declarasen a Martí persona non grata en el pueblo. ¿Su delito?, lo explica él mismo:
"No te suena un titular que decía algo así como “Polémicas maniobras del ejército y la Guardia Civil en una playa de L'Escala”? Pues ahí empezó el calvario".
El camping
Eva y Martí son pareja desde 2016. Se conocieron en el Illa Mateua, el camping de la Costa Brava que él regenta y donde ella veraneaba. Eva tenía una peluquería en Girona y se metió en el tejido asociativo de los comerciantes en 2004. Después empezó a colaborar en el pueblo donde residía “Me metí en lo que yo creía que eran las izquierdas, que era lo que me representaba. Con el tiempo me di cuenta de que aquello no era lo que me habían vendido. Pero fue así como entré en contacto con ERC, y con Carles Puigdemont, con el que llegué a tener una relación muy fluida cuando se presentó para alcaldable de Girona y yo era "representante de una asociación de comerciantes de Girona", le cuenta a EL ESPAÑOL desde su despacho en el camping.
Respecto a su relación con Esquerra, llegó incluso a ser imagen de la campaña electoral de los republicanos en las elecciones de 2010 al Parlamento Europeo: “Yo colaboraba con ellos por temas del pueblo de Quart, muy cerca de Girona, y allí me dijeron que estaban haciendo un casting para salir en la campaña. Me presenté y me cogieron”, recuerda. Al lado de su cara, el eslogan. “Eva Valenta” (Eva Valiente).
Su pareja, Martí, acababa de entrar como regidor convergente en el consistorio de L’Escala. Es licenciado en Historia y Filosofía , pero tiene un camping y entró en política por cuestiones locales; por salvaguardar su pueblo de la especulación: “Entré para oponerme a la construcción del campo de golf, y especialmente a las 150 viviendas que se tenían que construir por proyecto, sí o sí. Para intentar parar la salvajada urbanística”. 2015 Iba el segundo en las listas y obtuvo el acta de concejal bajo las siglas del partido de CiU, convertido después en el PDeCAT de Puigdemont.
Eva recuerda que ella era de las que iba "a aquellas grandes manifestaciones independentistas que se hacían en Barcelona, con esteladas. No es que lo recuerde, es que tengo todavía colgadas las fotos en mis redes sociales. No las quito porque es en lo que creí en su momento"”, apunta. Pero las cosas iban a dar un vuelco radical aquel infame verano de 2017. El de los atentados de La Rambla y el del ambiente pre-referéndum que acabó fracturando a la sociedad catalana por la mitad. El caso de esta pareja es paradigmático. Todo empezó ese verano.
Las maniobras
“Pasó que en julio de 2017 había por aquí unos soldados del Regimiento Arapiles 62 y el Grupo de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil de L'Estartit, que tenían que hacer unos ejercicios en una zona próxima al camping. 17 soldados: 12 hombres y 5 mujeres. Hablaron con nosotros y acordamos hacer una especie de actividad para los turistas del camping. Unos ejercicios militares con desembarco, una exhibición de objetos militares, pero material sanitario o de cocina, nada de armas… y por último un par de charlas de dos militares historiadores, en nuestro edificio de animación”, resume Martí.
“La valoración de los turistas fue fantástica; les pareció muy divertido”, apunta Eva. Diametralmente opuesta fue la de sus vecinos, que se enteraron. Y aunque Martí había incluso convocado previamente con la prensa para aclarar la naturaleza de la demostración, la presión del independentismo aquellos días contra todo aquello que guardase la más mínima relación con el ejército o la Guardia Civil, hizo que aquello quedase automáticamente sentenciado.
Aquellas maniobras acabaron con la carrera política de Martí como convergente: "A mí me obligaron a dejar a dimitir. Y las presiones venían desde arriba. Porque en el grupo local estaban contentos con mi labor, y el portavoz me decía que le presentase la dimsión y que él no la aceptaría. Que ya bajaría el suflé. Pero el suflé no bajó. Las presiones vinieron directamente de Carles Puigdemont, de Marta Pascal y de Pere Vila, que ahora es presidente de la Diputació. Yo me podía haber quedado con mi acta de concejal, pero la abandoné y me salí de allí", resume Martí.
El referéndum
Pasó el incidente, pasó el verano, acabaron bien la temporada estival y llegó octubre. El mes que suelen cerrar el camping. El mes que abría con el referéndum ilegal. Ellos ya no fueron a votar y se marcharon ese fin de semana de vacaciones, para no intoxicarse de lo que iba a suceder. Se enteraron de los disturbios por la tele y los grupos de Whatsapp.
A la vuelta fue cuando contactaron con ellos desde la Guardia Civil. Les propusieron una oferta kamikaze: un regimiento entero de guardia civiles que se hospedaba en Calella habían sido expulsado del hotel en el que se alojaban. Necesitaban cobijo. El camping les pareció un buen lugar, dadas las buenas referencias que tuvieron de ellos tras el episodio de las maniobras.
Martí aceptó y avisó al alcalde socialista (hijo de guardia civil), que le advirtió del malestar que podría causar eso en el pueblo: “Yo en mi casa no haría eso”, les respondió. Llegaron los guardia civiles, se filtró la noticia, aún no saben como… y empezó el infierno. El primer día ya sufrieron un escrache, varios vecinos que se manifestaron en la puerta del camping. Unos ataques que se prolongaron casi por los dos meses que estuvieron alojando a la Benemérita.
Empieza el acoso
La pareja se pone a relatar ataques sufridos aquellos días y no cesan: “Un día vino un vecino a decirnos que nos estaban pintando el camping. Cuando fuimos a ver la valla… ya ves tú los resultados”, resopla todavía Martí, mientras Eva muestra en el móvil las fotos del desastre. Un montón de pintadas donde destacan las esteladas y frases como “Ni olvido ni perdón”, “Eres 155”, “Camping en venta” o insultos diversos a Zoido y Millo. Otro día les tiraron pintura amarilla por los muros, también pintaron en amarillo los paneles informativos que direccionan al camping.
Ahí también se enteraron de que había vecinos que habían impreso una especie de octavillas difamatorias que habían lanzado por todo el pueblo de L’Escala. Carteles muy elaborados donde les acusaban de colaboracionistas. Algunos incluso estaban escritos en inglés, para que la difamación llegase también a los turistas extranjeros. Un trago más duro de lo esperado.
“Duro no, duríismo. Esperábamos machaque pero no tanto. Correos, amenazas, escraches… Yo aparcaba el coche siempre en diferentes lugares y siempre mirando, a ver quién había. Yo no iba tranquila. Yo, que no soy del pueblo, que voy sola. Sentía pasos detrás de mí y siempre tenía la tendencia de dejar pasar”, recuerda Eva de aquellos infaustos días, mostrando una nota que se encontró un día al volver al coche. Un anónima con una estelada en el que se podía leer: “¿Qué pasa? ¿No tienes dinero para pagar zona azul? Nazis aquí no. Ni olvido ni perdón”.
Y es que una de las cosas que más les marcó fue la reacción de sus propios vecinos, a los que Martí, cuya familia lleva en L’Escala desde el siglo XVII, conocía de toda la vida. “Una compañero mío del Ayuntamiento, convergente convertido al puigdemontismo, me abrazó, se puso a llorar y me dijo: “Martí, ¿por qué has hecho eso? El pueblo es un polvorín y puede pasar cualquier cosa”. Otro nos preguntó si tanta falta nos hacía el dinero para llegar a ese extremo. Que lo hubiéramos dicho y hubieran hecho una colecta. Otro, cuando nos vio recogiendo los panfletos del suelo, nos soltó que en esta vida todo tenía un precio; ese es el que estábamos pagando nosotros”.
Otro momento que les quedó marcado en la memoria fue un día en la que fueron a comer a un restaurante típico de L’Escala. “Al entrar se hizo el silencio, como cuando entra el malo al salón en los western. Le pedimos mesa al camarero y entró para buscárnosla. Cuando el dueño vio quiénes éramos, salió personalmente para decirnos que para nosotros no había mesa”.
Del vacío vecinal, las manifestaciones y los carteles, pasaron directamente al intento de agresión física: “Se presentó una vez aquí un hombre de Torroella [de Montgrí], que aparentemente venía a pedir trabajo. Pero una vez que estuvo dentro, se puso a gritar como un loco. Nos quería pegar. Porque los guardias lo echaron de aquí, pero se tiraba incluso encima de ellos. Otro nos mandó una amenaza por correo electrónico, pero fue tan tonto que en el mail adjuntó por error su currículum. Era un indepe que vive en México”. El odio contra la pareja había traspasado fronteras y hasta continentes.
La Cruz del Mérito
Eva y Martí, sin embargo, cumplieron la palabra dada a la Guardia Civil:no dejar tirada a la tropa antes de tiempo, como sucedió en los hoteles de Calella. Por eso estuvieron aguantando ataques y tragando quina hasta bien entrado diciembre, cuando se despidieron los agentes en una fiesta que se celebró en el camping.
La valentía de Martí y Eva hizo que la Guardia Civil les entregase la Cruz al Mérito de la H.A.G.C., que lucen en una de las paredes del despacho. En la otra, un pergamino con el reconocimiento de una asociación policial de Puerto de Santa María, Cádiz, en agradecimiento a los servicios prestados. “Desde Andalucía hemos recibido mucho cariño. Mi hija ahora, que también está deseando salir del entorno independentista, se va ahora a estudiar a Sevilla, que tiene familia materna y muy buenas amistades con Guardias que se alojaron el el camping".
La conversación se pierde, durante más de dos horas, en barrabasadas sufridas por la pareja, apuntes sobre falacias históricas del independentismo y el futuro. ¿El futuro? Martí de momento no tiene intención de volver a la política. Eva sí que se ve con ganas. Estuvo a punto de montar un partido independiente en el pueblo, pero ha acabado de número 2 del PP en Girona. De imagen de ERC a celebrar la victoria de Ayuso. Lejos quedaron las manis con estelada en Barcelona. Igual de lejos que el acta de concejal convergente de Martí. Ambos se han bajado del carro indepe, del que cada día se baja más gente. De esto también se sale.
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