“Un hombre gris, sin público. Más independentista de lo que dice y más aprovechado de lo que parece”. Son las primeras palabras que suenan al otro lado del teléfono cuando se pronuncia el nombre de Joan Ignasi Elena i García (Barcelona, 1968), Ignatius, el nuevo conseller de Interior de la Generalitat de Cataluña, horas después de su anuncio. Las narra a EL ESPAÑOL un viejo conocido -”amigo” sería decir demasiado-, y revelan más de lo que parece. Un perfil curioso, el elegido por Esquerra Republicana (ERC), para un puesto todavía más peculiar.
Resumir en pocas palabras al conseller puede convertirse en una auténtica sopa de siglas. Hijo de anarquista de la FAI, secretario de las Juventudes Socialistas en Cataluña, alcalde de Vilanova y la Geltrú, diputado, crítico con el PSC, nacionalista de nuevo cuño, portavoz de los presos del procés y, ahora, nuevo líder de los Mossos d’Esquadra. El primero elegido por ERC desde la recuperación de la democracia.
“Al final, lo que importa es que es nacionalista”, resume la misma persona.
Carrera en el PSC
Elena es abogado, especializado en derecho laboral y de autor. Se dedicaba a ello antes de encabezar por vez primera un proyecto de envergadura, aunque entre 1991 y 1993 dirigió las Juventudes Socialistas. Corría el 14 de julio del año 2005 cuando el por entonces joven letrado y católico practicante asumía el rol de regidor en Villanova i la Geltrú. Y sus compañeros de partidos comienzan a llamarle Ignatius.
Tenía ante sí un reto complicado. Asumía el mando en medio de la legislatura. Concejal de Cultura hasta entonces, tenía que dar un paso al frente tras la dimisión de su predecesor Sixte Moral. Elena debía ser apoyado por ERC e ICV para obtener el bastón de mando.
Consiguió su objetivo y fue ganando peso en los distintos estadios en los que jugaba. Vio refrendado su mandato dos años más tarde, en los comicios de 2007. El PSC podía volver a gobernar con acuerdos tras obtener 10 ediles en la ciudad. Joan Ignasi Elena se ganaba a los suyos y le llegaban a catalogar como el alcalde omnipresente, por estar siempre en contacto con el ciudadano y saber manejarse en las distancias cortas.
Es en estas donde muestra su carácter afable y bonachón. Pero esto no es un punto a su favor para todo el mundo. Hay quien le cataloga de “peix bullit” -en catalán, pescado hervido-. Es decir: una persona con poco carisma, un hombre más de segunda fila y no un líder propiamente dicho.
A pesar de todo, siempre fue crítico con su propio partido y pretendía ser visible. Tenía en mente un sistema federal para España. Precisamente con dicho pensamiento optó a presidir el PSC contra Pere Navarro. Creía que al partido le hacía falta una renovación total y él podía llevar a cabo una revolución ideológica, organizativa e incluso de personal.
La independencia de Elena era clara. Él mismo se definía como “librepensador” en diciembre de 2011. Ante las preguntas de los internautas en un foro de El País, Elena abogaba por hablar de “independencia de las personas”. A posteriori, explicaba: “Es un valor a cultivar. Dicho esto, no soy independentista, pero se equivocaría (creo) el PSC si no dialogara con sectores que sí tienen ese sentimiento. Y no halo de coaliciones gubernamentales, sino de diálogo y enriquecimiento mutuo”.
En ese mismo foro de debate, apostaba por una España “plurinacional” y una “Catalunya, nación, que desde su libertad decide participar de este proyecto de esa España”. “Así entiendo el federalismo. Unión y libertad”, exponía. Estaba claro que no compartía las miras del PSC. En aquel año 2011 decidió echar un pulso a Pere Navarro. Pereció en el intento, pero accedió a la ejecutiva del PSC.
Tras 30 años de militancia en el PSC -comenzó a los 14 años-, en 2014 dejó su escaño en el Parlament. El motivo: rompió la disciplina de voto al apoyar la iniciativa de acudir al Congreso a pedir que Cataluña pudiera realizar una consulta de autodeterminación para así decidir su futuro político. Elena sabía que el independentismo pisaba con fuerza y no desaparecería.
Meses antes de dejarlo, cuando había sido expedientado, creó la asociación Avancem -antes sólo era un movimiento- para tener "un espacio socialista potente, sólido y cohesionado". Pretendía aglutinar a todos los críticos del partido, a aquellos que habían perdido sentimiento de pertenencia.
Pero se resistía a perder la marca. “Somos PSC. Esto no es un derbi ni un pulso. Queremos tejer complicidades entre los que se han ido dispersando”, decía un Elena que no tardaría en dejar atrás esas palabras.
De socialista a nacionalista
Ese mismo mes, ya como díscolo público y diputado no adscrito, dejó el escaño. En un momento de crisis en el partido y el Govern, con desencantados, críticos y trepas por doquier, sobre Elena sólo había dos certezas: que era consecuente con sus ideas y que, por tanto, había abandonado el socialismo por el nacionalismo. Sin cortapisas.
Un año después, de cara a las elecciones municipales de 2015, Elena y Avancem se quitaron la careta y decidieron concurrir con Esquerra a diversas localidades. Para el exdiputado, fue su último y definitivo acercamiento al Govern, entonces todavía liderado por el tándem de Carles Puigdemont (PDECat) y Oriol Junqueras (ERC).
La dupla del procés constituyó el Pacte Nacional pel Referèndum, la iniciativa independentista para agrupar a partidos y organizaciones en un empuje coral por el referéndum de autodeterminación. Con Elena de coordinador, el movimiento pervivió durante dos años y tendió puentes con Òmnium Cultural, el Centro Internacional Escarré para las Minorías Étnicas y Nacionales y el FC Barcelona, entre otros. La apuesta había sido la correcta. Al fin y al cabo, ¿quién mejor que un ex PSC para convencer a los indecisos?
De hecho, el mismo criterio se impuso cuando todo saltó por los aires. Su carácter serio pero dialogante, catalanista pero de corte funcionarial, gris pero comprometido, habría de jugar algún papel más. Primero, como testigo judicial de la Generalitat por los preparativos del 1-O; y después, como coordinador jurídico y portavoz de los presos de ERC. Otra vez: un tendedor de puentes, esta vez entre independentistas y medios de comunicación. Incluso sonó para la Consellería de Salud o, en su defecto, la de Asuntos Sociales y Familias en 2018. Ninguna caló.
El plato más frío
Sin duda, su carrera ha ido hacia arriba desde entonces, de marioneta útil del independentismo a todo un conseller de la Generalitat, el primero de Interior propuesto por ERC desde la recuperación de la democracia. No es moco de pavo que sea, precisamente, el independentista de izquierdas el encargado de liderar a los Mossos en esta nueva etapa. Tampoco un plato fácil de digerir.
A Joan Ignasi Elena le tocará bailar con un contexto complicado. Hasta hace bien poco, con la Covid-19 campando a sus anchas, la Consellería de Salud podía parecer el peor de los destinos, pero ahora, con la pandemia reculando y la “nueva normalidad” a la vuelta de la esquina, pocos destinos suenan más hostiles que la dirección de Interior.
El reto mayúsculo de Elena será equilibrar un Govern inaudito, los bandazos de un proceso judicial independentista con pocos visos de solucionarse y, para colmo, la gestión de un cuerpo de 17.000 agentes sometidos más que nadie a los vaivenes de la política. Si alguien puede hacerlo, “ese es nuestro tendedor de puentes”, pensará más de uno.
Los primeros pasos que tendrá que abordar, no exentos de polémica, serán disolver los antidisturbios (ARRO) y atajar las actuaciones de la brigada móvil (BRIMO), ampliamente cuestionadas por la izquierda. También compaginar la seguridad ciudadana con los desalojos y los excesos policiales ante el movimiento independentista. No es una posición cómoda, sobre todo cuando la presidencia de Pere Aragonés depende de los tambaleantes votos de la CUP, con condiciones como mover de sede la jefatura superior de policía de Via Laietana.
Pero el otro lado, el de Junts, no es menos pacífico. Son muchos los adeptos de Puigdemont que tienen con Elena una deuda, sobre todo por su fidelidad al movimiento independentista, pero si algo enseña la política es que las nupcias no son para siempre, sobre todo en épocas de polarización. En el caso del conseller, la dualidad está clara: ¿defender a los Mossos o las actitudes de sus aliados, los mismos que piden las cabezas de los policías?
No lo va a tener fácil Joan Ignasi Elena. Antes de ser nombrado ya se encuentra con su primera encrucijada: la ocupación de la sede de ERC, que serán responsabilidad del actual consejero saliente, Miquel Sàmper. Las deudas se las comerá Elena, el tendedor de puentes. El hijo del anarquista que mutó de negro a rojo, luego a amarillo, pero que en el fondo siempre fue un personaje gris.
Quizá funcione, al fin y al cabo, por la propia inanidad del personaje, que en la Cataluña de 2021 puede ser más virtud que defecto. Supervivencia por confundirse con el paisaje, sin pretensiones de mártir, de emperador o de Rasputín. Sólo de funcionario del independentismo.