En el barrio no se habla de otra cosa. La Plaza de la Constitución, más conocida como Plaza Roja, es un campo de batalla abandonado. Es jueves, cuatro de la tarde, del día después de la refriega, y varios niños juegan a polis y cacos. Tres madres observan desde la esquina, en uno de los bancos del parque, y comentan la jugada de las últimas 24 horas, un poco el "y tú cómo lo viviste ayer". Se refieren, claro, al mitin de Vox en ese mismo espacio, frustrado por grupos antifascistas y disuelto por las fuerzas policiales. Un jaleo. "Pues que no vuelvan más", apura una.
Si algo define al barrio de Vallecas dentro del imaginario colectivo es el obrerismo, un extrarradio proletario lejos de los focos de la capital. Si se busca una segunda acepción, sería la de ser de izquierdas, claro que esa no la comparte todo el mundo. Sin duda es el sentir mayoritario, tanto a ojo de urna como del pulso de la calle, pero no el único. Para un vallecano, ser de derechas puede convertirse en un problema, y más si tu ideología afecta a tu negocio.
En las últimas elecciones generales, más de 31.500 vallecanos abrazaron a partidos de izquierda frente a los poco menos de 23.000 que votaron a la derecha. Es una diferencia importante, pero no excesiva. De todos ellos, uno de cada diez votó a Vox. Existen en Vallecas, al menos cuando toca echar la papeleta, pero cruzarse con ellos a plena luz del día es otro cantar.
No es fácil ver indicios. Al caminar por la calle, la mayoría de los encuestados condenan el acto de ayer, pero el de Vox, no el de los manifestantes. Una de las madres del parque lo tiene claro, y asume que si algo hacían los ultraderechistas era provocar, buscar la foto. El discurso se repite con otros viandantes y comerciantes. Si alguien podría pensarlo, sonríe de manera cómplice y prefiere no contestar.
Cuatro perroflautas
No ocurre así con Alfonso, un hombre de ideas firmes y verbo pausado. Él no se oculta. A escasos veinte metros de la Plaza Roja, el epicentro de la polémica, regenta El Duende, un negocio de reparación de calzado. Desde fuera es difícil verlo, pero al otro lado del mostrador deja ver una bandera de España en su mascarilla. "Pero no porque simpatice con Vox, que también, sino porque vivimos en España", aclara a EL ESPAÑOL.
Desde su posición privilegiada, a tiro de piedra de la refriega del miércoles, pudo ver tanto la actuación de los grupos antifascistas como la posterior respuesta policial, y no se corta en ser, como diría Abascal, políticamente incorrecto. Para unos y para otros. Y precisa. "Los que tiraron piedras ni siquiera son de Vallecas, son cuatro perroflautas que vienen de fuera", dice, y reconoce "pero aún así creo que a la policía se le fue la mano".
"Tengas unas u otras ideas, lo de ayer no es normal", empieza nada más despedir a una clienta. Da las gracias, cierra la puerta, y vuelve a desenfundar. "No es normal que ataquen a Vox por venir aquí, como no sería normal que atacasen al otro [Pablo Iglesias] por hacer lo mismo en otro lado. ¿Y si yo quiero escuchar lo que tiene que decir Abascal? Estoy en mi derecho".
Es cuestión de opiniones, claro. El debate de los últimos días ha recuperado una vieja polémica de la llamada compol, comunicación política: ¿merece la pena polarizar?, ¿qué hacer contra ello? Vox sabía lo que se iba a encontrar, pero la respuesta no es sencilla. La postura de la izquierda radical se resume en dos palabras -"no pasarán"- y en actos como el de ayer. La de la moderada, en ignorar las provocaciones y, si acaso, desinfectar el lugar de los hechos "de fascistas y racistas".
Alfonso, claro, no lo ve así. Cree que todo el mundo tiene derecho a expresarse, sea como sea y donde sea, y no ve provocación de ningún tipo. "Es como si Iglesias se va al barrio de Salamanca a hacer lo mismo. ¿A que no pasaría nada? Abascal viene a dar su discurso, y eso hay que respetarlo", cierra.
"No puedes expresarte libremente"
Evidentemente, la opinión es polémica en el lugar en el que se encuentra; en Vallecas, al frente de un pequeño negocio. Lo que cuenta a EL ESPAÑOL, dice, es difícil de tragar dependiendo con quién se hable. Muchas veces prefiere callar antes de ganarse un enemigo y, si acaso, perder un posible cliente que no colinde con sus ideas.
Ocurre lo mismo con Javi y Jose, los hermanos Barbero. Locuaces, de sonrisa fácil y lengua afilada. Prefieren no decir a quién votan, pero bastan unos minutos de charla para saber que a la izquierda no. Juntos regentan la Frutería Vallecas, tirando a la zona de Puente, y coinciden con Alfonso en la supuesta falta de libertad.
"Tener un comercio en este barrio implica que, muchas veces, no puedes expresarte libremente. Depende del cliente, si ya le conoces o no, pero si hablas más de la cuenta te arriesgas a perderlo", resume Jose. "Te tienes que callar y eso no es libertad", complementa Javi. Para ambos, es cuestión de ser discreto. Los tomates sabrán igual de bien y costarán lo mismo vote a quien vote el tendero, pero, dicen, está más permitido pensar de una manera que de otra.
A sus ojos, este clima de aparente falta de libertad de expresión es meramente una cuestión simbólica. "La gente de Vallecas es de izquierdas", proclama el imaginario. "Y de derechas, pero no lo dicen", añaden los hermanos, nacidos y criados en el mismo bloque de su comercio. Si no fuesen del mismo barrio en el que todavía viven, se diría que tienen algo de gallegos. Como que sí, que habelos hailos, los de derechas, pero no vayamos a decirlo muy alto.
Barrio deteriorado
Así, por esos por si acaso, prefieren no irse de la lengua con un desconocido, por lo menos cuando el desconocido es un posible cliente y no un periodista haciendo preguntas indiscretas. Reconocen que, entre sus parroquianos habituales, hay muchos policías que se acercan desde la comisaría, a escasos metros de la tienda, a comprar unas fresas de vez en cuando.
"El otro día tuvieron un percal con unos dominicanos. Le mordieron la pierna a uno de los agentes, los muy cabrones", revela Jose. Y, a medida que habla, se enciende. "El barrio se ha deteriorado muchísimo. Ya no es lo mismo que hace 30 años. De repente empiezan a aparecer un tipo de gente que... bueno, que no aporta nada a la sociedad...", calla, y prosigue, "que sólo están para delinquir y recibir ayudas", termina.
Le sigue su hermano: "En realidad, hay más gente que no tira ladrillos y hace tonterías que la que sí, lo que pasa es que los malos hacen más ruido . Lo que es innegable es que están afeando el barrio", precisa. "Al final, Vallecas ha terminado por convertirse en un gueto".
Sea cierto o no, Vallecas sigue siendo de izquierdas. O lo parece. Al menos hasta las siguientes elecciones, cuando los callados alzan la voz. En lo restante, cuando se cierra la cortina de la frutería, al aire libre, el discurso siempre cambia, y cuesta encontrar resquicios de Vox. Por cierto, ¿conoce a alguien más por aquí? Habrá que seguir intentándolo.
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