La noche del miércoles 10 de marzo al jueves 11 no fue buena para Antonio Escudero (Salobre, 1954): el primer partido del Barça en la nueva era de Joan Laporta quedó en empate (1-1) en el Campo de los Príncipes de París, contra el PSG. A pesar de la épica, el equipo azulgrana fue eliminado de la Liga de Campeones. Pero no solo eso. Además del resultado insuficiente, los hinchas radicales del equipo francés desplegaron previo al partido una pancarta ofensiva contra la mujer de Gerard Piqué: “Shakira a La Jonquera”, se podía leer.
En La Jonquera es donde Escudero, natural del mismo pueblo que José Bono (Salobre, 1950) y socialista de la vieja escuela, ha desarrollado su vida y levantado desde la nada un imperio que factura cientos de millones de euros. Siendo contrario a la independencia de Cataluña, ahora, además, ha llegado a la directiva del Barça de Joan Laporta, recién elegido presidente del club. Su vida parece extraída de una novela.
Escudero forjó su fortuna en La Jonquera mucho antes de que este enclave fronterizo de 3.900 habitantes se hiciera tristemente famoso por sus burdeles gigantes a los que los ultras del PSG querían mandar a Shakira. No hay más que mencionar el nombre La Jonquera para que cualquiera, sin excepción, fuera de La Jonquera diga: “Ah, donde las putas”.
Mohammed, un taxista de Figueres, la población grande más cercana, da “gracias a Dios” por no trabajar aquí. Llegó en 2005 desde Marruecos y estuvo empleado unos meses en el pueblo. “Aquí, si quieres, siempre hay trabajo”, dice el marroquí. “Pero estás unos meses y te vas”, añade, en alusión al oscuro mundo que se mueve detrás del macronegocio de los prostíbulos y del tráfico de drogas, que dice que no va con él.
En 1972, Antonio Escudero llegó con una mano delante y otra detrás, pero no se quedó unos meses. Lo hizo sin fecha de vuelta, y van 49 años. El Escudero de 16 años, no tenía ni idea de que casi medio siglo después terminaría unido a un hombre en sus antípodas ideológicas: Joan Laporta i Estruch. Por casualidades de la vida, los Laporta eran de La Jonquera, en cuyo casco antiguo y lejos de la vía de servicio de la frontera todavía se conserva imponente la casa pairal en la que vivieron decenas de generaciones de la familia. Una serie de circunstancias -porque “la suerte no existe, te la ganas”, defiende Escudero- quiso que sus destinos se juntaran.
Orígenes humildes
Escudero es hoy una personalidad en La Jonquera. Todo el mundo le conoce y casi todo el mundo coincide en lo mismo: “Es buen tío”, dice Dolors, empleada desde hace más de 40 años en el Hotel Puerta de España, uno de los primeros. Fue en este hotel donde Escudero tuvo su primer trabajo como camarero nada más llegar. Tardó 36 horas desde su pueblo, Salobre, en la provincia de Albacete. Entonces, nadie le conocía.
Aquel discreto aterrizaje contrasta hoy con un apellido que se lee en grandes rótulos rojos por toda La Jonquera: tres hipermercados, un hotel, dos buffets, cuatro bares-restaurantes, una parafarmacia y un inmenso outlet de marcas de ropa que es donde recibe a EL ESPAÑOL. “Gran Jonquera”, se llama. A su inauguración en 2013 acudió su amigo José Bono, con quien dice que se manda whatsapps a menudo. En esta zona hay prostíbulos, sí. También muchos camiones. Pero, sobre todo, los negocios de Antonio Escudero, al que todos ya conocen como Antoni. Menos Laporta, quien le sigue llamando Antonio.
Un signo de que el negocio de Escudero aguanta, a pesar de la pandemia, es que las máquinas trabajan a destajo en un solar de 100.000 metros cuadrados enfrente del centro comercial para ampliar la superficie y construir nuevos parkings. “Es ahora cuando hay que hacerlo”, dice Escudero nada más encontrarnos con él en el interior del outlet, al pie de unas escaleras mecánicas donde se levanta una réplica de unos 15 metros de la Torre Eiffel. “Aquí los que vienen son franceses y así se lo hemos puesto”, señala.
Escudero es un tipo menudo y con desparpajo. “Estratega”, se define, y con pocos pelos en la lengua. Declara que siempre ha sido fiel a sí mismo y a lo que le enseñaron en casa. Su forma de expresarse refleja a un hombre que conoce bien sus orígenes y al que no se le han subido los humos a la cabeza. “He labrado, he recogido aceitunas, garbanzos… ¡He hecho lo más malo!”, asegura con un inconfundible acento manchego, del que cambia sin problema al catalán con deje ampurdanés cuando atiende una llamada.
Nació como el menor de tres hermanos poco antes del desarrollismo, en La Mancha profunda. Estudió primaria en la escuela pública nacional de Salobre y más tarde, con apenas 13 años, quiso hacerse cura. Esto es algo que también comparte con Bono, que sintió una especie de vocación en su adolescencia. Escudero había sido educado en una familia de valores cristianos y fue siete años monaguillo de la iglesia del pueblo. Un seminario de Ciempozuelos, al sur de Madrid, llegó al municipio a preguntar quién quería irse con ellos.
El joven Escudero vio entonces su oportunidad de salir de Salobre. “Allí no había nada. Pero nada es nada”, recuerda. Los del seminario, sin embargo, no volvieron a aparecer y el sueño de irse a Madrid se desvaneció. Así, con 14 años, hizo la maleta y se fue para Alicante. Allí vivía un tío suyo con el que se puso a vender colchones. “Los enrollaba e iba de un lado para otro. Los fines de semana iba al cine, y poco más”, apunta.
Por aquel entonces, el expolítico José Bono, cuyos padres eran amigos de los de Escudero, ya estudiaba en los Jesuitas de la ciudad levantina. Pero el medio año que Escudero pasó en Alicante no coincidió con él. Bono le sacaba cuatro años y, en esa etapa de la adolescencia, la diferencia entre ambos aún era grande. Sin embargo, ya había participado en una obra de teatro con él. “Con 500 habitantes, ahí nos conocíamos todos”, afirma. Escudero volvió a Salobre. “Echaba de menos a mis amigos del pueblo”, dice. Sus padres tenían huertos y se puso a trabajar con ellos.
Desde antes, con 11 años, ya aprovechaba cualquier oportunidad para hacer negocios. “Recuerdo que mi tío me regaló una bicicleta y yo la alquilaba por unas pocas pesetas a los chavales del pueblo”, asegura sonriente. En otra ocasión, con el dinero que ganó repoblando pinos, se compró una batería, hecho que escondió a su padre hasta que llegó el abultado instrumento a la puerta de casa. “Se cabreó, pero le dije que en un mes doblaría lo que me había gastado”, apunta. Y así lo hizo.
Con su conjunto “The Atomics” –“ni siquiera hablábamos inglés”, reconoce- organizó conciertos en el bar del pueblo y cobró la entrada. Hoy, el “bar de Parra” de Salobre, renombrado La Placeta, es suyo. La adquisición fue fruto de la nostalgia, al verlo cerrado hace unos años. “¡Este verano pasado pusimos hasta 400 sillas en la plaza!”, exclama.
Mientras él estaba en el pueblo, sus dos hermanos, Abel y Pedro -que falleció en el 2000- vivían en Lyon, donde trabajaban en una fábrica de componentes de aviación. Con ellos ahí, el menor de los Escudero se fue a hacer la vendimia al país vecino: “Íbamos en el tren que paraba en miles de sitios y al que te tenías que subir en marcha. Llegamos a Figueres y allí nos hicieron la revisión médica… era un drama de cojones. Después, seguimos hasta Portbou y cambiamos de tren, para llegar a Carcassonne. Allí nos recogían unas furgonetas y nos íbamos a la finca donde trabajábamos de sol a sol”.
Más tarde vinieron otras temporadas en Villarrobledo y Tomelloso, donde las condiciones eran más duras que en Francia. “Comíamos gachas, y no había una sola sombra”, recuerda Escudero de aquella época. En la vendimia manchega, además, los sueldos eran más bajos que en las fincas de Carcassonne. “He hecho de todo”, dice orgulloso. El futuro le iba a llevar de nuevo para la frontera, pero esta vez del lado español, y para quedarse.
Un hermano guardia civil
En 1970, a su hermano Abel le tocó hacer la mili en Bétera, Valencia. Este se incorporó después a la Guardia Civil y fue destinado a Sant Climent, en la provincia de Girona. Más tarde, llegó a La Jonquera como parte del destacamento fronterizo. Nuevamente inspirado por su hermano, Antonio armó el petate y llegó en marzo del 72 al último pueblo de España, donde se alojó en una pensión y, luego, en un piso compartido para trabajadores con literas y un comedor. Su hermano vivía en el pabellón de solteros del puesto de la benemérita en la frontera.
“Yo era el moro de ahora. No fue fácil. La gente aquí era muy cerrada y te llamaban charnego o polaco, dependiendo de quién fuera. Pero esto era otro país, hay que reconocerlo. Piensa que yo llegué de un pueblo de La Mancha que no tenía ni carretera asfaltada. Aquí había industria y negocios”, apunta.
Al cabo de dos días, tenía trabajo como camarero en el Hotel Puerta de España, donde apenas cobraba 1.500 pesetas. En septiembre se fue para El Pertús, un pueblo atravesado por la línea fronteriza y que, desde siempre, ha sido un punto negro del contrabando de tabaco y alcohol. En El Pertús, Escudero trabajó en el Durán, un prestigioso restaurante propiedad de la familia con el mismo apellido, una de las más ricas de la zona que hizo su fortuna con la chatarra, según dice un hombre del pueblo. Allí conoció a su mujer, Katy, una inmigrante extremeña, con quien se casó en 1980.
El tiempo como camarero estaba llamado a agotarse porque en esa época, el negocio floreciente en la frontera eran las agencias de aduanas. Sin el tratado común europeo, los papeleos para el transporte de mercancías eran más necesarios que nunca y Escudero comenzó en diciembre del 72 en una de esas agencias, de nuevo en La Jonquera. Pero no tuvo suficiente.
“Me aburría”, dice, cuando recuerda que su jornada terminaba a las 3 de la tarde. Entonces se puso a trabajar por las noches en una casa de cambio de divisas, otro de los negocios boyantes en los tiempos de las fronteras cerradas. Así, Escudero era agente de aduanas de 7 de la mañana a 3 de la tarde, descansaba unas horas, y toda la noche hasta el amanecer del día siguiente, se empleaba como cambista. “Duermo tres horas y media desde entonces, y me encuentro estupendamente”, subraya.
Los fines de semana, además, era árbitro de fútbol, otra de sus grandes aficiones. Como colegiado, viajó por toda España y arbitró partidos de Primera División. Sin un instante para el ocio, todo lo que ganaba lo ahorraba. “Así me lo enseñaron mis padres, éramos austeros. No tengo ni fincas de caza, ni yates, ni avión privado y voy con un Audi del año 2005”, afirma. “Mi grupo de empresas no reparte beneficios, lo reinvertimos todo, porque es un negocio familiar”, añade.
Transcurridos unos años y con 750.000 pesetas ahorradas, se unió a su hermano Abel, y pidió prestado a sus padres. Con eso compró su primer local para “las mujeres de ambos”, en el año 83, por 9 millones de pesetas. Era una tienda de perfumes y de artículos de regalo. En aquel entonces, la venta de tabaco y alcohol no suponía la explosión de ventas que representa hoy en La Jonquera, un hecho que se desató con la subida de los impuestos en Francia.
En el pueblo, hay lugareños que comentan que su primer negocio fue posible gracias al aval del grupo Miquel Alimentació, conocido en la actualidad como GM Food Ibérica. Escudero lo niega: “Eso no fue así, sí que hubo gente que nos regaló las estanterías para la tienda, pero nada más”. Durante siete años compaginó su trabajo en aduanas con el local, y los buenos números le llevaron a adquirir nuevos establecimientos hasta que dio “el pelotazo”.
En 1990, los hermanos decidieron vender sus tiendas a precio de oro a inversores que querían montar más agencias aduaneras. Cuando él llegó, apenas había cinco agentes. En el 90 se contaban un centenar, pero apenas dos años después, con la apertura del mercado común y la desaparición de la frontera, el negocio de las aduanas murió de la noche a la mañana. Él ya había vendido y, con lo que obtuvo, montó su primer hipermercado.
Imperio fronterizo
Los datos del Grup Escudero muestran en la actualidad una facturación de 250 millones de euros anuales, una plantilla de 150 empleados fijos que asciende hasta 300 en la temporada alta y, entre todas las empresas, un margen de unos 20 millones que va íntegro a nuevos proyectos. Ahora, con Francia cerrada perimetralmente, de donde viene la mayoría de su clientela, la facturación se ha quedado entre un 10% y un 15% y muchos de los trabajadores están en ERTE. El buffet de Gran Jonquera, con 1.000 plazas para comensales y unas cocinas inmensas, está completamente desierto.
Pero Escudero no pierde la calma por las circunstancias adversas. El estilo austero que él defiende es el que ahora hace posible capear el temporal. “Yo he sido inmigrante y cuando empecé, a mí me ayudaron e intento hacer lo mismo. He regalado alquileres a gente que estaba empezando aquí, pero en nada se van a Figueres porque es más cómodo, se compran casas... Luego no les va bien y me vuelven a pedir y, claro, así no se puede. Yo nunca he bajado la guardia”, declara Escudero.
El hombre se toma pocas vacaciones y, cuando lo hace, se va a Ibiza con sus hijos, donde alquila un barco para pasar unos días. “Siempre hemos sido de alquilar, no de comprar”, apunta. También viaja por el sur de Francia y España con sus colegas empresarios de la provincia gerundense, “a comer bien y a ver los toros”, una de sus grandes aficiones. “A los catalanes les encantan los toros, en las plazas del sur me he encontrado a muchos”, asegura.
El empresario hasta se vio como presidente de una corrida de toros en Argelès sur Mer porque el prefecto francés de los Pirineos Orientales no se presentó. De hecho, Escudero tiene una pequeña plaza en el Castell de Biart, de su propiedad, toda una anomalía en la actualidad en la comarca de l’Alt Empordà. Escudero hizo reconstruir el castillo con archivos históricos y allí tiene una bodega de vino con el mismo nombre. “La plaza de toros la puse para hacer la despedida de soltero de uno de mis sobrinos e hicimos una capea. No hemos vuelto a hacer nada más, pero cuando me dé la gana, organizo algo, que por algo eso es mío”, apunta.
Sus gustos -también la caza y el campo, como todo lo que mamó de pequeño- no han impedido que sea uno de los hombres más poderosos del norte de Cataluña. El salobreño ha tejido en sus 49 años en la frontera una importante red de contactos y un saber hacer que le han llevado a la presidencia de la Federación de Hostelería de las Comarcas de Girona. También es vicepresidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (Cehat), de la Confederación Empresarial de Hostelería y Restauración de Cataluña (Confecat), miembro del Pleno de la Cámara de Comercio de Girona, consejero de la Comisión Asesora y del Consejo de Administración del Patronato de Turismo Costa Brava Girona y Pirineos, miembro de la Federación de Organizaciones Empresariales de Girona (Foeg) y de la comisión ejecutiva de Pimec (la asociación catalana de pequeñas y medianas empresas) de Girona.
Como uno de los nombres más destacados del sector hostelero, no se corta en el momento de criticar a la gestión del gobierno de la Generalitat por la pandemia: “Aquí no hay capacidad sanitaria para amortiguar los efectos del virus y se ha sacrificado la economía entera. En cambio, en Madrid, tienen más capacidad y eso puede absorber mejor el golpe sin cerrarlo todo”, apunta en referencia a la gestión de Isabel Díaz-Ayuso, la cual alaba. Es más, propuso a un conseller que había que hacer en Cataluña lo mismo que en Madrid, a lo que este le contestó que ese no era “su modelo”.
Escudero se tutea con varios consellers del Govern catalán, a los que les “da caña”, según dice. “Tienen que llevarse bien a la fuerza conmigo porque represento a muchos empresarios, de todos los colores políticos”, agrega. De hecho, se hizo militante del PSC en la Jonquera en los 80, afinidad política que también comparte con Bono, y fue elegido concejal varias veces. “Yo me considero socialista desde siempre. Mi padre era militar de la República y en casa siempre hemos tenido esa vertiente social y de defensa de la clase trabajadora, pero eso no tiene nada que ver con lo que hay ahora”, dice, en referencia al Gobierno de Sánchez e Iglesias, al que se opone.
En 2001 abandonó la política después de verse afectado por varios escándalos, supuestamente relacionados con irregularidades hacia sus trabajadores. Estos fueron difundidos por la prensa local y denunciados por el sindicato UGT. Desde su entorno califican estos hechos como una "campaña de desprestigio", y Escudero salió con sentencia favorable.
Amante de los toros, nostálgico de su tierra y socialista “de los de antes”, como dice él, nunca se ha inclinado por la independencia de Cataluña. Esto tampoco le ha impedido ser respetado en la Cataluña del procés, porque Escudero amasa poder entre empresas, asociaciones patronales e incluso un periódico, L’Hora Nova de Figueres, con una tirada de 5.000 ejemplares impresos. Su ideología tampoco le ha impedido formar parte de la directiva de Laporta, un presidente abiertamente independentista y del que no sería extraño que devolviese al Barça a la vanguardia de la causa separatista.
Independentismo y Laporta
Con Laporta todo comenzó una noche del año 2003. El joven abogado se acababa de hacer con su primera presidencia después del nuñismo y el descalabro de Joan Gaspart. Escudero había sido presidente del Girona Fútbol Club de 1998 a 1999 pero le gustaba el Barça, como a su padre. Se hizo socio en el 2000 y compró algunos asientos en el palco del Camp Nou, la llotja, un lugar que es sinónimo de contactos entre las élites catalanas. En una cena con patrocinadores del club, Laporta, le llamó y le pidió que se sentara en su mesa. Escudero se mostró sorprendido, pero Laporta insistió.
Aquella invitación no fue fortuita. La familia de Laporta, de buena posición, es originaria de La Jonquera y aunque cedió su casa señorial al ayuntamiento -hoy es un centro cultural entre restaurantes halal y tiendas de inmigrantes-, el presidente barcelonista no ha olvidado sus orígenes. Laporta, de hecho, tiene todavía unas 500 hectáreas de fincas rústicas en la zona, según declaran fuentes de su entorno, y no le pasaron desapercibidos los visibles rótulos con el apellido “Escudero”.
Desde aquella cena en 2003, cuando tuvieron su primer contacto, la relación se enfrió. Pero con su nueva candidatura a Can Barça, Laporta se acordó del hombre fuerte en el pueblo de su familia y le volvió a llamar, a través de un amigo en común, el empresario restaurador más grande de Cadaqués, Rafa Martín. Este le invitó a una paella, le habló del proyecto y, más adelante, Escudero fue a ver a Laporta a Barcelona. Le manifestó que cómo iba a contar con él, si ya sabía cómo pensaba. Pero el abogado le aseguró que, a pesar de que él era independentista, “el Barça es universal”, y que le quería en su equipo, a lo que Escudero aceptó.
“Laporta es un tipo populista, que cae bien a la gente, le gusta hacer piña y eso está bien. Si realmente hace lo que dice, estaremos todos contentos”, señala Escudero, que no le ha pedido todavía ningún puesto concreto en la directiva. A Laporta, le gusta del empresario salobreño su visión del fútbol, como árbitro, y que es un genio de las relaciones institucionales.
Escudero es un hombre hecho a sí mismo, con un imperio empresarial en una zona sin demasiada buena fama. Él asegura que fue tentado con los burdeles, pero nunca le interesó ese mundo. También critica el auge del narco, contra el que ha denunciado plantaciones de marihuana que han proliferado en los últimos años. A pesar de la llegada de esos negocios, los cimientos de su influencia le han brindado cierta protección y es, indudablemente, el rey de La Jonquera, donde vive y piensa seguir haciéndolo.
Laporta supo verlo y le quiso de su lado. Hoy, el niño de Salobre que correteaba con Bono por calles polvorientas, ha llegado a uno de los estamentos más influyentes de Cataluña, y no de la Cataluña de antes, sino de la procesista. “A mí nunca nadie me ha dado limosna”, concluye ‘Antoni’ Escudero.