Después de intubar a un paciente, los intensivistas suelen tomar imágenes por rayos X para comprobar que el tubo está en su sitio. Dado que no conviene mover al enfermo, se hace con un aparato de rayos X portátil, una de las herramientas más utilizadas en las UCI. “Imprescindible en estos tiempos de Covid para detectar neumonías y sus complicaciones tipo neumotórax, atelectasia -disminución del volumen pulmonar-… “, nos explican los médicos. Hablamos de tecnología médica que hoy utiliza los sistemas más punteros y cuyo inventor fue, hace más de 100 años, un español.
Se llamaba Mónico Sánchez (Piedrabuena, Ciudad Real 1880-1961) y era el hijo de una lavandera y un tejero -dedicado a las tejas y los ladrillos- de un pueblo de menos de 4.000 habitantes y un 75% de analfabetismo. Suya fue la hazaña de meter en una cómoda maleta de 10 kilos una maquinaria que, inventada a finales del siglo XIX pesaba casi media tonelada. Mirar al cuerpo humano sin abrirlo con un portátil supuso un antes y un después para la medicina.
La suya es una historia de novela. La acaban de publicar su nieto Eduardo Estébanez y el periodista ciudadrealeño Manuel Valero. Antiguos compañeros de instituto en Puertollano, en agosto de 2019 tras una comida de “viejos amigos”, el periodista le propuso al nieto escribir una biografía novelada. Éste consultó con sus hermanas, y sí, iban a echarle una mano. Luego la idea tomó vida propia.
“Al final ha resultado una obra conjunta”, dice Eduardo, que aún guarda algunos recuerdos de su abuelo. Tenía 6 años cuando murió. Es ingeniero de Minas: “Mi abuelo era un genio de la electricidad, pero no es lo mío”. Las otras dos nietas, sus dos hermanas, tampoco siguieron el camino: Isabel es física y María José bióloga.
Emprendedor, inventor, empresario…. La biografía de Mónico está marcada para bien y para mal por lo sanitario. Este ingeniero eléctrico que voló desde el pueblo hasta Nueva York inventó un generador portátil de corriente de alta frecuencia. Con él, creó el Aparato Sánchez, los rayos X portátiles y otras aplicaciones médicas. Tuvo ofertas de compra por medio millón de dólares y presencia en las principales ferias del mundo. Y se hizo famoso y millonario.
Su ‘portátil’ alzó su nombre a la Historia de la Ciencia -ocupa un lugar destacado en el Museo de Ciencia y Tecnología- y salvó miles de vidas en la Primera Guerra Mundial. Su maleta se incluyó en las ambulancias del ejército francés. Después, en las de la Guerra Civil española.
Encumbrado en lo profesional por las aplicaciones médicas de su invento, sus mayores penas lo fueron también por salud. No por la suya. Él murió con 81 años. Antes enterró a cinco de sus seis hijos. El primer golpe, triple. En 1921 las tres pequeñas fallecieron por un brote de sarampión. “El virus entraba en una casa y ya está”, recuerda hoy su nieto Eduardo. Su tío Mónico, el único varón y destinado a ser su heredero, contrajo la tuberculosis durante la Guerra Civil y no sobrevivió a la enfermedad. El padre nunca se recuperaría de la pérdida. Aún faltaba otra despedida: Angelita, otra de sus hijas, murió en 1946 en un quirófano por complicaciones en lo que debía ser una operación sencilla.
Thomas Edison y Tesla
Mónico Sánchez, el manchego que mejoró la tecnología médica, conquistó Nueva York, expuso al lado de Thomas Edison, escribió en las mismas revistas que Tesla y al final… volvió a su pueblo para compartir sus avances. En su Piedrabuena natal montó el primer laboratorio de electricidad de España. Una auténtica ruptura con la España profunda del momento: desde él salieron maletas y maletas de rayos X que permitieron a los médicos rurales tomar radiografías en cualquier punto de la Península. Una tecnología que se utilizó también en otros ámbitos, como la fisioterapia y la dermatología.
La Guerra Civil y el fallecimiento de sus hijos hundieron los proyectos visionarios de Mónico de convertir Piedrabuena en el Silicon Valley de la electromedicina en España. Aún así, ya muerto su heredero y con el negocio asfixiado en la época franquista, haría un último viaje a EEUU para intentar reflotar sus proyectos. Con ese viaje arranca precisamente El rayo indomable, que así se titula su biografía novelada:
“1946. A bordo del Magallanes, Mónico Sánchez Moreno se acordó de su hijo muerto. Luego se recompuso el ingeniero libre”. Había hecho aquel viaje, por primera vez en 1904, con 60 dólares en el bolsillo y mal inglés hablado, como recogen todas las biografías del inventor, a bordo del Reina de los Mares. Tenía 24 años y empezaba su nueva vida. Acababa de terminar un curso de Ingeniería Eléctrica a distancia impartido desde Londres, en inglés. Su profesor, a la vista de sus buenos resultados y considerándole una mente superdotada, era quien le había recomendado para trabajar en Nueva York.
Una inalcanzable novia rica
¿Pero por qué había seguido nuestro joven manchego un curso por correspondencia? Pues por una rocambolesca coincidencia. Mónico, buen estudiante, el menor de cuatro hermanos, trabajaba desde pequeño. Primero ayudaba a su madre con el transporte de la ropa. Emprendedor y vivaracho, terminó montando su propio negocio en San Clemente (Cuenca). Pero el mal de amores por una chica inalcanzable por razones sociales -Mónico era de una familia pobre y no había opciones- y la inquietud por la ingeniería le impulsaron a irse a Madrid a estudiar. Cuando llegó a la capital la Escuela de Ingenieros Industriales estaba cerrada por huelga. Y entonces, se matriculó por correspondencia.
Mónico guardó siempre un gran recuerdo de aquel curso y, de hecho, a su vuelta a España, cuando instaló su centro de tecnología médica y electricidad en Piedrabuena, quiso convertir su Eléctrica en un centro de educación a distancia. El potencial de esa modalidad de formación que con la pandemia ha avanzado siglos, por obligación, ya lo vio el visionario de Mónico hace 100 años. “Estaba en sus planes desarrollar la labor de enseñanza”, recuerda su nieto. Pero en la última etapa de su vida nada salió como esperaba.
Pero seguro que tampoco había soñado llegar hasta donde lo hizo en la primera. En 1909, tras sacarse el titulo de Ingeniería en la Columbia, Mónico trabajaba en la eléctrica Van Houten, dedicada a la tecnología médica. Vendían máquinas de Rayos X, que el manchego reparaba a la vez que investigaba. En El rayo indomable, sus autores simulan una conversación del ingeniero con uno de sus jefes:
— ¿Cómo llevas lo tuyo?, preguntó el jefe.
— Lo tengo casi a punto. Si conseguimos generar una alta tensión de 100.000 voltios con muy poca intensidad, de unos amperios… todo ese armario puede meterse en una maleta. La media tonelada de peso la podemos convertir en 12 kilos y cualquier médico podrá llevar los rayos al domicilio de los pacientes. La alta frecuencia como equipaje.
-Es una idea magnífica. Tal vez si te das prisa, puedas llegar a exponer el año que viene en la Feria de Electricidad del Madison Square.
Feria de Madison Square
Y así fue. Mónico Sánchez obtuvo la patente norteamericana de su Aparato portátil de Alta Frecuencia y Alto Potencial el 12 de febrero de 1909. Expuso en la Feria del Madison Square a lado del stand de Thomas Edison. “Cuatro años después de su llegada a América a bordo del Reina de los Mares como un inmigrante más que hubo que pasar el filtro pobre de la Isla de Ellis, le había dado una patada a la puerta de la historia para que le hiciera sitio donde anotar su nombre”, escriben los autores.
Todo fue meteórico a partir de ahí. Lo ficharon en la Collins, la compañía del inventor del teléfono inalámbrico que le ofreció medio millón de dólares por su invento. La idea, recuerda su nieto, “era lanzar el teléfono sin hilos con unas bobinas que sólo sabía fabricar Mónico Sánchez”. Y nos sitúa en la Nueva York de principios del siglo pasado: “Aquello era una vorágine comercial, el mismo Edison era un negociante, todos querían inventar para hacer negocio”. Y fue lo que ocurrió con Collins y su invento de teléfono sin hilos. Que se vendió antes de haberse desarrollado técnicamente. A Collins lo acusaron de fraude y terminó en la cárcel. Mónico ya había abandonado aquel negocio.
En 1912 el de Ciudad Real había recogido sus bártulos de EEUU y había vuelto a casa. Millonario, pero con intacto espíritu emprendedor. Y enamorado de una chica de su pueblo, porque a pesar de sus años en EEUU, había recalado algunos meses en Piedrabuena. En esos viajes se había ennoviado con Isabel, reacia a irse a hacer las Américas. Mónico montó su laboratorio y la central eléctrica en el pueblo: Laboratorio Eléctrico Sánchez. Llevó la luz a los suyos y abrió un cine.
Su empresa llegó a tener 50 empleados. Vendía sus desarrollos, el aparato Sánchez a todo el mundo, fomentando además la investigación tanto en la teoría como en la parte práctica. “Su idea era montar una especie de hotel para que se quedaran allí”, recuerda su nieto. No se materializó, pero sí pasaron por su casa, él mismo los acogía, médicos y científicos que venían a conocer sus desarrollos tecnológicos y sus aplicaciones médicas.
Pero mientras él triunfaba en la lucha sanitaria, su tecnología no sirvió para librar a los suyos. Sus tres hijas pequeñas murieron a la vez. 1921. Un virus, el sarampión. La vacuna llegó en 1963. Desde 1981, los niños españoles reciben la triple vírica: rubeola, paperas y sarampión.
Y después, la Guerra Civil. ¿Estaba en algún bando? “Era rico”, contesta su nieto. “Cuando estalló la Guerra los anarquistas vinieron a buscarlo, estuvieron a punto de matarlo”. “Salvó el pellejo porque era un hombre al frente de un laboratorio que podía ser útil a la República”, desgrana Valero. Durante la República había colaborado con aparatos de rayos X para las campañas. Pero el ayuntamiento republicano “lo trató bastante mal”, asegura su nieto Eduardo. Huyó a Valencia. Al finalizar la guerra, “los vencedores se lo quisieron cargar”. Explica su nieto que era una cuestión de rencillas de los pueblos más que de política en sí. El caso es que quisieron juzgarlo por el asesinato de su primo, al que él mismo se había llevado a EEUU, “y al que quería como un hermano”. La situación no pintaba bien. “Era un absurdo, no prosperó y lo pasó mal”, concluye Manuel Valero.
Heredero perdido por tuberculosis
Y la gota que confirmó su desesperanza fue la muerte de su hijo Mónico. El único chico había estudiado Ingeniería industrial en Bélgica y estaba destinado a ser el heredero del imperio. Pero al volver de la Guerra Civil había contraído la tuberculosis. La infección bacteriana acabó con él en 1944 tras años de sufrimiento. “Todo hubiera sido distinto si no hubiera muerto”, asegura hoy su nieto. Aún así, Mónico intenta reflotar su empresa. Es el objetivo del viaje del 46 con el que se abre el libro.
El empresario es por entonces -lo sería hasta su muerte- presidente de la Cámara de Comercio de Ciudad Real y hasta publica una crónica en la prensa sobre su travesía. Pero el viaje no sirvió para mucho. “No tuvo éxito, la autarquía era férrea”, recuerda el periodista Manuel Valero, coautor del libro. “Después de la guerra ya nada fue igual y fue el inicio de su declive y olvido”.
En aquel último viaje a EEUU a Mónico le acompaña su hijo político. Es el médico del pueblo, José Estébanez, un burgalés que se había casado con su hija Angelita. De nuevo, mal año para la familia. La joven pareja no podía tener hijos. En una visita al médico a ella le detectan un mioma en el ovario y se plantea una operación. Nada preocupante. “Fueron andando al hospital, como quien va a sacarse una muela”, nos explica Eduardo. Algo salió mal en el quirófano.
Mónico e Isabel, padres de seis niños, se quedaban así con una única hija: Isabel, en una época en la que no se fomentaba que las mujeres estudiaran. Y un yerno viudo. José, convertido en el hombre de confianza de Mónico. Como el hijo que ya no tenía. Como en las películas, terminó casándose con la otra hija. De ahí nacieron los tres nietos de Mónico: Eduardo, Isabel y María José.
Y de película también su historia de amor inalcanzable de juventud. Mónico y aquella chica rica habían llegado a verse en su época en Madrid. “Al final de sus vidas, viudos los dos”, se cartearon, nos descubre el libro. La mujer, con nombre cambiado en la novela, “pidió antes de morir que la enterraran con las cartas de Mónico”, explica Manuel Valero.
Ya en 2020, como en su vida, lo sanitario se encargó de estropear algunos planes referidos al genio de la electricidad. Lo que iba a ser un gran evento en Ciudad Real para celebrar el 140 aniversario de su nacimiento y presentar el libro tuvo que reducirse por la Covid. Mientras, en las UCI, continúa el goteo incesante de intubaciones y radiografías portátiles. Esas de las que fue pionero el genio manchego que de crío ayudaba a la madre lavandera a cargar la ropa hasta el río y que terminó codeándose con Thomas Edison y Tesla. La suya, queda claro, es una historia de novela.
Libro, ‘El rayo indomable’, Ediciones Puertollano, 316 páginas.
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