Así, como de la nada, aparece un coche gris sin ningún tipo de identificación y se detiene junto a un hombre que acaba de salir del punto de venta de droga que hay en el número 7 de la madrileña calle José Garrido. “Policía Nacional”, dice una chica, joven, que asoma la cabeza por la ventana del vehículo. “¿No llevarás nada encima, no?”, le pregunta al hombre. “Por llevar, no llevo ni el alma”, responde el otro. Y se ríe. Como si eso fuera lo único que le queda.
2021 ha empezado fuerte, con ganas y caprichoso. El surrealismo que dejó atrás el año pasado no termina de desaparecer, con el temporal Filomena y con éste, su último capítulo: Miguel Ricart, el único detenido por el crimen de las niñas de Alcàsser, ahora vive en Madrid y es un habitual de este narcobloque que se yergue en el madrileño barrio de Carabanchel. El Rubio, como le conocen, fue identificado el pasado viernes, a eso de las 19.30 de la tarde, en un control policial rutinario. Mera casualidad.
Ricart fue condenado en 1997 a 170 años de cárcel por el rapto, violación y asesinato de Desirée, Miriam y Toñi, el caso que puso luz sobre las sombras mediáticas de España, pero salió de prisión en 2013, con la aplicación de la doctrina Parot. No se sabía demasiado de él. Se le hacía en Francia; algunos cuentan que le vieron en Barcelona. Ahora campa por Madrid, viviendo no se sabe dónde, y yendo habitualmente a esa calle José Garrido, al narcobloque que se encuentra frente a un colegio de primaria.
“Le hemos estado viendo aquí desde hace unos 10 días aproximadamente, antes de la nevada”, explica Avelino, uno de los vecinos de la calle, harto por el trasiego y la inseguridad, mientras pasea al perro. “Además, es un chulo, te mantiene la mirada y te dice que qué. Suele venir sobre mediodía y el colegio que hay enfrente sigue activo y hay mucha gente que se preocupa. Yo qué sé si se le puede volver a ir la pinza”, cuenta cabreado.
Con su amiga Saray
Carabanchel, barrio obrero donde los haya, vive estos días intentando paliar el desastre que ha supuesto Filomena. Con la mayoría de aceras aún congeladas y sin pasos cómodos, la basura se amontona en los contenedores y los vecinos van con palas, o lo que tengan, a quitar la nieve para poder mover sus coches. En la calle José Garrido, una rata del tamaño de un gato pequeño, muerta, yace como queriendo indicar dónde se encuentra el narcobloque.
A pesar del pequeño revuelo mediático que se ha montado ahí por la presencia de Ricart, la gente sigue yendo a ese bloque de puertas rotas y ventanas tapiadas a comprar o consumir heroína y otras drogas, “en busca del colérico picotazo”, como diría el poeta norteamericano Allen Ginsberg. Es un ir y venir constante, un goteo de gente que llega nerviosa y sale con los ojos a medio cerrar.
-¿Ya estás más tranquila?
-Sí, y gracias por el cigarro de antes.-responde una mujer que vuelve a casa como a la media hora de haber entrado en ese agujero negro.
Según trasladan a este diario los vecinos y algunos de los toxicómanos que sí se atreven a hablar con la prensa -que son pocos- Miguel Ricart suele venir al narcobloque con una amiga llamada Saray, “una pelirroja, alta y guapa” y que es una drogodependiente habitual de la zona. A diferencia de otros, el autor del crimen de Alcàsser no vive ahí pero sí que pasa la noche alguna que otra vez.
La última, fue la del viernes. ¿Durmió aquí? “No, no durmió”, responde uno de los clientes. ¿Pero sí pasó la noche? “Sí, la pasó, pero no durmió. Ya me entiendes”, añade.
Líos constantes
Casi nadie sabe exactamente cuánta gente vive en el bloque. Es difícil, por el ir y venir. En realidad, se trata de dos edificios separados por un patio interno. En uno se encuentran los puntos de venta de drogas y, en el otro, hay gente que ocupa ilegalmente las viviendas pero que se dedica a otras cosas: a vivir. Los conflictos son incesantes. Tanto entre ambos edificios como entre los vecinos del resto de la calle.
“Hoy ha venido uno, los okupas han pensado que era El Rubio y le han calzado un par de hostias y lo han tenido un rato retenido. Pero no era él”, cuenta un policía que conoce bien la zona. “A veces hacen fiestas y vienen hasta 60 personas y salen de ahí a las 8.00 de la mañana”, explica un vecino, preguntado por si de verdad Ricart fue a una fiesta esa noche del viernes.
Y sigue otro: “Ese hijo de puta me ha cortado la luz, me ha robado el cable para vender el cobre y me he tenido que duchar con agua fría”, espeta Moha, uno de los okupas que viven ahí, señalando a un tipo al que no se atreve a decirle nada porque es uno de los que mandan en la otra parte del bloque, la de la droga.
Y, así, todos los días. El pasar de la Policía, de paisano o con uniforme, es un constante. A la hora en la que los niños terminan las clases y es el momento de salir del colegio, siempre. Ahora, en domingo, en las calles aledañas se ve cómo los agentes identifican a la gente que abandona el lugar. Por si llevan algo encima, para requisarlo. En uno de esos controles es en el que apareció, por casualidad, Miguel Ricart. Iba vestido con un mono de trabajo y le contó a la Policía que venía de trabajar, según adelanta ABC. Como no llevaba droga encima ni tiene ninguna causa pendiente, los agentes le dejaron marchar.
Aún quedan incógnitas
Este 2021 se cumplirán 29 años desde el caso de Alcàsser. La polvareda mediática que sigue imperando en torno al asunto demuestra que aún es una herida que anda lejos de cerrarse. Cada vez que se divisa a Miguel Ricart, se convierte en noticia. Y sigue habiendo muchas teorías sobre su compañero, Antonio Anglés, desaparecido desde entonces y que nunca pagó por lo que hizo. Una serie de Netflix, emitida en 2019, volvió a poner el asunto de nuevo en boca de todos y a subrayar las incógnitas que aún subyacen.
Una pareja de fans de la serie se acercó ese mismo 2019 a la finca de La Romana, lugar en el que aparecieron enterradas las niñas, y encontraron un hueso que pertenecía al dedo de Miriam. Eso fue el año pasado. Este, es Miguel Ricart el que aparece de nuevo, más de siete años después de andar desaparecido. Es como si el caso de Alcàsser no pudiera terminar de cerrarse nunca.