El 22 de septiembre de 2019, los ocupantes de una furgoneta de color blanco lanzaron a la cuneta los cuerpos de tres hombres a la altura del kilómetro 4,5 de la autovía A-480, en el término municipal de Chipiona, una localidad costera de la provincia de Cádiz. Abrieron la puerta trasera del vehículo, los tiraron al asfalto sin llegar a detener el coche y emprendieron la huida en dirección a Sevilla.
Los cuerpos aparecieron sobre las cinco y diez de la tarde, a unos 20 metros de distancia entre sí. Los hechos ocurrieron un domingo. Mucha gente volvía a casa por carretera tras pasar el día o el fin de semana en la playa. Algunos veraneantes fueron testigos de ello. Varios llamaron a la Guardia Civil para alertar de lo ocurrido y ofrecer datos del vehículo en el que viajaban.
Uno de los tres varones murió allí mismo. Se llamaba Manuel J. R., un gaditano de 39 años. Los otros dos, que aparecieron amordazados y maniatados con cinta marrón, tuvieron que pasar varias semanas hospitalizados hasta recuperarse de las graves lesiones que presentaban.
Esa misma tarde, se detuvo a cinco personas. Un marroquí afincado en Getafe (Madrid) que había huido a la carrera por las calles de Sevilla tras apearse de la furgoneta en mitad del barrio de Los Remedios, y tres franceses y un camerunés que también pretendían darse a la fuga en un turismo de color azul oscuro.
El rápido arresto de los cuatro ocupantes de ese segundo vehículo -presuntos sicarios a sueldo- se produjo en la autovía A-66 en dirección a Mérida gracias, en gran medida, a un guardia civil fuera de servicio al que los agresores adelantaron con su coche unos 30 minutos antes, entre Cádiz y Sevilla.
El agente había recibido la llamada de un familiar que fue testigo de cómo “dos individuos de raza negra” se apeaban de una furgoneta blanca en un punto de la carretera A-471 con dirección a Sevilla y se subían a la carrera en un turismo de color azul con matrícula extranjera estacionado a unos 100 metros de distancia. Se trata de un Opel Insignia.
Esa llamada resultó clave. Mientras el agente circulaba, un vehículo similar lo adelantó a gran velocidad. El guardia civil reconoció el número de placa que le había facilitado su familiar y llamó a la Comandancia de Cádiz, con la que fue manteniendo contacto telefónico constante para facilitar la ubicación del coche sospechoso. Aquel guardia civil los siguió por carretera a una distancia prudencial para evitar que lo detectasen.
Las tres víctimas que aparecieron tiradas en la cuneta -la mortal y los dos supervivientes-, previamente habían sufrido torturas durante tres horas en una casa de campo a las afueras de Chipiona.
Según la investigación posterior del grupo de Homicidios de la Guardia Civil, y en base a los testimonios recabados por los agentes, un grupo de hasta 15 hombres encapuchados, corpulentos, armados con bates de béisbol y con armas blancas los retuvieron para que contaran qué había ocurrido cinco días antes con un alijo perdido de 70 fardos de hachís - entre 2,1 y 2,4 toneladas de chocolate- enviado a Europa por un marroquí, Adbellah M.
La mercancía, valorada en más de tres millones de euros, había desaparecido. Abdellah M., el traficante en origen, quería saber qué había ocurrido con ella. Todo le hacía pensar que una organización especializada en vuelcos de droga se la había robado antes de que llegara a manos de una banda de miembros de origen norteafricano afincados en el sur de Madrid y que, a su vez, se la iba a entregar a una organización italiana.
Abdellah M. sospechaba de un chipionero al que le solía realizar encargos para trasladar droga desde Marruecos hasta las costas andaluzas y para que le facilitara lugares donde esconderla hasta su entrega.
Hacía poco que les había salido bien uno de esos envíos. Introdujeron tres toneladas de hachís por el puerto deportivo de Rota (Cádiz) con la presunta connivencia de un policía portuario, al que se investiga por corrupción. El narco marroquí pensaba ahora que la banda de ese hombre, Jesús P. L., en quien había confiado, podía haberles arrebatado el cargamento.
Abdellah M. y sus clientes -la banda afincada en Madrid- no dudaron en emplear la violencia como método para conocer lo ocurrido y, de paso, mandar un mensaje a quien se le ocurriera robarles de nuevo. Para ello, contrataron a una organización de sicarios franceses. Ahora, 15 meses después, y con la instrucción judicial del caso todavía en marcha, EL ESPAÑOL reconstruye en exclusiva los hechos y muestra la cara más violenta y desconocida del tráfico de drogas en España.
Sin vida
Los servicios médicos que se desplazaron con rapidez hasta el tramo de carretera en que aparecieron aquellos tres varones no pudieron salvar la vida de Manuel J. R., que vestía pantalón vaquero pirata y una camiseta de manga corta. Presentaba quemaduras en distintos puntos del cuerpo por el roce con el asfalto.
Alejandra A. O., médico de profesión, paró su coche en el arcén cuando vio a Manuel J. R. tendido en la cuneta. Pensaba que era un accidentado. Manuel todavía estaba consciente. La doctora, de Badajoz, le preguntó que qué le dolía. Él le respondió: “Tengo una puñalada en el costado”. Murió unos minutos después.
Los otros dos, Manuel V. R., primo hermano del fallecido, y Julio César D. R. C., presentaban constantes vitales, aunque su estado era grave. Manuel J. R., según la autopsia, murió por un shock hipovolémico por una hemorragia intratorácica masiva a causa de una cuchillada en el pecho “penetrante en el tórax y con afectación del pulmón derecho”. Presentaba numerosos golpes y heridas de arma blanca en el cuerpo y una brecha profunda en la frente, junto a la ceja superior izquierda.
Pero, ¿qué sucedió hasta producirse la muerte de Manuel J. R. y su aparición junto a otros dos hombres, uno de ellos su propio primo?
La reconstrucción
El caso se instruye en el Juzgado mixto número 1 de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). A los cinco detenidos se les envió a prisión acusados de un homicidio consumado, de dos homicidios en grado de tentativa, detención ilegal y tenencia ilícita de armas.
El marroquí preso responde al nombre de Mourad T., nacido en Larache en agosto de 1978 pero con residencia en Getafe. Formaba parte de la banda norteafricana asentada en el sur de Madrid. Los tres franceses son Adler M. (1992), Mohamadou D. (1985) y Jackson E. (1991). El camerunés es Tikossie E. (1991).
La Policía Local de Sevilla detuvo a Mourad T. en el barrio de Los Remedios, a unos 120 kilómetros de distancia por carretera de Chipiona. Intentó huir a la carrera tras abandonar la furgoneta, en la que en ese momento ya iba solo tras haberse apeado antes dos de los otros cuatro acusados. Lo hizo en la Avenida República Argentina, una de las más concurridas de la capital andaluza.
Entre otros objetos, los investigadores de la Guardia Civil hallaron en la Ford Transit blanca que conducía cuatro teléfonos móviles y 7.056 euros en metálico, en su mayoría en billetes de 50 euros (136).
La juez instructora aprobó que se analizase el contenido de esos terminales móviles. En uno de ellos había un vídeo grabado en el interior de un chalet en Chipiona propiedad de Jesús P. L., un delincuente de 40 años vinculado al narcotráfico y con pasado carcelario.
Según las diligencias policiales, en las imágenes se ve a un grupo de hombres corpulentos armados y con los rostros cubiertos con pasamontañas. También aparece Jesús P. L., el propietario del inmueble, quien no cubre su rostro.
En otra escena se observa a las víctimas, que se encuentran con los ojos cubiertos con cinta. Probablemente, ese vídeo era la prueba enviada a la banda de Madrid, que había perdido la confianza en la organización gaditana.
Da su versión
Jesús P. L. desapareció durante los cuatro días posteriores al hallazgo de los tres varones en la cuneta. El 26 de septiembre de 2019, acompañado de su abogado y preso de un nerviosismo que le comía por dentro, se presentó ante la Guardia Civil para declarar.
Contó que el día 16 de ese mes, y por encargo de Abdellah M., un traficante marroquí “que trabaja con gente [narcos] de La Línea de la Concepción y de Algeciras”, iba a introducir para él 70 fardos de hachís por las costas de Chipiona a bordo de lanchas semirrígidas.
Jesús P. L. explicó que abortaron el alijo porque a los ocupantes de la goma les persiguió una patrullera de Vigilancia Aduanera cuando la embarcación se encontraba cerca de la costa gaditana.
Pero añadió otro datos más, del que se desconoce su veracidad: la furgoneta donde iba “la cuadrilla” que sacaría la droga de la embarcación sufrió un asalto a punta de pistola por los ocupantes de un todoterreno que se les cruzó en su camino cuando iban al punto acordado para el trasvase de la mercancía.
La jornada siguiente, el 17 de septiembre de 2019, siguiendo el relato de Jesús P. L., Abdellah M. le encargó el trabajo a otra organización. Ese día, según Jesús P. L., alguien robó la mercancía, pero no fue él.
Cuatro días después, el sábado 21 de septiembre, Abdellah M. se puso en contacto con Jesús P. L.. Le pidió verse con él en los alrededores de un MediaMarkt de Jerez de la Frontera, a unos 20 minutos de Chipiona por carretera. Desde allí fueron juntos a la casa de campo de Jesús. Abdellah le habría dicho a Jesús que iban a acudir allí los dueños de la droga sustraída.
Jesús P. L. contó a la Guardia Civil que, en realidad, allí aparecieron “cinco o seis encapuchados con armas”. Eran los sicarios enviados por la organización madrileña. Una vez en aquel chalet, Abdellah M. habría obligado al dueño del inmueble a que convocara a la cuadrilla que había participado en el alijo frustrado del día 16. En su cabeza tenía que ellos habían orquestado el robo que se produjo 24 horas después.
Para que no sospecharan, el traficante marroquí dictó a Jesús P. L. los mensajes que debía enviar. Con el paso de las horas fueron llegando distintas personas. Además de los tres varones que acabarían tirados en una carretera, se personaron varios hombres más.
En el vídeo recuperado por la Guardia Civil de uno de los móviles del marroquí que conducía la furgoneta se escucha cómo uno de ellos le recrimina su actuación a Jesús P.L.. “Es que si no, me matan”, le responde éste.
El secuestro se alargó hasta el día siguiente. A alguno de los miembros de la cuadrilla de Jesús P. L. se le permitió salir de la casa, donde llegaron a reunirse hasta 15 encapuchados, todos ellos armados. Entre las dos y las tres de la tarde del domingo 22 de septiembre, los dos primos de nombre Manuel llegaron engañados a aquella casa.
Los encapuchados se emplearon violentamente con ellos y con Jesús P. L. mientras les preguntaban por la ubicación de la droga. Les dieron culatazos de pistola, patadas, puñetazos y pinchazos con cuchillos mientras les apuntaban con armas.
A Manuel V., uno de los dos supervivientes que fueron lanzados desde la Ford Transit, lo torturaron durante 20 minutos en una habitación aparte. Mientras lo hacían, el dueño del inmueble les pedía que pararan y que se llevaran lo que quisieran de su casa, según relató a los investigadores.
Uno de los miembros del grupo de encapuchados, quien había tomado la voz cantante tras hacerlo antes Abdellah M., le pegó a Jesús P. L. un culatazo en la cabeza y le propinó dos patadas en el costado. Otro cogió un cuadro en el que aparecía su hija mayor y se lo reventó en la frente.
Luego, según contó el propio Jesús P. L., lo sacaron al porche del chalet, le pusieron la pistola en el cielo de la boca y le dieron picotazos en el cuerpo con un destornillador. Finalmente, a él se le dejó escapar con vida antes de que los secuestradores introdujeran en la furgoneta a los dos primos y a Julio César D. R. C., que llegó poco antes y ni siquiera entró en el inmueble.
El caso continúa en fase de instrucción. A finales de noviembre, en una operación conjunta entre la Policía Nacional y la Guardia Civil, se detuvo a 11 personas pertenecientes a las dos organizaciones -la madrileña y la gaditana- que durante un tiempo colaboraron entre sí.
Se les acusa de haber introducido cinco toneladas de hachís de manera colaborativa. El Juzgado de Instrucción número 3 Jerez lleva este otro caso. Dinero, drogas y muerte se mezclan en una 'vendetta' entre narcos.
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