Tradición, esfuerzo, éxito, expansión, declive, guerra familiar y venta. Estas ocho palabras conjugan a la perfección la historia de muchas de las grandes empresas familiares españolas. Primero, nacen de la mano del que se convertirá en todo un pionero; después, crecen y triunfan con la siguiente generación y, cuando llega la tercera, todo se tuerce. Entonces comienza la batalla por el control de la compañía o, lo que es peor, la pérdida de la misma por parte de la familia después de décadas sacándola adelante. Le ocurrió a los Cuétara, a los Fontaneda, a los Sos y, recientemente, a los Freixenet.
La historia de esta última saga comienza a escribirse en 1911. Es el año en el que Dolores Sala Vivé se casa con el pequeño de los Ferrer, Pedro Ferrer Bosch, a quien todos conocían como el Freixenet por el nombre que llevaban las tierras vinícolas de su familia. Un apodo que poco después serviría a este visionario para bautizar a la que hoy es la mayor empresa de cava a nivel mundial y que en el último año produjo y distribuyó un total de 100 millones de botellas por medio planeta.
Sin embargo, los inicios de este matrimonio no fueron precisamente fáciles. Poco después de tener a sus cinco hijos, Juan, Pilar, Carmen, Lola y José, estalla la guerra civil, Freixenet es nacionalizada y el bando republicano fusila al padre y al primogénito, Juan. Lo que sume a los Ferrer Sala en una profunda depresión y plantea un posible final del negocio familiar.
Para sorpresa de todos, al terminar la contienda, Dolores, con 48 años, y su hija mayor, Pilar, con 20, deciden poner de nuevo en funcionamiento toda la maquinaria, contactan con los antiguos trabajadores y establecen una nueva red. Mientras tanto, el pequeño, José Ferrer, se marcha a estudiar a Reino Unido para formarse en el sector. A su vuelta, en 1959, toma las riendas del negocio y lo convierte en lo que es en la actualidad. En otras palabras, transforma una finca vinícola de Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona) en una multinacional con 20 bodegas en seis países y presencia en todo el planeta. Eso sí, siempre bajo la supervisión de las otras dueñas de la compañía, sus tres hermanas, las matriarcas de la familia.
Él, según las fuentes del sector consultadas, ha sido el auténtico alma mater del grupo y el artífice del crecimiento e internacionalización de Freixenet, gracias a su visión para lanzar productos tan míticos como Carta Nevada y Cordón Bleu. O impulsar las famosas campañas publicitarias protagonizadas por estrellas como Liza Minnelli, Paul Newman o Monserrat Caballé.
La tercera generación
Tras ellos, en la década de los sesenta, se incorpora a la empresa la tercera generación. José Luis Bonet, el hijo de Pilar, quien conforma con José Ferrer un tándem perfecto que hace seguir escalando puestos a la espumosa. En 1999, José decide que Bonet sea el nuevo presidente y él se aparta manteniendo un cargo honorífico, que todavía conserva. No obstante, también se encarga de repartir el poder entre las otras ramas familiares para evitar conflictos. A Enrique Hevia, el hijo de su hermana Carmen, lo convierte en vicepresidente y responsable de finanzas y a su primogénito, Pedro Ferrer, en el consejero delegado de Freixenet.
La estrategia de Ferrer Sala funcionaba. Los 12 hijos de los cuatro fundadores se llevaban bien y respetaban el reparto, aunque el presidente honorífico seguía controlando todo el poder. Tenía el 35% del capital y contaba con el apoyo incondicional de su hermana Lola, sin descendencia, y con el 21,6%. Con el tiempo, los cuatro hermanos pasaron a integrar el Comité de Experiencia y todos los primos entraron en el máximo órgano de decisión de la compañía. Pero, como en cualquier familia, varios factores dinamitaron la buena relación y llegaron los problemas. La guerra familiar comenzaba a gestarse.
El principal motivo era el económico. La crisis había castigado especialmente al cava y los beneficios habían caído un 71%. Las nuevas generaciones exigían cambios y Ferrer Sala se negaba. No obstante, lo que terminó dinamitando una batalla encarnizada entre los dos bandos fue el fallecimiento de la tía Lola. Tal vez el personaje más entrañable de la familia. Ella vivía en la casa familiar que hay en las cavas de Sant Sadurní y conocía a cada uno de los trabajadores.
Su muerte cambiaba el equilibro de poderes. Su paquete accionarial (recordemos, el 21,6%) fue repartido equitativamente entre las distintas ramas familiares. Así, José Ferrer Sala y sus hijos pasaban a controlar un 42%, mientras que la rama familiar de José Luis Bonet (presidente) se hizo con el 29%, lo mismo que la rama de Enrique Hevia (vicepresidente). A partir de ese momento, el presidente honorífico, Ferrer Sala, que gobernaba con mano de hierro perdía la mayoría del poder y comenzaban las luchas entre la familia.
Guerra abierta
El grupo familiar encabezado por Enrique Hevia pide cambios en Freixenet, entre ellos profesionalizar la gestión y alejar a las familia de las primeras líneas de los puestos directivos. De hecho, el primo y vicepresidente llega a solicitar formalmente en una reunión del consejo de admistración que se busque a un director general ajeno a la familia, a lo que José Ferrer se opone de forma radical.
A Hevia, sin embargo, se le acaba la paciencia. Ante la negativa de su tío materno decide elevar el pulso y anuncia estar dispuesto a vender su 29% del grupo después de haber recibido una oferta. El miércoles 6 de abril de 2016 la familia había acordado librar la batalla definitiva en un consejo de administración pero tuvo que suspenderse por la muerte de Carmen Ferrer, matriarca de la rama familiar de los Hevia, a los 96 años. Tan solo tres meses antes había fallecido su hermana Pilar, cabeza visible de los Bonet. Sin las matriarcas, que mantuvieron unida a la familia hasta su muerte, ya no había ninguna razón para disimular los desacuerdos y el resto de primos empezó a sacar la artillera pesada.
Fue cuando apareció el aliado perfecto para los Hevia. La empresa alemana Henkell, filial de vinos espumosos, vino y licores de Oetker Group, empezó a negociar con ellos para comprarles su 29% de la empresa. Aunque ese porcentaje no le convencía y al poco la alemana manifestó a la familia que si no lograba la mayoría del accionariado desecharía la oferta.
Paralelamente, los Ferrer negociaban con la banca para conseguir liquidez y poder ampliar su presencia en el capital. De hecho, el presidente honorífico, José Ferrer, llegó a presentar una oferta en firme, aunque finalmente tuvo que retirarla al no conseguir la financiación necesaria. Los bancos le ponían unas condiciones financieras tan duras que casi le suponían perder el control del grupo. Entonces, el desafío independentista provocaba una gran incertidumbre entre los inversores.
Dr. Oetker gana
Finalmente, los Hevia ganaban y Henkell anunciaba en 2018 que había adquirido el 50,7% de la compañía. La partida había durado dos años. Veinticuatro meses en los que los Hevia se dedicaron a convencer a la rama de los Bonet para la venta de sus participaciones a la alemana. La operación se pudo materializar gracias al cambio de posición de Pilar Bonet, hermana de José Luis Bonet, presidente de Freixenet, tras ser convencida por sus otros hermanos, Pedro y Eudald, que ya habían dado el sí a Henkell. De este modo, traicionaban a su hermano mayor y su tío, y terminaban vendiendo junto a sus primos la mayoría del control empresarial a Oetker por 440 millones de euros.
El culmen de la guerra familiar que duró casi un lustro tuvo lugar en la notaría donde se firmó la acuerdo de compraventa. Donde, según publicaron medios financieros, los primos protagonizaron una gran bronca que, afortunadamente, no llegó a más.
Frente a sus hermanos y primos, José Luis Bonet fue el único que demostró fidelidad a su mentor José Ferrer, el único que los cuatro hijos de los fundadores que sigue vivo y activo en la compañía. Gracias a él, en un giro inesperado, la familia volvió a tener el control de la empresa a pesar de la venta por parte de sus sobrinos.
Con la aprobación de la Unión Europea, José Ferrer Sala (actual co-presidente de honor de la firma junto a José Luis Bonet) realizó una ampliación de capital. Como resultado de la operación, el accionariado de Grupo Freixenet se repartió a partes iguales: el 50% es de la familia Ferrer y el 50% es de Henkell.