Uno se suicidó y otro aguantó en la cárcel. Es lo que diferencia a los dos personajes que protagonizaron el fin de Caja Madrid. Uno, Miguel Blesa, no pudo soportar el señalamiento social y una profunda depresión acabó con su vida. Los que le conocieron recuerdan que no se sentía arropado por su segunda mujer, Gema Gámez (47 años), 27 menor que él, a la que conoció mientras trabajaba en el departamento de Mercado de Capitales de la caja madrileña. Tampoco las relaciones que mantenía con su hija, María José Cus eran las mejores. Todo se vino abajo después del divorcio con su primera mujer, María José Portela. Los escándalos de los juicios de Caja Madrid quebrantaron aún más la relación. En su conjunto, la familia no fue capaz de soportar la presión.
El otro, Rodrigo Rato, ha sabido resistir y ha ganado una de sus batallas judiciales: la salida a bolsa de Bankia fue legal y no se cometió ningún delito. Así lo ha determinado esta semana la Audiencia Nacional. Le quedan otras causas pendientes, pero Rato podrá regresar a su casa en D. Ramón de la Cruz, en pleno barrio de Salamanca, y reunirse con su mujer, Alicia González Vicente (45 años). Ella ha sido su gran apoyo durante estos años, pero también su primera mujer, Gela Alarcó (61 años) y los hijos que tuvieron juntos: Gela (30), Ana (23) y Rodrigo (21), los tres son apoderados de sus seis sociedades familiares. Una donación a ellos de 2,5 millones también está siendo investigada por la Justicia. Pero la familia ha permanecido unida y éste ha sido uno de los principales pilares en los que se ha apoyado Rodrigo Rato para resistir.
En su desaparición, Caja Madrid reservó a Miguel Blesa y Rodrigo Rato un destino cruzado. Ambos fueron, respectivamente, el penúltimo y el último presidente de la que fuera, con más de 300 años de historia, la caja de ahorros más antigua de España. Y los dos tuvieron que beber el cáliz de compartir banquillo y sentencia en la Audiencia Nacional por el famoso caso de las tarjetas black: el uso “a su antojo” de dinero de la entidad financiera que estaba bajo su dirección, sin control alguno, a través de unas tarjetas de débito fraudulentas que utilizaron, junto a ellos, otros 63 exdirectivos de la extinta caja madrileña.
Sin embargo, poco han tenido que ver entre sí ambos protagonistas. Sus orígenes, trayectoria y desenlaces son bien dispares. El primero, Blesa, nacido en Linares (Jaén) en 1947, de familia propietaria de tierras vinculadas al cultivo del olivo y la fabricación de aceites, se acabó suicidando el 19 de julio se 2017 mediante un tiro de escopeta de caza en el pecho, en la finca Puerto del Toro en la localidad de Villanueva del Rey, provincia de Córdoba.
El segundo, nacido en Madrid en 1949, perteneciente a un linaje de rancio abolengo asturiano, vinculado desde siempre a los negocios y la política, con antecedentes familiares también carcelarios (su padre y su hermano Monchu dieron con sus huesos en prisión al ser condenados en 1967 por evadir dinero a Suiza), quien ha conocido esta semana su absolución (junto a otros 34 acusados) dictada por la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional en el juicio por la salida a bolsa de Bankia (sucesora de Caja Madrid). Pese a esta resolución, sus pesadillas ante los tribunales no han terminado: se le sigue investigando en el juzgado de Instrucción nº 31 de Madrid por presunto blanqueo y cobro de comisiones ilegales por importe de más de 8 millones de euros.
Ascenso al poder
Lo que sí compartieron los dos, es el hecho de que su ascenso social, financiero y político se debió en parte a sus relaciones con las amistades poderosas de este país: se sabe que el padre de Rodrigo (don Ramón Rato) fue uno de los fundadores y financiadores históricos de Alianza Popular donde luego su hijo realizó exitosa carrera política hasta alcanzar la vicepresidencia del Gobierno; y en el caso de Miguel Blesa fue el pupitre que compartió preparando las oposiciones a Inspector de Hacienda con José María Aznar, junto al primer destino de ambos en Logroño, lo que le hizo formar parte de la liga de los elegidos del expresidente del Gobierno.
En el caso de Blesa, su muerte impidió que el Supremo ratificara la pena que la Audiencia Nacional le había impuesto con anterioridad: seis años de cárcel por un delito continuado de apropiación indebida. Por el contrario, hasta el pasado jueves Rato se encontraba cumpliendo prisión en Soto del Real por ese mismo crimen: cuatro años y medio de cárcel. El juez de la Audiencia Nacional, José Luis de Casto, decidió concederle el tercer grado penitenciario tras más de un año y medio encerrado. Era el único de los 15 finalmente condenados por las black a penas de cárcel que permanecía preso.
En el auto, el juez de Vigilancia Penitenciaria argumenta, como una de las razones para justificar su decisión, el hecho de que Rato había devuelto el dinero ilícitamente utilizado (99.054 euros) y formalmente había solicitado perdón. Blesa, sin embargo, nunca llegó a tanto: sí había restituido lo defraudado por él (436.699,42 euros) pero no llegó a reconocer responsabilidad alguna.
Si analizamos los gastos privados que abonaron tirando de sus tarjetas chollo, también se aprecian discrepancias entre ambos financieros. Mientras que el de Linares tenía querencia hacia la vida cara y exquisita —13.148 euros en Viajes El Corte Inglés, 6.000 en joyería, 3.200 en vinos, 1.000 en heladería...— el madrileño de Asturias, quizá por ser rico de familia, se dejaba arrastrar hacia la vida canalla y bohemia: 3.600 euros en alcohol, 2.172 en discotecas y clubs, 2.500 en obras de arte…
Sus respectivos sueldos al frente de la presidencia de la caja, también dieron mucho que hablar cuando estalló la crisis y se extinguió la entidad que tenían que defender. Blesa cobró más de 13,7 millones en los últimos cuatro años de presidente de Caja Madrid (lo era desde 1996). El año 2010, en el que trabajó apenas un mes (enero) cobró la nada módica cantidad de 3,7 millones. El resto de los años las cifras fueron similares: 3,4 millones en 2009; 3,1 en 2008 y 3,5 en 2007, ejercicio en el que dio un gran salto en su remuneración frente a los 1,7 millones del anterior. Sus conocimientos fiscales los aplicaba inteligentemente, las retenciones y deducciones debían ser importantes, porque curiosamente todas sus declaraciones a Hacienda le salieron a devolver.
El caso de Rato fue distinto. Él venía de ser director gerente del Fondo Monetario Internacional durante los años 2004 al 2007, con honores y categoría de jefe de Estado y un sueldo impresionante: casi 400.000 dólares al año libres de impuestos. De ahí que nadie entendiera en su momento su renuncia prematura al cargo sin ninguna explicación. Eso sí, no abandonaba Washington con una mano delante y otra detrás: le quedó una pensión vitalicia de 54.531 euros anuales. Al volver a España, Rodrigo vio como todos sus antiguos amigos, a los que él había ayudado hasta la cima del éxito económico, se habían convertido en millonarios y el, en comparación, seguía siendo un pobre. Por eso decidió que, de ahora en adelante, se iba a dedicar a ganar dinero.
Y así lo hizo, porque en poco tiempo pasó a ganar 680.000 euros anuales como consejero del Banco Lazard francés. También fue consejero asesor del Banco de Santander. En 2010, cuando accedió a la presidencia de Caja Madrid, cobró 2,7 millones de euros, cargó que compatibilizó con la representación como consejero no ejecutivo de Iberia, con una remuneración de 120.000 euros anuales. Su sueldo fue reducido en 2011 por decisión del Gobierno, en 1,7 millones de euros (la crisis pasaba factura: a unos más y a otros menos). Pasó a cobrar 600.000 euros al año. Rodrigo Rato dimitió de la presidencia de Bankia en 2012, el mismo año que falleció su hermano Ramón.
La punta del iceberg
Los sueldos y del despilfarro de las tarjetas negras (en realidad ese no era su color, pero se las llamó así por contener dinero opaco que no se declaró nunca a Hacienda) dejaron un quebranto patrimonial de más de 12,5 millones en las cuentas de Caja Madrid que luego se traspasarían a Bankia. Pero ese no fue el único movimiento ilícito. Bajo la presidencia de Miguel Blesa primero, y de Rodrigo Rato después, la caja madrileña realizó operaciones tóxicas (preferentes y deuda subordinada entre otras) y adoptó decisiones estratégicas letales (salida fallida a Bolsa), eso sí, contando con el respaldo en todo momento de los Gobiernos de Aznar, Zapatero y Rajoy, y el de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, así como con el visto bueno imprescindible de los controladores del Banco de España y de la Comisión Nacional de Mercado de Valores (como ha reconocido esta semana la sentencia de Bankia).
El conjunto de tanto despropósito, más político que financiero, llevó finalmente a la desaparición de la que fuera cuarta entidad financiera del país y al pago con el dinero de todos los españoles de la cantidad de 22.424 millones de euros para que, en palabras de Mariano Rajoy en mayo de 2013, “el Estado aportará el capital que sea estrictamente necesario para realizar los saneamientos precisos”. Bankia, resultado final del viaje a ninguna parte de las siete cajas de ahorro que alumbraron su nacimiento —Caja Madrid, Bancaja, Caja Segovia, Caja La Rioja, Caixa Laietana, Caja de Ávila y Caja Canarias— después de su esperpéntica salida a Bolsa (20 de julio de 2011) pasó a ser en su totalidad, el 100%, propiedad del FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria).
Lo anterior es el resumen de lo sucedido hasta el día de hoy, porque ya tenemos un nuevo capítulo, el desenlace final del oso y el madroño verde: la fusión de Bankia (la única banca pública que quedaba en nuestro país) con La Caixa (antaño también caja de ahorros comunitaria) que dará a luz una criatura donde lo estatal quedará reducido como máximo a un 15,4% del capital resultante. Al igual que sucedió antes con Caja Madrid, donde CC.OO. e IU no fueron capaces de mantener el carácter público de la caja (el comunista Moral Santín, además de vicepresidente, fue el responsable del pacto de poder con Blesa y el PP), ahora Pablo Iglesias y Alberto Garzón no han sido capaces de mantener a Bankia como banca pública. Nadia Calviño les ha ganado esta partida.
La bautizada el día de su nacimiento como Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid (el 3 de diciembre de 1702 por el sacerdote aragonés Francisco Piquer tras depositar un real de plata en una cajita situada debajo de la imagen de la Virgen en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, donde era capellán “para sufragio de las ánimas y socorro de los vivos”) tenía como finalidad fundacional atender las necesidades de los más desfavorecidos, dándoles protección y apoyo financiero a través de la concesión de préstamos de dinero gratuito, garantizados, eso sí, con alhajas, prendas y otros bienes.
Una clara función social que se mantuvo durante tres siglos, bajo todo tipo de regímenes (monarquías, dictaduras y repúblicas) no teniendo nada que ver, por tanto, con la deriva final que llevó a su definitiva desaparición en la España del “aquí todo el mundo hace lo que le sale de los cojones, pues yo también” que, según lo publicado, fue la respuesta que Iñaki Urdangarín le soltó a su suegro, Juan Carlos I, cuando éste le requirió para que abandonara sus peculiares negocios “sin ánimo de lucro”. Tanto Miguel Blesa como Rodrigo Rato fueron dos protagonistas cualificados de aquella época, donde, del rey para abajo, muchos se consideraron intocables.