“Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”, dicen las lecturas del evangelio del pasado domingo. Fueron las últimas escrituras que se leyeron en Aroche (Huelva) pronunciadas por su párroco Jesús Rafael Eyama. Su positivo en Covid-19 ha provocado que la localidad haya saltado a la fama de la noche a la mañana.
Es un caluroso jueves cuando EL ESPAÑOL viaja por la Andalucía de interior. Su cielo está teñido de negro por un incendio declarado en el paraje Olivargas de Almonaster la Real (Huelva). La fumata negra sirve de Google Maps para recorrer la Sierra de Huelva marcada por sus infinitas dehesas.
Las llamas han obligado a desalojar a cientos de vecinos y recuerda a la historia del municipio onubense de Aroche. Un 19 de junio de 2014, una fuga en una botella de cloro-gas de unos cien kilos obligó a su alcalde, José Antonio Muñiz, a desalojar a todos sus habitantes ante el peligro letal que podría suponer para ellos.
“Nunca piensas en ser alcalde para afrontar situaciones de emergencias”m explica Muñiz en la entrevista que nos concede. El regidor nos abre las puertas del Ayuntamiento sin gabinete de prensa y cuyos balcones lucen las banderas protocolarias y la del colectivo LGTB. “Somos un pueblo progresista”, dice con admiración a una servidora mientras los vecinos chismorrean de fondo. “Periodista. Chungo”.
Y es normal esa apatía. Desde este lunes los periodistas recorren el municipio de apenas 3.500 habitantes. No por la efemérides del desalojo, sino por su único párroco. A las 23 horas del pasado domingo, el alcalde supo de la bomba informativa: el cura de Aroche dio positivo en la Covid-19.
Es así como la localidad, con pleno empleo en la temporada de recolección del arándano y la cereza, salta a la parrilla informativa. “Nunca hubiera querido salir en los medios por este asunto”, reconoce el primer edil, que admite que su empatía es su defecto. “El cura está solo. No tiene a nadie en España. Mi trabajo es transmitirle tranquilidad para que no se vea solo”.
El siervo que huyó de Guinea
Esta no es la única piedra en el camino que Dios ha puesto al párroco Jesús Rafael Eyama. Es natural de Guinea Ecuatorial, un país marcado por el régimen dictatorial, la corrupción y la persecución de no afines. Nuestro protagonista fue uno de ellos y relató su historia en el libro ‘La Fundamentación de los Derechos Humanos en la Etnia Fang: El caso de Guinea Ecuatorial’.
Su huida le llevó a España, donde inició sus estudios en Teología. Tras su paso por distintos puntos de la geografía española, hace tres años aterrizó en este municipio de la sierra onubense, donde instala su hogar. Tras mascarillas y apoyados sobre bastones, sus vecinos se apiadan del párroco y relatan con pena la cronología de esta última semana.
“Es un hombre bueno, humilde y abrumado por ser ahora el centro de atención”, dibuja el alcalde, que destaca las profundas creencias religiosas de Eyama que también expone en su perfil de Facebook. Borrado recientemente, está plagado de iconografía religiosa, al igual que un vídeo sobre una ceremonia celebrada en su honor en su Guinea natal.
De Madrid a una comunión: sus pasos
La llegada de la Covid-19 a Aroche empieza el 16 de agosto. El párroco viaja a Madrid y vuelve a casa el miércoles 19, coincidiendo con la semana en la que debía celebrarse las fiestas por su patrón, San Mamés. El jueves 20, el padre Jesús oficia sin síntomas la misa por el santo. Congrega a un centenar de asistentes.
Continúa con su trabajo el día 21 con la celebración de un bautizo y el día 22 con una comunión. Es precisamente ese sábado cuando el párroco nota el primer síntoma: malestar. Al día siguiente, 23 de agosto, el cura celebra la misa dominical por la mañana, con la lectura del evangelio y su referencia al cielo. A mediodía su salud se complica con la llegada de la fiebre.
De inmediato, al no tener centro de salud en Aroche, el párroco es trasladado a Cortegana, localidad colindante, donde se le practica un PCR que en cuestión de horas arroja el temido resultado. A partir de ese momento, el párroco se confina en su vivienda donde, según el alcalde, “se encuentra bien”.
El pueblo se vuelca con él
Mientras va recordando la cronología de los hechos, piensa en voz alta: “Hoy no he llamado a la médica. Espera un segundo”. El silencio invade la grabación de esta entrevista hasta que el alcalde se asegura de que no hay ninguna novedad en el asunto. “Nunca hubiera querido salir en los medios por este asunto”, se excusa el regidior.
Con el caso del párroco, Aroche registra su segundo positivo con la nueva ola pandémica. El primer caso fue de un trabajador en la residencia de mayores pero sólo se quedó en un susto. El ateo regidor da gracias a Dios de que el caso del párroco no haya desembocado en un brote letal para el pueblo.
Ante la soledad del siervo, José Antonio Muñiz -que no aguanta un usted- dice que habla diariamente con él. “¿Necesitas algo? No, los vecinos me traen de todo”. Esa es la conversación que más orgullo hace sentir al alcalde. “Aroche se ha volcado con él. Le expresan su cariño, le llaman todos los días… Esta historia ha sacado lo mejor del pueblo”.
La desinfección de la Iglesia centenaria
Tras saltar la noticia, se constituyó una comisión municipal de coronavirus integrada por personal de Ayuntamiento, Alcaldía, Guardia Civil y Emergencias Sanitarias. Este grupo fue el que dictó las medidas post-Covid: rastreo de posibles casos, 15 días de cuarentena para los contactos y la recomendación de no convocar celebraciones hasta que termine el confinamiento.
Este comité dictó también la desinfección completa de la Iglesia. “¿Quieres verla?”, sugiere el alcalde mientras telefonea a Manolo para que le traiga las llaves. Interrumpimos la entrevista para visitar la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, un edificio del siglo XV.
El edificio destaca por la soledad de sus figuras, que permanecen tapadas para que la lejía no afecte a las tallas. Es el caso de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, procedente del mismo taller de la emblemática sevillana Virgen de la Esperanza Macarena.
“No soy creyente pero siento esto como mío”, confiesa José Antonio Muñiz, que lleva más de 17 años en la Alcaldía. Entre mascarillas y gel, confiesa que su mayor temor ha sido que los ancianos, los que más van a las misas del párroco, cayeran enfermos. “Gracias a Dios que no”.