Diego Rodríguez Veiga Esteban Palazuelos

El pasado 21 de marzo, a las 0.45 de la madrugada, era a Nelson a quien le lloraban los ojos en la plaza que da a la entrada del madrileño Hospital de La Paz. Este 28 de mayo, exactamente a las 0.48 horas, es a Blanca a quien le lloran. Ella está a un par de metros de donde estaba él entonces. No se conocen pero la coincidencia es matemática, como sacada de una ficción baratera. Él contaba que a su mujer la acababan de ingresar por coronavirus, que estaba muy mal, que le habían largado y que la había tenido que dejar sola. Ella cuenta que hace un mes le dieron el alta, que superó la enfermedad pero que vuelve a Urgencias por todas las secuelas, el cansancio, la dificultad para respirar. Él es el antes, ella es el después; el ahora.

Tras hacerlo a finales de marzo, EL ESPAÑOL ha vuelto a recorrer de madrugada las urgencias de cuatro grandes hospitales de Madrid. Los ánimos son distintos, ya no están tan saturados y han aprendido a hacerle frente a la pandemia. Pero el infierno que fue se ha convertido en un purgatorio, ahora todos esperan al rebrote que prevén que llegará en octubre. Prueba de ello es que la mayoría de los contratos que sirvieron para suplir la falta de personal sanitario se han prorrogado hasta diciembre. “Si llegara mañana, aquí sí que estaríamos preparados. Las instalaciones están listas y el material que tenemos es mucho mejor”, explica César, celador en el Hospital Ramón y Cajal.

¿Y estarían preparados mentalmente?

“Desde luego que no. Para eso no te preparas. Fue muy jodido”, responde César ya con la cara cambiada. “Otra vez no, por favor”, dice Juan, enfermero de La Paz, mientras apura el cigarro en su descanso. “Va a haber un rebrote, seguro, y no vamos a poder con ello. Ya tenemos los EPI, sí, pero no estamos preparados anímicamente. Yo creo que tendré que pedirme una baja o algo, no puedo más”, dice Raquel, que trabaja en la UCI del Gregorio Marañón. “Estaríamos preparados en cuanto a las nociones de tratamiento, pero mentalmente no sé si aguantaremos. No tenemos ninguna gana de que se repita”, dice Laura, enfermera de la UCI del Hospital Puerta del Hierro.

En la primera ruta, España estaba a punto de superar la barrera de los 20.000 contagiados y los 1.000 muertos. Ahora la cifra asciende vertiginosamente a 236.769 infectados y 27.118 fallecidos. Esto es 142 veces el atentado del 11-M. Pero con los datos de Ministerio de Sanidad uno ya no sabe. El domingo pasado eran 28.752 muertos, el lunes eran 26.834, el martes fueron 27.171 y ahora es más baja. Es difícil saber si mañana morirá alguien o resucitarán un puñado. Sería algo irrisorio si detrás de esos números no estuvieran Carmen, de 80 años; Andrés, de 65, y etcétera. Lo único que le faltaba ya a la situación era crear escepticismo en torno a la cifra de fallecidos, conseguir que los datos se rían de los muertos.

Hospital Ramón y Cajal (23.00 horas)

Ya antes de llegar al primer destino, desde el taxi, todo se intuye distinto. La ciudad va recobrando el significado que le habían robado. Antes, nada servía para nada. No había coches que circulasen por sus avenidas ni gente que paseara por sus aceras. Ahora, las terrazas de los bares son una conquista social que se saborea como si fuera el haber conseguido que las jornadas laborales fueran de ocho horas. Se ve hasta un accidente de tráfico y se recuerda irónica la vocecilla del abuelo del anuncio de Casa Tarradellas que dice: “Las cosas buenas no deberían cambiar nunca”.



En el Hospital Ramón y Cajal de Madrid los sanitarios ya no tienen al repartidor de pizzas esperando media hora y ya no le reciben con un “perdona, es que no paramos”. Ahora pasean de vuelta de un bar cercano y se detienen a mirar la humedad que le ha salido al busto del doctor Ramón y Cajal que escolta la entrada de Urgencias. Llega una ambulancia y, mientras que se espera el ritual de trajes como sacados de E.T., al final se abre y sólo llevan mascarillas, nada más. Una persona en la camilla, tapada, no lleva respirador.

Pero la batalla aún no ha terminado. De puertas adentro, los directores del Ramón y Cajal le dijeron a los reyes, a principios de mayo, que todavía tenían 157 personas con Covid en la planta 6 y que 46 seguían en la UCI. En la primera ruta tenían apenas 21 personas en la UCI, la cifra ahora es del doble. Pero las Urgencias, por lo menos, han vuelto a lo que eran: caras aburridas mirando la televisión, llevan ahí horas, pero ya no está la mirada derrotada de antes, ahora separados en los asientos por un cartel que pide mantener la distancia de seguridad.

Un anciano, posible Covid, entra en el Hospital Ramón y Cajal. Esteban Palazuelos

A escasos metros de la entrada, César, el celador dice que ya no es lo que era. “Ha pasado lo gordo”, explica mientras coje una chaqueta del maletero de su coche. “Pero no ha acabado. Antes nos llegaban abuelillos, perdóname por la expresión, pero ahora nos sigue entrando gente más joven, también de Covid, y están mucho peor. No sé por qué es”, cuenta detrás de la mascarilla. Curiosamente, en la primera ruta no todos llevaban mascarilla. No era obligatorio. Ahora sí que lo es. Y dice aquello de la segunda oleada: “Para eso no te preparas. Fue muy jodido”. Según la última estadística, el 26% de sus compañeros trabajadores del hospital han dado positivo por coronavirus.

En la misma calle, en las terrazas de los bares ya hay vida. Nada que ver con lo de antes. Cervezas, cenas, etcétera. Se escucha una carcajada; una mujer sentada frente a un hombre dice que “ya me contó Ana que te encantaba tu trabajo”. Se están conociendo. Al rato pasa una pareja de mujeres jóvenes con un perro, se abrazan y se besan con ternura acumulada de meses y dicen de volver a verse mañana. Pero antes de emprender el viaje al siguiente destino entra una ambulancia y se activa todo el protocolo. De nuevo todos los técnicos con los trajes especiales, de nuevo un anciano que ya no puede más en una camilla, de nuevo a desinfectar toda la ambulancia para salir de nuevo a la calle. La guerra no ha terminado.

Un grupo de sanitarios esperan en su guardia en las Urgencias del Hospital La Paz. Esteban Palazuelos

Hospital La Paz (0.15 horas)

En la entrada de Urgencias del Hospital La Paz, un enfermero joven está sentado en un bolardo echando un cigarro. Relata que sí, que la cosa está mejor pero que no ha acabado. Que en el pico más alto llegaron a tener nueve plantas destinadas a UCI, que ahora son cuatro, pero que “antes de todo esto” era sólo una. Dice que sí podemos usar sus palabras para el reportaje pero que pongamos un nombre falso, que les hacen firmar un acuerdo de confidencialidad. ¿Qué nombre te ponemos? “El que quieras” ¿Juan? “Vale”. Y Juan dice que esperan el rebrote. “A la gran mayoría de los que contrataron cuando nos hacía falta gente les han renovado hasta diciembre, esperan que sea como en octubre”, explica. “Estamos preparados, pero mentalmente no, otra vez no, por favor”, dice con una risilla nerviosa.

Igual que el resto de los hospitales de la noche, La Paz ya no da la imagen que tenía al principio de todo esto. Un parking que antes parecía una zona de guerra con ambulancias ahora es una inmensa carpa blanca con un cartel que reza Consulta profesionales. Pero en esta nueva normalidad, sale un tipo con un brazo escayolado -antes sería impensable que alguien estuviera ahí por otra cosa-, las banderas ondean a media asta y un enfermero se besa con una chica a la salida de Urgencias. Resulta llamativa la cantidad de besos que se repartirán a lo largo de la noche, como si se hubieran ido guardando y ahora se dieran con miedo a que se echen a perder.

Un enfermero se besa a las puertas de las Urgencias del Hospital La Paz. Esteban Palazuelos

Y entonces llega Blanca, junto a su pareja. Ambos están muy cansados. Llevan muchas horas ahí. “Estamos desde las 19.30”, dice él. Llevan cinco horas. “Tuve Covid a finales de marzo y me dieron el alta creo que el 22 de abril”, explica ella. “Antes, cuando vine, me metieron en una carpa que había ahí y ya no está”, dice. Pero no todo está superado. Visiblemente cansada y con los ojos a punto de llorar, cuenta que se siente derrotada ante las secuelas que le ha dejado el coronavirus. “Noto muchísimo cansancio. Me cuesta respirar, me duelen los pulmones. Lo pasé muy mal y estoy muy cansada ahora mismo. Sólo quiero irme a casa”. Y se va. Caminan unos metros y ambos cogen un taxi. Por lo menos, es algo. Antes no había taxis en la parada y ni mucho menos se podrían haber subido los dos en el mismo.

Otro par de enfermeros, chico y chica, jóvenes, sube a la plaza de la entrada principal de La Paz y cuando se les pregunta… “¿Qué te han dicho? Yo creo que sigue faltando material. No tanto como respiradores y demás sino los EPI, seguimos reutilizando más de lo que deberíamos”, explica. “Y yo estoy muy quemado porque creo que la gente no ha aprendido nada, les ves que salen por ahí, ves que actúan como si esto no hubiera pasado nunca, y sigue pasando y pasará”, añade.

Al rato, pasa un grupo de chicas que vuelven de tomar algo. “Chicas, no sé si lo sabéis pero el lunes se acaba lo de no pagar en la zona SER”, dice una. Y cuando llegan las 1.00 horas, los tres trabajadores del McDonald’s salen de trabajar y bajan la persiana metálica. De momento, el Abierto 24 horas sigue siendo publicidad engañosa. En la ventana de una de las habitaciones de La Paz hay un cartel que pone Todo saldrá bien. Resuena el eco del último enfermero: “Ves que actúan como si esto no hubiera pasado nunca”.

Hospital Gregorio Marañón (1.50 horas)

En la anterior ruta por las urgencias, la del Hospital Gregorio Marañón fue sin duda la peor. Mientras que en el resto de los centros se notaba la batalla por lo que contaban enfermos y sanitarios, ahí saltaba a simple vista. Había una sala de espera de Dermatología reconvertida en la que dormían enfermos de Covid, cruzados sobre varias sillas, en una camilla a la vista de todos e incluso en sillas de ruedas. La gente entraba y salía del centro viendo lo desolador del panorama. Esa sala ahora está vacía. La camilla, que sigue en el mismo sitio, ya no tiene ni persona ni sábanas y uno se pregunta qué habrá sido de la mujer que la ocupaba, esperando lo mejor y temiendo lo peor.

Pero esa vacuidad tarda poco en dejar de celebrarse. Justo enfrente había otra sala de espera, atestada de familiares vencidos, pero su interior ya no se ve. Las ventanas están cubiertas de papel opaco y un cartel en el que pone Zona Covid-19 blinda psicológicamente la puerta. Sin embargo, un anciano algo cansado y desorientado se dispone a entrar, hasta que sale una enfermera y le dice cariñosamente que está loco, que ahí no puede entrar. Él titubea, ya había estado ahí antes, explica, y ella le responde. “Ya, es que esta era antes la sala de espera de familiares, pero ahora es zona Covid”, dice la enfermera.

En la calle y todavía con el mono de trabajar, Raquel, enfermera de la UCI del Gregorio Marañón anda muy, muy nerviosa. “Estoy indignada”, dice. “Con el tema del parking”, añade. “A partir del 1 de junio empiezan a cobrar la SER y no tengo qué hacer con el coche. Me he alquilado, con una compañera, un piso para no contagiar a mi familia y lo pago con mi dinero. Ahora empezarán a cobrar y no tengo dónde meter el coche. ¿Tengo que pagarme también unos 80 euros de plaza de aparcamiento?”, apuntala.

Y lanza otra pregunta al aire: “¿Yo para qué me juego la vida todos los días?”. “Llevo tres meses con esto y, aunque el mundo avance, sigo trabajando con Covid. ¿Qué hago? ¿Voy a casa a contagiar a mi marido y mis hijos? Tengo una compañera que se contagió, nos hemos contagiado 18, fue a su casa y aunque tuvo todas las precauciones se descuidó y contagió a su marido. Él ha muerto. ¿Cómo crees que se siente ella ahora? Los aplausos ya nos dan un poco igual porque quedan muy bonitos pero se han olvidado de nosotros”, dice. “Va a haber un rebrote, seguro, y no vamos a poder con ello anímicamente. Ya tenemos los EPI, sí, pero no estamos preparados anímicamente. Yo creo que tendré que pedirme una baja o algo, no puedo más”, añade. Y mira su reloj. “Tengo que volver”. “Cuando llego a trabajar veo a la gente en estas terrazas tomando algo y está muy bien porque España lo necesita, pero se han olvidado de nosotros”, y se va.

Hospital Puerta del Hierro (3.30 horas)

La última parada de la ruta quedó y queda reservada para el Hospital Puerta del Hierro de Majadahonda. La primera vez, a finales de marzo, el panorama no tenía nada llamativo. Salas de espera vacías, la entrada de Urgencias sin gente… Pero cuando hablabas con las enfermeras te contaban que “lo peor de todo es que sabes que van a morir solos”. Ahora, paradójicamente, hay más actividad. En media hora llegan un par de ambulancias. Una sin Covid, otra con. Y los sanitarios de la última, que es una ambulancia de Las Rozas, salen ataviados con la vestimenta que les protege la vida y se la quitan entre risas. Qué mejor que tomárselo con humor. Pero cuando se les pregunta, les da rabia.

“¿Quieres la verdad?”, pregunta él. Para eso estamos. “Pues que la gente ahora ha vuelto a hacer el tonto con el coche y con la moto, por un lado, y por el otro los ves en los bares como si no pasara nada. Y pasa. Y vamos a volver a eso. Creo que vamos a estar una fase cero continua. Para nosotros es un poco triste”, dice él.

Laura, enfermera en la UCI, cuenta que aunque está todo más tranquilo y sólo tienen a una persona en la UCI, todo aún palpita. Recuerda que, cuando mueren, sus pertenencias se quedan en un cajón y que al abrirlo les viene de golpe la imagen de que esa es una persona, no una cifra más. “Y piensas en tu familia, en tu padre…”, dice. “Cuando estás ahí, trabajas y no paras y hasta tienes buenos momentos con los compañeros. Pero cuando sales te cae una losa encima. Y los silencios en los vestuarios cuando llegamos… eso antes no existía”, añade.

Sillas precintadas para mantener la distancia de seguridad en el Puerta del Hierro de Majadahonda. Esteban Palazuelos

-¿Estamos preparados para la posible segunda oleada?

-Estaríamos preparados en cuanto a las nociones de tratamiento, pero mentalmente no sé si aguantaremos. No tenemos ninguna gana de que se repita. Han sido muchas horas, gente muy mala. Da mucha rabia porque vemos que ahora la gente se lo toma a risa, después de todo lo que hemos llorado los que trabajamos en los hospitales. Es pura impotencia, igual la gente no se cree que hayamos trabajado tanto. Los lloros… todos con esa presión en el pecho… ya no sabemos si es que estamos infectados o que es pura ansiedad.

Este jueves la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha reconocido que se está preparando para un segundo rebrote, haciendo acopio de material y ultimando la construcción de un nuevo hospital de emergencia. Es la calma que precede a la tormenta.

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