A Chamorro hace ya días que nadie lo mira como antes. En Zurbarán, un pequeño pueblo agrícola de Badajoz, sus vecinos se hacen fotos con él y su repentina fama ya sorprende hasta a sus hijos, dos varones de nueve y cinco años. “Papá, ¿eres famoso?”, le preguntan. Y, en buena parte, la respuesta es un sí. Al menos para los miles y miles de agricultores que como él están lanzándose a cortar carreteras con sus tractores reclamando la dignidad hurtada al campo. Para ellos, Chamorro es su líder, el mesías que el campo estaba esperando para levantarse. Y a él siguen para salir de la diáspora de precios bajos y ruina.
“Esto, en unos años, va a ser un desierto”. José apura una copa de vino fino en la barra del bar Solomando, situado en el cruce de Valdivia con la Nacional 430, que atraviesa Extremadura de oeste a este. Desde la ventana, este agricultor jubilado de 73 años señala con indignación una plantación hectáreas y hectáreas de ciruelos al otro lado de la carretera. “¡Un desierto!”, insiste. La comarca de las Vegas Altas de Badajoz es un campo multicolor. Los rosas de la floración de las nectarinas compiten con el blanco de los almendros. Aunque a tenor del enfado de José, a ese paisaje le queda un suspiro. “La gente lo está arrancando porque ya no es rentable —resuelve—; en unos años, esto será un desierto”.
A José la conversación le está fastidiando la copa de fino que le abre el apetito. “Es que es de vergüenza, no puede ser que hace 30 años cobrásemos 18 pesetas el kilo y ahora se pague a doce; y que suban los precios de los abonos, los herbicidas o el gasoil”, se queja. La tertulia sigue, asintiendo y con atención, las razones del septuagenario, que no recuerda una época peor que la actual para ganarse el pan con el campo. “¡Esto es una vergüenza! Antes se vivía con cuatro hectáreas, ahora necesitas 40 para sobrevivir; normal que la gente se eche a la calle”, zanja.
En el extremo de la barra opuesto al que José enciende los ánimos de sus contertulios, Juan Francisco mantiene otra charleta de idéntico calado. Muchos de los habituales en el bar Solomando lo miran de reojo. Hace días que Chamorro, como lo conocen en la comarca, dejó de ser uno más. Su cara sale en las noticias desde que protagonizó un emotivo abrazo con un policía antidisturbios durante una manifestación en la que hubo conatos de violencia. Desde entonces es un líder al que muchos agricultores admiran.
Su historia empezó mucho antes, pero ha sido en Don Benito, Badajoz, cuando se ha revelado al mundo. Todo ocurrió en la inauguración de una feria de maquinaria agrícola, Agroexpo. El ‘no’ del ministro de Agricultura, Luis Planas, que inauguraba el acto a verse con los representantes del campo encendió el ánimo de los manifestantes. Volaron algunas litronas de una minoría algo ebria. “Nada, tres que se pasaron con la cerveza”, matiza Chamorro, que no dudó en mediar entre los policías y los manifestantes para apaciguar la situación. “Nosotros no somos violentos ni lo seremos”, confirma días después del incidente a los periodistas de EL ESPAÑOL desplazados a Zurbarán, su pueblo.
En total, 19 personas resultaron heridas, 16 de ellas eran policías. Por eso, cuando se templaron los ánimos, Chamorro fue a saludarlos y a dar la cara en representación de los suyos. “Me salió así y no pude evitarlo”, explica el extremeño, que al abrazarse a uno de los antidisturbios dijo: “Siempre tendrás un amigo en Zurbarán, te lo juro por mi padre”.
Una revolución contra la despoblación
No hay otro tema que cope tantos minutos en las conversaciones de la comarca, eminentemente agrícola. “Mis hijos me preguntan que si soy famoso, porque los otros niños hablan de mí en el colegio, la gente se hace fotos conmigo por la calle y aparezco en los telediarios”, comenta entre risas Chamorro, de 36 años, casado y con dos hijos de nueve y cinco años.
La fama pilla a Chamorro en mitad de la faena y atiende a los periodistas de este medio sin parar de despuntar las ramas de sus frutales. “Hay que quitar las flores para dejar solo cuatro frutos por rama”, explica. “Esto antes se hacía a mano y daba mucho trabajo a mucha gente, pero ahora han inventado una máquina que con unos hilos hace una hectárea en una hora”, afirma. “No saben qué inventar para que ahorremos costes, pero ni con esas nos da”, lamenta el agricultor de Zurbarán, un pequeño pueblo de unos 900 habitantes que aguanta bien el pulso a la despoblación rural.
De los 814 vecinos censados en 2000 han pasado a 875 en 2019. “Y esto es gracias al campo, pero si siguen castigándolo, la gente se irá, los frutales se arrancarán y esto se quedará para cultivos que requieran menos mano de obra”, razona Chamorro, que señala la parcela con la que lindan sus nectarinas, antes repleta de ciruelos y ahora tierra baldía en la que en primavera plantarán tomates en superficie, para uso industrial.
De Chamorro decían sus maestros que era un alumno inteligente, pero que no quería estudiar. “A mí siempre me gustó el campo”, refrenda. Por eso, cuando acabó la educación obligatoria decidió darle un disgusto a su padre, Eulogio, y renunciar a una carrera universitaria. “Todos nuestros padres siempre han querido que nos labrásemos un porvenir, pero fuera del campo”, asiente el extremeño. “Pero es que a mí me gusta, no lo puedo remediar”, zanja.
Desde joven lleva las tierras de su familia, primero con su padre y ahora en solitario. Unas 30 hectáreas repartidas entre arroz, frutales, olivos y almendros. Todos sus antecesores han vivido del campo, y con menos tierras; pero él se las ve y se las desea para prosperar.
—¿No se puede vivir de la agricultura hoy?
—Nuestros padres sí vivieron de la agricultura. Les pagaban el kilo de melocotones a 140 pesetas hace 25 años; ahora se han pagado a 8 céntimos. E incluso hay veces que tienes que pagar al que te compra la fruta.
—¿Cómo se explica eso de tener que pagar al que te compra?
—La gente no se lo cree, pero es fácil. Un agricultor vende su fruta en mayo sin saber cuánto va a cobrar por él, a eso se le llama una venta a pérdida. En diciembre, al ver la liquidación, puede darse el caso de que te digan que el producto que tu entregaste no se ha vendido y que se ha tenido que tirar, y que el coste de su trabajo (frío, envase, transporte…) son seis céntimos.
Cuenta Chamorro que los agricultores se han cansado de perder dinero, de vender su producto por debajo de los costes de producción. Sus cuentas son, más o menos, estas. Para diez hectáreas, a una media de producción de 25.000 kilos por hectárea se tienen unos gastos de 30 céntimos por kilo. “Pongamos 75.000 euros de gastos, que tenemos que poner de nuestro bolsillo como inversión y que hay que tenerlos, porque los bancos no te los dan. Y sin sumar los arrendamientos, las hipotecas, las letras del tractor…”, apunta el extremeño.
Precios que desangran el campo
“Y ahora te pagan, en el mejor de los casos, 33 céntimos por kilo. ¡Y habrá quien tenga que arrimar los 32 céntimos completos! Pues viable no es, porque entonces tendré que sacar la diferencia entre los ingresos y los gastos de otros cultivos. Si un año se paga mejor el arroz, se compensa con él las pérdidas de la fruta”, argumenta con enfado el agricultor que dirige las protestas en Extremadura.
—¿Qué siente cuando ve la misma fruta a cinco euros en la frutería?
—¡O hasta a once euros el kilo! A nosotros se nos revuelven las tripas. Tiran nuestros productos, o los pagan a céntimos, pero luego los venden a euros. Me entran ganas pedir explicaciones a todos los que están por medio. ¿Hay derecho a que a nosotros nos tengan arruinados?
Chamorro es un hombre templado. Nunca antes de 2018 había participado en manifestaciones. Su único objetivo ha sido hacer prósperas las tierras que regenta. No es de meterse en follones. Tampoco es hombre de sindicatos. Se considera a sí mismo como alguien formal en sus labores, pero con sentido del humor. “La gente se sorprende al verme tan serio; e incluso yo me sorprendo, porque he llegado aquí por casualidad. No me gusta estar en el foco, las circunstancias me han puesto aquí, pero en cuanto que esto se solucione volveré a estar en el campo, trabajando”, garantiza el líder de los agricultores extremeños.
Movilizaciones a golpe de WhatsApp
El teléfono móvil, un indestructible Caterpillar, de Chamorro es un hervidero de mensajes y llamadas. Tiene varios grupos de WhatsApp en los que van acumulándose alertas y conversaciones por leer. En ellos convergen agricultores de toda la comunidad, también ganaderos o apicultores. Hay miles, tantos que no caben en un único grupo y deben repartirse en varios. Ahí es donde se difunde la información que reciben desde fuentes cercanas al Ministerio de Agricultura, o donde se deciden las acciones de protesta.
Chamorro es vocal de la Asociación del Sector Primario Extremeño, Aseprex, constituida en octubre de 2019. Forma también parte del comité que decide el sentido de las protestas y es parte del grupo que va de pueblo en pueblo informando y captando socios que ayuden a que la lucha del campo no se quede sin fuelle.
“A mí me ha tocado esta posición, la más mediática. Se ha terciado así la cosa y yo lo trato de asumir porque creo que es algo necesario para conseguir lo que pretendemos. La gente me conoce, le ponen rostro a la manifestación”, argumenta Chamorro.
—¿Y qué le dice la gente?
—Que no me venda. Que no me callen. Que luche. Ahora me toca a mí tener esta posición en representación del resto de mis compañeros.
—¿Han intentado comprarle?
—No, pero con insinuaciones sí han tratado de quitarme de en medio. Pero me veo bastante arropado por la sociedad. La gente me apoya.
De momento, el ánimo es fuerte. Tanto en él como en el resto de compañeros que lo rodean. Aunque todos saben que mantener esta posición combativa tiene unos costes insalvables. Económicos y humanos. “El día que nos manifestamos no cobramos”, sentencia José María Suárez, uno de los agricultores que empuja a Chamorro. “Y no solo el día. Estamos yendo a dar charlas por todos los pueblos de Extremadura. Y mientras que las damos, tampoco producimos. Le estamos quitando tiempo a nuestras familias, abandonando nuestros trabajos…”, completa Chamorro.
“Hay días que no veo a mis hijos. Los estamos quemando. Porque cuando estamos en casa, estamos con el móvil en la mano organizándonos”, asegura el líder de los agricultores extremeños.
De momento, su estrategia de presión ya les ha posibilitado reunirse con el presidente de la Junta de Extremadura, el socialista Guillermo Fernández Vara, que les ha transmitido, según cuenta Chamorro, la disposición de su partido en colaborar para alcanzar el entendimiento entre el Gobierno y el sector primario.
Dos peticiones: precios justos y cuotas a las importaciones
Las peticiones de los agricultores y ganaderos se basan principalmente en dos aspectos, una regulación de los precios para evitar que los costes superen a los beneficios y un mayor control de las importaciones de productos de otros países mediante cuotas.
La fruta que Chamorro recoge en Zurbarán compite con la que se importa de Marruecos o de China. La fuerte competencia obliga a los agricultores a negociar sus precios desde una posición de debilidad. “El frutal está sometido a mucha incertidumbre porque si no lo recoges y lo vendes, se pudre en el campo —lamenta Suárez—; y se aprovechan de nosotros”.
“La Unión Europea nos pone unos requisitos en cuanto al uso de productos fitosanitarios, la subida del salario mínimo interprofesional que cumplimos a rajatabla, pero se despreocupa de lo que viene de fuera. En Europa se produce como si fuese ecológico, pero no se paga como tal”, completa Chamorro.
—¿Cuánto gana un agricultor?
—Hay quienes invierten 300.000 euros en una campaña, un año, y solo obtienen un beneficio de 13.000 euros. Es un sueldo. Lo mismo que cualquier trabajador del campo, incluso menos. Pero nosotros exponemos 300.000 euros de gastos para ganar 13.000 euros. Por eso pedimos que el Gobierno regule el precio. No queremos discutir con los distribuidores. Queremos cubrir los costes y ganar un porcentaje.
—¿Y confían que el Gobierno cambie la situación?
—Pues hay veces que piensas que sí nos ayudará, otras que no; personalmente, creo que sí. Al menos ese es el mensaje que nos está llegando. Algo van a hacer. Ese es el compromiso que nos han trasladado desde el partido que está en el Gobierno. Nosotros no tenemos color político. No queremos que nos dé, queremos que regule para no acabar en la ruina.
—Y si no, ¿seguirán las movilizaciones?
En el punto en el que estamos por toda España, llegaremos hasta el final. Vamos a perder algunas campañas, pero ¿de qué nos sirve producir si no hay beneficios? En vez de trabajar para perder dinero, nos manifestaremos. Seguiremos con las movilizaciones, y cada vez le daremos una vuelta más. No somos violentos, pero no dudaremos en sentarnos el tiempo que sea falta para bloquear las salidas de los puertos. Acamparemos. Ahí o en la puerta del Congreso de los Diputados. En esta campaña se arreglará, no podemos alargarlo más.
—¿Se plantean recrudecer las manifestaciones como los Chalecos amarillos de Francia?
—Tendríamos que ser como ellos, pero no queremos llegar a ese punto. No vamos a hacer uso de la fuerza, no nos verás contando contenedores porque valoramos mucho más el apoyo que ahora nos está brindando la sociedad, que está de nuestro lado. La gente ve lo que cuesta un melocotón en el supermercado y cuánto me pagan a mí. Está de nuestra parte.
Chamorro lleva días queriendo llamar al policía antidisturbios al que abrazó en Don Benito. Ha sabido, por unos familiares del agente, que está muy contento con la reacción que tuvo. No revela su nombre, por precaución, pero sabe que su padre también fue agricultor. Y no duda en que volverán a coincidir en otra movilización, porque vendrán otras más.
A Chamorro lo verán siempre mediando. Repartiendo los caramelillos de menta que siempre lleva en los bolsillos entre los policías con los que habla. Pero pidiéndole a los suyos que sigan protestando para hacer rentable el campo y evitar que las coloridas lomas de frutales acaben convirtiéndose en secarrales. “Y que nuestros hijos —zanja Chamorro—, si quieren dedicarse al campo, puedan vivir con dignidad como sus padres y sus abuelos”.