La taxidermia siempre ha sido la razón de vivir de Eustaquio Redondo (1958, Cáceres). Tras sufrir un accidente de tráfico que le dejó en silla de ruedas siendo un adolescente, su vida cambió por completo. Fue entonces cuando encontró en el curioso oficio de disecar y conservar animales su salida de escape. Y aunque con el paso del tiempo se ha convertido en toda una figura dentro de este campo. Desde hace dos años, su trabajo se ha convertido en su mayor pesadilla.
El comienzo de esta historia se remonta, sin embargo, a hace más de 20 años, cuando Eustaquio comenzó a trabajar para la Junta de Extremadura en el Parque Nacional de Monfragüe. Su tarea era naturalizar animales que se encontraban muertos en dicho espacio, la mayoría fallecidos por impactos ambientales, envenenamientos, o tras ser abatidos por furtivos. Llegó a disecar unas 170 espacies, entre ellos, buitres leonados, milanos, búhos reales, cigüeñas, jinetas, gatos monteses y un largo etcétera.
Tras terminar esos trabajos en 2006, la idea que le propuso el Gobierno extremeño fue exponerlos en un lugar habilitado que se iba a construir en el Parque Nacional. Pero el tiempo pasaba, el proyecto no salía adelante y los animales disecados empezaban a perderse al estar infectados con polillas y ácaros. Ante esto, el taxidermista acordó con la Administración llevárselos a su casa para encargarse a cuenta propia de su mantenimiento y cuidado, al menos, hasta que se crease el museo.
Doce años después, en 2018, la Junta de Extremadura, ya bajo el mando del presidente Guillermo Fernández Vara, le requirió la colección zoológica para la inminente exposición en el Centro de Interpretación de Villarreal de San Carlos. Eustaquio se negó, pues antes debían pagarle todo lo que había invertido en ellos durante ese tiempo en cuidados y mantenimiento. Tras recibir todo tipo de presiones por parte del Ejecutivo —hasta en su propia casa— para entregarlos, llegó a un acuerdo a principios del pasado año por el que le pagarían unos 15.000 euros y le darían un empleo durante siete años en el museo. Eustaquio aceptó y terminó de entregar las especies en agosto de 2019.
Su ilusión, rota
Un año después, el proyecto sigue en el aire, los animales comienzan a deteriorarse —algo que Eustaquio sabe por las condiciones en las que los tienen, aunque ya no disponga de ellos— y no ha visto un solo euro de lo que prometió el Gobierno extremeño después de más trece años de trabajo.
"Eustaquio no puede atenderte, esto le sobrepasa, se han cargado toda la ilusión que tenía con el proyecto", cuenta Carmen Rubio, la mujer del taxidermista, en conversación telefónica con EL ESPAÑOL.
Aunque esta cacereña no se dedica a la taxidermia, lleva más de 45 años al lado de su marido. Ayudándole en cada proyecto y al mismo tiempo, compartiendo la ilusión, ahora frustrada, que supuso para ambos llevar un proyecto de tal envergadura para su comunidad autónoma. Desde el Gobierno incluso prometieron a Eustaquio Rubio construir una placa en conmemoración a toda su carrera, que todavía no ha tenido lugar y que esta familia ni siquiera espera a estas alturas.
"Nos han engañado. Después de cuidarlos durante tantos años, de construir incluso los entornos en los que están, mantenerlos, limpiarlos, pagar el alquiler de la nave... no nos han pagado nada. Llegamos a un acuerdo en enero y mi marido, mi hijo y yo empezamos a preparar todo; se los fueron llevando en partidas hasta agosto y un año después no tenemos norte. Y lo peor no es eso, mi marido está preocupado porque los animales son un tesoro para él, y ahora estarán estropeándose porque los guardan en espacios muy húmedos", relata Carmen Rubio.
Amenazas y acoso
Conseguir un acuerdo [por el momento, incumplido] con la Junta de Extremadura no fue fácil para Eustaquio. Para alcanzarlo, hubo de pasar episodios de acoso casi diarios por parte de miembros de la Dirección General de Medio Ambiente. "Nos estuvieron machacando durante cinco meses, desde junio, para que les diésemos los animales. Acosaban a Eustaquio, a mí y a toda la familia, con continuas llamadas de teléfono, incluso los domingos por la noche, y hasta vinieron varias veces a mi casa, amenazándonos con enviar a la Guardia Civil", cuenta Carmen, sobre lo que vivieron a lo largo de 2018. Lo único que querían los Rubio era una oferta económica por todo el trabajo realizado con la colección de animales.
El acoso cesó y la familia consiguió llegar a un pacto con Medio Ambiente el 14 de enero de 2019. El abogado de Eustaquio, Antonio Rubio, cuenta a este periódico que en aquella fecha la Junta ya tenía un espacio para exponer a los animales disecados: el Centro de Interpretación de Villarreal de San Carlos. De este modo, desde enero a agosto fueron poco a poco llevándose al Parque Nacional de Monfragüe 160 animales. Antes de llevárselos, el taxidermista los arreglaba con ayuda de su mujer y su hijo Raúl para que estuvieran en las mejores condiciones para ser expuestos.
Según el acuerdo que Eustaquio firmó con Medio Ambiente, al que ha tenido acceso este diario, la Administración pagaría al año 6.000 euros al taxidermista para que cuidara de la colección, "haciendo labores de mantenimiento y conversación, así como labores de desparasitación y preparación de obras con desperfectos corrientes". Para ello se habilitaría una sala taller donde pudiese trabajar.
Por otro lado, la Junta abonaría a Cocemfe (Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica) —a través de la cual contrató a Eustaquio Redondo—, 15.000 euros más el IVA, para que se los entregase al taxidermista por el tiempo que había cuidado los animales, y también por las plataformas naturalizadas que había hecho en las que se iban a exponer todo el compendio de especies.
"Engaño moral"
La Dirección General de Medio Ambiente llegó a prometer al taxidermista cacereño que la exposición comenzaría antes del 31 de marzo de 2019, y que en la inauguración la Consejera del ramo haría mención especial, mediante la colocación de un cartel o una placa, al trabajo realizado por él y su hijo.
La realidad, en cambio, es que no se ha inaugurado la colección zoológica, no le han pagado ni un céntimo a Eustaquio Redondo y las piezas se están echando a perder. "Nos dijeron que nos avisarían cuando nos abonasen los importes. Siempre tuvimos buena fe, pero cuando empezó a pasar el tiempo, después de los cientos de papeles que nos pidieron y la presión que tuvo Eustaquio para entregar su trabajo a tiempo... empezamos a mandar escritos a la Junta pidiendo explicaciones", cuenta el letrado del taxidermista.
Lo que más le duele a Eustaquio, según apunta su abogado, no es el dinero, sino que todo su trabajo, su inversión sentimental con esos animales está perdida porque están hacinados en un lugar cerrado y húmedo. "Se están riendo de él, de la ilusión de una persona. Ya no es solo un engaño económico, sino también moral", sentencia Antonio Rubio.
Por el momento, este letrado no contempla la via judicial, agotará la vía administrativa y espera que la Junta de Extremadura cumpla con lo acordado. La mujer de Eustaquio, en cambio, no alberga ya mucha esperanza. "Ojalá se arregle rápido, pero me da que nos queda mucho tiempo por delante...".