La vida de Javier cambió el 14 de agosto de 2014 a las siete y media de la tarde. A esa hora, ese día y estando en su casa, en Medina del Campo (Valladolid), Javier empezó a sufrir unas descargas eléctricas que le recorrían todo el cuerpo. Luego vino la sensación de quemazón, de asfixia y una sudoración extraordinaria. Sin tregua, empezó a oír unas voces que le instigaban a arrojarse por la ventana. Oía con claridad los insultos y las amenazas de quienes no estaban allí. Incluso de quienes vivían a kilómetros de distancia. Entonces empezó a gritar.
Cuenta Javier que la policía no tardó en llegar. Apenas minutos después de que se desencadenara ese torrente de sensaciones. Al parecer, los gritos habían alarmado a los vecinos, que fueron quienes dieron la voz de alarma. Hasta ocho veces llegaron a ir los agentes en el transcurso de los días posteriores. Javier no dormía.
Pasaba las horas destrozando todos los aparatos electrónicos que tenía a su alrededor. Tiró el móvil por la ventana. Nada con cables sobrevivió, solo una pequeña grabadora. Desenroscó las bombillas de los casquillos. Obsesionado, se dedicó a tapar con cinta adhesiva todos los pequeños agujeros que iba encontrando. Fuera quienes fueran esas voces, veían lo que él veía y oían cuanto el decía; así que desarmó cajoneras, revisó los huecos de las persianas y removió todo lo allí había en busca de cámaras y micrófonos.
Las voces se burlaban de él, le pedían que dejase la casa, que se fuera de su pueblo. Y seguían las abrasiones, las electrocuciones y la sudoración; todas inexplicables para él.
Javier acabó ingresando en el hospital el 10 de septiembre. Estuvo doce días en la planta once del ala oeste del Clínico de Valladolid, psiquiatría. Durante ese tiempo desaparecieron las voces y se apaciguaron el resto de enigmáticos padecimientos que lo habían sumido en una situación crítica. Juicio clínico: brote psicótico por consumo de sustancias. “Por fumar porros, dijeron; y sigo fumándomelos y nunca me ha pasado nada”, advierte Javier. “¿Cómo va a ser de los porros?”, se pregunta.
Seis meses después, buscó en Google: “¿Hay alguna forma en la que me puedan hacer llegar voces al cerebro?”. Y la búsqueda le ofreció un primer resultado: telepatía artificial.
Armas psicotrónicas
“Ahí empecé a oír hablar de las armas psicotrónicas, que son las herramientas que utilizan los psicofísicos, una rama de la psicología, la psicofísica. Gracias a esa tecnología pueden crear una telepatía. Es un instrumento de control ciudadano; unos lo sabemos ya, otros se darán cuenta con el tiempo. Otros se habrán tirado por las ventanas. Esto lo veremos todos”, justifica Javier, el vicepresidente de la asociación de víctimas de acoso electrónico, Viactec.
En España hay poco más de un centenar de personas que se sienten víctimas de tortura y acoso por tecnologías de radiación electromagnética y de control mental. Según sostienen, todos los habitantes de este país están bajo cobertura electromagnética, lo que permite “invadir el cerebro de cualquier persona”. “Violan la intimidad, espían, envían pensamientos y emociones, producen dolores y lesiones o proyectan palabras al tímpano con amenazas”, enumeran desde esta asociación, fundada en 2017 por un grupo de personas que hallaron respuesta a sus dolencias en blogs y foros de Internet.
Detrás de estos ataques estarían —siempre bajo la tesis de los supuestamente acosados— el Gobierno, con ramificaciones en el Ejército y en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. “Son ellos quienes manejan una inteligencia artificial que es ejecutada por medio de tecnología desarrollada desde los años setenta en Estados Unidos”, advierte Javier del Río, de oficio fontanero calefactor, que ha recorrido más de 1.100 kilómetros para explicar su caso a EL ESPAÑOL.
De una carpetilla azul a reventar y en mitad de una cafetería, Javier va sacando papeles y más papeles. Directivas europeas, recortes de prensa, denuncias, informes médicos, cartas al Defensor del Pueblo, folletos de la asociación y patentes de esa tecnología a la que hace referencia para defender su tesis.
Tecnología de los “servicios secretos”
“Son armas cuyo origen está en los servicios secretos. Nos vuelven locos, nos siguen torturando. Las personas que sufrimos acoso electrónico estamos desamparadas. Pedimos que se averigüe quienes se lucran con esto, que nos protejan, investiguen los casos de acoso electrónico, incauten las armas, detengan y juzguen a los culpables e indemnicen a las víctimas”, explica Viactec en una petición a través de la plataforma change.org.
—Javier, ¿y por qué eres un blanco de esta tecnología?
—Eso, ¿y por qué yo? ¿Quién me lo hace? Hay que seguir el rastro, ¿a quién le puede interesar que yo esté así? El primer responsable es Zapatero, que firmó la directiva europea 7984/10 con la que se dota a la policía de armas psicotrónicas.
El vallisoletano saca de su carpetilla azul la directiva 7984/10: “Sobre la utilización de un instrumento estandarizado, multidimensional y semiestructurado de recogida de datos e información relativos a los procesos de radicalización en la Unión Europea”. Un documento que se enmarca dentro de una estrategia comunitaria para la lucha contra el terrorismo. “Esa es la excusa, el terrorismo”, incide el vicepresidente.
Javier vive solo desde que se divorció hace 18 años. Tiene 48 años. Superó una adición a la heroína con 22 años y lleva años tratando con un derivado anfetamínico una hiperactividad que le ha fue diagnosticada hace varios años. En estos últimos cuatro años ha puesto un sinfín de denuncias ante la Policía Nacional incriminando a sus vecinos, a la propia policía y a los psiquiatras que lo atendieron por no creer sus teorías. Ha habido veces que los agentes, atónitos ante el testimonio se negaban a tomarle la denuncia.
A lo largo de estas últimas semanas, EL ESPAÑOL ha mantenido contacto con varios miembros de Viactec. Salvo particularidades, el relato es semejante en todos. En las llamadas, los mensajes de WhatsApp y en varios correos electrónicos se narran electrocuciones, vibraciones, voces, pérdida de audición, quemaduras, lectura de pensamientos, control mental y una retahíla de agresiones telemáticas, a las que se suman otras tantas presenciales.
Pedro se marchó de España huyendo de la persecución. Pensó que en Alemania estaría a salvo del atosigamiento de sus acosadores, que en su caso le han provocado —sostiene— la pérdida auditiva en su oído derecho. Según cuenta este joven de 35 años, natural de Murcia, desde 2014 viene escuchando sonidos electrónicos y viviendo lo que se conoce en el argot como teatro callejero, gang stalking en inglés, un tipo de acoso organizado en el que viandantes se le acercan y revelan ante sus ojos información personal a la que han tenido acceso. “Pero ni en Alemania me libré, seguía encontrándome con gente que me comentaba cosas de mi vida personal”, explica.
Estuvo un año y ocho meses viviendo en Munich, trabajando en comercios del aeropuerto y estudiando alemán, pero regresó. “La radiación a la que me sometían allí era mayor”, advierte.
Ataques con agente “no identificado” en Cuba
Entre los recortes de prensa que sostienen su discurso está una noticia que trascendió a la prensa internacional. EL ESPAÑOL también se hizo eco de un extraño síndrome neurológico que afectó a 24 diplomáticos de Estados Unidos en Cuba entre finales de 2016 y agosto del año siguiente. Todos ellos reportaron sufrir una serie de síntomas inexplicables, que iban desde el vértigo a la somnolencia, pasando por un ligero deterioro cognitivo. No era lo único. Muchos decían escuchar ruidos de forma continua o sonidos desconcertantes justo antes de los síntomas, o una sensación de presión en sus oídos como la que se siente ante una ventanilla muy abierta.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Pennsylvania señaló a un posible ataque con un agente “no identificado” que desató una “constelación” de síndromes neurológicos. Otros medios señalaban a unas ondas de alta potencia, inaudibles e indetectables, pero con serias consecuencias para la salud: malestar en los oídos y pérdida de audición, mareos, dolores de cabeza, fatiga, trastornos cognitivos y dificultad para dormir. Noticias como estas corren como la pólvora en los muy activos canales de comunicación de Viactec.
Relata Pedro interrupciones recurrentes en llamadas, ataques epilépticos provocados o sentir el control remoto de su cuerpo de forma consciente. En sus muchos esfuerzos por probar que estaba siendo objeto de acoso electrónico, el murciano llegó a acudir al médico para que le hicieran unas radiografías del cerebro en busca de implantes que justificasen tales ataques.
“El problema es que los implantes no suelen ser detectables con rayos X”, argumenta. En las radiografías de su cerebro se ve “algo que bien podría, o no, ser un implante” que su médico —cuenta— describió como una calcificación o un artefacto. “No tengo confirmación médica”, admite Pedro.
“Sé que esto puede sonar a pirado —confiesa—, de hecho, no lo cuento a la gente, solo a algunas amistades”.
El aislamiento también es otra de las características comunes en todos los relatos. También la teoría de que quienquiera que sea quien perpetre estos ataques procura evitar la concentración de víctimas en una misma zona, de ahí que se encuentren desperdigadas por todo el territorio nacional.
“Esto no es ciencia ficción”
“Crean en tu entorno la imagen de una persona antisocial, incluso peligrosa”, expone Alberto García Paredes, uno de los miembros de Viactec y autor de ‘¿El triunfo del psicópata?’, un libro de autoedición de 95 páginas. “Es muy frecuente que te tachen de pedófilo, homosexual o acosador de mujeres, consiguiendo que en comercios te cobren de más o no te presten servicio en cafeterías”, asegura.
A su juicio, “esto no es ciencia ficción”. “Somos cobayas” —defiende— en manos “de una minoría con un enorme poder económico”. “A través de nosotros obtienen mucha información de nuestros cerebros y aprenden los métodos de control de un ser humano”, garantiza.
—¿Alguna vez lo han tildado de loco por exponer en público este tipo de teorías?
—Sí, hasta ahora era lo habitual. Te encerraban incluso en psiquiátricos por denunciarlo. De todas formas, el tildarnos de locos es otra arma más que emplean para poder seguir trabajando sin obstáculos.
Alberto tiene 68 años y es pensionista. Empezó a cursar los estudios universitarios de Física, aunque nunca los acabó. Es soltero. Asegura que su familia está ahora empezando a entender su situación. Hace veinte años, a consecuencia de denunciar acoso, le diagnosticaron esquizofrenia que, según él, “se puede activar por medios electromagnéticos”.
Prefiere hacer la entrevista a golpe de mensaje de WhatsApp. Argumenta que así se comunica mejor. “Los que somos víctimas estamos sometidos a mucha presión”, justifica.
En su peregrinación por los juzgados ninguno de los integrantes de la asociación Viactec ha cosechado una sola sentencia avalando sus denuncias. Motivo por el que han escrito en varias ocasiones al Defensor del Pueblo. Allí explican que ninguno de sus asociados ha dado su consentimiento “para que se lleven a cabo estos experimentos destructivos”.
El cráneo, “dominio de absoluta privacidad”
“El cráneo debe ser designado como un dominio de absoluta privacidad. Nadie debería ser capaz de sondear la mente de un individuo contra su voluntad”, se puede leer en el escrito enviado al Defensor del Pueblo. Y sugieren la identificación de nuevos derechos, como el de la libertad cognitiva o a la privacidad mental, “que pueden llegar a ser de gran relevancia en las próximas décadas”.
Piden, además, que se cree un protocolo de detección para las víctimas, “escogidas para llevar a cabo experimentos neuronales con tortura por radiaciones electromagnéticas y de control mental” y se arreste a los “criminales implicados”. La respuesta del Defensor, que denuncien si creen que se han producido tales actos delictivos.
“Estamos indefensos”, critica Antonio Gómez, sevillano de 52 años y uno de los primeros socios de Viactec. Según cuenta, “presuntamente” su nombre está “en las listas negras” por la Guardia Civil, que según su tesis viene siguiéndolo desde hace dos décadas. Tan férrea es su creencia que ha llegado a ir a la comandancia de Sevilla a tratar de averiguar si, fruto de alguna confusión, estaba señalado en alguna investigación.
Como en el resto de casos, enumera abrasiones, electrocuciones, sonidos constantes en el oído, gang stalking, control de su cuerpo, estrés, ansiedad, depresión, miedo, pánico o aislamiento. “Lo primero que noté fue como si me indujeran al suicidio, unas tendencias suicidas que no provenían de mí”, explica Antonio, que se dedica a la compraventa de maquinaria de obra pública de ocasión. Casado y con dos hijos de catorce y once años.
—Antonio, ¿por qué lo llamáis tortura?
—¡Porque no te dejan vivir! Imagínate que te quemen, que no te dejen dormir, que te ataquen al sistema nervioso…
En los últimos dos años, Antonio ha pasado de los 60 kilos de peso habitual a los 85. Toma infusiones naturales para dormir. Ha invertido en equipos electrónicos para registrar el acoso que asegura sufrir. Desde cámaras camufladas en gafas espía a otras de infrarrojo, o medidores digitales de radiación electromagnética. “Me los funden, no me duran, qué casualidad”, ironiza.
“Y ellos están ahí, a la vista de todos”, advierte mostrando en su teléfono móvil la noticia de la visita en 2018 del rey Felipe VI a las dependencias del regimiento de guerra electrónica con base en El Copero, unas instalaciones militares del Ejército de Tierra situadas en la dársena del Guadalquivir, en la localidad de Dos Hermanas.
Según la nota que lanzó la Casa Real, “la guerra electrónica consiste en una actividad tecnológica y electrónica con el fin de determinar, explotar, reducir o impedir el uso hostil de todos los espectros de energía, por ejemplo el electromagnético, por parte del adversario y a la vez conservar la utilización de dicho espectro en beneficio propio”.
En un compás de la conversación, Javier saca su medidor digital de radiación electromagnética y explica el funcionamiento a los periodistas de EL ESPAÑOL. Realiza una medición en la mesa de madera, da un registro bajo. Luego se pone el aparato en la cabeza, y se disparan los niveles hasta pitar. La operación se repite con Antonio, que hace saltar de nuevo al cacharro, inteligible para los reporteros. “Eso es que tenemos algo ahí, es como un router que está recibiendo información”, explica Javier agitado.
De nuevo, miden la mesa. Los niveles vuelven a la normalidad. Le toca el turno a los periodistas, que expectantes se llevan el artefacto a la cabeza. El artilugio vuelve a pitar. Antonio y Javier están impresionados. Los reporteros también. Según su teoría, debería arrojar un resultado similar a la mesa de madera. Y repiten la prueba un sinfín de veces más. De lejos, de cerca, alejados de teléfonos móviles… Y el chisme sigue pitando.
“¡Veis —disculpan—, todos estamos ya controlados!”.